Y se llama racismo – aunque de momento no lo  puedas o quieras ver.

La Manta y La Raya # 9                                                                         marzo 2019 ___________________________________________________________________________ Y se llama racismo aunque de momento no lo  puedas o quieras ver.(*)

Alvaro Alcántara López      Centro INAH Veracruz

(*) Una primera versión muy cercana a esta que ahora se publica apareció primero en el blog “El presente del pasado” [www.elpresentedelpasado.com]

¿Cómo ver lo que no se quiere ver? ¿Cómo cuestionar, transformar, erradicar, lo que se niega una y otra vez?  En los años recientes, la discusión pública en torno a la práctica y persistencia del racismo en México ha ido en aumento. Y no obstante los decididos esfuerzos que vienen realizando organizaciones sociales, creadores artísticos, redes de investigación, investigadoras, proyectos académicos, colectivos y asociaciones civiles, comunicadores o el CONAPRED, queda mucho por hacer. Según una creencia ampliamente difundida en nuestro país el racismo es cosa de otros, no de los mexicanos. Para reforzar esta opinión las instituciones gubernamentales, sus funcionarios, los medios de comunicación masiva y amplios sectores del mundo académico rechazan o simplemente ocultan la discriminación racial que muchas personas experimentan a diario en México. Y, cuando no se animan a negarlo u ocultarlo, antes bien a reforzarlo, las prácticas racistas buscan justificarse bajo el lugar común del sentido del humor y la ironía. Si nuestra atención se centra en los distintos grupos, sectores y estratos de la sociedad, el resultado es muy similar: del racismo no se habla y México no es un país racista. Como nos lo han explicado diversos trabajos, el racismo es una ideología expresada en comportamientos, prácticas sociales y actos de habla que postula la existencia de “razas”, unas “superiores” y otras “inferiores”: “El racismo es la creencia –nos dice la antropóloga Eugenia Iturriaga- de que ciertos seres humanos son mejores que otros, es la idea de que la apariencia física está unida a la cultura, a cualidades morales y capacidades intelectuales.”   Esto ha llevado a socializar la creencia de que algunos seres humanos son más inteligentes y capaces que otros. Para sostener esta creencia, la apariencia física ha jugado un papel fundamental, asignando a las personas atributos positivos o negativos en función de su fisonomía, de su color de piel.  Si bien los estudios genómicos y genéticos han demostrado desde hace varias décadas la inexistencia -bajo criterios científicos- de las razas, lo cierto es que la convicción en la existencia de las mismas se encuentra más que arraigada en la imaginación social. Mientras tanto, desde la investigación académica, las luchas políticas y la reivindicación social se siguen haciendo notables esfuerzos para combatir el racismo. Reconocer el racismo que históricamente se ha ejercido y se ejerce sobre las personas indígenas, negras o morenas en México, no parece una labor sencilla. Requiere de inteligencia, determinación, reflexividad y autocrítica; sensibilidad, empatía o generosidad. Los trabajos más recientes sobre las distintas formas de discriminación que se ejercen en México han puesto en relevancia el entrecruzamiento del racismo con el clasismo, la xenofobia o el machismo. Otros han llamado la atención sobre la importancia del color de piel en la estratificación social y su relación con la distribución de riqueza y oportunidades laborales. Mientras que otros advierten sobre los privilegios de la blancura de la piel y las dinámicas de blanqueamiento en la sociedad mexicana. Si darse cuenta del racismo ejercido hacia la población indígena ha sido harto complicado reconocerlo en la población de origen africano o afrodescendiente resulta tanto o más difícil, en buena medida porque su historia y aportes a la cultura nacional permanecen silenciadas.  Pienso de entrada en dos razones: a) porque durante mucho tiempo se ha pensado que “en México no hay negros” y, si los hay, “vinieron de Cuba” (sic). Segundo, porque en la construcción del discurso identitario nacional la población afrodescendiente se convirtió en “el otro del otro”, tal como lo ha explicado la investigadora Elisabeth Cunin (el primer “otro” de esta relación ha sido el indígena).  Pese a esfuerzos realizados, por ejemplo, por investigadoras como María Elisa Velázquez, Cristina Masferrer y Citlali Quecha, las valiosas trayectorias individuales de mujeres y hombres afrodescendientes a lo largo del tiempo han estado prácticamente ausentes de la enseñanza de la historia y de los libros de texto y, cuando acaso aparecen, casi siempre lo hacen desde visiones estereotipadas que los inferiorizan y denigran. En ese sentido, y aunque pueda parecer inverosímil una vez alcanzada la primer veintena del siglo veintiuno, tres retos se presentan de manera urgente a la enseñanza de la historia y difusión del conocimiento histórico en medios de comunicación masiva:  1) mostrar que la afrodescendencia va mucho más allá de la esclavitud,  2) comprender que África es un continente y no un país, con una inmensa diversidad cultural, lingüística, social y étnica que vino a enriquecer la conformación de la sociedad mexicana contemporánea  3) que reconocer la afrodescendencia no un asunto que dependa solamente del color de la piel o la fisonomía. Como es bastante conocido, la historiografía regional ha puesto mucho interés en estudiar y comprender la conformación histórica de las configuraciones regionales, las formas de dominación ejercidas por las oligarquías y grupos de poder hacia los grupos populares o analizado consistentemente el papel que indios, negros o mulatos del periodo colonial tuvieron en la integración de las regiones novohispanas a la economía global. Pero es también justo decir que hasta ahora la práctica histórica ha sido muy poco atenta a estudiar los efectos de dichos procesos en la interiorización secular de indígenas y afrodescendientes bajo criterios racistas o en la naturalización del racismo y otras formas de discriminación que encuentran sofisticadas formas de manifestarse en el México contemporáneo.  Si el estado de Veracruz fue pionero en el reconocimiento de los aportes de la población de origen africano en sus procesos culturales y sociales bajo el lema de la “tercera raíz” (IVEC-DGCP), dicha formulación merece ser revisada a la luz de nuevas investigaciones que muestran el protagonismo demográfico y social de la población afrodescendiente en varias regiones del estado. De manera que lejos de ser la tercera, la herencia afrodescendiente constituye en no pocos lugares del estado, la primera o segunda influencia sociocultural, junto con la indígena. Como su complemento, la exaltación de los atributos físicos de las negras y negros, su destreza y proclividad en las artes amatorias o su “natural” inclinación y talento hacia el baile y la música, retomados desde la construcción oficial y popular de la identidad jarocha, no hacen sino reforzar la narrativa colonial y perpetuar “en positivo” estereotipos desde los cuales se discrimina a la población por su color de piel y fisonomía. Tal como lo han planteado los trabajos de Christian Rinaudo, José Antonio Flores Martos y Odile Hoffmann, entre otros, este aspecto constituye un pendiente igualmente urgente de revisar y reformular, lo mismo desde la antropología y la historia, que desde los estudios literarios, folclórico o etnomusicológicos. Y pese a cualquier pronóstico optimista, el estado de Veracruz tiene mucho por hacer en el reconocimiento y combate del racismo, así como otras expresiones cotidianas de discriminación y violencia. La naturalización e invisibilización del racismo hacia la población afrodescendiente y morena de este país adquiere tales proporciones que, a amplios sectores de la sociedad mexicana les parece imposible e impensable que sus acciones y dichos constituyan prácticas racistas, por el simple hecho de a) haber hecho estudios profesionales y posgrados, b) por ser progresistas, democráticos y liberales, c) por ser ellas y ellos mismos indígenas, afrodescendientes o morenos o, d) porque su trayectoria a favor de otras causas sociales y políticas está más que demostrada. Pero lo cierto es que en la medida que entendamos que la ideología y práctica racista atraviesa el corazón mismo de las relaciones sociales y se encuentra reforzada institucionalmente, podremos empezar a preguntarnos si el racismo nos habita y cómo podemos empezar a visibilizarlo y erradicarlo de nuestra vida diaria. Una mirada atenta al contenido de nuestros actos de habla más cotidianos y aparentemente más inocentes, a los chistes y bromas que aprendimos en el entorno familiar y con el grupo de amistades más cercanos nos permitirá ver –sólo si queremos, claro está – que el racismo se nos presenta como aquel “traje del emperador”. Y detrás de este, el machismo, la xenofobia, y el clasismo siguen levantando la mano para hacerse visibles y empezar a der discutidos públicamente, familiarmente, personalmente. Con la publicación en el Diario Oficial de la Federación, el 9 de agosto del 2019, de la reforma al artículo segundo de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, en donde se reconoce a los pueblos y comunidades afromexicanas (cualquiera que sea su denominación), como parte de la composición pluricultural de la nación, se ha dado un gran paso para que la sociedad mexicana empiece a reconocer el aporte de las y los afromexicanos a la cultura e historia de nuestro país. Pero esto no se hará en automático ni por decreto. Implicará el esfuerzo de muchas y muchos desde distintos frentes, empezando por revisar las nociones, discursos y prácticas cotidianas de las instituciones gubernamentales y sus funcionarios. Significa también un replanteamiento de fondo de los contenidos y supuestos que han organizado la enseñanza de la historia del país, las regiones y las entidades federativas. Adición del inciso C, al Artículo 2 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos:

C. Esta Constitución reconoce a los pueblos y comunidades afromexicanas, cualquiera que sea su autodenominación, como parte de la composición pluricultural de la Nación. Tendrán en lo conducente los derechos señalados en los apartados anteriores del presente artículo en los términos que establezcan las leyes, a fin de garantizar su libre determinación, autonomía, desarrollo e inclusión social. (Adicionada mediante Decreto publicado en el Diario Oficial de la Federación el 9 de agosto de 2019)

Vivimos en un país donde el color de la piel importa e importa mucho; en el que históricamente se ha menospreciado a la población indígena por serlo; donde se le ha ridiculizado y ofendido por “no hablar bien” la que hasta hace unos años era la lengua oficial. Vivimos en un país que distingue a la gente “bien” y “de buena cuna” a partir de la percepción económica, su nivel de estudios, su manera de hablar o el tono de su piel. Y cuando estos criterios no son suficientes para sostener que existen personas que son superiores y otras inferiores, los gustos artísticos, el exquisito paladar o los conocimientos y gustos culturales salen a reforzar una desigualdad histórica. Se podrá decir mucho, pero es necesario plantearse cómo revertir, transformar una violencia que viven tantos y tantas en México: el estigma de ser moreno. La publicación, el año pasado, de la obra colectiva Estudiar el racismo: afrodescendientes en México, coordinado por María Elisa Velázquez (investigadora del INAH) constituye un acercamiento colectivo inteligente y sensible para reflexionar en clave histórica, antropológica, sociológica y estética el racismo en México y sus efectos e implicaciones cotidianas en la población de origen africano. Dicha investigadora, desde la coordinación del Programa Afrodescendientes y diversidad cultural del INAH ha empujado la publicación de diversas trabajos que tienen como objetivo sacar del anonimato la historia de la afrodescendencia en nuestro país (dichos materiales pueden descargarse gratuitamente en http://afrosinah.org/investigacion/).  Otro esfuerzo académico que me parece oportuno reconocer aquí es Caja de herramientas para identificar el racismo en México, coordinado por Gabriela Iturralde y Eugenia Iturriaga. Esta edición constituye un esfuerzo notable de divulgación científica que busca poner al alcance de públicos amplios los planteamientos más recientes del mundo académico para reconocer el racismo y lograr su erradicación en nuestro país. En su texto Eugenia Iturriaga nos dice: “(…) si estamos de acuerdo en que el racismo es una doctrina que se aprende, que se instala, que no es inherente al hombre, que tiene una historia que podemos rastrear, entonces, debe ser posible desaprender, desinstalar y eliminar ese pensamiento. Por su parte, Gabriela Iturralde comenta: “Para desaprender el racismo y pensar en posibles caminos para su eliminación es imprescindible que identifiquemos cómo lo aprendemos”. En consonancia con las palabras de estas investigadoras pienso que reflexionar individual y colectivamente sobre cómo hemos aprendido el racismo constituye un paso fundamental para empezar a ver lo que hasta el momento no hemos podido o querido ver.  Y sí tiene nombre, se llama racismo. Y se halla igualmente presente entre las y los académicos de los centros de investigación y universidades de educación superior; entre los compañeros del equipo de béisbol; en los funcionarios y servidores públicos; lo mismo que en los dichos que aprendimos del abuelo más querido, de nuestras madres y padres, o en la escuela de nuestra más tierna infancia. Y porque se trata de todo un sistema de pensamiento, de una creencia que inferioriza a las personas y se refuerza afirma institucionalmente; de prácticas sociales y actos de habla que por naturalizarse se han vuelto imperceptibles de primea vista al entendimiento, es que debemos hacer un esfuerzo enorme por erradicar el racismo. Desde la inteligencia, la determinación, la sensibilidad, la comprensión, el cariño, la escucha atenta. 


Revista # 9 en formato PDF (v9.1.0):

Toña la Negra, sombras de una silueta redondísima.

La Manta y La Raya # 9                                                                         marzo 2019 ___________________________________________________________________________  Toña la Negra:                                                             sombras de una silueta redondísima (*)

Andrea López Monroy

 

Cuántas horas, cuántos días, cuántos años,      Toña, buscando tu figura sin encontrarla.             Tratando de alumbrar un tiempo imaginario siguiendo cada paso de tu vida […] un espacio mitad soñado, mitad vivido.

   Joel Carazo, Pauta,                         “Caleidoscopio de Toña la Negra” 

 

 

“Cuando estoy en escena ni veo nada. Sólo pienso en la canción que interpreto y me hundo, me entrego, me olvido, vuelvo a vivir mis cosas”, confió Toña la Negra a Cristina Pacheco dos años antes de su muerte. Estas palabras confirman lo reservado de su carácter y el profundo sentimiento que imprimía a cada canción, rasgo personal que le permitió motivar las emociones más profundas de sus escuchas. La mayor parte de su vida transcurrió entre bambalinas, frente a un público que disfrutó verla y escucharla cantar las composiciones del momento con su inigualable voz. Los telones cubrieron los detalles de su ciclo vital, alrededor del cual se han construido infinidad de mitos. La mezcla de talento, misterio y circunstancias la convirtieron en una de las figuras más populares de México y de Veracruz, su terruño.

Raíces de una gran intérprete 

Antonia del Carmen Peregrino Álvarez nació en el puerto jarocho el 2 de noviembre de 1912, según consta en el acta de nacimiento número 168 expedida el 31 de enero de 1920 por la Oficina de Registro Civil. Este documento consigna que sus padres habitaban en la calle Doblado (predio Villa Verde, interior 6), en el legendario barrio de La Huaca. La infancia y adolescencia de Toña se desarrolla en este territorio, considerado arrabalero por ubicarse en la antigua zona extramuros de la ciudad. Al correr de los años se convirtió en una de las más importantes reservas de la cultura popular. De la lectura de su acta de nacimiento se desprenden las primeras hipótesis acerca de su vida: fue registrada varios años después de haber nacido, situación que parece normal si recordamos los conflictos sociales y la inestabilidad institucional de aquella época revolucionaria. Se antoja deducir que fue registrada con la finalidad de contar con un documento que acreditara su origen y edad, e inscribirla en la escuela. A sus ocho años era necesario que aprendiera a leer y escribir, que cursara grados escolares mínimos para enfrentar los difíciles retos sociales de ese periodo turbulento. Antonia del Carmen Peregrino Álvarez nació en el seno de una familia proletaria. De origen haitiano, su padre, Timoteo, trabajaba como abridor de contenedores en la aduana, integrado a un gremio organizado que más tarde se convertiría en sindicato; fue miembro fundador de esa agrupación. Daría, la madre de la Sensación jarocha, vivía dedicada a las labores del hogar y al cuidado de sus tres hijos (Doroteo, Antonia y Manuel). Cuando las actividades cotidianas terminaban, la extensa familia se reunía (incluyendo a dos tías paternas de Toña) para cantar y hacer música: Timoteo y Manuel tocaban la guitarra, Daría cantaba y Doroteo ponía ritmo con los bongós y las maracas. Considerando la disposición habitacional de La Huaca (de casas hacinadas) no es difícil imaginar a los vecinos acercándose a escuchar la trova de los Peregrino, sumando sus voces a las de ellos, o bien participando con algún instrumento. Este convivio todavía es característico de los habitantes de esta zona de la ciudad, a quienes distingue su particular forma de ver la vida; de sus estrechos callejones han salido músicos, bailarines y toda clase de artistas identificados en otros espacios geográficos gracias a su carácter desenfadado, a su alegría (real o aparente) y a la empatía que, sin rodeos, establecen con los demás. Son, en verdad, genuinos habitantes de Jarochilandia. Diversos autores (entre los que destacan Francisco Rivera Paco Píldora) han escrito páginas memorables sobre el singular ambiente de La Huaca. Observan en particular los minúsculos cuartos que forman las vecindades donde todos habitan como si fueran miembros de una misma familia. Comparten un solo baño y el espacio para lavar la ropa, que bien puede compararse con el diván psicoanalítico, ámbito ideal para hablar de las penas amorosas o de los problemas familiares, impar para comentar la vida de los demás, ante la imposibilidad física de guardar los secretos. Ahí las historias personales son inevitablemente compartidas.  En ese ambiente bullanguero, las tardes musicales de los Peregrino Álvarez no podían pasar desapercibidas. Una familia que tocaba para que los demás bailaran o cantaran cubría las expectativas de la comunidad vecinal. En esta actividad plena de esparcimiento, Toña pasó los primeros años de su vida, inmersa en un ambiente musical con la inclinación hacia el canto heredada de sus progenitores, alentada por su círculo de amigos y vecinos. A pesar de la alegría que los motivaba a hacer música, la vida de los Peregrino Álvarez no fue sencilla; enfrentaban las carencias de una familia numerosa sostenida por el raquítico salario del padre, lo cual no impedía que concurrieran a eventos sociales en los que la voz de la pequeña Toña era el centro de atención. Escenas que seguramente moldearon su carácter y la dotaron del arrojo necesario para superar obstáculos y desencuentros. En 1914 (sólo dos años después de que naciera) el puerto fue invadido por las tropas norteamericanas. Como es sabido, en el marco de la compleja problemática que vivía el país, barcos de guerra arribaron de manera inesperada a Veracruz. Los marines tomaron los edificios más importantes, por lo que la heroica defensa de la ciudad estuvo a cargo de un puñado de cadetes de la Escuela Naval Militar y de sus profesores, así como de valerosos ciudadanos que no dudaron en arriesgar su vida frente a un enemigo superior en número y en armamento. Considerando su ubicación territorial y condición social, es posible que entre los defensores de Veracruz participara Timoteo Peregrino; de cualquier forma, lo que resulta indudable es que este suceso histórico afectó la vida cotidiana de la familia.  En 1922 otro gran acontecimiento se gestó en los estrechos pasillos del barrio de La Huaca. Cuando la Negra Peregrina tenía diez años, surgió el Movimiento Inquilinario liderado por Herón Proal, protesta social contra la explotación que ejercían los propietarios de cuartos y casas, aprovechando la gran demanda de espacios para vivir. En aquel entonces, los patios de vecindad estaban integrados por varios cuartuchos convertidos en pocilgas, resultado del descuido de sus propietarios. Lejos de darles mantenimiento, los arrendadores obligaban a los miserables moradores a pagar exorbitantes cantidades que superaban en mucho el salario. El descontento no tardó en convertirse en manifestación popular y uno de los organismos que participó activamente en las protestas fue el Sindicato de Cargadores y Abridores del Comercio, agrupación de la cual, como ya se dijo, Timoteo Peregrino era un destacado miembro. Como en muchos otros aspectos de la vida de la cantante, no se ha documentado (acaso por falta de fuentes) cómo su familia superó esa difícil época que seguramente implicó cambios radicales.  Fue en aquellos agitados años cuando Toña ganó su primer concurso de canto. Hacia 1923, la compañía de cigarros “El buen tono” (cuyos propietarios eran también de la estación de radio xeb) regalaba equipos radiofónicos a cambio de cajetillas vacías. Así, en el marco de sus promociones comerciales, lanzó una convocatoria para participar en un concurso. Ella triunfó pese a competir con cantantes aficionados adultos. La virtuosidad que poseía su timbre fue la base de su éxito; su voz llamó la atención de quienes la escucharon, aunque le faltaba madurar y acumular las experiencias que le permitirían vivir intensamente cada canción.  En su adolescencia, Antonia del Carmen participó en las serenatas que su hermano Manuel interpretó con Ignacio Uscanga Matías, con quienes cantó eventualmente. La época estuvo marcada por el arribo a Veracruz del bolero cubano y por la influencia de la industria radiofónica. Este ambiente es recreado fielmente por el talentoso e inigualable cronista Francisco Rivera Paco Píldora, cuya atinada pluma nos muestra el ayer de La Huaca con sus noches convertidas en alegres bailes animados por voluptuosas jarochas:

Quien a tus patios volviera,

y en la noche veraniega,

se enredara en la refriega

de una bullanga rumbera.

Viejo barrio de La Huaca,

largas siestas en hamaca,

con abanico y guitarra, y

una mulata que embarra

sus senos como maraca.

Al referirse a este asentamiento urbano, Francisco Rivera aludió en reiteradas ocasiones a los incontables cantantes y grupos musicales que se formaron en sus callejones: el Cuadro Estrella, Nacho Uscanga, Félix Bolaños, etc. La música del Trío Matamoros dispersada por la brisa desde alguna ventana de La Huaca y otras notas llegaron indudablemente a los oídos de la joven Toña, que disfrutaba de los nuevos ritmos provenientes de la otra orilla del Golfo de México. Seguramente entonó con su voz melódica las innovadoras canciones para el deleite de sus paisanos. A través de los versos compuestos por el popular decimero Paco Píldora sabemos que la Negra Peregrina, siendo aún jovencita, participó en una función de gala en el teatro Principal, a beneficio de la Cruz Roja. Acompañada por el Cuadro Estrella interpreta “Longina”, emblemática canción cubana de Manuel Corona que, de alguna manera, retrata el don fundamental de Toña: “Y es la cadencia de tu voz tan cristalina, tan suave y argentada de ignota idealidad, que impresionada por todos tus encantos, se conmovió mi lira y en mí la inspiración”. Como bien lo indica Francisco Rivera, en aquellos años, la cantante mostraba ya el privilegio de su voz y lucía los rasgos de su juvenil belleza, característica de la clásica mujer jarocha. El ambiente cotidiano la moldeó; ella supo absorber de su barrio pobre “las interminables rumbatas y alegrías […] pregones de los vendedores y cantares montunos al compás de las caderas que marcaban el chancualeo de mezclillas y nansures en lavaderos y bateas, y rodaban chismes y cuentos que despertaban carcajadas maliciosas”.

… continua

(*) Publicado en Personajes populares de Veracruz,     Félix Báez-Jorge (coord.), Gob. Edo. Veracruz / Sec. Educación Edo. Veracruz / Universidad Veracruzana, México, 2010.  

 


Revista # 9 en formato PDF (v9.1.0):

Fandangos de velorio en San Juan Guichicovi

La Manta y La Raya # 9                                                                         marzo 2019 ___________________________________________________________________________ Fandangos de velorio en San Juan Guichicovi e intentos de prohibirlos en el siglo XVIII 

 

Transcripción Alvaro Alcántara López Centro INAH Veracruz

 

Nota de los editores

Para finales de los años noventa del siglo pasado muy pocas personas sabían que en el municipio ayuukjä’äy (mixe) de San Juan Guichicovi, Oaxaca se tocaba una música de cuerdas emparentadas de algún modo con el son jarocho. Sin perder de vista el trabajo que desde el entonces INI (Instituto Nacional Indigenista luego convertido en CDI) se realizó en la región, el Programa de Desarrollo Cultural del Sotavento en colaboración con la Unidad Regional de Culturas Populares de Acayucan fueron determinantes en dar a conocer las prácticas musicales que aún se practicaban en aquel municipio. Los fonogramas Jaraneros de Guichicovi y Sones Indígenas del Sotavento ayudaron a difundir en la región el hermanamiento de la música de la zona mixe baja con las distintas prácticas musicales de la región jarocha sotaventina. Dichas conexiones históricas (económicas, sociales, culturales) pueden advertirse ya en la célebre relación de Miguel del Corral de 1777, en la cual se pone en relevancia la vocación comercial y de arriería de los mixes de Guichicovi y su función en el comercio inter regional entre sureste novohispano, Istmo de Tehuantepec, el sotavento veracruzano y el altiplano central. Uno de los elementos que más han llamado la atención de los instrumentos que subsisten en Guichicovi, además de las bandolas han sido el marimbol y el cántaro como instrumento de percusión. Deseando contribuir al conocimiento de las músicas que se tocan en San Juan Guichicovi, Oaxaca presentamos el extracto de un documento que encontramos en los archivos coloniales, donde queda de manifiesto la antigua costumbre de realizar (pese a las prohibiciones de obispos y curas) fandangos de velorio (velaciones) acompañados de música de cuerdas. 

 

Excelentísimo Señor:

El cura de San Juan Guichicovi en cumplimiento del (sic) superior orden de vuestra Excelencia, que en oficio de 18 del corriente le ha hecho saber el alcalde mayor de esta provincia de Tehuantepec, hace a vuestra excelencia informe de todo lo acaecido con Miguel Fabián, y las resultas que de ello se han seguido, de cuya preliminar servirán las siguientes palabras, que se hallan en la Segunda Providencia de la santa visita que de este curato celebró mi ilustrísimo prelado: “Y mucho menos, se permitirá por el padre cura que con motivo de velar a los angelitos difuntos se tenga baile y función en la casa ni tampoco con pretexto de hacer velas a los santos, pues no dice bien con la santidad de nuestra sagrada religión. Y con superior razón se prohíben enteramente los bailes y danzas en la iglesia bajo la pena de excomunión mayor y apercibimiento de proceder al castigo que haya lugar.” Habiendo pues presentándoseme (sic) dicho Miguel Fabián me mostró un escrito en que declara ser en su poder 14 pesos que de limosna había colectado para el camino del Santuario del señor de Esquipulas [Guatemala] con ánimo de aumentarlos hasta poder construirla en su pueblo una ermita, lo cual alabé su piadoso afecto. E insinuándome que el presente año no había podido ir a la fiesta del señor [de Esquipulas, Guatemala] que se celebraba el 15 de enero, por lo que quería hacerle una novena que terminase día dicho día 15. Me ofrecí a instruir al sujeto que había de recitarlas en el modo con que debía hacerla. Y entonces le amoneste la primera vez paternalmente que, si la novena se había de reducir a saraos y embriaguez, en lugar de agradar a Dios, tendría un gran demérito ofendiéndolo. Pasados otros tres días, teniendo denuncia de que uno de mis feligreses llamado Enrique vivía [_____] con una cuñada suya, salí de noche después de la cena, asociado del padre vicario don José Meneses, de otros familiares y de los topiles de la iglesia y sacristán sin pedir auxilio de la república [de indios], por la experiencia que tengo de que habiéndolo hecho en otra ocasión se malograba el intento. Y no hallando en la casa ni al citado Enrique ni a la mujer, uno de los topiles nos acordó que Miguel Fabián estaba en su vela y dirigiéndonos a su casa hallamos en ella música y multitud de gente de ambos sexos que, no pudiendo abarcarlos la casa, estaba muchos parados en la puerta. Quitele (sic) la vihuela al que tocaba y, despachando a todos los circunstantes a que se fuesen a dormir a sus casas amoneste segunda vez a Miguel Fabián se abstuviese de semejantes desórdenes, previniéndole los tenía prohibidos mi ilustrísimo prelado y conminándole de que en otra ocasión procedería a ponerlo en la cárcel.  El siguiente día iba en compañía de un Juan Ignacio, que sabe leer, para que a éste le enseñase cómo había de hacer la novena, contestele (sic) haciéndole la tercera munición diciéndole que no daba licencia para semejantes de las velas. 


Revista # 9 en formato PDF (v9.1.0):

 

Los lamelófonos afrocaribeños

La Manta y La Raya # 9                                                                         marzo 2019 ___________________________________________________________________________ Los lamelófonos afrocaribeños                                           una nueva revisión organológica

Francisco García Ranz 

 

 

El siguiente texto es un extracto de la introducción del ensayo en proceso “Los lamelofonos afrocaribeños, una nueva revisión organológica”. 

Tanto en la literatura especializada sobre el tema, como en la museografía mundial se han utilizado los términos ‘kalimba’, ‘sanza’, y más recientemente ‘mbira’, para nombrar de manera genérica a una de las familias de instrumentos musicales más importante y original del continente africano. Los lamelófonos, instrumentos musicales cuyo sonido se genera por la vibración de láminas o lengüetas delgadas hechas de metal o madera, son propios y forman parte de la cultura de diferentes pueblos (etnias) del África subsahariana;(1) se conocen en una importante variedad de formas y tipos locales. Hasta donde se sabe, la evolución de los primeros lamelófonos (objetos sonoros elementales) hacia instrumentos con estructura y tecnología compleja, ocurre solamente en África. Junto con los desarrollos locales afrocaribeños –una nueva rama de la familia que se visibilizan en el Caribe hacia finales del siglo XIX y principios del XX–, los lamelófonos representan dentro de la Clasificación General de los Instrumentos Musicales, una categoría organológica específica dentro del grupo de los idiófono, y en principio considerada exclusivamente africana.

…. continua  


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Las cuerdas

La Manta y La Raya # 9                                                                         marzo 2019 ___________________________________________________________________________

Las cuerdas

Parte de la música popular de los pueblos del Sotavento, fue la ejecutada con instrumentos de cuerdas, entre los que se contaban jaranas de diferentes formas y tamaños, guitarras de son, punteadores y violines. Instrumentación con la que se hacia la música que cubrían las necesidades festivas o ritualistas de cada comunidad: sus fiestas, sus decesos, sus rituales y los festejos más importantes de la comunidad. Encordar los instrumentos era complejo en los tiempos pasados, debido a que no se conseguían las cuerdas con mucha facilidad, sobre todo los músicos de las comunidades más apartadas del pueblo, ya que las traían los arrieros procedentes de Puebla o Michoacán, quienes por lo regular llegaban coincidiendo con las fiestas tradicionales de los pueblos a surtir las tiendas de cada lugar o a exponer su mercancía al público para su venta. Estas cuerdas usadas por los músicos de aquellos años eran de tripas de cordero que hacían con diferentes grosores, las tiendas grandes las adquirían por gruesas y la vendían al músico por docenas o medias docenas, porque su tiempo de utilidad era corta, ya gastadas disonaban, los ancianos decían “ya desdicen”, además servían para tres o cuatro huapangos bien tocados de aquellos ayeres y luego se reventaban. Había que untarles aceite para que no se resecaran y de protegerlas porque las cucarachas se las comían. En algunos lugares se aventuraron a fabricar las cuerdas con hilos entorchados de la planta llamada rabo de gato o cola de zorro, de ahí se sacaba una fibra fina y resistente, cuyas hebras de hilo se entorchaban para obtener el grosor deseado, aunque no muy largas, otros intentaron hacer sus propias cuerdas con las tripas de los gatos porque se decía que aguantaban más el tirón. Hasta los años treinta todas las cuerdas eran de tripa, muy semejante a la usada en la instrumentación de cuerdas europea, las cuerdas de nylon, (polímero descubierto por Wallace Carothers, quien trabajaba para la compañía de explosivos Du Pont en 1935) surgen durante la segunda guerra mundial, cuando la compañía Du Pont fabrica, a petición especial de un agregado militar del consulado británico, el general Lindeman, hilos nylon para el guitarrista Andrés Segovia, más sin embargo el sonido metálico de dichas cuerdas no agrado al concertista, además de que la mencionada compañía no se dedicaba a la fabricación de este tipo de productos.  Fue el luthier danés Albert Augustine, radicado en Estados Unidos, quien trabajó arduamente para cubrir las necesidades sonoras de Andrés Segovia, creando un material agradable al oído del guitarrista, desde ese entonces todo músico quería obtener las cuerdas empleadas por Segovia y se sustituyen las cuerdas de tripa por cuerdas nylon. Antes que llegaran las cuerdas nylon a la música jarocha, aparecieron las cuerdas romanas que eran de seda recubiertas con un fino entorchado metálico, estas cuerdas al decir de los ancianos músicos, duraban poco porque una vez que se gastaba el metal se desparpajaban y ya no servían, además de que eran más caras y se vendían por piezas. Uno de los problemas que había con las cuerdas de tripa era que no se podían afinar muy alto los instrumentos, ya que no aguantaban la tensión, en comparación con la afinación actual de las cuerdas nylon, pero era algo normal para el músico de campo. Los instrumentos se afinaban bajo, cuidando que la cuerda aguantara la tensión, pero eso llevaba a los cantadores a cantar muy alto, a esa forma de canto se le llamaba abajeño. Hoy los músicos actuales emplean cuerdas nylon porque al bajar la demanda quienes se dedicaban a hacerlas para este fin, abandonaron el oficio en el país, se fabrican en Italia, Francia y Argentina entre otros, pero comprarlas ya representa un lujo muy caro para el músico. Fue así como entendí porque cada músico de rancho tiene sus formas muy particulares de encordar y de afinar su instrumento.

 


Revista # 9 en formato PDF (v9.1.0):

Vaqueros y lanceros

La Manta y La Raya # 9                                                                         marzo 2019 ___________________________________________________________________________ Vaqueros y lanceros

Alfredo Delgado Calderón

 

Durante la Colonia, ni la Antigua Veracruz ni la Veracruz Nueva se bastaron a sí mismas para abastecerse de alimentos. A veces se obligaba a los arrieros a llevar sus propios bastimentos o a transportar granos y harinas gratuitamente, para paliar la escasez. Por tal motivo se repartieron tierras a negros y mulatos libres en los alrededores de Veracruz. Los llanos de Cotaxtla, Medellín y Veracruz eran fértiles, y allí pastaban hasta ciento cincuenta mil cabezas de ganado mayor, mientras que otro tanto bajaba a pastar durante el invierno, procedentes de Cholula, Puebla y Tlaxcala. Este ganado era conducido por vaqueros mulatos; y varios vaqueros más de la Veracruz se empleaban para cuidar el ganado de cuatreros y coyotes (Patiño, 1985). Así, las afueras de Veracruz se fueron llenando de ranchos de mulatos libres, que a cambio de no pagar tributos se alistaban como lanceros para acudir eventualmente a la defensa del puerto. El obispo Alonso de la Mota y Escobar en 1609 mencionaba sobre Veracruz: «es esta ciudad toda de vecinos españoles, tienen muchos negros y negras esclavos y otros muchos libres» y señalaba a las compañías de caballería que acudían a la defensa del puerto «que suelen ser los de todas las estancias, así de españoles como mestizos, mulatos y negros, que usan arma enastada» (Mota y Escobar, 1987:53-54). El arma enastada era la lanza que usaban los milicianos, y que por ello se les llamaba lanceros, pero también era la jara o garrocha utilizada por los vaqueros para acosar al ganado cuando lo arreaban, y la media luna empleada para desjarretar al ganado cimarrón. Esos mismos vaqueros y milicianos vivían en jaros o matas, isletas y manchones de selva que salpicaban los llanos y que sobresalían durante las inundaciones periódicas. Por eso se les empezó a llamar jarochos, aunque la palabra jaro también designaba a los puercos monteses y se cree que era una manera despectiva de llamar a esos vaqueros y milicianos que vivían en estado semisalvaje.  Esa era la vida en los alrededores de la ciudad de Veracruz, pero también en los inmensos llanos del Sotavento. Las tierras bajas de Veracruz eran tierras conquistadas y explotadas, arrancadas a sus antiguos dueños indígenas y dedicadas a la ganadería extensiva. Toda la economía respondía a un sistema centralista cuyo corazón residía en España y giraba en torno a la monarquía. Las comunidades indígenas fueron despojadas de cientos de miles de hectáreas de tierras comunales para entregarlas a los conquistadores o a sus descendientes. Los indios mismos fueron parte del botín; esclavizados durante las primeras décadas de la conquista, fueron moneda de cambio para que llegaran los primeros caballos y vacas desde Cuba y Santo Domingo. Luego, cientos de pueblos fueron dados en encomienda, para que a cambio de prestar servicios personales y entregar sus riquezas a los españoles, les enseñaran las bondades del cristianismo. Al final, la Corona se quedó con el tributo y las iglesias con los diezmos y primicias de las comunidades indígenas.  Eso dio pie para que en el Sotavento florecieran inmensas haciendas de ganado mayor: Corral Nuevo, Cuatotolapan, La Estanzuela, Los Almagres, Jesús del Calabozo, Nopalapan, San Agustín Guerrero, San Nicolás Sacapezco, Santa Catarina de Jaras, Santa Catarina de los Ortices, Santo Tomás de las Lomas, y otras más. Esas haciendas tenían entre cinco mil y veinte mil cabezas de ganado vacuno, la mayoría cimarrón. La mano de obra en un principio fue de esclavos negros y mulatos aunque pronto su mezcla con indígenas dio origen a una casta de hombres libres a los que más tarde se empezó a llamar rancheros y luego jarochos. Como hijos de negros y mulatos no tenían acceso a las tierras comunales indias, pero por ser hijos de indias tampoco heredaban la esclavitud. Esta casta era agrupada con el nombre genérico de chinos, pardos y mulatos, y en ella se incluía también a los zambos, mestizos, lobos y otras mezclas. Desempeñaban trabajos como vaqueros, arrieros, canoeros, carpinteros, zapateros, labradores y demás oficios que en general no querían desempeñar los españoles y que los indios tenían prohibidos. Desde fines del siglo XVII estaban obligados a organizarse en milicias de lanceros para cuidar las costas a cambio de no pagar tributo. Esos pardos y mulatos en los llanos ganaderos representaban hasta el 90% de la población, y en las cabeceras de las alcaldías y parroquias, como Acayucan, Chinameca, Cosamaloapan, San Andrés Tuxtla y Santiago Tuxtla eran hasta el 30 % de los habitantes. Muchos de estos pardos libres vivían en parajes, matas y jaros, donde formaban caseríos temporales, ya que cuando los hacendados o las autoridades pretendían cobrarles derecho de piso simplemente se mudaban de jurisdicción.  Desde el puerto de Veracruz hacia el sur eran los reinos del ganado, pues en 1780 pastaban en los llanos y tierras bajas más de doscientas mil cabezas de ganado vacuno, propiedad de veinte haciendas y de algunos ranchos, comunidades y cofradías. El Barlovento, en cambio, no llegaba a las veintisiete mil cabezas de ganado vacuno y cuarenta mil de ganado lanar. Esa dinámica ganadera que propició el surgimiento de los pardos y morenos libres del Sotavento, estuvo ausente en el Barlovento (AGN, Indiferente de Guerra, v. 23A).  

 


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Los músicos de “Son jarocho con sabor a piña”

La Manta y La Raya # 9                                                                         marzo 2019 ___________________________________________________________________________   Los músicos de                                                                 “Son jarocho con sabor a piña”

 

Claudio Alonso Martínez Sánchez 

Macario Alfonso Domínguez

 

  Son jarocho con sabor a piña. Un acercamiento a la música, sus intérpretes e historia, de Claudio Alonso Martínez Sánchez, es un trabajo de investigación y documentación musical, en donde su autor descubre y documenta un pequeño universo en la región piñera occidental del municipio de Cd. Isla y sus inmediaciones con el municipio de Villa Azueta. Claudio Alonso en su libro nos presenta y nos informa sobre un conjunto de trece músicos de la región, aún en pié, que podemos considerar parte de la “vieja guardia” del son jarocho, como es el caso de don Ricardo Abundio de ochenta y seis años (en 2013), guitarrero de Cujuliapan, Villa Azueta. Otros de ellos nacidos en la década de 1940, como Quintiliano Durán, Macario Alfonso Domínguez, los hermanos Hernández Carlín y los Cook Rodríguez, y un segundo grupo de músicos más jovenes nacidos en los 1950. Entre todos ellos también está Martín Hernández Rodriguez, de 1970. Curiosamente no se registran músicos nacidos en la decada de 1960.   Los testimonios y la colección de fotos que se presentan han sido tomados del libro Son jarocho con sabor a piña.   

 


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Son Jarocho con sabor a piña

La Manta y La Raya # 9                                                                         marzo 2019 ___________________________________________________________________________

Son jarocho con sabor a piña .                           Un acercamiento a la música,                      sus intérpretes e historia

 

Claudio Alonso Martínez Sánchez

Instituto Veracruzano de la Cultura (IVEC), 2017

  Las inmensas llanuras y lomeríos bajos ubicados entre los ríos Tesechoacán y San Juan Michapan, conforman una región característica dentro de la configuración territorial del Sotavento. Los grandes cambios en esta región comenzaron a principios del siglo XX. Primero con la llegada del ferrocarril Veracruz-Pacífico. Poco después, una vez consumada la Revolución vendrá el repoblamiento de esta región con la aparición del ejido y la pequeña propiedad; y a mediados de los años 1920 llega un nuevo cultivo que transformará la vida y el desarrollo de estas llanuras: la piña (ananas comosus), una especie de la familia de las bromeliáceas, nativa de América del Sur. Las extensiones de tierra de los actuales municipios de Ciudad Isla y Juan Rodríguez Clara formaban parte de los extensos hatos de ganado de las antiguas haciendas de Agustín Guerrero y Nopalapan. En el caso del municipio vecino de Tesechoacán (ahora Villa Azueta), en la margen izquierda del Tesechoacán, éste formaba parte de la hacienda de Uluapan. Hasta la fecha la cría de ganado sigue siendo importante en la economía de estas entidades, sin embargo Cd. Isla y J. Rodríguez Clara se han convertido en uno de los mayores productores de piña a nivel nacional (90% de la producción total del estado de Veracruz). Una región en donde el son jarocho y los fandangos campesinos llegaron y florecieron con los nuevos ejidos y en donde también, como en todo el Sotavento, para los años 1970 parecían haber llegado a su fin.   Son jarocho con sabor a piña. Un acercamiento a la música, sus intérpretes e historia, de Claudio Alonso Martínez Sánchez, un trabajo de investigación y documentación musical, en donde su autor descubre y documenta un pequeño universo en la región piñera occidental del municipio de Cd. Isla y sus inmediaciones con el municipio de Villa Azueta. Claudio Alonso nos presenta y nos informa sobre un conjunto de trece músicos de esta región. En la sección anterior Las perlas del cristal de este mismo número de la revista, se presentan fotografías de todos estos músicos, tomadas por Claudio Alonso junto con algunos de los testimonios recogidos e incluidos en su libro. Son jarocho con sabor a piña, comienza presentando a cada uno de los músicos a través de entrevistas realizadas de manera metódica y sobre temas específicos: ‘El gusto por el son jarocho’, ‘Sobre los instrumentos y las maderas’, ‘Sobre los fandangos’, y ‘Sobre las galas y las parrandas’. Con estos valiosos testimonios que recoge Claudio Alonso, es posible acercarnos y tener noticias de las prácticas musicales locales de un pasado remoto (mediados del siglo XX), así como de los instrumentos (jaranas y guitarras de son) y ensambles musicales preferidos de esta región.  Además de incluir y discutir la versada de varios sones jarochos que documenta, Claudio Alonso dedica el resto de su libro a la jarana jarocha y a la guitarra de son. Estas secciones representan, a decir del propio autor, “[…] una introducción a la forma de interpretación del son jarocho de acuerdo al estilo de trece músicos, de probada experiencia, oriundos de Ciudad Isla, Cujuliapan, Mazoco, Tesechoacán, El Ñape, Los Sardos y Palo Blanco, una zona conocida por su producción de caña”. Sobre la jarana jarocha, Claudio Alonso reportar cuatro diferentes afinaciones del instrumento usadas por los músicos jaraneros entrevistados, Delfino y Francisco Cook, Martín Hernández, Ignacio Alonso, Amado Molina y  Víctor García, y también documenta los patrones rítmico-armónicos básicos de jarana de ocho sones jarochos de tarima (El Ahualulco, La Bamba, El Butaquito, El Cascabel, El Colás, La Guacamaya, El Pájaro Cu y El Zapateado), su manera de rasguear en pautado rítmico, y en algunos casos, variaciones de los mismos rasgueos encontradas entre los diferentes músicos.  La última parte del texto está dedicada a la guitarra de son. Aquí Claudio Alonso reporta  las diferentes afinaciones y tonos musicales empleados por los músicos guitarreros Esteban Vargas, Quintiliano Durán, Desiderio Rodríguez, Ricardo Aburto, Luis Hernández y Macario Alfonso, para la interpretación de varios de los sones del repertorio; y además, nos presenta transcripciones musicales, tanto en partitura musical como en tablatura, de líneas melódicas empleadas por estos mismos músicos para los ocho sones, mencionados antes. Las líneas melódicas transcritas están tomadas de las grabaciones de campo que realizó Claudio Alonso de los diferentes intérpretes y que consigna en el disco digital CD  que acompaña al libro. La colección de grabaciones incluye 27 registros sonoros de rasgueos de jarana y 130 registros de “figuras” (patrones melódicos) de guitarra de son de cada uno de los músicos guitarreros mencionados; identificando figura por figura. Todo esto representa no solamente un buen trabajo de documentación, sino que va implícito, como confiesa Claudio, “el objetivo de colaborar con el aprendizaje del género”.  Invitamos a que conozcan el libro Son jarocho con sabor a piña. Un acercamiento a la música, sus intérpretes e historia de Claudio Alonso Martínez Sánchez, un trabajo que sin duda nos aproxima, como escribimos antes, a una región musical con carácter, rica y diversa, por descubrir al interior del Sotavento. Un libro y CD que por varias razones recomendamos ampliamente.

Los editores

 

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