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Una aproximación al violín Tuxteco

La Manta y La Raya # 14                                                              marzo  2023 ________________________________________________________________________

Una aproximación al       violín tuxteco

 

Joel Cruz Castellanos

 

 

 

Volver a mirar… 

En el 2012 conocí a don Sabino Toto, violinero de la comunidad de Xoteapan municipio de San Andrés Tuxtla. Fuimos a un acarreo de la Virgen de Los Remedios que salió de San Andrés Tuxtla a Buenos Aires Texalpan. Era un diez de mayo y, después de una estancia en la Ciudad de México, recién regresaba a vivir a Los Tuxtlas. Salí de Santiago con destino a San Andrés, donde había quedado de verme con otros amigos. Se nos había hecho un poco tarde por lo que íbamos con prisa y ya en el camino encontramos la procesión cruzando la carretera, por lo que nos bajamos rápidamente del taxi para darle alcance. El sol estaba en el cenit y todo lo llenaba, mis ojos quedaron deslumbrados por la brillantez que mojaba mi cuerpo, en medio la orfandad de árboles y el olor del asfalto hirviente. 

La Virgen encabezaba el grupo y después de ella iban los cantadores en medio de decenas de sombrillas coloridas que danzaban al sonido de los rezos y el son, entrelazándose con una sincronía casi mágica. Los músicos no se veían pero su música se escuchaba muy fuerte y de entre las sombrillas aparecieron, primero los sombreros y luego los rostros colorados por el calor. El sonido de las jaranas era muy especial, muy diverso, esa es una música que no se escucha comúnmente en los huapangos, encantaba… ¡y sobre todo el sonido de los violines! Eran dos, uno muy pequeño que venía tocando don Ignacio Bustamante y el otro, que no encontré a primera vista, lo venía tocando don Sabino Toto. En algún punto del camino entramos en un arbolada que generó una sensación de frescor en medio de aquel calor incesante de mayo, seguimos caminando y cada que remudaban a la persona que cargaba el nicho de la Virgen se hacía una pequeña pausa en el tránsito. De pronto, cuando comenzamos a caminar de nuevo uno de los violines ya no estaba, solo quedaba don Sabino tocando; él era un hombre mayor, de estatura baja y tocaba un violín grande 4/4 (de 60 cm aproximadamente), su sonido era fuerte y su forma de tocar parecía una hoja que volaba en medio del viento, de tantas vueltas que daba; caminamos con él muy cerca, escuchando, sólo escuchando. De repente se hizo un descanso en el trayecto y nos ofrecieron de tomar pinole. Don Sabino ya se había percatado de mi fija atención y de la nada se me acercó y me dijo: “¿Te gusta la música de violín verdad? ¿Tocas un poco o quieres aprender?  yo aprendí a tocar en un sueño. Un día estaba soñando que estaba en una diversión y de repente mi padrino me decía: ¿Qué estás tocando ahijado? ¿Guitarra? No, lo que tú deberías tocar es el violín, entonces me daba uno y comenzaba a tocarlo, en el sueño él me daba el sonido y el instrumento, al otro día me desperté y fui a Los Pinos y compré este violín que estás escuchando.”

Los Tuxtlas (Veracruz) es una región que se ha distinguido desde la antigüedad, por el uso del violín en sus ensambles instrumentales de música de huapango. Los testimonios de la mayoría de los músicos y bailadores mayores de 50 años de los pueblos tuxtecos coinciden en que el violín era “el rey de los instrumentos”. Su valor residía en las creencias religiosas de las comunidades, al grado de que muchos músicos se rehusaban a tocar si no había por lo menos un violinero en el huapango. Esto sucedía porque existía la creencia de que el violín brindaba protección de la presencia del diablo en el huapango, ya que al tocar el instrumento con el arco, se hace la señal de la cruz. La gente de antes  creía que el diablo se acercaba a los huapangos porque, aunque estos sean de carácter religioso, se encuentra presente la energía negativa representada por los vicios, el alcohol y juegos de azar, entre otros.

Si bien en los últimos cuarenta años el son jarocho ha logrado evadir el riesgo de desaparecer en el que se encontraba hace unos cuantos lustros (gracias a los programas de promoción y reforzamiento de nuestra música, como los Encuentros de jaraneros, talleres y festivales, que han logrado que niños y jóvenes del sur de Veracruz se interesen en la música de jaranas y los huapangos), aún existen algunas expresiones culturales como los estilos regionales, las afinaciones antiguas o los rituales en torno a la tarima, así como la práctica y ejecución de algunos instrumentos como el violín, en los que estos intentos no han sido suficientes, volviendo así forzoso diseñar un proyecto integral que sea impulso para que estos aspectos de la herencia musical de nuestros pueblos se reintegre y perdure.

Durante las últimas décadas del siglo pasado, algunas agrupaciones que tenían como propuesta el rescate de los aspectos tradicionales básicos de la región, intentaron integrar el violín en su música. Sin embargo, el resultado fue la fusión del violín de música de cámara con el de la nueva interpretación de la música regional, generando un violín sonero con un nuevo sonido. La escasez de maestros y de investigación profunda en este instrumento devino en el sencillo desplazamiento del violín tuxteco, por el violín de la música llamada clásica.

Asimismo, en décadas recientes, el violín tuxteco tampoco tuvo gran cabida durante el rescate de esta música ahora en auge, tal vez debido a la escasez de maestros y a que el estilo en que es ejecutado dentro de la música tradicional es “poco virtuoso” y está más emparentado con las músicas indígenas, siendo uno de los instrumentos que más han conservado esta herencia. Otra de las posibles razones para el decrecimiento del interés hacia este instrumento, es su difícil adaptación en la laudería moderna. El violín de la música tuxteca difiere en gran medida de las plantillas estándar de los violines de concierto, los constructores cuentan con un universo de plantillas que son muy particulares en su mayoría han sido heredadas o inventadas por ellos mismos. La ejecución se detuvo en el tiempo y el instrumento  se sigue recargado sobre el pecho.

De esta manera, el sonido del violín en la música de huapango no es tan “mejorable” (con “mejorable” me refiero a que es un instrumento que desde su construcción hasta su ejecución se ha quedado suspendido en el tiempo, es un instrumento rústico, de poco volumen, que cuesta trabajo de aprender a construir y a tocar), como aquél de los instrumentos de cuerda percutida (por ejemplo, las distintas jaranas), los cuales pudieron fácilmente insertarse en el mercado a través de los talleres de son actual, que fueron la plataforma a través de la cual la mayoría de las personas que tocan son aprenden en los tiempos actuales. Por otro lado, el cambio en la creencias religiosas en las comunidades fueron transformando las prácticas rituales y las formas de celebración de las personas, habiendo un cambio de la religión católica (que está relacionada profundamente con el calendario agrícola), por las nuevas religiones protestantes:testigos de Jehová, séptimo día,  etc.

 Uno de los referentes más importantes en mi cercanía al violín tuxteco ha sido el trabajo de Héctor Luis Campos Ortiz, un gran amigo de Santiago Tuxtla y quien fue al primero al que escuche tocar el violín y quién también, desarrollando instrumentos, ha sabido encontrar un equilibrio entre las prácticas de laudería tradicional y las técnicas de laudería clásica, pero que sobre todo se ha encargado de mantener la presencia de este instrumento en muchos de los espacios musicales de mi comunidad. 

Los violines tuxtecos

Los violines tuxtecos son generalmente pequeños, más parecidos al rabel que al violín sinfónico, aunque en nuestra región no se le conoce con este nombre, aquí se le llama violín o yigui yigui. El violín tuxteco se construye por medio de la técnica de vaciado, generalmente se hacen de cedro, aunque en la actualidad la crisis que sufre la madera de este árbol ha hecho que los constructores exploren la sonoridad de otras maderas, como el nacaxtle o palo cuchara. Algunos fabricantes prefieren hacerlos de raíz de cedro, particularmente de los árboles de laderas. Los violines también se fabrican de las costaneras, que son las partes externas de árbol, éstas son consideradas basura puesto que los aserradores utilizan el tronco. Las costaneras facilitan mucho el trabajo de construcción del violín pues tienen una curvatura natural que les simplifica el tallado del fondo exterior del instrumento. Los violines se confeccionan de una sola pieza, es decir, que la caja de resonancia y mástil se construyen del mismo bloque de madera; la tapa, el diapasón y las clavijas se hacen de bloques independientes. Los carpinteros están acostumbrados a trabajar con herramientas de mano, como el machete, el birbiquín (berbiquí), la gurbia, escofina y el formón.

Aunque existe más o menos un concepto regional en las plantillas de los violines tuxtecos, cada constructor cuenta con sus formas particulares. Incluso, podemos decir que estos patrones se asocian según sus especificaciones con una u otra comunidad. En este sentido es frecuente que los tocadores reconozcan la procedencia del violín por su plantilla. El puente generalmente se fabrica de cedro porque se dice que éste conduce mejor el sonido, aunque también algunos constructores, como don Ignacio Bustamente, utilizaban el cuerno del toro. En la actualidad también se hacen de chagani o de maderas más duras como el cocuite, sin embargo, suele suceder que los violineros después de un tiempo de experimentar regresen a los puentes de cedro, ya que se piensa que es el que mejor suena.

El cordal se construye de cuerno de vaca y se amarra al botón con alambre de cobre o de lo que tengan a la mano. El diapasón también se hace de cedro. En los tiempos de antes se utilizaban pegamentos orgánicos como el sacte o algunos realizados a base de harina y plantas, pero actualmente se utiliza el resistol comercial para pegar las partes. El clavijero y la voluta son elementos ornamentales que distinguen al constructor, cada uno tiene su estilo particular para tallar la madera, hay quienes los realizan muy detallados, también quienes lo hacen un poco más sencillos.

Existen tres tamaños de violines: el requinto que mide entre 47 y 48 cm de longitud, con una caja  que mide 25 cm de largo; el violín segundo mide 56 cm de largo y su caja mide cerca de 32 cm; y el violín tercero que tiene las medidas de un violín 4/4 occidental.

Los arcos se construyen con madera de guásimo, aunque también los hay de cedro. El material que se usa para las cerdas es crin de caballo, los constructores se inclinan por las de color negro, aunque es difícil conseguirlas, por lo que  también se usa la crin blanca. La brea que se usaba tradicionalmente se hacía de sangre de palo mulato, se cosechaba la sangre y se hacía una bolita que se aplicaba en el pelo del arco.

En la actualidad quedan muy pocos constructores de violines, éstos se han ido acabando, por causas naturales y también porque no ha existido un relevo generacional con los jóvenes de sus comunidades. La mayoría de estos saberes se han quedado resguardados al interior de las comunidades rurales de Texcaltitan, Xoteapan, Buenos Aires Texalpan, Ohuilapan y Santiago Tuxtla. Los constructores que aún hacen violines son don Rodolfo Cobix y Eulogio Temich en la comunidad de Texcaltitan, Gaudencio y Santiago Escribano de Ohuilapan, ambas comunidades del Mpio de San Andrés Tuxtla; Héctor Luis Campos Ortíz de Santiago Tuxtla es quien a logrado encontrar un equilibrio entre la técnica tradicional de construcción y la técnica de laudería clásica, en épocas recientes también el constructor Julio Blas del mismo municipio ha comenzado a hacer violines. Sin embargo existen numerosas referencias de constructores entre los que podemos destacar a Carlos Escribano, Benito Juarez, Mpio. de San Andrés Tuxtla, Chemali Perea, Francisco Cadena, Feliciano Sinaca de Santiago Tuxtla, Nacho Bustamante, Felipe Bazán en Cerro Amarillo, Pablo Gómez de El coco y  Artemio Morales en Tescochapan.

La afinación y el encordado

Los violines tuxtecos tienen una afinación muy similar a la que se utilizan en los violines de cámara, la tonalidad depende de la altura a la que esté templada la música. En las comunidades de Buenos Aires Texalpan y Texcaltitan ubicamos una región sonora con una afinación en particular. De hecho, esta templanza corresponde a varias comunidades de San Andrés y me parece que tiene que ver con el uso del violín y la llamada media guitarra. La afinación es: Mi5–La4 –Re4–Sol3; mientras que en otros lugares como Santiago Tuxtla se afina más grave, una nota menos en relación a San Andrés, queda  Re5–Sol3–Do4–Fa3. Sin embargo, el hecho de que esta afinación coincida con la del violín clásico tiene implicaciones distintas en su ejecución, pues se utilizan solamente ciertas “posturas” «por mayor» o «por menor». Cuando el violín está afinado en Mi–La–Re–Sol (afinación del violín clásico) la postura «por mayor» equivale a la digitación de Re y cuando está siendo tocado por tono «menor» resulta equivalente a la digitación de Sol. 

Existe en el imaginario la idea de que el violín se afina como si fuera una guitarra de son y de hecho la idea no está tan errada. En realidad, se afina como una guitarra de son pero invertida, es decir, de abajo hacia arriba. Está es una especie de técnica pedagógica que los tocadores han desarrollado para poder enseñarle a los jóvenes los primeros pasos del instrumento y, es que las posturas del violín coinciden con las posturas de la guitarra de son.

En tiempos pasados o al menos en los primeros contactos que tuve con violines a principios de los 90 del siglo pasado, la mayoría utilizaban cuerdas nylon, de ese monofilamento azul que generalmente se usa para la albañilería o la pesca, la única cuerda que se utilizaba de metal era las mas aguda a la que comúnmente le llamaban “acero” y esa se la ponen (porque a la fecha sigue usándose) de una cuerda primera para del set de acero para guitarra sexta. Conforme fue pasando el tiempo se comenzaron a utilizar cuerdas de violín de las que se encontraban en las tiendas comerciales de San Andrés Tuxtla.

No se ha ido del todo

Aquel día de mayo que conocí a Sabino Toto marcó un antes y un después en mi vida, me llevó por un lado a establecer una relación muy cercana con él y, al mismo tiempo, con don Ignacio Bustamante y su familia, abriendo una ventana a un mundo que estando tan cerca, me era desconocido. En mi afán por aprender a tocar el violín comencé a asistir a muchos velorios de la Virgen de Los Remedios y a distintas celebraciones en sus comunidades. De manera constante y mediante la convivencia en la tarima y otros espacios logramos construir lazos muy fuertes de amistad y en mí nació un amor profundo por el violín y tuve la capacidad de notar su papel como agente integrador en la región. Desde entonces he decidido contribuir en lo que mis posibilidades me dan a que este instrumento se mantenga vivo en nuestros pueblos y también la memoria de mis amigos y maestros. Si bien el sonido del violín tuxteco se ha ido con cada uno de los músicos que se nos han adelantado, no se ha ido del todo y confío en que poco a poco se le escuchará de nuevo en el espacio sonoro de las montañas tuxtecas. 

 

Revista núm. 14  en formato PDF (v.14.1.1):

 

Artículo suelto en formato PDF (v.14.1.1):

 

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