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Instrumentos y saberes

Surinam años 1770

La Manta y La Raya # 15                                                      septiembre  2023 ________________________________________________________________________

Surinam años 1770

Los cimarrones de Boni, el capitán John G. Stedman, Joanna y los instrumentos musicales de los negros africanos.

Francisco García Ranz

 

I  Surinam, la Guyana Holandesa

En los años 1770, un grupo de unos 500 esclavos fugitivos encabezados por el legendario mulato,  de padre holandés, Boni, libraron una prolongada guerra de guerrillas contra los hacendados holandeses en Surinam y su ejército mercenario colonial. La rebelión alcanzó su punto máximo en 1772. Sobre un banco de arena elevado en los pantanos entre Cassipera y el arroyo Barbakulba, los cimarrones habían convertido su aldea Buku (Boucou), al noroeste de la colonia, toda una fortaleza. Durante meses, los ejércitos de los plantadores no pudieron hacer mucho más que mantener a Buku bajo fuego desde el lado opuesto de un profundo canal. En consecuencia el gobernador general de Surinam, Jean Nepveu introdujo dos medidas. En primer lugar, el gobierno compró un contingente de 300 soldados de la población esclava. A este cuerpo de combatientes llamados “Neeger Vrijcorps” (“Black Rangers” o “Cazadores Negros”) se les encomendó el deber especial de localizar y destruir primero el fuerte Buku del clan Boni y luego otros pueblos cimarrones. Una segunda medida introducida por Nepveu fue la extensión de las tropas europeas en la colonia. Envió por un contingente extra de 1200 soldados de Holanda.

El Cuerpo de “Cazadores Negros”, el cual luchó desesperadamente contra los cimarrones, resultó ser un éxito: descubrieron un camino que conducía a Buku bajo la superficie del agua y su contribución a la toma de esta fortaleza en septiembre de 1772 fue de crucial importancia. Como resultado del éxito de la primera medida, la segunda en realidad se volvió superflua. Nepveu canceló el pedido de las tropas mercenarias europeas, pero el primer contingente de 800 hombres bajo el mando del coronel suizo Fourgeoud se había embarcado ya y se dirigía a Surinam. Cuando llegaron las tropas en febrero de 1773, el gobernador quiso enviarlas de regreso, pero pronto se hizo evidente que, aunque los cimarrones de Boni habían perdido Buku, estaban lejos de ser derrotados definitivamente. Una larga guerra de guerrillas de más de cuatro años estaba por delante. 

En el ejercito de Fourgeoud estaba John Gabriel Stedman (1744-1797), un oficial de la Brigada Escocesa en Holanda con rango de capitán, quien escribe un diario durante su estadía de cinco años en Surinam, el cual será referencia y punto de partida del más famoso libro que se ha publicado sobre el Surinam colonial, así como de las sociedades esclavistas del Caribe. 

En 1777, Stedman y Fourgeoud navegaron de regreso a los Países Bajos. Un año después Stedman comenzó a escribir: Narrative of a Five Years Expedition against the revolted Negroes of Surinam. Durante la Cuarta Guerra Anglo-holandesa (1780 – 1784), la Brigada Escocesa se disuelve y en 1784 Stedman y su esposa holandesa se mudan a Inglaterra.  

… continua

 

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Una aproximación al violín Tuxteco

La Manta y La Raya # 14                                                              marzo  2023 ________________________________________________________________________

Una aproximación al       violín tuxteco

 

Joel Cruz Castellanos

 

 

 

Volver a mirar… 

En el 2012 conocí a don Sabino Toto, violinero de la comunidad de Xoteapan municipio de San Andrés Tuxtla. Fuimos a un acarreo de la Virgen de Los Remedios que salió de San Andrés Tuxtla a Buenos Aires Texalpan. Era un diez de mayo y, después de una estancia en la Ciudad de México, recién regresaba a vivir a Los Tuxtlas. Salí de Santiago con destino a San Andrés, donde había quedado de verme con otros amigos. Se nos había hecho un poco tarde por lo que íbamos con prisa y ya en el camino encontramos la procesión cruzando la carretera, por lo que nos bajamos rápidamente del taxi para darle alcance. El sol estaba en el cenit y todo lo llenaba, mis ojos quedaron deslumbrados por la brillantez que mojaba mi cuerpo, en medio la orfandad de árboles y el olor del asfalto hirviente. 

La Virgen encabezaba el grupo y después de ella iban los cantadores en medio de decenas de sombrillas coloridas que danzaban al sonido de los rezos y el son, entrelazándose con una sincronía casi mágica. Los músicos no se veían pero su música se escuchaba muy fuerte y de entre las sombrillas aparecieron, primero los sombreros y luego los rostros colorados por el calor. El sonido de las jaranas era muy especial, muy diverso, esa es una música que no se escucha comúnmente en los huapangos, encantaba… ¡y sobre todo el sonido de los violines! Eran dos, uno muy pequeño que venía tocando don Ignacio Bustamante y el otro, que no encontré a primera vista, lo venía tocando don Sabino Toto. En algún punto del camino entramos en un arbolada que generó una sensación de frescor en medio de aquel calor incesante de mayo, seguimos caminando y cada que remudaban a la persona que cargaba el nicho de la Virgen se hacía una pequeña pausa en el tránsito. De pronto, cuando comenzamos a caminar de nuevo uno de los violines ya no estaba, solo quedaba don Sabino tocando; él era un hombre mayor, de estatura baja y tocaba un violín grande 4/4 (de 60 cm aproximadamente), su sonido era fuerte y su forma de tocar parecía una hoja que volaba en medio del viento, de tantas vueltas que daba; caminamos con él muy cerca, escuchando, sólo escuchando. De repente se hizo un descanso en el trayecto y nos ofrecieron de tomar pinole. Don Sabino ya se había percatado de mi fija atención y de la nada se me acercó y me dijo: “¿Te gusta la música de violín verdad? ¿Tocas un poco o quieres aprender?  yo aprendí a tocar en un sueño. Un día estaba soñando que estaba en una diversión y de repente mi padrino me decía: ¿Qué estás tocando ahijado? ¿Guitarra? No, lo que tú deberías tocar es el violín, entonces me daba uno y comenzaba a tocarlo, en el sueño él me daba el sonido y el instrumento, al otro día me desperté y fui a Los Pinos y compré este violín que estás escuchando.”

Los Tuxtlas (Veracruz) es una región que se ha distinguido desde la antigüedad, por el uso del violín en sus ensambles instrumentales de música de huapango. Los testimonios de la mayoría de los músicos y bailadores mayores de 50 años de los pueblos tuxtecos coinciden en que el violín era “el rey de los instrumentos”. Su valor residía en las creencias religiosas de las comunidades, al grado de que muchos músicos se rehusaban a tocar si no había por lo menos un violinero en el huapango. Esto sucedía porque existía la creencia de que el violín brindaba protección de la presencia del diablo en el huapango, ya que al tocar el instrumento con el arco, se hace la señal de la cruz. La gente de antes  creía que el diablo se acercaba a los huapangos porque, aunque estos sean de carácter religioso, se encuentra presente la energía negativa representada por los vicios, el alcohol y juegos de azar, entre otros.

Si bien en los últimos cuarenta años el son jarocho ha logrado evadir el riesgo de desaparecer en el que se encontraba hace unos cuantos lustros (gracias a los programas de promoción y reforzamiento de nuestra música, como los Encuentros de jaraneros, talleres y festivales, que han logrado que niños y jóvenes del sur de Veracruz se interesen en la música de jaranas y los huapangos), aún existen algunas expresiones culturales como los estilos regionales, las afinaciones antiguas o los rituales en torno a la tarima, así como la práctica y ejecución de algunos instrumentos como el violín, en los que estos intentos no han sido suficientes, volviendo así forzoso diseñar un proyecto integral que sea impulso para que estos aspectos de la herencia musical de nuestros pueblos se reintegre y perdure.

Durante las últimas décadas del siglo pasado, algunas agrupaciones que tenían como propuesta el rescate de los aspectos tradicionales básicos de la región, intentaron integrar el violín en su música. Sin embargo, el resultado fue la fusión del violín de música de cámara con el de la nueva interpretación de la música regional, generando un violín sonero con un nuevo sonido. La escasez de maestros y de investigación profunda en este instrumento devino en el sencillo desplazamiento del violín tuxteco, por el violín de la música llamada clásica.

Asimismo, en décadas recientes, el violín tuxteco tampoco tuvo gran cabida durante el rescate de esta música ahora en auge, tal vez debido a la escasez de maestros y a que el estilo en que es ejecutado dentro de la música tradicional es “poco virtuoso” y está más emparentado con las músicas indígenas, siendo uno de los instrumentos que más han conservado esta herencia. Otra de las posibles razones para el decrecimiento del interés hacia este instrumento, es su difícil adaptación en la laudería moderna. El violín de la música tuxteca difiere en gran medida de las plantillas estándar de los violines de concierto, los constructores cuentan con un universo de plantillas que son muy particulares en su mayoría han sido heredadas o inventadas por ellos mismos. La ejecución se detuvo en el tiempo y el instrumento  se sigue recargado sobre el pecho.

De esta manera, el sonido del violín en la música de huapango no es tan “mejorable” (con “mejorable” me refiero a que es un instrumento que desde su construcción hasta su ejecución se ha quedado suspendido en el tiempo, es un instrumento rústico, de poco volumen, que cuesta trabajo de aprender a construir y a tocar), como aquél de los instrumentos de cuerda percutida (por ejemplo, las distintas jaranas), los cuales pudieron fácilmente insertarse en el mercado a través de los talleres de son actual, que fueron la plataforma a través de la cual la mayoría de las personas que tocan son aprenden en los tiempos actuales. Por otro lado, el cambio en la creencias religiosas en las comunidades fueron transformando las prácticas rituales y las formas de celebración de las personas, habiendo un cambio de la religión católica (que está relacionada profundamente con el calendario agrícola), por las nuevas religiones protestantes:testigos de Jehová, séptimo día,  etc.

 Uno de los referentes más importantes en mi cercanía al violín tuxteco ha sido el trabajo de Héctor Luis Campos Ortiz, un gran amigo de Santiago Tuxtla y quien fue al primero al que escuche tocar el violín y quién también, desarrollando instrumentos, ha sabido encontrar un equilibrio entre las prácticas de laudería tradicional y las técnicas de laudería clásica, pero que sobre todo se ha encargado de mantener la presencia de este instrumento en muchos de los espacios musicales de mi comunidad. 

Los violines tuxtecos

Los violines tuxtecos son generalmente pequeños, más parecidos al rabel que al violín sinfónico, aunque en nuestra región no se le conoce con este nombre, aquí se le llama violín o yigui yigui. El violín tuxteco se construye por medio de la técnica de vaciado, generalmente se hacen de cedro, aunque en la actualidad la crisis que sufre la madera de este árbol ha hecho que los constructores exploren la sonoridad de otras maderas, como el nacaxtle o palo cuchara. Algunos fabricantes prefieren hacerlos de raíz de cedro, particularmente de los árboles de laderas. Los violines también se fabrican de las costaneras, que son las partes externas de árbol, éstas son consideradas basura puesto que los aserradores utilizan el tronco. Las costaneras facilitan mucho el trabajo de construcción del violín pues tienen una curvatura natural que les simplifica el tallado del fondo exterior del instrumento. Los violines se confeccionan de una sola pieza, es decir, que la caja de resonancia y mástil se construyen del mismo bloque de madera; la tapa, el diapasón y las clavijas se hacen de bloques independientes. Los carpinteros están acostumbrados a trabajar con herramientas de mano, como el machete, el birbiquín (berbiquí), la gurbia, escofina y el formón.

Aunque existe más o menos un concepto regional en las plantillas de los violines tuxtecos, cada constructor cuenta con sus formas particulares. Incluso, podemos decir que estos patrones se asocian según sus especificaciones con una u otra comunidad. En este sentido es frecuente que los tocadores reconozcan la procedencia del violín por su plantilla. El puente generalmente se fabrica de cedro porque se dice que éste conduce mejor el sonido, aunque también algunos constructores, como don Ignacio Bustamente, utilizaban el cuerno del toro. En la actualidad también se hacen de chagani o de maderas más duras como el cocuite, sin embargo, suele suceder que los violineros después de un tiempo de experimentar regresen a los puentes de cedro, ya que se piensa que es el que mejor suena.

El cordal se construye de cuerno de vaca y se amarra al botón con alambre de cobre o de lo que tengan a la mano. El diapasón también se hace de cedro. En los tiempos de antes se utilizaban pegamentos orgánicos como el sacte o algunos realizados a base de harina y plantas, pero actualmente se utiliza el resistol comercial para pegar las partes. El clavijero y la voluta son elementos ornamentales que distinguen al constructor, cada uno tiene su estilo particular para tallar la madera, hay quienes los realizan muy detallados, también quienes lo hacen un poco más sencillos.

Existen tres tamaños de violines: el requinto que mide entre 47 y 48 cm de longitud, con una caja  que mide 25 cm de largo; el violín segundo mide 56 cm de largo y su caja mide cerca de 32 cm; y el violín tercero que tiene las medidas de un violín 4/4 occidental.

Los arcos se construyen con madera de guásimo, aunque también los hay de cedro. El material que se usa para las cerdas es crin de caballo, los constructores se inclinan por las de color negro, aunque es difícil conseguirlas, por lo que  también se usa la crin blanca. La brea que se usaba tradicionalmente se hacía de sangre de palo mulato, se cosechaba la sangre y se hacía una bolita que se aplicaba en el pelo del arco.

En la actualidad quedan muy pocos constructores de violines, éstos se han ido acabando, por causas naturales y también porque no ha existido un relevo generacional con los jóvenes de sus comunidades. La mayoría de estos saberes se han quedado resguardados al interior de las comunidades rurales de Texcaltitan, Xoteapan, Buenos Aires Texalpan, Ohuilapan y Santiago Tuxtla. Los constructores que aún hacen violines son don Rodolfo Cobix y Eulogio Temich en la comunidad de Texcaltitan, Gaudencio y Santiago Escribano de Ohuilapan, ambas comunidades del Mpio de San Andrés Tuxtla; Héctor Luis Campos Ortíz de Santiago Tuxtla es quien a logrado encontrar un equilibrio entre la técnica tradicional de construcción y la técnica de laudería clásica, en épocas recientes también el constructor Julio Blas del mismo municipio ha comenzado a hacer violines. Sin embargo existen numerosas referencias de constructores entre los que podemos destacar a Carlos Escribano, Benito Juarez, Mpio. de San Andrés Tuxtla, Chemali Perea, Francisco Cadena, Feliciano Sinaca de Santiago Tuxtla, Nacho Bustamante, Felipe Bazán en Cerro Amarillo, Pablo Gómez de El coco y  Artemio Morales en Tescochapan.

La afinación y el encordado

Los violines tuxtecos tienen una afinación muy similar a la que se utilizan en los violines de cámara, la tonalidad depende de la altura a la que esté templada la música. En las comunidades de Buenos Aires Texalpan y Texcaltitan ubicamos una región sonora con una afinación en particular. De hecho, esta templanza corresponde a varias comunidades de San Andrés y me parece que tiene que ver con el uso del violín y la llamada media guitarra. La afinación es: Mi5–La4 –Re4–Sol3; mientras que en otros lugares como Santiago Tuxtla se afina más grave, una nota menos en relación a San Andrés, queda  Re5–Sol3–Do4–Fa3. Sin embargo, el hecho de que esta afinación coincida con la del violín clásico tiene implicaciones distintas en su ejecución, pues se utilizan solamente ciertas “posturas” «por mayor» o «por menor». Cuando el violín está afinado en Mi–La–Re–Sol (afinación del violín clásico) la postura «por mayor» equivale a la digitación de Re y cuando está siendo tocado por tono «menor» resulta equivalente a la digitación de Sol. 

Existe en el imaginario la idea de que el violín se afina como si fuera una guitarra de son y de hecho la idea no está tan errada. En realidad, se afina como una guitarra de son pero invertida, es decir, de abajo hacia arriba. Está es una especie de técnica pedagógica que los tocadores han desarrollado para poder enseñarle a los jóvenes los primeros pasos del instrumento y, es que las posturas del violín coinciden con las posturas de la guitarra de son.

En tiempos pasados o al menos en los primeros contactos que tuve con violines a principios de los 90 del siglo pasado, la mayoría utilizaban cuerdas nylon, de ese monofilamento azul que generalmente se usa para la albañilería o la pesca, la única cuerda que se utilizaba de metal era las mas aguda a la que comúnmente le llamaban “acero” y esa se la ponen (porque a la fecha sigue usándose) de una cuerda primera para del set de acero para guitarra sexta. Conforme fue pasando el tiempo se comenzaron a utilizar cuerdas de violín de las que se encontraban en las tiendas comerciales de San Andrés Tuxtla.

No se ha ido del todo

Aquel día de mayo que conocí a Sabino Toto marcó un antes y un después en mi vida, me llevó por un lado a establecer una relación muy cercana con él y, al mismo tiempo, con don Ignacio Bustamante y su familia, abriendo una ventana a un mundo que estando tan cerca, me era desconocido. En mi afán por aprender a tocar el violín comencé a asistir a muchos velorios de la Virgen de Los Remedios y a distintas celebraciones en sus comunidades. De manera constante y mediante la convivencia en la tarima y otros espacios logramos construir lazos muy fuertes de amistad y en mí nació un amor profundo por el violín y tuve la capacidad de notar su papel como agente integrador en la región. Desde entonces he decidido contribuir en lo que mis posibilidades me dan a que este instrumento se mantenga vivo en nuestros pueblos y también la memoria de mis amigos y maestros. Si bien el sonido del violín tuxteco se ha ido con cada uno de los músicos que se nos han adelantado, no se ha ido del todo y confío en que poco a poco se le escuchará de nuevo en el espacio sonoro de las montañas tuxtecas. 

 

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Registros de laudería antigua III 

La Manta y La Raya # 13                                                        septiembre 2022 ________________________________________________________________________

Registros de laudería antigua III 

 

Ruy Guerrero

 

 

En esta tercera entrega, es un placer tornar la mirada a otra de las vastas regiones culturales de Mexico. En particular presentar dos instrumentos originarios de la región de Tierra Caliente, Michoacan. Obras de un afamado constructor. Mucho se habla de él, originario de San Juan de los Plátanos, es para muchos, innegable referencia. Seguramente son numerosos los instrumentos de su autoría que persisten. Aun así, pocas son las publicaciones y registros sobre sus instrumentos. Presentamos una breve muestra de las hábiles manos del maestro Luis Espinoza Magaña “El Jalmiche”, quien fue constructor de arpas, guitarras de golpe, vihuelas y violines.

Sirva esta breve muestra como invitación al estudio profundo a este tipo de instrumentos y en homenaje a constructores como Hermelindo Rios Magaña, Epifanio Magaña, Jerónimo Tapia, Jose Luis Sanchez, Miguel Cuevas, Ruben Cuevas, Manuel Perez Morfín, Fernando Mendoza Madrigal, Pedrizo Ricos, Refugio Landa Sanchez, Dolores Gomez “Don Lolo”, y en especial a don Mariano Espinoza, hijo de Luis.

Vihuela; 1980, Luis Espinoza Magaña,                                                             San Juan de los Plátanos, Michoacán.

Instrumento cordófono de 5 cuerdas dispuestas en 5 órdenes simples. En excelente estado de preservación y sin modificación alguna, el instrumento cuenta con 2 barras simples debajo de la tapa, de elegante silueta y ornamentación sobria y discreta. El fondo y los aros son de triplay de cedro rojo, tapa de taco, puente y brazo de madera sólida de cedro rojo, diapasón de bálsamo, clavijas de encina y rejilla superior de ébano.

El mango es corto (correspondería a un brazo de 11 trastes a la caja), tiene una inclinación positiva respecto al plano de la tapa. Este elemento es consistente en varios de los instrumentos de Espinoza. Esta característica es visible en vihuelas y guitarras de golpe. Resalta el tallado del brazo:  una sola pieza de madera en corte tangencial con líneas sencillas que unen palma, mango y tacón.  La presencia de solamente 3 trastes elaborados de doble filamento sintético, indican una concepción rudimentaria del instrumento, posiblemente dedicado a la interpretación rasgueada y armónica de piezas sencillas con pocos acordes.  Otro elemento interesante es la presencia de un filete externo que enmarca tapa y fondo. Esta es una particularidad de algunos instrumentos de Jalisco y Michoacan, sobre todo vihuelas, guitarras de golpe y guitarrones. Al respecto, resultaría interesante el estudio de este elemento y las posibles vetas de información que podrían derivar de ello.

El instrumento no ha sufrido ninguna modificación desde su adquisición en 1980. Colección particular. 

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Arpa Grande; 1980, Luis Espinoza Magaña,                                                      San Juan de los Plátanos, Michoacán.

El instrumento se mantiene en estado prístino, se preserva tal cual lo elaboró el autor. Presenta algunos deterioros, mismos que evitan su actual uso. Resaltan las rajadas en la segunda boca de la tapa (en la zona de cacheteo o tamboreo) y en el diapasón. Se trata de un arpa grande de 35 cuerdas con caja de resonancia tipo vaso elaborada de una sola pieza de triplay delgado de cedro.

El instrumento preserva las siguientes características. Resalta en primer lugar que las cuerdas no son paralelas. Tomando como referencia la vertical del mástil, el ángulo de las cuerdas se hace más agudo de los trinos a los bordones. En segundo término, resalta el uso de clavijas de madera. A diferencia de muchas arpas modernas, o modernizadas, la clavija funciona a su vez como limite de la cuerda vibrante, ademas que determina la alineación y espacio entre cuerdas.

El diapasón presenta una inclinación calculada (obsérvense las fotos cenital y nadiral) y que prevé la acción tirante de las cuerdas.

Varias de las características de este tipo de arpas, resultan en una ventana histórica a  la organología de arpas novohispanas.

Elementos tales como la presencia de bocas en la tapa (véanse ejemplo de arpas tradicionales de Peru, Venezuela y arpas como las empleadas en San Juan Chamula y la de la danza de Moctezuma en la huasteca Potosina), la carencia de botones para fijar las cuerdas entre otros elementos. Arreglos como este son cada vez menos comunes debido a la influencia de sistemas mas modernos que agregan a las arpas mexicanas, pivotes de acero e incluso elevadores para modificar la afinación.

Al igual que en otros ejemplos, en particular uno de autor anónimo usado por la agrupación Los Madrugadores de Chon Larios, el diapasón se inserta en el cabezal de manera excéntrica, siendo centrado únicamente respecto a la caja en el extremo correspondiente al mástil o poste.

Sobre las fotografías presentadas en este artículo se considera que son en su mayoría fotografías de carácter técnico que puedan ayudar a constructores a resolver plantillas, diseños y criterios de construcción a partir de las imágenes. Sirva esta publicación como ejemplo y sugerencia de método para el registro de los instrumentos mostrados.

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Notas

Con relación al término antiguo, agradezco los comentarios que algunos lectores han tenido a bien mencionar que “antiguo” debería comprender un periodo de al menos 100 años. Para el caso de las publicaciones de esta sección, consideramos que si bien los instrumentos señalados no cuentan con esa edad, si lo son sus elementos y características constructivas, resultado de un largo devenir en el que se conservan elementos y características relevantes e históricas.

Para mas información sobre el arpa, instrumentos y música de Tierra Caliente se sugiere la consulta de estas publicaciones: 

Hernandez Vaca, Victor; Martinez De la Rosa, A.; y Martinez Ayala, J.A.; El Arpa Grande de Michoacan, Cifra y Método para tocar arpa grande; El Colegio de Michoacan; 2005; México.

Hernandez Vaca, Victor; Martinez De la Rosa, A.; Herrera Castro, M.; y Martinez Ayala, J.A.; Con mi guitarra en la mano, Tablaturas para guitarra de golpe y vihuela; El Colegio de Michoacan; 2005; México.

González, Raul 2009. Cancionero Tradicional de la Tierra Caliente de Michoacan; Universidad Michoacana de San Nicolas de Hidalgo, México.

 

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El burro que ríe y canta

La Manta y La Raya # 12                                                             marzo 2021 ________________________________________________________________________

El burro que ríe y canta

Esbozo antropológico de un                                     instrumento musical:                                                       la quijada equina*

Andrea Berenice Vargas García

 

Pedro Muñoz Sánchez

* Artículo publicado anteriormente en la revista Cuicuilco Núm. 66, pp.25.51, may-ago 2016, ENAH, México.

 

Introducción

La antropología implica, en la mayoría de los casos, una considerable porción de imaginación. La mirada antropológica, como sostiene Pascal Dibie, realiza lecturas analógicas: imaginativas y a la vez razonadas. Esta mirada “se inscribe en una trayectoria, que tiene algo de jubileo y algo de iniciación, hecha de partidas y regresos, de aperturas y callejones sin salida que, en definitiva, trazan nuestro itinerario intelectual y modelan nuestra vida” [Dibie 1999: 118].

El presente trabajo consiste en un ejercicio de imaginación razonada en torno a un instrumento musical sumamente particular: la quijada equina, la cual durante mucho tiempo pasó sin pena ni gloria dentro de los estudios de la música mexicana, ya fueran desde la musicología, la etnomusicología, la historia, la antropología, la etnohistoria e inclusive los estudios folcloristas.(1)

La siguiente descripción —parafraseada de autores como Chamorro [1984] y Contreras [1988], así omo de artículos periodísticos y publicaciones electrónicas— comúnmente suele encontrarse en las breves menciones que se hacen sobre este instrumento, palabras más palabras menos:

La quijada equina es un idiófono constituido por el maxilar inferior de un burro, mula o caballo con las piezas dentarias flojas, que se percute con la mano en acción directa y/o se luden los dientes y las muelas por medio de un cuerno de venado, un palo de madera o inclusive una varilla de metal, cumpliendo así a función de idiófono percutido y de ludimiento. Este instrumento es común en la montaña de Guerrero, la Costa Chica de Guerrero y Oaxaca y en algunas comunidades del Golfo de México, así como en países latinoamericanos y caribeños. Su procedencia presumiblemente es africana.

Es notorio que no existe una concordancia entre el avivado interés que este instrumento tan sonoro y peculiar incita, y lo que se habla y se escribe sobre él.(2)

Por ello, este trabajo tiene como objetivo central ofrecer un esbozo antropológico de la quijada como instrumento musical, para contribuir a llenar algunos huecos entre lo escaso que se ha dicho sobre este instrumento, así como destacar el valor que tiene actualmente en algunas tradiciones músico-dancísticas de nuestro país y rendirle honor a los quijaderos y, por supuesto, al difunto animal.

En este trabajo me dedicaré al apunte de algunas generalidades acerca de la quijada, para más adelante referirme específicamente a una tradición musical en la que cada día las quijadas son más famosas, más protagonistas, en contraste con otras músicas donde este instrumento se oculta, tímido, tras máscaras y danzas: el son jarocho y la Danza de los diablos, respectivamente.

El primero, debido al enorme impacto que ha tenido en la última década —nacional e internacionalmente, y gracias a los medios masivos de comunicación, internet y las redes sociales—, y la segunda, por la fuerza adquirida durante el movimiento etnopolítico por la reivindicación y el reconocimiento de los afromexicanos, específicamente en la Costa Chica.

Antes de comenzar, aclaro que este escrito no tiene la intenci  de hablar de la quijada en s isma (aunque se ha dicho poco y hay mucho por decir), sino como señalara Octavio Rebolledo en alusión a otro instrumento musical, el marimbol:

Lo que nos interesa es la “humanidad” en la que él se ha desenvuelto: las personas y las colectividades que lo han acogido y le han permitido seguir vivo, es decir, sonando a través de los a s […] Podré parecer excesivo, pero debemos reconocer que no nos interesa este instrumento en sí mismo, y que si […] ha motivado nuestro interés es sólo porque lo consideramos expresión de un trozo de humanidad personificada en él.  [Rebolledo 2005: 12-13].

Algunas referencias históricas del uso de la quijada en América

Al parecer, existe consenso uniforme respecto a la procedencia de la quijada como instrumento musical, o al menos a su ejecución, se sostiene que proviene de África. Unánimemente se piensa que la quijada o más bien, los quijaderos fueron traídos al Nuevo Mundo en los barcos esclavistas, repletos de hombres, mujeres y niños de un sin número de sociedades y culturas del Occidente y centro de África, quienes a su llegada a América fueron esclavizados y repartidos a lo largo y ancho de todo el continente.

Para sustentar esa afirmación sobre su origen, habría que recurrir a estudios profundos y sistemáticos sobre la presencia de la quijada en las músicas de África, y más específicamente estudios que ubiquen a ese instrumento en el periodo y espacio de la trata esclavista americana desde el siglo XVI.(3)

Aseverar que la quijada equina como instrumento musical en América proviene de la música africana es un argumento que no considera el hecho de que África no es un continente homogéneo, sino que es sumamente diverso étnica, lingüística, cultural y musicalmente [Mintz y Price 2012]. Esta diversidad conglomerada arriba al continente americano y se mezcla y fusiona con la diversidad nativa, europea e inclusive asiática. Es frecuente que respecto a la llamada “música con influencia africana” se parta de posturas estereotipadas y muchas veces erróneas de África y su musicalidad.(4)

Baste decir, por ahora, que el burro doméstico y algunos de sus antepasados efectivamente provienen de África (Equus africanos asinus, en el nombre lleva la penitencia). Además, un aspecto importante a considerar es que la práctica americana —en el amplio sentido del término— de tocar la quijada es, si no propia sí más usual, y común históricamente en comunidades descendientes de africanos en todo el continente, y por lo general, el que uso de la quijada como instrumento sonoro se extienda entre la población no afrodescendiente (indígena, por ejemplo), se debe al intercambio cultural, como sucede en el caso de México, como se verá más adelante. 

A falta de información sobre el uso de este instrumento en las culturas musicales de África, y más específicamente en aquellas que influyeron en el continente americano desde la época colonial, podría argüirse que más que un instrumento de origen africano, la práctica de ejecutar a la quijada equina como un instrumento sonoro se dio en tierras americanas, como una invención propia de las que más tarde serían las músicas de América. Lo que sucedió entre la aparición y la llegada del burro a nuestro continente —como animal de carga y como instrumento musical— queda sujeto a muchas y aventuradas conjeturas.

En el caso mexicano es difícil hallar referencias históricas que daten de la Colonia sobre la presencia de la quijada equina como instrumento sonoro, ya fuese en música o danzas, por ello, saber quiénes la ejecutaban, en qué momento y en qué prácticas músico-dancísticas es un enigma que quizá pueda develarse con una rigurosa, minuciosa y paciente búsqueda de fuentes y archivos. Sin embargo, en el caso de la quijada en Perú, donde este instrumento goza de vitalidad actualmente, existen registros de su uso que datan de finales del siglo XVIII, convirtiéndose hasta hoy en los registros más tempranos sobre la presencia de la quijada en América [Cornejo 2012].

Nicomedes Santa Cruz [2004: 29-32] le dedica atención a la quijada considerándola como uno de los instrumentos más representativos del “folclor afroperuano”, sobre todo en géneros musicales como el festejo, el panalivio y en el son de los diablos. En sus estudios, así como en los del cubano Fernando Romero [1939], se citan cinco documentos que registran la presencia de este instrumento entre los afroperuanos en los siglos XVIII y XIX. La referencia más temprana corresponde al libro El lazarillo de ciegos caminantes, de Alonso Carri e la Vandera, de 1773: 

Las diversiones de los negros bozales son las más bárbaras y groseras que se puedan imaginar. Su canto es un aúllo. De ver sólo los instrumentos de su música se inferirá lo desagradable de su sonido. La quijada de un asno, bien descarnada, con su dentadura floja, son las cuerdas de su principal instrumento, que rascan con un hueso de carnero, asta u otro palo duro, con que hacen unos altos y tiples tan fastidiosos y desagradables que provocan a tapar los oídos o a correr a los burros, que son los animales más estólidos y menos espantadizos [Carri e la Vandera (1773) 1985: 175-176].

Entre 1782 y 1785, en el Códice Trujillo del Perú del arzobispo Baltasar Martínez de Compa  , una lámina retrata a un miembro de la danza de los diablos ejecutando la quijada (véase fig 1). El 19 de junio de 1791, en el diario Mercurio Peruano [tomo II, f. 122], el articulista José Rosse Rubí confirma la presencia de la quijada y el quijadero en la orquesta de diablos: “Sacan una especie de ruido musical, golpeando una quixada de caballo, ó borrico, descarnada, seca, y con la dentadura movible”. Para 1820 y 1830, el pintor mulato Pancho Fierro deja testimonio del uso de la quijada en sus acuarelas (figs 2 y 3). En 1872 Federico Flores y Galindo constata la presencia del instrumento en un verso de su poema burlesco Salpicón de costumbres nacionales: “van juntos el cajón y la quijada/ que sorda zumba con feroz sonido”.

Estas pocas referencias bastan para mostrar la temprana presencia de la quijada como instrumento musical firmemente consolidado en América, específicamente en el Perú, desde el siglo XVIII al menos.(5)

Algunos investigadores como Santa Cruz, por mencionar alguno, se han aventurado a asegurar que Perú es la cuna de la quijada en América, es decir, de la práctica musical de ejecutarla. Al respecto, si bien existe una histórica relación de comercio e intercambio cultural entre nuestro país —específicamente las costas del Pacífico— y el Perú, afirmar que el “origen”de la quijada en México tiene impronta peruana sería una conjetura un tanto vaga.(6) Considero que tanto en el caso de la quijada como en otras manifestaciones culturales, la búsqueda de supuestas raíces tiende a ser infructuosa.

Una referencia interesante sobre el uso de la quijada equina en Norteamérica puede encontrarse en los diversos carteles de minstrel show de Estados Unidos (véase fig 4). Estos espectáculos cómicos —sumamente racistas— que datan de principios del siglo XIX se caracterizaban por su mofa de la cultura afroamericana del sur de ese país. En ellos se retomaban prácticas culturales para ridiculizarlas, sobre todo respecto a su música, lo que más tarde contribuiría de manera importante en la estereotipación de estas poblaciones sureñas.(7)

En el caso mexicano es difícil encontrar referencias claras sobre la presencia de la quijada equina en el escenario de la Nueva España, e inclusive en épocas más recientes. Una referencia temprana es proporcionada por Hans F. Gadow, naturalista polaco que entre 1902 y 1904 realizó una serie de viajes por el sur de México. En uno que hizo por la Costa Chica guerrerense —región caracterizada históricamente por el cuantioso número de asentamientos afrodescendientes—, describe una danza a la que él mismo nombra “Danza de buscar al tigre”:

Empezó la música; un viejo tuerto y manco tocaba el violín, con el arco sujeto al muñón del antebrazo; aquél hombre representaba la orquesta permanente. Uno de los danzantes tañía una jícara, sobre la que había estirado un pergamino, de cuyo centro salía un palo que, frotado con los dedos húmedos, emitía unos gruñidos. La mujer tocaba unas sonajas y el tamboril en la quijada bien seca de un asno, golpeando y restregando los dientes con una pieza de hierro, y golpeando el hueso con la mano al debido tiempo, de manera que los dientes flojos cascabeleaban [Gadow (1908) 2011: 370].

Este breve repaso por las fuentes históricas hasta ahora disponibles nos permite pensar que el uso de la quijada en América se consolida desde el siglo XVIII, seguramente como resultado de la creatividad e inventiva sí de africanos y afrodescendientes traídos por la fuerza a este continente, que despojados de sus matrices culturales, musicales y dancísticas, optaron por reinventarlas y recrearlas con los medios disponibles a su alcance.(8) Por ello puede aducirse que la quijada y su ejecución como instrumento musical son americanas, específicamente afro-americanas, en el más amplio sentido del término:

La cultura tiene “vida” porque su contenido sirve como un recurso para las personas que la emplean, la cambian, la encarnan. Los seres humanos enfrentan las exigencias de la vida cotidiana por medio de sus habilidades de interpretación e innovación, y su capacidad de manejar el simbolismo usando creativamente sus formas de comportamiento, no petrificándolas. Entonces, completamente al margen del problema de los orígenes históricos, los recursos culturales de los afroamericanos y de las culturas afroamericanas de ninguna manera se limitan a los elementos o complejos que pueden demostrarse de origen histórico africano; tales orígenes son mucho menos importantes que el uso creativo, continuo, que hacen de las formas, sin importar su origen, y los usos simbólicos que se les imparte [Mintz 1974: 19-20, citado en Good y Velázquez 2012: 8].

La quijada hoy

La quijada de burro, mula o caballo (o de burra, mulo y yegua) se ejecuta en varios géneros musicales de Latinoamérica y el Caribe (figura 5): el festejo, el son de los diablos y el panalivio en Perú; la cueca chilota en Chile; en la música rapanui de la Isla de Pascua; en la música garífuna de Belice, Honduras y Nicaragua; en el torbellino de Colombia y algunas músicas isleñas como en San Andrés y Providencia; en el punto cubano; en el son nica de Nicaragua y en la música miskita; en la música con motivo religioso en la región de Veraguas, Panamá; en el candombe de Argentina; en la música de Palo de Mayo y el calipso de países caribeños, entre otras más.

Y según las latitudes se le conoce de manera diferente: charrasca, carachacha, carraca, charaina, mandíbula, kahuaha, carretilla, o simplemente quijada. Significativamente, la mayor  de estas músicas conforman el patrimonio cultural de poblaciones afrodescendientes en el continente americano. En la actualidad, la presencia de este instrumento musical se acentúa con mayor fuerza, no únicamente en expresiones músico-dancísticas tradicionales, sino también en nuevas propuestas musicales —músicas emergentes—, las cuales revaloran el potencial sonoro de la quijada.(9)

En el caso de México, la quijada se interpreta tradicionalmente en dos regiones del país: el Pacífico y el Golfo, en las danzas de los diablos de la monta  de Guerrero y la Costa Chica de Guerrero y Oaxaca, y es muy aclamada en la actualidad en el son jarocho del Sotavento. Para los objetivos de este trabajo abordaré someramente algunas tradiciones músico-dancísticas mexicanas en donde la quijada mantiene un papel preponderante: la(s) Danza(s) de los Diablos de la Costa Chica y el son jarocho. Sin embargo, antes de detenerme en esos puntos, señalar lgunos de los aspectos físicos de este instrumento musical —que antes que todo fue animal y después cadáver— considerando la poca información que se tiene hasta hoy acerca de la quijada equina.

Guía del usuario

Una de las principales razones que dirigieron mi atención hacia este instrumento tan poco usual —al entender citadino— fue su carácter cadavérico. ¡Cuánta inventiva para sacarle riquísimos sonidos y vibraciones prolongadas a la calavera de un difunto jumento! La primera vez que escuché una quijada vibrante de burro, y la primera vez que tuve la oportunidad detener una entre mis manos, llegaron a mi mente un cúmulo de preguntas: su origen, la razón de su sonido, su precio, etcétera. Considero que algunas de estas interrogantes no son del todo impertinentes, así que me permitiré tomarlas de pretexto para guiar la siguiente parte del presente trabajo.

Es difícil saber con certeza cómo se le ocurrió a alguien usar un maxilar de un burro muerto como objeto sonoro. Podría imaginarse (considerando que la mirada antropológica es sobre todo imaginativa) que fue un encuentro casual con una quijada completamente seca y aflojada, un resultado de la curiosidad, la creatividad y de la inventiva, de la imaginación y del deseo de hacer sonar algo, lo que fuera. Este sonido feroz maravilló con seguridad a más de uno, creando así la necesidad de preparar más quijadas para fines sonoros. Nicomedes Santa Cruz narra la manera peruana de volver sonora la calavera del burro: 

Si al fin tenemos la suerte de conseguir una quijada, lo más probable es que no suenen sus molares por conservar, adheridos, entre las piezas y alvéolos, restos momificados de carne. Conviene entonces rociar ron de quemar sobre las muelas y prenderle fuego por unos instantes. Repetir esta operación varias veces y, finalmente, remojarla bien en ron de quemar y dejarla en el techo o azotea para que se seque al sol. Al cabo de varios días de repetir esta última operación, se advertirá que las muelas empiezan a aflojar y al menor golpe sueltan su peculiar sonido [Santa Cruz, 2004: 31].

Otra técnica conocida como maceración consiste en retirar la carne de la mandíbula de burro para después colocar al futuro instrumento en un recipiente con agua hasta que ésta lo cubra por completo. Dicho utensilio deber sentarse en un lugar cálido y el agua deberá cambiarse periódicamente, para que después de un tiempo las bacterias en el líquido se encarguen de descomponer el tejido. Esta técnica afloja ya de por sí la dentadura de la quijada, por lo cual no queda más que exponerla al sol para que quede bien seca.

Con honestidad, para los citadinos convendría más comprar una ya lista para ser tocada, lo que lleva a la siguiente reflexión: el precio. El auge del son jarocho incrementó la demanda de este peculiar instrumento y, por supuesto, su costo. Mientras que en las rancherías de Veracruz, por ejemplo, estos instrumentos se venden entre 200 y 300 pesos, las quijadas ofrecidas durante festivales de son jarocho duplican su valor. Además, en la Ciudad de México su exotismo las cotiza en 700 pesos en promedio, y si se cruza la frontera norte o se consulta por Internet los sitios de ventas en línea se encontrarán quijadas de entre 70 y 80 dólares más gastos de envío. Así que obtener una quijada es toda una inversión,(10) sobre todo para aquellos que no tenemos un rancho o un potrero.

¿De dónde viene ese sonido tan particular de la quijada?, ¿cómo decidirse por una? Al aflojarse las piezas dentarias de la quijada, y al golpear o incluso agitar el instrumento, éstas vibran y chocan en los alvéolos. Para que una quijada suene bien, las muelas no deben estar ni muy pegadas —pues no vibran— ni muy flojas— pues corren el riesgo de salirse. El tamaño de la quijada también determina si ésta sonará más grave o más aguda; algunas son más densas y pesadas que otras, o duras o muy frágiles. El sonido que se genera al raspar la dentadura dependerá del tipo de material con que se efectúe la acción: si es un palo de madera grueso o delgado, un pedazo de hueso, un asta de venado, inclusive una varilla de metal.

También influirá qué tan pareja se encuentre la dentadura del equino, o si se lude de arriba hacia abajo (o de enfrente hacia atrás, dependiendo de cómo se sostenga a la quijada: de forma vertical, con los dientes frontales hacia arriba, o de forma horizontal, con los dientes frontales hacia el frente)o viceversa. En realidad la quijada es un instrumento muy rico y con una gran variedad de sonidos, si uno se esmera en sacárselos. 

Cabe reflexionar sobre las consecuencias físicas y corporales de su ejecución. Personalmente considero que la quijada además de ser maravillosa —musical y conceptualmente— es tan poco higiénica como peligrosa. La quijada efectivamente es un idiófono percutido con la mano en acción directa, esta acción de golpe con la mano, agresiva y repetitiva, genera secuelas a corto, mediano y largo plazo. Los quijaderos suelen quejarse de dolores punzantes en el dorso de la mano, que se intensifican con la humedad y el frío. Además, como las maracas por ejemplo, la quijada es un instrumento sumamente corporal, que incluye no sólo el movimiento de las muñecas sino del brazo, el hombro e inclusive el cuerpo entero para lograr los contratiempos. Esto provoca inflamación de ligamentos y tendones, crujidos en el codo y la muñeca, por mencionar sólo algunos aspectos.

Tocar la quijada duele y, al principio, si se es novato y entusiasta, duele bastante. Respecto a la higiene, un percusionista, quijadero desde hace más de 20 años, me comentó que recientemente después de ejecutar el instrumento sentía la necesidad urgente de lavarse las manos. Se debe considerar que no todas las quijadas están completamente limpias, pues algunas conservan rastros de carne seca, piel y pelo. Con el raspado y el golpeteo constante, la quijada suelta un peculiar “polvo de hueso” que al respirarlo a más de uno le ha ocasionado alguna reacción o alergia.

Otra consecuencia es que alguno de los molares se rompa y quede peligrosamente afilado, en espera de un mal movimiento del quijadero para propinarle una verdadera mordida de burro, la cual, como es de esperarse, no tarda en infectarse. Algunos percusionistas, preocupados por la situación insalubre de la ejecución de la quijada, remojan unas horas el maxilar en agua clorada. Efectivamente esto las desinfecta y blanquea, sin embargo, afecta el hueso del animal, lo cual la vuelve demasiado frágil y la quijada no aguantará más que unos cuantos golpes antes de quebrarse. Otra opción es remojar la quijada en agua oxigenada, que la desinfecta de manera menos agresiva. Golpes, mordidas, machucones, pellizcos, torceduras, inflamaciones, infecciones y alergias son algunas de las secuelas que soportan los amantes del sonido tan especial del burro al carcajearse, seguramente de nosotros. 

Terminadas mis dudas, a continuación abordaré las tradiciones musicales mexicanas donde podemos encontrar el uso de la quijada hoy en día. No es una revisión exhaustiva, pues ello rebasar  los objetivos del presente trabajo. Me limitaré únicamente a describirlas a vuelo de pájaro o a trote de burro.

Máscaras y diablos

Es difícil especificar con exactitud desde cuándo data la ejecución de la quijada como instrumento musical en México. En un principio habrá que guiarse de la oralidad de músicos y danzantes. En nuestro país se tiene registrada su presencia hacia el sur, a ambos lados del territorio nacional: el litoral del Océano Pacífico y el Golfo de México, precisamente en dos regiones que se han caracterizado desde la época colonial tanto por la cuantiosa presencia de africanos y afrodescendientes, como por su actividad predominantemente ganadera y arriera, actividades donde caballos, mulas y burros tienen un papel estratégico. En el Océano Pacífico, en Guerrero y Oaxaca, se usa la quijada como instrumento de marcha en un sinnúmero de danzas de diablos. Por mencionar sólo dos: la Danza de diablos, en Tixtla, Guerrero —donde se acompaña además con cajita de madera y guitarra— y la Danza de los diablos de la Costa Chica de Guerrero y Oaxaca. La primera considerada como población mestiza, y la segunda afrodescendiente.

La danza afrodescendiente de los diablos(11) es una de las más famosas de la Costa Chica, sobre todo debido la injerencia de la corriente etnopolítica afromexicana, visible principalmente en esa región [Lara 2010], que desde los años ochenta del siglo XX pugna por el reconocimiento de la población afrodescendiente en México (por parte del Estado y la población civil en general), es decir, busca que se reconozca la contribución de los africanos y afrodescendientes a la historia del país, su peso en la conformación genética y sociocultural de los mexicanos y, con ello, poner fin a los actos discriminatorios, racistas y excluyentes hacia esa población.

Esta corriente etnopolítica cobra relevancia en la región costachiquense debido a la importante concentración de afrodescendientes allá sentados, autodiferenciados de la población indígena de la región (mixteca, amuzga y chatina principalmente) y de la población mestiza o no negra en general. La intención de consolidar una “identidad afromexicana” orilló al movimiento afromexicano a establecer ciertos factores sobre los cuales moldear un soporte a la construcción de la “afromexicanidad” en la Costa Chica. Esos elementos desembocaron en “particularidades culturales” [Hoffmann 2006: 120], entre las cuales destacaron sobremanera la música y la danza.(12)

La Danza de los diablos se lleva a cabo en vísperas del Día de Muertos, del 31 de octubre al 2 de noviembre, aunque actualmente también está presente en festivales, seminarios, foros, eventos y ferias culturales del ámbito afromexicano. De acuerdo con la historia oral de los afrodescendientes de la región, esta danza tiene al menos una antigüedad de 150 años, y la consideran como la representación del retorno de los muertos a este mundo.(13) También llamada de Tenangos, en esta danza participan en promedio 24 diablos menores; su padre, el Diablo mayor, Tenango o Pancho, que es quien porta el fuete y guía la danza como un capataz, y la esposa de éste, la Minga o la Vieja, quien además carga su hijo en brazos (representado por un muñeco de plástico); trío que es una representación satirizada del patrón y amo ganadero, de su mujer y de su descendencia.

Por lo general, el vestuario se compone de ropa vieja y maltratada para el caso de los hijos diablos, y de ropa de caporal para el Diablo mayor. Todos —a excepción de la Minga, quien porta una máscara de mujer blanca— llevan máscaras zoomórficas más que de diablos habituales, elaboradas en madera o cartón, con grandes orejas en vez de cuernos y barbas elaboradas con crin y cola de caballo. La Minga —que es un hombre vestido de mujer— se viste de forma exuberante.

Durante la danza —también conocida localmente como juego— la interacción que el Tenango y la Minga tienen con los espectadores es frecuente y fundamental para el desarrollo de la misma. La música se interpreta con bote o tigrera (instrumento considerado de origen africano, presente en diversas regiones de África y América), armónica (a la que localmente se le conoce como flauta) y, por supuesto, la quijada, conocida como charrasca. Esta danza consta de ocho piezas —Tendido, Zamora, Cruzado, El periquito, Los enanos, Segundo tendido, Jarabe y La Minga— [Moedano 2002] pero por lo regular se interpretan de cuatro a seis piezas únicamente, con sólo una o dos que incluyen coplas cantadas (Los enanos y El periquito).(14)

Esta danza se ha convertido en un elemento constitutivo de la identidad de las poblaciones afromexicanas de la Costa Chica a raíz de los discursos elaborados por investigadores y activistas del movimiento etnopolítico afromexicano de esa región, por lo que actualmente esta danza retoma con fuerza su influencia africana encarnada en dos de sus instrumentos musicales: la tigrera y la quijada; lo que la ha llevado a difundirse —muchas veces como un exotismo excesivo— por todo el país y en el ámbito internacional, como la más representativa de los grupos afrodescendientes de la Costa Chica.

Muestra de ello es su participación (el 25 de mayo de 2013) en un festival de la Unión Africana, realizado en Addis Abeba, Etiopía, en representación de la diáspora africana de México. Por medio del discurso de construcción identitaria afromexicana, en esta danza la quijada —junto con la tigrera— se convierte en una “huella de africanía”, con lo cual adquiere un tinte político que no se expresa en otras músicas mexicanas.

La sonoridad de la quijada también se encuentra entre los ñu saavi (mixtecos de la costa), como es el caso de la Danza de la quijada, procedente de Pinotepa de Don Luis y recientemente recuperada en Santiago Pinotepa Nacional, ambas en Oaxaca(15). Esta danza se efectúa durante el carnaval y en mayordomías a la Virgen de la Asunción y a Santiago Apóstol. Compuesta por 24 danzantes en promedio, toma como protagonista a la quijada, la cual se adorna con papeles de colores. La música que acompaña a la danza es una banda de viento, además de la quijada, que es la que marca el ritmo, junto con las sonajas que portan los danzantes. 

Como ocurre con muchas tradiciones dancísticas, la gente no sabe con certeza desde cuándo se comenzó a efectuar la Danza de la quijada y, desgraciadamente, no se ha investigado sobre esta tradición. Recientemente un grupo musical mixteco oriundo de Pinotepa de Don Luis, el grupo Cha Nandee, incorporó a su repertorio —que incluye piezas tradicionales y de reciente creación, como chilenas y boleros— la quijada como instrumento comunitario, retomado precisamente de las prácticas musicales de sus vecinos afrodescendientes, como un ejemplo del intenso intercambio cultural (y genético) entre ambas poblaciones. Uno de los fundadores de la agrupación afirma:  >>(15)?

La quijada de burro, son los afromexicanos quienes empezaron a utilizarla como instrumento, así que yo pienso que la quijada fue incorporada a la música de los mixtecos más tarde. Aunque sólo se había usado en la Danza de la quijada, hasta el momento, nosotros incluimos a la quijada como un instrumento comunitario en nuestra música, como una innovación (Aberlardo Hernández, comunicación personal, 1 feb 2014).

Aunque vigente, la ejecución de la quijada de burro en esa zona del país, la costa del Océano Pacífico, no es protagonista en la música y menos en la danza (salvo en la Danza de la quijada). Si bien tiene un papel importante, aún no despega con la fuerza con que ha revivido la quijada en el son jarocho. Por ello, abordaré el papel de este instrumento musical en el son y el fandango jarocho, debido a su cada vez más arraigada presencia.

La zopilotera jarocha

No está claro desde cuándo la quijada forma parte de la instrumentación “tradicional” del son jarocho, pero el testimonio del músico Andrés Vega Delfín (nacido en 1931) sugiere que, por lo menos, debe ser desde principios del siglo XX, en la región de los Tuxtlas y la cuenca del Río Papaloapan:

Él era [Andrés Vega] quien siempre hablaba de que de niño tocaba la quijada de caballo, raspada y golpeada, y que sonaba bastante regular. Tanto lo decía que comenzamos a manejar con un ojo hacia la orilla en busca de alguna (luego las íbamos coleccionando y almacenando… porque se rompían); y él era quien se quejaba de que anduviéramos cargando “esa zopilotera de pestilencia” [Pascoe 2003: 65].

El percusionista estadounidense —y jarocho por decisión desde hace más de veinte años— Willy Ludwig comenta que en los años ochenta del siglo XX, la quijada no fue un instrumento que se encontrara comúnmente en los fandangos jarochos, ni mucho menos en las presentaciones de los grupos [Willy Ludwig, comunicación personal, septiembre 2014]. A parte de él, sólo unos pocos tocaban ese instrumento en rancherías y pueblos apartados sobre todo del sur de Veracruz, y es a partir del Movimiento Jaranero(16) que la quijada de burro comienza sus andanzas hacia la fama. Presumiblemente uno de los primeros grupos en grabar un disco donde la quijada forma parte de la instrumentación es Mono Blanco, iniciador del movimiento, con Sones jarochos de Arcadio Hidalgo y el grupo Mono Blanco, de 1984. En una entrevista que realizó Juan Meléndez, Gilberto Gutiérrez, cabecilla del grupo Mono Blanco, afirma:

Como grupo empezamos a tener una presencia fuerte, veníamos embalados, ya que éramos un grupo que ensayaba, entonces llegábamos con propuesta, sones rescatados, porque teníamos el tiempo para hacerlo, pues andábamos de gira por lo menos seis meses al año. Montábamos los “Juiles”, y que montábamos este son y que este otro y agregamos la quijada, y luego el pandero, el mosquito y todo empezó ese proceso. La leona también. Sí, comenzamos a encontrar instrumentos desconocidos fuera de su región, ahora ya se perdió la regionalización, la instrumentación se generalizó y han resurgido instrumentos como el marimbol, etc. La tendencia es que la diferencia sonora es más por los grupos que por región [Meléndez 2004: 32].

A partir de entonces, el auge de grabaciones que incorporaron la quijada aumentó, quizá no tanto por copiar al grupo presumiblemente pionero, sino porque valoraron la sonoridad y las posibilidades del instrumento. Paulatinamente se vieron más quijadas —sacadas quién sabe de dónde— y, por supuesto, los crecientes amantes fuereños del son jarocho sentían la urgencia de poseer ese instrumento tan rústico, tan ranchero. Décadas después surge lo que se conoce como el Nuevo Movimiento Jaranero, y es en los albores del siglo XXI cuando se da el boom de quijaderos, quijaderas y quijadas, y se coloca definitivamente al maxilar cadavérico como un instrumento de percusión por excelencia del son jarocho.(17) Es tanto su apogeo, que los jarochos han encontrado una nueva manera de obtener recursos económicos: se dedican a la venta, búsqueda, recolección y preparación de quijadas de burro, caballo y mula.

Generalizando, hoy tácitamente se afirma que los instrumentos de percusión del son jarocho son por excelencia el zapateado, la quijada y el pandero [Figueroa 2007; García de León 2006: 38, 59], lo que sin duda es muestra de que la quijada llegó para quedarse en el son jarocho, sobre todo en las agrupaciones fuera del sotavento (véase fig 7). Sin embargo, en el escenario de un fandango jarocho campesino o ranchero por ejemplo, los viejos jaraneros no siempre tienen la misma opinión. Para ellos, tener esa “zopilotera” tronando en el o o puede ser despreciable. Y es que en un fandango la quijada se come a todos, estruendosa y potente, acapara todo el espacio auditivo (o quizá, esa es la intención de quienes la ejecutan). 

Al escribir Gilberto Gutiérrez sus recuerdos sobre Esteban Utrera — emblemático y querido músico jarocho fallecido en 2012— y sus cercanos jaraneros expresa: “Con ellos desapareció ara siempre un sonido con el que conocimos a Utrera, antes de que llegaran las quijadas, leonas y marimboles: un son llanero, veloz, siempre cambiante, más música que canto” [Gutiérrez 2012]. En la actualidad, los nuevos jaraneros buscan tocar muchas veces con muestras innecesarias de virtuosismo, como sucede generalmente con la quijada. Un buen quijadero sabe que la percusión que reina en el son jarocho es el zapateado y la tarima, por ello, la quijada —sobre todo en un fandango!— debe saber dialogar con los y las bailadoras. 

Actualmente la difusión masiva del son y el fandango jarocho sobre todo a través de Internet y las redes sociales contribuyó a una valorización positiva de la quijada, tan olvidada tiempo atrás —y este pasado parece reforzar su exotismo. Pero también la convirtió en un instrumento musical snob —rebautizada como donkey jawbone—, el cual, pareciera, sólo puede ser tocado si se puede pagar cursos de percusión jarocha, que van desde cooperación voluntaria o trueque, ó 20 pesos la hora hasta 300 pesos por clase —de aproximadamente dos horas— y, por supuesto, se debe llevar quijada propia, porque es impensable prestar una!

Jesús Camerino Utrera Pérez, hoy reconocido joven quijadero—quien me inspiró en gran medida para realizar este trabajo— me dijo en alguna ocasión, tras mi insistencia de que me enseñara algunos de sus “movimientos”: “La quijada no se enseña, se toca”. Nada más cierto. No es sencillo enseñar a tocar la quijada, y menos aún para el son jarocho. Se podrán mostrar algunos movimientos básicos, explicar qué sones son cruzados —a contratiempo— y cuáles no. Pero eso se aprende practicando y escuchando. Dudo mucho que en un curso exprés se le enseñe a uno el secreto de la síncopa y de la improvisación, del matiz, de la cadencia, de eso que unos llaman feeling.

Chucho tiene razón, para aprender quijada, sólo tocando. Pese a mi argumento, los egresados de estos cursos —en su mayor  jóvenes de distintas partes del país, incluso del extranjero, amantes de lo jarocho— lucen y relucen las vibrantes muelas del difunto burro. Para la mayor , poco importa si apagan el sonido de todo lo demás, o si aceleran el ritmo de los sones, o si en un fandango incomodan a los viejos jaraneros a quienes debemos todo el respeto. Lo que les interesa es mostrar la habilidad con la quijada y nada más.

En palabras de Alvaro Alcántara, “poseídos de una urgencia por acabar, estos recién iniciados no se percatan que la música como en la vida, entre más se corre menos se alcanza y que en el son entre más lento más se llega, que hay que caminar, como los chanecos, de espaldas” [Alcántara, 2000: 47]. A fin de cuentas, la quijada vibra de vida en el son jarocho, ya sea de manera altanera o humilde, apresurada o cadenciosa. No obstante, sigue sin decirse mucho sobre ella; por esta razón decidí detenerme un momento para hablar de su destacada presencia en el son jarocho.

Comentarios finales

Es ilustrador cómo este instrumento, sin importar realmente su supuesto su origen, se enraizó en nuestro país, en nuestras músicas y en la gente, y cómo la pasión que despierta es compartida desde la Patagonia hasta Estados Unidos, adaptándose a múltiples y variadas músicas, sonando y vibrando sin cansancio y cada vez más estruendosamente. Como instrumento musical afrodescendiente o afroamericano resuena el hecho de erigirse como el grandioso resultado de un complejo proceso de creación cultural [Mintz y Price 2012], producto de la imaginación, la inventiva, la necesidad de hacer sonar el mundo. Y de nuevo, tomo prestadas las palabras de Octavio Rebolledo:

“Este hecho insólito, de sobrevivir a pesar de todo, es mucho menos una virtud del instrumento en sí mismo que una muestra de la persistencia y genio de los músicos y comunidades que lo cobijan y que han sabido darle vida” [Rebolledo, 2005: 13].

A diferencia del prometedor destino que le depara a la quijada jarocha en la música mexicana, y más allá todavía, el burro vivo y coleando está en peligro de extinción. Pareciera poco creíble pero es cierto. Tantos siglos de uso y abuso de este animal, su sustitución por máquinas, el interés de las instituciones protectoras de animales por especies “más importantes”, entre otras circunstancias, han contribuido a mermar su población en México. Del censo que realizara la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) en 1991, conjuntamente con la asociación inglesa Donkey Sanctuary, contabilizando más de 1 000 000 de burros, el último Censo Agropecuario [2007] arroja la cifra de poco más de 500 000, además de 234 000 mulas y 1 339 000 caballos, aproximadamente. Y el número va en descenso. Deja mucho qué pensar, y más por hacer.

Tomando en cuenta lo anterior, concluyo reflexionando sobre las disímiles posturas que se tienen sobre la quijada: para algunos es una calavera arribista que se las da de instrumento musical, o simplemente un instrumento más como cualquier otro, pero algo más peculiar y tétrico, para otros, la quijada es un instrumento musical bello y sonorísimo, alegre como pocos, que representa, tal vez, una manera de hacerle recuperar al burro la sonrisa con la que nace, y que luego da paso —y por nuestra culpa— a esa mirada de tristeza perpetua; para otros más, la quijada es una metáfora de las injusticias de la vida, de la crueldad humana de la que el burro ni muerto puede descansar.

Notas

1 En el caso de México, la escasa atención prestada a este instrumento musical en los estudiosantropológicos, históricos, musicológicos, etcétera, puede explicarse por la enorme riqueza musical de nuestro país, la cual aún hoy no termina por agotar las investigaciones en múltiples ramos. Como ocurre con todo objeto de curiosidad científica, éste emerge como tal hasta que surgen los sujetos interesados en él y en aprender a mirarlo, imaginarlo y construirlo científicamente.

2 Si bien el auge de la quijada equina es sumamente reciente —principios del año 2000— anteriormenteya se habían realizado algunas breves referencias. Confróntese, por ejemplo, los trabajos de Juan Guillermo Contreras [1988: 122] y Arturo Chamorro [1984]. En éstos la alusión a la quijada equina es breve y concisa, sin ahondar en un elemento reiterativo sumamente polémico, su presunta procedencia africana.

3 El antropólogo, lingüista y etnomusicólogo inglés Roger Blench, quien ha investigado extensamente la música y los instrumentos musicales de buena parte del continente africano, así como de Asia y Oceanía, en sus escritos sobre la historia y los usos del burro en África [Blench 2004; Blench, De Jode y Gherzi 2004] no menciona jamás la utilización de la quijada como instrumento sonoro, aspecto que con seguridad no dejaría pasar inadvertido.

4 Premisas como la invariable y extendida presencia de tambores y la predominancia de percusiones, por ejemplo. Una revisión al respecto puede encontrarse en Ruiz [2007, 2011] y Ruiz T. [2011].

5 La antropóloga Marcela Cornejo Díaz ha dedicado años de investigación a la música tradicional de diversas regiones de Perú. Entre sus escritos figura un breve pero completo y sustancioso trabajo acerca de la quijada en la música peruana. Además de las referencias históricas que aquí señalo, basadas en gran medida en su trabajo, Cornejo [2012] apunta algunas más sobre la presencia temprana de este instrumento en aquel país.

6 Para quienes buscan tres pies al gato, conviene anotar que como en Perú, en la región costera del Pacífico mexicano (Guerrero y Oaxaca) a la quijada equina como instrumento sonoro suele nombrársele “charrasca”, según se entiende, voz onomatopéyica. Investigadores como Ricardo Pérez Montfort sostienen que en el son jarocho se dio la incorporación de instrumentos musicales “que mal que bien pertenecen a las tradiciones caribeñas y latinoamericanas como la quijada, la guacharaca, la armónica, las tumbadoras, etcétera” [Pérez 2002: 95].

7 En este enlace puede verse el ejemplo de un minstrel show de los años cincuenta del siglo XX, protagonizado por Freeman Davis (Brother Bones), quien ejecuta los huesos (bones, por lo común costillas de vaca que se entrechocan entre los dedos): ‹https://youtu.be/le1- YYY80XA›, última consulta: 11/01/2016. El sitio web Black Face! ofrece información abundante acerca de estos espectáculos, así como de sus principales exponentes y más conocidos personajes: ‹black-face.com/›, consultado el 11 de enero de 2016.

8 La principal actividad económica a la cual fueron destinados africanos y afrodescendientes en gran parte de América, sobre todo en los territorios que pertenecieron a la Corona española, fue la vaquería y la ganadería. La arriería también constituyó una actividad muy propia de los afrodescendientes, al menos en lo que respecta al caso de México. Esas actividades implicaban el uso intensivo de equinos [Velázquez e Iturralde 2012; Aguirre 1972].

9 En el siguiente enlace pueden escucharse diversos ejemplos de tradiciones musicales de Latinoamérica y el Caribe, donde tiene presencia la quijada equina. Asimismo, se incluyen ejemplos de músicas emergentes que adoptan a la quijada debido a sus amplias posibilidades musicales: ‹www.youtube.com/playlist?list=PL3egSIgPPVaLLQ9qIrKiRiTHlNhIHdMLz›.

10 Desde los años setenta del siglo XX, aproximadamente, la quijada equina fue muy demandada por las agrupaciones de música tropical. Sin embargo, es con el auge del son jarocho —con el Nuevo Movimiento Jaranero, y entrada la primera década del año 2000— que se incrementó considerablemente la demanda de este instrumento musical, debido a su masiva difusión por Internet y al surgimiento de cursos y talleres; lo cual lo convirtió en una mercancía a la manera de Appadurai, donde “el intercambio es la fuente del valor y no a la inversa”, y donde “la política (en el amplio sentido de las relaciones, presupuestos y luchas concernientes al poder) es lo que une valor e intercambio en la vida social de las mercancías [Appadurai 1991: 77].

11 Es más correcto referirse a las Danzas de los diablos en plural, pues esta expresión lúdica y músico-dancística presenta numerosas variantes (en el ensamble instrumental, en el dise  de las máscaras y la indumentaria, inclusive en el repertorio de piezas musicales que se interpretan), dependiendo de la localidad costachiquense donde se ejecute. Cabe mencionar que cada año en el municipio de Cuajinicuilapa, Costa Chica de Guerrero, se lleva a cabo un encuentro de danzas de los diablos a manera de concurso. Sin embargo, en este trabajo se hablará e la Danza de los diablos costachiquense en general.

12 La Danza del toro de petate y la Danza de la tortuga son algunas piezas afrodescendientesconsideradas como representativas de los afromexicanos de la Costa Chica, además de la Danza de los diablos. En la música, el corrido afromexicano y el fandango de artesa se conformaron como bastiones musicales de afromexicanidad en la región [cfr. Reyes 2008; Ruiz 2009; Vargas 2015].

13 Si bien entre los afrodescendientes de la Costa Chica no se conoce con certeza el significado “original” de la Danza de los diablos, varios investigadores se han dado a la tarea de analizarla y dotarla de una significación específica. Un balance al respecto puede consultarse en Reyes Larrea [2008]. El análisis del simbolismo de la quijada en esta danza ritual —un ejercicio hasta ahora no realizado— rebasa al presente escrito.

14 Una de las danzas de diablos m  difundidas, nacional e internacionalmente, es la de Collantes, municipio de Santiago Pinotepa Nacional, Oaxaca. All os músicos que conforman el ensamble instrumental de la danza, también forman parte del grupo Los Collanteños, con la misma instrumentación (armónica, tigrera y quijada), sólo añadiendo una guitarra y un acordeón en algunas piezas. Este grupo se presenta en fiestas, interpretando desde chilenas hasta boleros, cumbias y corridos.

15 Recientemente más localidades de la Costa Chica oaxaqueña se han dado a la tarea de establecer sus propias Danzas de la quijada. En el caso específico de Pinotepa de Don Luis, esta pieza recibe el nombre de “Los Collantes”, y según versiones locales, esto se debe a que el uso de la quijada fue inspirado por la Danza de los diablos de Collantes. Además, en la charrasca ejecutada por los músicos collanteños esta escrita la frase “Yá Collantes” (fig 6), que significa “Música de Collantes” (y significa “música” en mixteco de la costa).

16 Apuntes sobre este movimiento pueden encontrarse en Pérez Montfort [2002].

17 Este fenómeno puede considerarse como un claro ejemplo de invención de la tradición, el cual no alude a falsedad, sino al acto creativo que incluye “tanto las ‘tradiciones’ realmente inventadas, construidas, formalmente instituidas, como aquellas que emergen de un modo difícil de investigar durante un periodo breve y mensurable, quizás durante unos pocos años, y se establecen con gran rapidez”. No obstante, “en la medida en que existe referencia a un pasado histórico, la peculiaridad de las ‘tradiciones inventadas’ es que su continuidad con éste es en gran parte ficticia” [Hobsbawm 2002: 7]. 

Referencias

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Registros de laudería (II)

La Manta y La Raya # 12                                                             marzo 2021 ________________________________________________________________________

Registros de laudería antigua (II)

 

 Ruy Guerrero

 

 

En esta segunda entrega, celebramos la identidad con la permanencia en estado original, de dos instrumentos dignos de mención por ser testigos de algunos de los primeros desarrollos organológicos documentados, tanto en el caso de una jarana huasteca de 6 cuerdas y un requinto jarocho de 4 órdenes simples. 

 

Guitarra de son (requinto jarocho).  Tierra Blanca, Ver.

 

Arch. Ruy Guerrero

 

Con un brazo corto con 10 trastes a la caja y 14 trastes totales. Los trastes son de madera dura. El caso del diapasón es particular; es muy probable que dadas sus características, se trate de un instrumento de transición entre aquellos que tenían el diapasón al ras de la tapa y lo que en su momento fue una innovación y que cambió hacia un diapasón añadido que sobresale por encima de la tapa. El puente, contrastado con varios de los elaborados puentes de los instrumentos jarochos actuales, resalta por su sencillez. Es evidente la presencia de intervenciones o reparaciones con la adición de tacos de madera.  

Este requinto, como la gran mayoría de instrumentos sobrevivientes previos a 1990, está elaborado en una sola pieza escarbada. En torno a elementos ornamentales resalta la forma del tallado de la unión de la palma y el mango, siendo ésta en términos visuales muy similar al resultado que se da al unir (por ejemplo en el caso de guitarras renacentistas y barrocas), la palma al mango por medio de un ensamble de piezas. Las clavijas que posee la guitarra son de violín (torneadas).  

Es posible que el instrumento fuese construidos en los años 1960 ó inclusive un poco antes. De acuerdo con el depositario del instrumento, el maestro Eduardo Ugalde, músico e investigador, esta guitarra, a la que llamaba “requinto jarocho”, perteneció a José Raul Hellmer Pinkham (1913-1971); grato misterio pensar si este instrumento fué grabado en alguno de sus registros fonográficos. El maestro Ugalde afirmaba que el instrumento debía de ser del rumbo de Tierra Blanca. 

El instrumento –con excepción de la sustitución de las clavijas originales–, no ha sufrido ninguna modificación desde 1983, fecha de su resguardo. Colección particular. 

 

Jarana huasteca   Chicontepec, Veracruz

 

Arch. Ruy Guerrero

 

Se trata de un instrumento de Carlos Cruz Fajardo, destacado constructor de jaranas y quintas huapangueras de Chicontepec, Veracruz, hecha en 1986. Esta jarana resulta de interés por varios elementos. 

1.- El primero y mas evidente, es la particular distribución de 6 cuerdas en 5 órdenes, siendo el segundo orden el que presenta dos cuerdas, mismas que por su grosor, se asume se afinaban octavadas y no al unísono. 

2.- Si, y solo una vez que se consideran los testimonios de algunos constructores de Texquitote, San Luis Potosí, resalta la alta probabilidad que este tipo de jarana (sus proporciones, dimensiones, diseño así algunos elementos estéticos y ornamentales) haya sido el prototipo de instrumento que influenció con el tiempo el desarrollo de la jarana en esta comunidad. Esta aseveración se fundamenta  en:

i.- El diseño del clavijero, sencillo y cuadrado con dos canales paralelos escarbados a cuyos costado se colocan las clavijas. Además de un hoyo para colocar un cordel. Este diseño se encuentra replicado en algunas de las jaranas de Texquitote. En casa del Sr. Frumencio Merced, se conserva el clavijero recortado de una huapanguera  con diseño y barniz similares. Cabe resaltar que a este tipo de clavijero, él lo designa como “modelo tampiqueño”.

ii.- La correspondencia en los diseños de algunas de las plantillas acinturadas y con contornos similares a los que lauderos como Clemente Hernández se refieren de nueva cuenta como modelo Tampiqueño, haciendo alusión a un modelo antiguo (con más de 40 años de conocerlo) y en desuso actualmente en sus creaciones actuales. 

iii.- La presencia de una tapa sin barniz en la mayoría de su superficie salvo por un breve contorno que contiene adornos pirograbados. De nueva cuenta y bajo testimonio de varios lauderos de Texquitote, esta práctica de dejar la tapa sin barniz y solo con los contornos decorativos barnizados, estuvo presente en los instrumentos formales allí elaborados hace 20 o 30 años. 

 

 

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Registros de laudería antigua

La Manta y La Raya # 11                                                    septiembre 2020 ________________________________________________________________________

Registros de laudería antigua

Ruy Guerrero

 

La memoria, elemento crucial de la identidad. Ahí está la clave. Así, mostrar algunos ejemplos de instrumentos jarochos “antiguos”, resulta de vital importancia. Sobre todo hoy que las jaranas y guitarras de son se han popularizado y cuya construcción y ornamentos se han estilizado y tecnificado grandemente. 

Se muestran a continuación registros fotográficos, medidas y observaciones de dos instrumentos que he tenido la oportunidad de registrar, provenientes de San Andrés Tuxtla y Hueyapan de Ocampo, Ver., y conservados prácticamente intactos desde 1978 y 1980, respectivamente. Se trata de una jarana primera, de acuerdo con la clasificación local de San Andrés Tuxtla, y una guitarra de son.

Hoy en día, muchos de los instrumentos antiguos sobrevivientes han sido reparados o reconstruidos modificando en ellos aspectos que parecen menores (como la posición del puente o el tamaño de la boca acústica), buscando una sonoridad más aguda y brillante, y cambiando las características acústicas del instrumento antiguo apreciadas seguramente en otro tiempo. Por otra parte, plantillas tomadas de instrumentos antiguos también se han utilizado para la construcción de una nueva generación de instrumentos con características modernas: brazos largos y más esbeltos, bocas de mayor diámetro, trastes de metal, además de nuevos elementos ornamentales, quedando así diluidos, en mayor o menor grado, los rasgos locales característicos del instrumento. Aprovechamos esta sección para llamar a la reflexión sobre la diversidad sonora, estética y estilística de las jaranas y guitarras antiguas, de las cuales espero escribir con mayor profundidad en otra ocasión.

continua…

 

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De bailes, fandangos y tarimas. Dilemas de un origen.

La Manta y La Raya # 10                                                                   marzo 2020 _________________________________________________________________________

De bailes, fandangos y tarimas.                             Dilemas de un origen

Alejandro Martínez de la Rosa

 

 

A partir de una revisión organográfica de las tarimas en géneros musicales “zapateados” de la costa del Pacífico mexicano, analizaré las hipótesis que postulan actualmente algunos investigadores acerca del origen de las tarimas de percusión que se conservan en dicha macroregión. Haciendo hincapié en las particularidades existentes en las costas del Sur, Norte y Occidente de México, fundamentaré por qué tales hipótesis están mal planteadas puesto que un estudio que se circunscriba a un enfoque organológico unificador (las tarimas de percusión) antes que a la acción musical que produce el sonido (las variantes del baile-zapateo), provoca que las propuestas sobrevaloren únicamente alguna de las variantes de ejecución de tales idiófonos.

Primeras clasificaciones del 

complejo baile-tarima

Así como la marimba despierta incógnitas y debates con relación a su origen –hasta el punto de falsificar pruebas debido a su implicación con cierto nacionalismo–,(1) en el presente artículo mostraré algunas premisas sobre el origen de un instrumento que se encuentra actualmente en uso en varias zonas de la costa del Pacífico mexicano: la tarima de percusión. Por supuesto, aunque el instrumento aparece en varias tradiciones musicales de México, abordaré inicialmente los que tengan relación con los conjuntos de arpa de la costa del Pacífico.

Arturo Chamorro definió en su libro Los instrumentos de percusión de México que las “tarimas de percusión” son idiófonos de golpe directo que resultan “del ensamble de tablas o de la manufactura en una sola pieza de madera, que se percute mediante ‘zapateo’, por golpe directo con los pies, en acción de danza”, las cuales tendrían como ejemplo “los ‘entarimados’ sobre los cuales se bailan actualmente algunos géneros tradicionales como el huapango y el son jarocho”, y añade que dichos bailes son “influenciados por el ‘zapateo andaluz’”.(2) De la anterior definición puedo proponer la siguiente hipótesis de investigación, si bien la tarima hecha a base del ensamble de tablas se observa en ambas costas del país –costa del Pacífico y Golfo de México–, las tarimas de una sola pieza de madera actualmente sólo se encuentran en la costa de Pacífico –y su hinterland–, lo cual nos indica una delimitación sugerente para proponer que tuvieron un origen o una difusión que no se dio en la costa del Golfo. 

Gabriel Saldívar mencionó en 1935 que, en México, las “variedades de zapateados […], con el tiempo, adquirirían características diferenciales, naciendo en una costa el Huapango mestizo y en la otra un baile semejante, el de Tarima, también mestizo, teniendo ambos sus ancestros, por línea directa, en los mitotes y ximiotes de que se hacen lenguas los antiguos cronistas”.(3) El estudioso delimita aquí características diferenciadas en dos macroregiones, que –paradójicamente– son semejantes. El ensayo no ahonda más en diferencias y semejanzas específicas. La cuestión es que habla, líneas más arriba, de un origen común del jarabe: “danzas zapateadas españolas”, que con el tiempo se diferenciarán debido a “un nuevo temperamento y a una nueva manera de sentir”. No obstante, queda la pregunta si el origen son las danzas zapateadas españolas o los mitotes y ximiotes. El autor responde así:

el nombre mismo del Huapango (de cuahuitl leño o madera, ipan sobre él, co lugar) sobre el tablado que diríamos nosotros, nos está indicando su procedencia autóctona; y, por otra parte, la estructura y desarrollo de la danza tanto en la música como en el baile, nos habla de sus antecesores la Seguidilla y el Fandango. En cuanto a los Bailes de Tarima, se puede asegurar idéntico origen, recibiendo en la actualidad el nombre de Jarabes, cuando se verifican en los estados de Nayarit, Durango, Colima, Michoacán, Jalisco y alguno otro que se me escapa.(4)

 

 

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Los lamelófonos afrocaribeños

La Manta y La Raya # 9                                                                         marzo 2019 ___________________________________________________________________________ Los lamelófonos afrocaribeños                                           una nueva revisión organológica

Francisco García Ranz 

 

 

El siguiente texto es un extracto de la introducción del ensayo en proceso “Los lamelofonos afrocaribeños, una nueva revisión organológica”. 

Tanto en la literatura especializada sobre el tema, como en la museografía mundial se han utilizado los términos ‘kalimba’, ‘sanza’, y más recientemente ‘mbira’, para nombrar de manera genérica a una de las familias de instrumentos musicales más importante y original del continente africano. Los lamelófonos, instrumentos musicales cuyo sonido se genera por la vibración de láminas o lengüetas delgadas hechas de metal o madera, son propios y forman parte de la cultura de diferentes pueblos (etnias) del África subsahariana;(1) se conocen en una importante variedad de formas y tipos locales. Hasta donde se sabe, la evolución de los primeros lamelófonos (objetos sonoros elementales) hacia instrumentos con estructura y tecnología compleja, ocurre solamente en África. Junto con los desarrollos locales afrocaribeños –una nueva rama de la familia que se visibilizan en el Caribe hacia finales del siglo XIX y principios del XX–, los lamelófonos representan dentro de la Clasificación General de los Instrumentos Musicales, una categoría organológica específica dentro del grupo de los idiófono, y en principio considerada exclusivamente africana.

…. continua  


Revista # 9 en formato PDF (v9.1.0):

 

Paracho, la guitarra tuá y la Tierra Caliente

La Manta y La Raya # 8 / septiembre 2018 ___________________________________________________________________________

Paracho, la guitarra tuá y                                  la Tierra Caliente

Don Arcadio Huipio con su guitarra panzona, Huetamo, Mich.

Victor Hernández Vaca

Este escrito tiene la intención de presentar una tradición del “viejo mundo” que llegó a Michoacán para quedarse y naturalizarse. Nos referimos a Paracho como pueblo de constructores de instrumentos musicales de cuerda. Lo que pretendemos es un primer acercamiento al oficio de los constructores de guitarras y a uno de los instrumentos de cuerda elaborados antiguamente en la localidad: la guitarra tuá ó guitarra panzona. De igual manera hablaremos de algunos guitarreros que se dedicaban a fabricarla y venderla, principalmente en la región del río Balsas. 

Paracho de Verduzco, Michoacán es la cabecera del municipio del mismo nombre y la localidad más grande de la Meseta Tarasca, por sus más de 18,000 habitantes según el censo de 1990. La población esta situada en el kilómetro número 37 de la carretera Carapan-Uruapan, a 147 km de la ciudad de Uruapan. Foco conoceríamos de los antecedentes históricos de la población, de no ser lo que el Lic. Eduardo Ruiz dejó escrito.1 En Paisajes, Tradiciones y leyendas de Michoacán nos dice que los habitantes de Paracho migraron de Pajacuarán, cerca de Chapala, para establecerse en la región en la cima de un cerro que hasta la fecha se conoce con el nombre de Paracho viejo.2 De ahí se trasladó durante las congregaciones de indios adonde actualmente se localiza por mandato del virrey Gaspar de Zúñiga, conde de Monterrey. 

El origen de la tradición guitarrera en Paracho 

Si del origen de la población poco conocemos, de la tradición que le ha dado reconocimiento y que hoy representa un modo de vida para la mayor parte de sus habitantes conocemos aún menos. Explicar a qué responde que en Michoacán exista un pueblo esencialmente aplicado al oficio artesanal y artístico de la construcción de instrumentos musicales de cuerda aún es un asunto por explorar.

Existen dos versiones al respecto. La que la mayoría de la gente asume como verdadera es la versión que dice que fue Vasco de Quiroga quien legó al pueblo tan armonioso oficio.3 La segunda explicación sostiene que gracias a la familia Amezcua la tradición guitarrera llegó a Paracho. Esta última se expone de la siguiente manera: En el siglo XIX, la gente de Paracho se dedicaba poco a la agricultura, ya que sus terrenos eran poco fértiles. Otros más, trabajaban de obrajeros realizando sarapes, algunos más modelaban la madera en torno, realizando valeros, trompos, yoyos, etc. Las mujeres fabricaban los rebozos y sabanillas y, finalmente, estaban los viajeros y comerciantes. Según afirma la versión de Jhoel Talilla,4 la familia que más destacaba en ese ramo era la de los Amezcua. Francisco Amezcua Faustero, quien siempre llevaba como compañero de viaje a su sobrino Refugio Amezcua, “En uno de sus viajes llegaron a Paracho con la novedad de que iban a fabricar una guitarra, instrumento que habían visto y oído como se tañía en una casa comercial, que hizo una demostración a un posible cliente interesado en comprar dicho instrumento, mismo que ellos habían palpado y que habían quedado prendados por su rara belleza”. Según cuentan, este suceso transcurrió en los años de 1848 a 1850. La ilusión se vio frustrada al ver que su tuá séptima, como fue llamada la guitarra de golpe, no eran fácil de realizar. 

Tanto fue su entusiasmo que hicieron un esfuerzo económico y al siguiente viaje compraron aquella guitarra para poder estudiarla más de cerca y así construir una réplica. 

Con la tuá original hicieron una copia, la cual entusiasmó a los hermanos y primos de Refugio Amezcua, quienes se unieron con el ánimo de aprender. El taller de laudería había nacido en Paracho. Aquellos entusiastas aprendices hacían pequeñas guitarras que posteriormente llamaron “doceneras”, para luego fabricar las famosas “yucas”. Cuando el constructor realizaba las yucas a la perfección, éste se ganaba el título de laudero y pasaba a elaborar guitarras formales.

La idea que considera a don Vasco de Quiroga como transmisor del oficio no es del todo convincente por las siguientes razones. En primer lugar el pueblo p‘urhepecha prehispánico no conoció el sonido ni la forma de algún instrumento musical de rasgueo de cuerdas. Segundo, hasta la fecha no se ha encontrado evidencia o testimonio que en Paracho se hayan fabricado vihuelas de arco, o de mano, en los años en que Quiroga llega a Michoacán (1523-1524). El único ejemplar existente en el continente americano es la vihuela de Quito, que perteneció a la santa ecuatoriana Mariana de Jesús. “Esta vihuela fue construida probablemente alrededor de 1625 y según muchos testimonios fue tocada por Mariana hasta su muerte en 1645”.6 Acerca del posible constructor no se conoce dato alguno.

No queremos alterar la idea de que fue don Vasco de Quiroga quien organizó los oficios a través de sus hospitales, pero sí pretendemos enfatizar que, en el caso de Paracho, no fue de esa manera como llegó el oficio guitarrero, pues es difícil que una tradición que no existía en los pueblos prehispánicos fuese adoptada de forma tan repentina. Las crónicas del siglo XVI siempre hablan de que llegaron a la nueva España tañedores de vihuelas, más no dicen nada sobre la llegada de constructores de instrumentos musicales de cuerda. 

La segunda versión, la que menciona a la familia Amezcua como pionera del oficio, también puede cuestionarse, pues quien realizó la investigación se basó principalmente en testimonios orales, mencionando como informantes sólo a integrantes de la familia Amezcua. Además, la información sobre la guitarra es confusa, cuando se habla de la guitarra no define el instrumento que refiere, pues se dice que trajeron a Paracho una guitarra tuá, luego se argumenta que era una guitarra tuá séptima, más adelante comenta sobre una guitarra de golpe. Hay que diferenciar que una es la guitarra tuá ó panzona, otra la séptima ó sétima y distinta es la guitarra de golpe. Otro dato que parece poco probable es, según la versión Amezcua, que ellos trajeron la guitarra a Paracho alrededor de 1848-1850, fecha poco convincente ya que la guitarra como actualmente la conocemos define su forma organológica a mediados del siglo XIX. La aportación se atribuye al andaluz, Antonio Torres Jurado (1817-1892). 

No es propósito central del texto, sin embargo, queremos proponer una interpretación de forma hipotética y sencilla. La crónica agustiniana de fray Diego de Basalenque nos dice: fue con la fundación (en 1540) del convento de Tiripetío, que los indios aprendieron diversos oficios, por instrucción de maestros que trajeron para tal fin. En referencia a la escuela comenta que, “Los hábiles y buenas voces pasan a aprehender canto llano y de órgano, en que han sido eminentes. La misma curiosidad se tenía para que aprendiesen los demás ministriles de bajones, órganos, trompetas, flautas, chirimías con los demás instrumentos de cuerda como violines, arpas y vihuelas”.7 

Es probable que fuera una orden religiosa la que introdujo la tradición de realizar instrumentos de cuerda en Paracho, posiblemente la orden Agustina, pues, al convento de Tiripetío asistían indios de diversos poblados con la finalidad de aprehender algún oficio. Cabría la posibilidad de que entre esos indios haya estado un paracheño, considerando que para el momento de la fundación del convento, en 1540, Paracho ya se encontraba establecido en la región tarasca.

Existen algunas fuentes que hablan de la guitarra en Paracho. En el libro, México Desconocido, Carl Lumholtz, nos aporta breves pero ricas descripciones respecto de los oficios realizados en la localidad. “Paracho es triste y sus calles parecen desiertas, pero como todos los Tarascos es inteligente e industriosa, lo que particularmente fabrican son hermosos rebozos azules con bordados de seda. La ciudad es igualmente famosa por sus artísticas fajas, así como por sus guitarras, algunas de las cuales, verdaderos y bonitos juguetes sólo tienen pulgadas. Todos ahí son músicos y tienen una guitarra como en Italia. No hay en efecto, en el estado de Michoacán, quien rivalice con los indios de Paracho en este punto”.9 

La anterior descripción debió haberse realizado entre los años 1894-1897, cuando Lumholtz visitó tierras michoacanas. Podemos apreciar que el rasgo que más captó el interés de este viajero fue el asunto de los músicos y de las guitarras, al grado que llega a comparar a Paracho con Italia, país europeo de gran tradición laudera. 

Otra de las escasas fuentes que tratan sobre Paracho, nos dice: “Paracho exporta violines y guitarras. Antes producía arpas también, en los días dorados de la música en Michoacán. Hacia 1866 fue la edad de oro de la música serrana de Paracho”.10 

También el paracheño, Jesús Castillo Janakua, al referirse a la ch’ anaskua (desfile de oficios del día de Corpus) describe, “se trata de artesanos que con pulcritud y orden, con sus estrenos luciendo, muestran, salidas de sus talleres, guitarras séptimas, sextas, requintos y mandolinas, trabajadas en maderas de las más variadas especies; son los del OFICIO DE LOS GUITARREROS DE PARACHO, oficio eminentemente parachense, el de mayor renombre y el que le ha dado fama al pueblo por la alta calidad de sus productos”.11 

Las descripciones anteriores, nos dejan ver que Paracho resguarda una tradición enraizada un par de siglos atrás. Desde entonces, siempre ha distinguido al pueblo el oficio de los guitarreros y sus guitarras. 

La guitarra tuá o panzona 

En la actualidad, es muy raro encontrar un músico que realmente sepa tocarla. Igualmente, es más raro encontrar algún guitarrero que tenga el conocimiento sobre como construirla. Acerca del significado del vocablo “tuá”, poco se sabe, ya que los diccionarios en p`urhepecha del siglo XVI no lo registran, tampoco los diccionarios actuales. Igualmente, parece ser que la palabra tuá no tiene definición en el p`urhepecha actual. 

Con exactitud, poco se ha escrito de la guitarra tuá ó panzona, salvo algunos raros trabajos.12 En la colección editada por Julio Estrada, La música mexicana, José Antonio Guzmán ubica a la guitarra tuá, con un periodo de uso entre los años 1521 y 1821. Lo anterior puede ser cierto como periodo de auge, pero no como periodo concluyente sobre su uso y fabricación. La tuá panzona se fabricaba en Paracho, con destino comercial a la región michoacana y guerrerense dela Tierra Caliente, la del río Balsas. En Paracho se armaban y en San Lucas se tocaban y escuchaban. 

Indudablemente, la guitarra tuá ó panzona es un instrumento popular de origen colonial, lo anterior podemos constatarlo en el modelo de construcción que presenta. Observando los patrones de construcción de la tuá nos percatamos que su composición y estructura es anterior al siglo XVIII, ya que antes de 1750 la estructura interna de la guitarra no presenta el varataje conocido como abanico que tienen las tapas de las guitarras posteriores a la fecha mencionada. Es difícil realizar comparaciones de la tuá con instrumentos europeos anteriores al siglo XVIII, pues lo que debemos considerar es que la tuá es un instrumento de cuerdas construido en Michoacán. Más compleja resulta la intención de llegar a conocer con certeza al autor ó las razones que explican el surgimiento de varios instrumentos de cuerda amalgamados y naturalizados en Michoacán, como la tuá y el sirincho. La aparición de este tipo de instrumentos, puede provenir de la exigencia de músicos e interpretes, que buscan nuevos sonidos, también puede explicarse por la aportación de los constructores. Igualmente, existe la posibilidad de que fuera de todo gremio reglamentado, los fabricantes al imitar cierto instrumento, terminan produciendo modelos autóctonos. 

Pese a que existen guitarras de origen europeo del siglo XVIII13 que presentan exteriormente semejanzas con la tuá, interiormente tienen distintos patrones de construcción, sobre todo en la parte de la tapa y el fondo. 

Descripción de la guitarra tuá

Abel García nos dice que las medidas de la guitarra tuá y otros instrumentos coloniales de cuerda varían frecuentemente, debido a que los antiguos guitarreros usaban como medidas para realizar los instrumentos proporciones anatómicas, un jeme (distancia del dedo pulgar al índice) o bien algunos dedos.14 Lo anterior puede ser cierto, ya que las tuás observadas hasta hoy, tanto las de Paracho como las de la Tierra Caliente, varían en proporciones algunos centímetros. La composición de la tuá o panzona es de características muy sencillas. La tapa está construida en una o dos piezas, en ocasiones se presenta extendida sobre el espacio del diapasón de dos a tres centímetros. Tiene dos barras armónicas, aunque existen con tres barras o Uanokuas, una en la parte superior e inferior de la boca, cuando presenta una tercera, se localiza debajo de la posición del puente. En los costados de la boca, de modo vertical, presenta dos barras llamadas refuerzos de boca. La unión de la tapa con los aros o costillas no es exacta, tiene un espacio o margen al aire, igual que los violines y las “yucas”. Los aros o costillas son muy amplios, se unen a la tapa por medio de “dientes”, (madera en forma de pirámide o triángulo) y al igual que la guitarra actual, son dos piezas; la diferencia es la forma de unión por medio de un en ensamble de inglete, no por medio de tacón como la guitarra sexta. El fondo se compone de dos piezas, pues generalmente presenta una abombadura a manera de forma de joroba ó panza, de allí su nombre. El ensamble de las dos piezas que componen el fondo se realiza por medio de tapajuntas o por medio de una cinta de tela, al igual que en los guitarrones actuales. El brazo, palma y zope, se compone de una sola pieza de madera tallada. En ocasiones el zope presenta un ensamble que proporciona la justa medida de los anchos aros. También observamos una tuá con sobrepalma. El diapasón es una chapa y presenta generalmente tres o cuatro trastos de tripa de chivo. Las clavijas son elaboradas de madera tallada. El puente es un bloque rectangular de madera, generalmente muy burdo con poco tallado. La cejilla se realizaba de madera, hoy en la guitarra actual es de hueso de vaca. Comúnmente, la tuá no presenta ningún tipo de ornamentación u adorno, con excepción de la boca, que en ocasiones presenta un tosco decorado. El material usado para la elaboración de cuerdas es la tripa de chivo o cordero, previamente curada con ajo. En Huetamo, el músico y ejecutante de la tuá, don Rafael Ramírez, conoce muy bien la técnica y hasta la fecha elabora sus propias cuerdas de tripa. 

Las maderas que se utilizaban para la elaboración de la guitarra tuá ó panzona eran: 

Tapa: Oyamel, pinabete o cirimo. 
Aros o costillas: Haya. 
Brazo: Pino 

Las tuás que pudimos observar se componen de siete cuerdas, cinco órdenes sencillos y uno doble,15 aunque Abel García comenta que existieron de seis, ocho, diez y hasta once cuerdas.

Los paracheños en la Tierra Caliente

Hablar de los instrumentos musicales y la música de la región del río Balsas, sin considerar a los artesanos guitarreros de Paracho, es como escribir sobre la tortilla y no referirse al maíz. 

La relación comercial que hasta la fecha guardan paracheños con terracalenteños data por lo menos de un par de siglos atrás. Tanto en la Meseta Tarasca como en Tierra Caliente, los ancianos guitarreros y músicos guardan vivos recuerdos unos de otros. Todo parece indicar que fue principalmente en la región del Balsas donde se usó la guitarra tuá ó panzona. Por eso cuando se pregunta a los viejos músicos de Huetamo u otra población cercana sobre la procedencia de sus instrumentos de cuerda, rápido comentan, “eran los indios paracheños quienes venían y siguen viniendo a vender sus guitarras y violines.” Pero, ¿cuáles indios paracheños?, ¿Cómo se transportaban a la región? ¿Dónde llegaban? 

La feria de San Lucas o la fiesta de la Candelaria, celebrada el 2 de febrero, es una de las más viejas tradiciones de la Tierra Caliente. La festividad se lleva a cabo desde 1774, siendo la “única en esta aislada zona de la cuenca del Balsas, tan rigurosamente segregada del resto de la república, que aún hasta hace muy poco, en los recientes cincuenta (1950), las costumbres del pasado siglo y éstas a la vez de la colonia, permanecían casi intactas. Personas adultas recuerdan que hasta la década de los cuarenta, la comunicación a las ciudades se hacía por camino real, a pie o en lomo de bestia”.16 

Poco antes del 2 de febrero, peregrinos y comerciantes emprendían el viaje a la Tierra Caliente. Entre los que año con año viajaban a San Lucas se encontraba gente de Paracho, quienes incluso tenían un lugar reservado para armar sus improvisados puestos para comerciar instrumentos musicales y otra clase de artesanías de madera tallada o torneada. Las familias paracheñas que más se recuerdan como pioneras de los viajes a San Lucas, son los Herrera y los Amezcua. Año con año estas familias preparaban su carga de violines, guitarras tuás, baleros, cucharas, etc. “Así, los artesanos de Paracho, planeadamente preparaban los detalles del viaje que habría de durar quince días de ida, quince de estancia en San Lucas y, quince días de regreso, ausentándose 45 días en total de Paracho. El camino viejo de Paracho a San Lucas se encontraba rumbo Aranza, Cherán, Pichátaro, Pátzcuaro y Tacámbaro. Todo el camino se realizaba “a pata”, por esa razón, los guitarreros comerciantes se apoyaban siempre de otro viejo oficio, el de los llamados “uakaleros”, quienes por una mínima cantidad de dinero, prestaban sus servicios como cargadores.”17 Este fue otro de los oficios que le asombraron al noruego Carl Lumholtz, debido a las grandes distancias que recorrían los “uakaleros” llevando sobre su espalda pesados cargamentos. “Sus huacales son semejantes a los que se cargan en mulas, pero mucho más grandes y de forma rectangular. Un viaje de Paracho a México exige un mes para ir y volver, siendo la distancia en línea recta de doscientas cincuentas millas, los artículos que acarrea el hombre son, artefactos domésticos, guitarras, cucharas de madera, molinillos, frazadas y jaulas con pájaros cantores, y regresan cargados de mantas y cuerdas de violín y guitarra que, de paso diré se fabrican en Querétaro, con intestinos de chivo “.18 

Uakaleros y comerciantes siempre viajaban en grupo como medida de precaución de los salteadores de caminos. Pasados los años cuarenta, con la apertura de caminos, los paracheños ya no tuvieron que realizar a pie el recorrido a San Lucas. Aprovechando el nuevo camino de Huetamo a Morelia, así como los constantes viajes de camiones portadores de ajonjolí de la Tierra Caliente, los de Paracho ahorraban recorrido y cansancio, pedían un buen “ride” o aventón a los camioneros que una vez entregado el ajonjolí, regresaban a Huetamo. A partir de entonces no sólo cada año, sino en otras fiestas como el día de la Candelaria se emprendieron viajes. Las visitas no sólo fueron a San Lucas sino también a Huetamo, Purechucho, y otros pueblos de esa región, pero teniendo como prioridad San Lucas. 

En Tierra Caliente y en Paracho se recuerdan los nombres de Jerónimo Amezcua y Pánfilo Herrera, guitarreros que cada año viajaban a comerciar a la fiesta de la Candelaria. Festividad donde los “indios paracheños” ocupaban un lugar importante, al grado que se comentaba “si quieres guitarras buenas, ve a la calle de los paracheños”. La gente de Paracho recuerda que en otros tiempos tenían un espacio preferencial y especial para la venta de sus guitarras. También rememoran el especial recibimiento que se les brindaba en San Lucas. ‘Al llegar la gente de Paracho, junto con los “uakaleros” y toda su mercancía, inmediatamente se dejaba escuchar el repique de campanas y comentarios, pues habían llegado a la feria los indios de Paracho”.19 En el libro: Relatos y leyendas de San Lucas, al describir la feria y las opciones que tenían los visitantes de comprar y vender se relata. “En su recorrido ese visitante anónimo se topaba con la sección de los sombreros en una calle alineados en ambos lados, a pocos pasos estaban los paracheños en hilera con sus puestos copeteados de maderas de muchos colores. Tenían guitarras lustrosas, como para presumir al regreso, las había chiquitas de juguete para los huaches, y hasta grandes y panzonas, violines y violincitos, trompos, valeros, cucharas y bandejas de Uruapan, adornadas con dibujos muy vivos y alegres”.20 En esos tiempos, principalmente se vendían guitarras tuás y violines que, acompañadas de la tamborita, en conjunto armaban el grupo musical para amenizar y acompañar la fiesta y baile de la Tierra Caliente.

Desde el siglo XVIII, por lo menos, los paracheños comerciaron sus instrumentos en la Tierra Caliente. Aunque parece ser que, la guitarra tuá, concluyó su momento de auge a mediados del siglo XIX, cuando comenzó a ser sustituida por la guitarra sétima ó séptima. Existe un testimonio conocido tanto en San Lucas como en Paracho que data de las primeras décadas del siglo XX, mismo que refiere a la manera en que un comerciante paracheño compró una guitarra tuá en la feria de San Lucas a un viejo músico, acontecimiento que permitió nuevamente la reelaboración de guitarras tuás, por lo menos hasta los años setenta. De igual forma, facilitó que algunos músicos pudieran aprehender la manera correcta de tocar el instrumento. La anécdota que se comenta en Paracho coincide con lo que se describe en el libro de Relatos y leyendas de San Lucas, sólo que en este último nunca se conoció quién fue ese paracheño que compró el instrumento construido por el también paracheño Jerónimo Amezcua. Ese personaje fue Silviano Herrera, hijo de don Pánfilo Herrera, viejo guitarrero de Paracho. Silviano, quien desde niño ya viajaba a San Lucas, de adulto aprendió el oficio de construcción de instrumentos musicales de cuerdas por herencia de su papá. Silviano sabía construir diversos instrumentos como vihuelas, arpas, contrabajos y por supuesto guitarras tuás. En uno de sus viajes, compró la guitarra tuá, construida por Gerónimo Amezcua en 1914. La guitarra era propiedad del músico de San Lucas, Rafael Huipio, quien como condición de venta, propuso se le pagara una buena cantidad, además de una réplica exacta del instrumento, Silviano aceptó y compró la tuá, además de realizar una réplica exacta. El instrumento que compró, ahora es propiedad de su hija, Rafaela Herrera Barajas, quien junto con su esposo continuó con la tradición legada por su padre. La tuá que se dió a cambio, hoy es propiedad de don Ángel Huipio, quien vive en Huetamo y es descendiente de una familia importante de músicos, como lo fueron Arcadio Huipio y Rafael Huipio. Así, gracias a la intuición del guitarrero Silviano Herrera, hoy podemos encontrar ejemplares de principios del siglo XX, lo que permite hablar de un periodo de funcionalidad más amplio para la guitarra tuá, ubicándola desde la primera mitad del siglo XVI, hasta la segunda mitad del siglo XX. La ultima tuá qué realizó don Silviano fue en los sesenta por encargo de músicos calentanos. 

Actualmente, los paracheños continúan viajando a Tierra Caliente, pero muchas cosas han cambiado. En primera, los viajes ya no son anuales a la Feria de San Lucas, pues ahora se viaja constantemente, ya no sólo a San Lucas y su fiesta, sino a otros pueblos de esa región. Además, el oficio de los “uakaleros” prácticamente desapareció con la apertura de las vías de comunicación y el transporte público. Otros cambios, tienen relación con el recibimiento que se les brindaba a los paracheños, ahora ya no es igual, los de Paracho no tienen un lugar especial dentro de la feria de San Lucas, pues por la calle destinada para los “indios paracheños” pasó el camino federal. Pero sin duda, una de las cosas que han cambiado con el tiempo son los instrumentos de cuerda vendidos, ahora, ya no se comercian guitarras tuás, hoy la venta es de guitarras sextas y violines principalmente. Así pues, la guitarra tuá dejó de venderse y escucharse en la Tierra Caliente. También en Paracho dejó de construirse. Sin embargo, aún existen personas de experiencia que guardan en su memoria el viejo modo de fabricarla y tocarla. Pese a que el futuro de esta guitarra está agonizando, aún no está del todo muerto y es probable que pueda recuperarse.

Notas

1.- Ruiz, Eduardo, Paisajes, Tradiciones y leyendas de Michoacán, Morelia, Balsal, 1971. 

2.- Ese hecho puede ser cierto, tomando en cuenta que actualmente existe la costumbre de regresar al sitio cada 21 de octubre, día de la fiesta del santo entierro de Paracho. Donde se representa el éxodo que sufrió la población en la última década del s. XVI. Representa el cambio de espacio geográfico, del cerro. de Paracho viejo al actual sitio donde se encuentra la población.

3.- Storm, Marian, “Ecos de sones tarascos. La música de Michoacán’, en: Ochoa Serrano, Álvaro, Mitote fandango y Mariacheros, Zamora, El Colegio de Michoacán, 1992, p. 120. Comenta que fueron Vasco de Quiroga y fray Juan de San Miguel quienes eligieron la población de Paracho para ser el centro manufacturero de instrumentos musicales de cuerda; sin embargo, la autora no explica más, tampoco dice en que se basó para hacer tal afirmación. 

4.- Véase: Talilla Jhoel, Remembranzas de una guitarra, mecanografiado inédito, 1996. Copia del texto proporcionada por el Sr. Jerónimo Amezcua, hijo de un afamado constructor de Paracho. 

5.- Idem, sin páginas. 

6.- Bermúdez Egberto, “La vihuela: los ejemplares de París y Quito”, en. La guitarra española, Madrid, Opera Tres ediciones musicales, 1992, p. 32. 

7.- Basalenque, Fr. Diego de, Historia de la Provincia de San Nicolás Tolentino de Michoacán, Morelia, Balsal editores, 1989. 

8.- Véase Warren Benedict, La conquista de Michoacán.

9.- Lumoholtz Carl, México Desconocido, Vol. 2, México, Edinal, 1972, p. 377. 

10.- Ochoa Serrano, Alvaro, Mitote, Fandango y Mariacheros, México, COLMICH-COLJAL, 2000, p. 44. 

11.- Castillo Janakua, Paracho durante la revolución, estampas y relatos (1890-1930), Morelia, Balsal, 1988, p. 56. 

12.- Contreras Arias, Juan Guillermo, Atlas Cultural de México, Música, México, SEP-INAH-Planeta, 1988; García López Abel, Las manos que hacen de la madera el canto

13.- Véase, Varios, La guitarra Española, Madrid, Opera tres, 1992. Al final del libro se presenta un amplio catálogo sobre instrumentos de cuerda desde el siglo XVI, a la actualidad. 

14.- García, Abel, Las manos que hacen de la madera el canto.

15.- Gracias a gente de Huetamo y de Paracho fue como pudimos hacer la descripción de la guitarra tuá ó panzona. Principalmente a don Angel Huipio, don Rafael Ramírez en Huetamo, y doña Rafaela Herrera en Paracho, quienes amablemente dejaron “meterle mano” a sus guitarras, y a Misael Medina en Morelia. 

16.- Gaspar Avellaneda, Viliulfo, Relatos y leyendas de San Lucas, México, Ed. Garabato, 1999, p.44. 

17.- Entrevista realizada a Magdalena Herrera Barajas, hija de don Silviano Herrera (+) guitarrero paracheño conservador y difusor de la guitarra tuá panzona, en Paracho Michoacán en abril de 2002.

18.- Carl Lumholtz. Op. Cit. p. 58. 

19.- Entrevista a Magdalena Herrera Barajas, Paracho, Michoacán, abril del 2002. 

20.- Gaspar Avellanedo Viliulfo, Op. Cit. p. 45.

 

(*) Este artículo se publicó: Víctor Hernández Vaca, “Paracho, la Guitarra túa y la Tierra Caliente”, en:  Jorge Amós Martínez Ayala, Una bandolita de Oro un bandolón de cristal. Historia de la Música en Michoacán. Morelia, Michoacán, Morevallado / Gobierno del estado de Michoacán, 2004, pp. 219-228.


                                                                                                 

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El fandango de artesa y sus transfiguraciones

La Manta y La Raya # 7                                                                marzo 2018


El fandango de artesa y sus transfiguraciones

Carlos Ruiz Rodríguez

Introducción

Hubo un periodo en la historia de la investigación en que se consideró que la cultura expresiva, dependiente principalmente de la tradición oral, no era cambiante: la música, la danza, la literatura oral, tendían a permanecer estáticas y eran asumidas de esa manera por una mayoría de estudiosos. Si bien es muy probable que hasta antes del siglo XX los contextos sociales, la intensidad del contacto cultural y el entorno tecnológico en los que se desenvolvían estas expresiones hayan favorecido que los cambios culturales fuesen más pausados en comparación con las dinámicas que caracterizan a nuestros días, la cultura, como lo han confirmado muchas investigaciones de las últimas décadas, siempre ha sido procesual. Aunque seguramente nos falta todavía reflexionar sobre “la velocidad” con que han ocurrido los cambios culturales a lo largo de la historia, sin duda, el tipo de cambio, sus causas y sus complejos contextos han ocupado desde hace media centuria un lugar importante en el estudio académico.

El cambio cultural ha sido un tema clásico en la antropología. En la investigación etnomusicológica se le ha dedicado bastante atención por lo menos desde hace media centuria; una de las certezas a las que han llegado los estudios sobre el cambio musical es que se trata de un fenómeno bastante complejo, sobre todo a partir del siglo XXI. La literatura clásica de la disciplina tiende a conceder que siempre habrá elementos de continuidad o estables en una cultura musical; empero, si bien estos elementos pueden volverse profundamente significativos, en términos generales, las investigaciones han sido sensibles a parámetros de análisis dinámicos, principalmente los concernientes al sonido musical: sustitución de repertorios, grado de variación permitido en la reproducción del repertorio, adición o integración de elementos musicales y repertorios externos a la cultura,entre otros.

Atendiendo a algunas de estas premisas, el presente ensayo reflexiona en torno alos procesos de cambio que ha vivido una de las más representativas expresiones músico-dancísticas afrodescendientes de México: el llamado “Baile de artesa” de la Costa Chica. Así, se ofrece una descripción del antiguo fandango de artesa en contraste con su manifestación actual, para estimar la estabilidad y el cambio en esta expresión de añeja procedencia histórica y vigente presencia cultural.

 

La diversidad músico-dancística costeña

En el litoral sur del Pacífico mexicano, la franja costeña que corre desde Acapulco, Guerrero hasta Puerto Ángel, Oaxaca, ha sido, por tradición, localmente denominada Costa Chica. Aunque en esta región predomina la población afrodescendiente, las partes que suben hacia las montañas, en la vertiente externa de la Sierra Madre, son habitadas principalmente por comunidades indígenas, tanto en Guerrero, como en la fracción oaxaqueña. Una mayoría mestiza caracteriza a las entidades más pobladas como Ometepec o Pinotepa Nacional. La Costa Chica conforma un mosaico pluricultural con características y relaciones interétnicas que generan procesos identitarios específicos, dichas relaciones tienen larga historia y remonta sus raíces hasta los más tempranos tiempos coloniales, época en que la trata esclavista y la relación marítima con Sudamérica y el Sureste asiático favorecerían condiciones peculiares en las que gradualmente se configuraría la cultura de la región.

En el entorno costeño, las expresiones músico-dancísticas tradicionales afloran, apuntalan y forman parte de los contextos sociales que les dan vida, la música carga de especial significado a las distintas ocasiones.(1) En esta región las expresiones músico-dancísticas tradicionales todavía forman parte inherente del ciclo vital colectivo e individual: formas celebratorias, festivas y rituales que recuerdan la propia historia, configuran identidades y tejen lazos sociales, entre otros importantes roles. En las expresiones tradicionales, la música generalmente va acompañada de formas poéticas verbales y manifestaciones dancísticas, en muchos casos como una sola unidad.

En tal perspectiva, dentro del rubro de las danzas, aparecen primero en escena tradiciones de prosapia colonial vinculadas al ámbito religioso por algunos llamadas genéricamente “Moros y Cristianos”(2) o también “Danzas de Conquista”,(3) pero a las que, en las comunidades afrodescendientes de la Costa Chica se les conoce como “Baile de Moro”, “Doce pares” y “La Conquista”. Quizá emparentada con las danzas de labor evangelizadora, aunque como derivación regional propia de un entorno estanciero colonial, se encuentra la danza del “Toro de petate”, también denominada “Vaqueros” o “Juego del toro”. Otra expresión dancística fuertemente ligada a la identidad afrodescendiente es la “Danza de diablos” que todavía durante el segundo tercio del siglo XX era denominada “Juego de diablos”. En la región, la mayoría de las danzas se encuentran vinculadas a la temática ganadera, aun cuando la pesca, la minería y el cultivo agrícola (especialmente del algodón) tuvieron relevancia histórica en la región. Esto obedece al fuerte antecedente ganadero que compartieron los contingentes de africanos llegados a México. Es indudable que las actuales manifestaciones músico-coreográficas son representaciones que aluden el entorno estanciero colonial, sin embargo, en algunos casos, sus precedentes pueden enlazarse a antiguas tradiciones africanas transculturadas durante largos periodos de tiempo.

Las danzas arriba mencionadas son algunas de las expresiones más representativas de las colectividades afrodescendientes. No obstante, otras expresiones musicales pueden encontrarse en la costa, algunas de ellas vinculadas a formas poéticas y al gusto por el uso creativo y artístico del lenguaje. La transmisión del conocimiento sigue fundamentándose en la tradición oral, no obstante, con los pronunciados cambios regionales ocurridos durante la segunda mitad del siglo XX (medios de comunicación masiva, comunicaciones terrestres, migración), los músicos tradicionales han venido a menos siendo escaso su número en varios lugares de la costa.

El fandango de artesa ayer

Otra tradición de ascendencia colonial es una forma festiva enlazada a las ocasiones fandangueras llamada hoy “Baile de artesa”. Dicha expresión refiere a la costumbre afrodescendiente de bailar en celebraciones festivas comunitarias sobre una plataforma zoomórfica a la que se le da el nombre de artesa. La artesa es un cajón de madera de una sola pieza y grandes dimensiones que tiene labrado en sus extremos la forma de la cabeza y cola de algún animal. Antiguamente, en la región, a la ocasión en que se bailaba sobre una artesa se le denominaba fandango o fandango de artesa. Esta denominación y su carácter general la vincula estrechamente con la manifestación que durante el periodo colonial fue conocida como fandango: espacio festivo de construcción colectiva en el que confluía canto, música, comida y bebida alrededor del baile sobre una plataforma.

Desde tiempos coloniales, el fandango formó parte de las ocasiones festivas de las poblaciones de origen africano de la Costa Chica, sin embargo, por distintas circunstancias, el fandango cayó en desuso a mediados del siglo XX en casi toda la región. Esta “intermitencia” duraría hasta la década de los ochenta, fechas en que el fandango resurge (como resultado de la llegada de algunos investigadores a la región) aunque con sustanciales cambios, entre los que destaca la propia denominación de la expresión, que desde este resurgimiento es comprendida como baile de artesa. En este nuevo ímpetu, el “baile de artesa” cobró vida en dos comunidades: primero, durante los ochenta, en San Nicolás de Tolentino, Guerrero; más tarde, a mediados de los noventa, en El Ciruelo, Oaxaca.(4) Por su parte, en Cruz Grande, Guerrero, se conservó la tradición de manera ininterrumpida, pero emparentada a las expresiones fandangueras de la Costa Grande y la Tierra Caliente, utilizando como figura central de su ensamble instrumental el arpa grande y algunas particularidades en el repertorio.(5)

Según los testimonios orales, hasta mediados del siglo XX, el fandango de artesa tenía un papel fundamental en todas las festividades de la Costa Chica para “cerrar” la ocasión de festejo. Los principales eventos en los que se usaba eran las bodas, la fiesta en honor a Santiago Apóstol y los velorios de angelito. De los antiguos fandangos se dice que al ejecutar el repertorio, la gente se acomodaba alrededor de músicos y artesa, aplaudiendo o gritando a quien participaba en el baile. La mayoría de las personas que -según cuentan- eran buenas para el baile de antaño eran mujeres; los hombres se destacaban por el redoble y el baile donde la mímica jugaba un papel fundamental. Según relatan, era común que hubiera enfrentamientos orales, denominados careos o retadas, donde se hacía uso de la amplia riqueza oral afrodescendiente. También eran frecuentes los desafíos o controversias cantadas, en los que se improvisaba el contenido de los versos respetándose la línea melódica de la pieza en turno. No había, en consecuencia, un cantante designado como tal, sino que cualquier persona de la concurrencia podía participar en el canto; no obstante, se menciona que la mayor participación al cantar era de parte de los tamboreadores.

Los informes también dan cuenta enfática del extenso número de piezas que constituían el repertorio, pudiendo durar un fandango hasta tres noches seguidas (con sus días) sin que se repitiera una sola chilena. Al carecer de energía eléctrica se alumbraban con una gran rama de ocote encendida o con lámparas de aceite. Por su parte, el conjunto instrumental para acompañar el baile sobre artesas incluía dos o más de los siguientes instrumentos: cajón o tambor (membranófono de marco), violín, bajo, guacharrasca y jarana. En la zona de Cruz Grande la instrumentación típica se conformaba de arpa “tamboreada” y jaranas.

El baile de artesa hoy y
sus transfiguraciones

Varios cambios pueden advertirse entre los tiempos antiguos del fandango y el actual baile de artesa. Al ser ésta una tradición que resurge mediante la intervención de investigadores (a inicios de los ochenta), la influencia de estos y la de los escritos publicados ha ejercido efectos notorios en la tradición oral. Este aspecto es claramente observable cuando se toca el tema de los significados en torno a esta tradición. En la literatura alusiva es frecuente encontrar que los orígenes del baile sobre artesas se vinculan al antiguo baile sobre canoas volteadas sobre el suelo. Si bien la artesa se construye –en un comienzo- de manera similar a como se construían las canoas en la región, no hay evidencia clara de que se halla bailado sobre canoas como práctica tradicional. En general, en la región, sólo algunos coinciden vagamente con esta idea, al parecer más influidos por los comentarios de los investigadores que por la propia tradición oral. La mayoría de los testimonios afirman que, por lo menos desde fines del siglo XIX en la Costa Chica, las artesas se construyeron labrando en sus extremos la cabeza y cola en la forma de algún animal, y con la función ex profesa de bailar sobre ellas.

A decir de algunos, la forma animal de la artesa tendría una función meramente ornamental, sin embargo, es posible argumentar que las raíces de esta tradición procedan de otra dirección. De acuerdo a los testimonios de Melquíades Domínguez, antiguo cantador de la agrupación de artesa de San Nicolás, las viejas autoridades de su comunidad decían que la artesa recordaba dos cosas: por un lado, el que ellos (negros y mulatos) habían sido llevados a esas tierras para la labor vaquera; por otra parte, la figura animal labrada en la artesa representaba a los blancos, por lo que el baile sobre artesas figuraba el no haber podido ser dominados por el “amo español”. Los antecedentes históricos de estas comunidades encajan coherentemente con las aseveraciones de Melquíades, es muy posible que se haya tratado de perdurar, mediante baile y música, el recuerdo de la destreza de los afrodescendientes para la labor vaquera. No es casual que sean figuras de toro, vaca o caballo, las formas labradas en las artesas afrodescendientes, pues bien pudieron haber sido grandes bateas escarbadas sin forma animal alguna, como las tablas de la Costa Grande.

Por otra parte, la artesa no solo contiene el recuerdo de la habilidad en la monta y doma ganadera, sino la memoria de una noción más profunda vinculada a la propia identidad afrodescendiente colonial, es decir, el recuerdo de burlarse de los blancos cuando los negros bailaban sobre el tronco ahuecado. Al asociar la figura del caballo con la imagen del español, el baile de artesa bien pudo expresar de manera metafórica, bailar sobre un blanco, es decir, reiterar el carácter que situaba al negro por encima y fuera del dominio español. Sin embargo, estas nociones prácticamente son desconocidas a la mayoría de la población afrodescendiente; posiblemente, estos significados fueron quedando en el olvido de manera paralela a como fue quedando atrás la circunstancia histórica que les daba sentido: la esclavitud, los conflictos interétnicos y el fundamental papel de la ganadería.

El resurgimiento del baile de artesa está muy ligado a las condiciones en las que emerge; sus características relegan necesariamente los principios socioculturales que la sustentaban y derivan en cambios profundos en todos los niveles de la práctica musical. Esto se refleja en el cambio de contextos en los que se reproduce esta tradición: el resurgimiento de la artesa no busca reinstalarse en los contextos tradicionales en que afloraba, sino que integra su performance casi por completo al formato institucional escénico (de “sala de concierto”). Antes de la intermitencia de esta tradición, el fandango conservaba sus contextos tradicionales: las bodas, los angelitos, la fiesta en honor a Santiago Apóstol o fiestas patronales locales, aunque se utilizaba para casi toda ocasión celebratoria. Luego de su desaparición y resurgimiento, el baile de artesa no se reincorporó a estas ocasiones festivas colectivas, sino que prácticamente reaparece, primero, en eventos de instituciones culturales, y después, en encuentros políticos reivindicatorios de la identidad afrodescendiente. Si bien en Cruz Grande ocasionalmente se integra a sus contextos tradicionales, en San Nicolás y en El Ciruelo esto ya no ocurre desde hace muchos años.

El cambio de contextos performativos del fandango se vincula a otro de los cambios significativos en la tradición, es decir, la disolución de sus funciones tradicionales en las comunidades afrodescendientes. Tanto en las fiestas patronales, como en los rituales funerales y las bodas, el fandango tenía como función proveer de un espacio socialmente consensado para convivir, compartir, solidarizarse, entretenerse y crear vínculos con el sexo opuesto, además de reforzar la cohesión social y reafirmar la identidad colectiva. Actualmente, esas funciones se han reducido prácticamente a conformarse como una expresión cultural que se instituye como emblema identitario en el actual movimiento político y reivindicatorio de la identidad afrodescendiente.El hecho mismo de comenzar a calificar esta expresión, denominada fandango, como baile, marca un cambio sustancial en esta tradición. De alguna manera, el baile de artesa se “reinventa” partiendo del fandango, pero ya no como una construcción social, sino de un grupo de personas que si bien parten de elementos formales de la memoria, obedece a funciones sociales distintas a las que histórica y socioculturalmente estaba integrado.

Un rubro más tiene que ver con las conductas en torno a la tradición. Las ocasiones performativas evidentemente han cambiado: la participación colectiva que caracterizaba a los fandangos ahora se restringe a la participación principal de los bailadores de las agrupaciones, ocasionalmente invitando a bailar a los espectadores sobre la artesa, en el formato escénico ya mencionado. El público audiente, al estar separado de los ejecutantes entre escenario/butacas de espectadores, hace un tanto pasiva su participación durante la ejecución del baile. Algo similar sucede con el rol de músico, pues en tiempos antiguos no existía un grupo de músicos estandarizado, sino que cualquiera que pudiese tocar o cantar, lo hacía en el momento del fandango. Las piezas en tiempos antiguos eran resultantes de la ejecución colectiva, pudiendo tomar el rol de músico casi cualquier asistente a la ocasión.

Además de que varios aspectos de los conceptos, conductas performativas, contextos y funciones socioculturales cambiaron, su resurgimiento implicó también transfiguraciones en la cuestión estrictamente musical y dancística. Un primer rubro tiene que ver con la composición de las piezas y la cantidad de repertorio utilizado; los testimonios orales dan cuenta de la drástica reducción de repertorio en tiempos actuales en San Nicolás. Asimismo, hoy el texto de las piezas ya no es improvisado colectivamente, como antaño, sino que tiende a ser memorizado y cantado por una sola persona. También se menciona que existía mayor riqueza improvisatoria en la ejecución tanto instrumental como dancística. En el caso de San Nicolás y El Ciruelo, hoy el baile se ha estandarizado y simplificado; los tiempos en que las mujeres se destacaban por su habilidad en el baile y los hombres por sus competencia en el diseño de textos improvisados en el canto no volvieron. Recientemente, en San Nicolás, puede advertirse la integración ocasional de diseños coreográficos colectivos, tipo “ballet”, contrastante con el tradicional baile de parejas sueltas independientes con pañuelo. En contraste, en el caso de Cruz Grande se conserva una mayor diversidad coreográfica y se mantienen muchos elementos que se mencionan en los testimonios orales sobre las formas de baile de tiempos antiguos.

Consideraciones finales

En otro lugar se han abordado las posibles causas de declive y resurgimiento de esta tradición, las cuales son múltiples y complejas: una red de circunstancias y factores vinculados durante un largo periodo de tiempo a condiciones históricas específicas.(6) Actualmente la valoración y vigencia del baile de artesa en las comunidades que conservan esta tradición es variable. Los valores y condiciones socioculturales han cambiado repercutiendo en los conceptos, conductas y funciones ligados a esta tradición. El baile de artesa es una herencia cultural muy remota para los jóvenes actuales, aun cuando para los viejos siga siendo el recuerdo de continuidad con el pasado así como un importante rasgo de identidad.

En general, las tradiciones musicales son vistas de diferentes maneras por las distintas generaciones costeñas; de acuerdo a ese significado, son usadas y asumidas de maneras específicas. Acorde a ello, pueden ubicarse tres franjas generacionales: las generaciones de mayor edad, los “viejos”, los adultos “maduros” y los jóvenes. Los primeros tienden a ver a las tradiciones como expresiones valiosas con las que crecieron, y que incluso conservan todavía vínculo con la matriz sociocultural que les dio vida, pero que tienden a perderse irremediablemente, de algún modo como resultado de procesos “naturales”. Los segundos, es decir, los maduros, fueron testigos de cambios sustanciales en el entorno socioeconómico y cultural y tratan de conservar sus tradiciones con un margen variable de flexibilidad, adecuándose a las condiciones actuales. Los jóvenes en definitiva usan y asumen su herencia cultural en su propio beneficio percibiendo a las tradiciones como un medio o alternativa más de sobrevivencia, incluso apuntando hacia la “espectacularización” de sus tradiciones.

No obstante al enorme esfuerzo empeñado en el resurgimiento de esta tradición en San Nicolás y en El Ciruelo, puede observarse como su desarrollo ha sido accidentado y difícilmente se podría afirmar que se ha consolidado una revitalización en ambas comunidades. El alto índice de emigración y la influencia de los medios electrónicos masivos influyen fuertemente en la precaria perduración de esta tradición: desde hace unas tres generaciones la música de “conjunto” y los “sonidos” han ganado terreno en las preferencias locales.Aquí es perceptible como, en términos generales, las sociedades demandan innovación a sus creadores; se valora la innovación en lugar de la imitación de modelos ya creados. Finalmente, el condicionamiento social de la reproducción de la tradición y las sanciones negativas y positivas del grupo al que pertenece son centrales para su perduración o declive.

 

Notas

1 Un recuento extenso sobre las expresiones músico-dancísticas y musicales de la Costa Chica puede encontrarse en Carlos Ruiz Rodríguez, “La Costa Chica y su diversidad musical: ensayo sobre las expresiones afrodescendientes”, en Fernando Híjar Sánchez (coord.), Cunas, ramas y encuentros sonoros. Doce ensayos sobre el patrimonio musical de México, México, DGCP-CONACULTA, 2009, pp. 39-81.
2 Arturo Warman, La danza de moros y cristianos, México, SEP, 1968.
3 Jesús Jáuregui y Carlo Bonfiglioli (coords.), Las Danzas de Conquista, México, CONACULTA-FCE, 1996.
4 Un acercamiento sobre esta tradición en las dos comunidades mencionadas puede verse en Carlos Ruiz Rodríguez, Versos, música y baile de artesa de la Costa Chica, México, El Colegio de México, 2005.
5 Hasta mediados del siglo XX, la comunidad de Cruz Grande fue un prolífico centro de músicos arperos y grupos fandangueros de amplia influencia en toda la zona. De ese antiguo esplendor musical fandanguero sólo queda actualmente la destacada agrupación de Los Gallardo.
6 Cfr. Carlos Ruiz Rodríguez, “Del fandango al baile de artesa. Declive, resurgimiento y sobrevivencia de una tradición musical de la Costa Chica”, en Amparo Sevilla (ed.), El fandango y sus variantes. iii Coloquio Música de Guerrero, México, INAH, 2013, pp. 249-266.

 

Una versión más extensa de este trabajo -que incluye más referencias y otras fotografías- fue publicada en 2016 por la Universidad Autónoma de Chiapas: 

– Ruiz Rodríguez, Carlos. “Las transfiguraciones de las danzas tradicionales afrodescendientes de la Costa Chica”, en Oliva, Aurora (coord.), Transfiguraciones de danzas tradicionales. Ensayos y entrevistas. Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, Universidad Autónoma de Chiapas, 2016, pp. 100-131. ISBN: 978-607-8573-05-9. 

 


Revista # 7 en formato PDF (v.7.1.2):

 

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