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Aquellos tríos rancheros de los años 1980

La Manta y La Raya # 14                                                              marzo  2023 ________________________________________________________________________

Aquellos tríos rancheros de los años 1980

 

Francisco García Ranz

 

 

Introducción

Ahora con la publicación de Guinda 1982, grabaciones de campo y textos disponibles a través de la Fonoteca de La Manta y La Raya, me resulta más fácil escribir sobre los tríos rancheros que conocí en Tlacotalpan y Santiago Tuxtla entre 1981 y 1983. Estos conjuntos jarochos de músicos campesinos con guitarra de son y dos o tres jaranas, ya en vías de extinción para ese entonces (aunque yo no lo sospechaba), se convierten para finales de esa misma década en vestigios y recuerdos inclusive de un pasado remoto. De los cuatro trios a los que me voy a referir solamente uno, el trío de don Guadalupe Casarín del rancho El Marqués (muy cerca del 6 de Enero), municipio de Tlacotalpan, continuó activo, participando todavía en las parrandas y fandangos de fin de año de su comunidad hasta los inicios de los años 2000. Considero que con ellos terminó una época importante de música jarocha campesina de gran riqueza, asociada geográficamente con músicos campesinos de las “tierras bajas” de las faldas de Los Tuxtlas, una región intermedia entre las “tierras altas” tuxtecas y los grandes llanos, “un cruce de caminos histórico” parafraseando al maestro Alvaro Alcántara, conformada por una población mestiza, menos indígena y tal vez más afromestiza con respecto a la población de las “tierras altas”. 

Revista núm. 14  en formato PDF (v.14.1.1):

 

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Antiguas voces del cedro

La Manta y La Raya # 6                                                                noviembre 2017


Antiguas voces del cedro                             Memorias de Sotavento                             Grabaciones de campo 1991-1997

Wendy Cao Romero
Producción General

Grabaciones de campo
Guillermo Pous Navarro
Pablo Flores Herrera
Wendy Cao Romero
Alec Dempster

Fotografía
Agustín Estrada, Rodrigo Vázquez
Carola Blasche, S. Alberto Vázquez

Edición especial
Xalapa, Veracruz, 2015

 

Entre los tambores de guerra
y la vieja guardia veterana

Antiguas voces del cedro, Memorias de Sotavento, un álbum de tres discos compactos, publicado en 2015 con textos de Wendy Cao Romero, nos entrega una colección de 50 grabaciones de campo, sones jarochos y entrevistas registradas entre 1991 y 1997 que incluye y documenta a muchos de los músicos de la vieja guardia, maestros músicos de sones y saberes, referentes fundamentales de las nuevas generaciones de músicos jarochos que se desarrollan y multiplican en las dos últimas décadas del siglo XX.

El acervo está integrado por grabaciones de campo asociadas a dos importantes trabajos publicados anteriormente: Sones campesinos de la Región de los Tuxtlas (1995) y Las Voces de cedro (1997).(1)  A pesar de la importancia de ambos documentos sonoros, éstos no fueron ampliamente conocidos por varias razones, y una re-edición, en particular de Sones Campesinos, había sido anhelada desde los inicios de los años 2000. Sin embargo, la mitad de las grabaciones contenidas en Antiguas voces son inéditas; se incluyen 9 grabaciones adicionales de 1995 (“bonus tracks”), no incluidas originalmente en Las Voces de cedro, y un tercer disco CD, Memorias de Sotavento, con 19 grabaciones más, también inéditas, realizadas entre 1991 y 1997 por Wendy Cao Romero, Pablo Flores y Alec Dempster; entre éstas se incluyen también entrevistas breves, con testimonios de viva voz de algunos músicos.

Pero hagamos un recuento. Durante los años 80 del siglo pasado, en los Encuentro de Jaraneros de Tlacotalpan se dieron a conocer una cantidad de músicos rurales y campesinos, insospechados y sorprendentes. Sin embargo, las grabaciones de campo de sones jarochos por parte de etnomusicólogos se detuvieron hacia 1984,(2) cuando ya la práctica musical iba en decadencia y los fandangos campesinos, en muchos lugares, habían desaparecido 30 ó 40 años antes. Para los años 90, con el regreso del huapango ranchero y el despertar del son jarocho campesino, nace el interés entre músicos e investigadores por documentar con mayor cuidado y registrar la música y a los músicos en sus localidades, in-situ, a nivel de tierra, y no “en vivo” sobre templetes, a través de micrófonos para “presentaciones” y bajo reflectores de luz.

Así nace, como una iniciativa independiente, primero el proyecto Sones Campesinos al que continuará Las voces del cedro, ambos proyectos íntimamente ligados. Dos trabajos similares que de igual manera contribuyeron a la documentación sonora del son jarocho de los años 90 son los casetes Son de Santiago Vol. I y II (1997) y Homenaje a Los Juanitos (1998). Se trata también de trabajos poco conocidos. Y es que, por una parte, todos estos documentos sonoros pioneros nunca se re-editaron, tampoco tuvieron un gran tiraje y al momento de su publicación, el formato de casete ya empezaba a ser obsoleto. Coincidentemente, y como referencia, tenemos que para 1996 aparecen los primeros discos CD con sones jarochos: Los Utrera (Urtex UL3002) y La Iguana (Corason CO127).(3)  En 1997, se publican los discos CD, Son de Madera (Urtex UL3003) y Mono Blanco y Stone Lips (Urtex UL3004).

Y no solamente el sonido cambió, de analógico a digital, y sus formatos de reproducción y distribución. Es en esos años de fin de siglo, cuando muchos cambios empiezan a manifestarse claramente, signos inequívocos de un antes y un después contrastantes de cara al nuevo milenio, de una nueva generación de músicos, ya no enteramente campesina y una nueva sociedad más digital. Antiguas voces también retrata y da testimonio de algunos de los nuevos grupos emergentes (retoños) de Los Tuxtlas, como Cultivadores del Son y Los Utrera, integrados por jóvenes músicos alrededor de los músicos maestros Juan Pólito Báxin, Juan Mixtega Baxin y Esteban Utrera. Una diferencia de edad, entre estas dos generaciones, posiblemente de más de 30 ó 40 años.

Pero Antiguas voces es una colección de grabaciones para desgranar, una madeja de hilos varios que podemos ir deshaciendo, descubriendo e identificando poco a poco; algunas hilos fuerte atados entre sí, otros sueltos. Un primer recuento de los registros sonoros más notables y singulares que contiene la colección reunida, nos lleva a las grabaciones de dos maestros guitarreros de leyenda: Francisco “Chico” Hernández y Nefatlí “Talí” Rodríguez. Son contadas las grabaciones que se conocen de don Chico, a quién se le considera uno de los últimos y grandes maestros de la guitarra de son, así como de don Talí y su conjunto Flor de Caña (de Las Pitas) de quiénes se presentan grabaciones inéditas. Antiguas voces nos entrega también registros de muchos de los grandes guitarreros de la época, dejando testimonios de Florentino Corro, Felix Báxin, Benito Jiménez Rodríguez, Delio Morales, José Palma, Juan Pólito Baxin, Cirilo Promotor, Nazario Santos, Esteban Utrera, Andrés Vega Delfín y Juan Zapata.

Dentro del acervo encontramos ejemplos musicales de un numero importante de grupos campesinos, principalmente de los municipios de Santiago Tuxtla y de San Andrés Tuxtla, dando cuenta de la gran diversidad musical dentro de la región, en donde quedan contenidos muchos pequeños universos sonoros, pero también recoge e incluye sones jarochos indígenas popolucas de Santa Rosa Loma Larga (municipio de Hueyapan de Ocampo), desconocidos prácticamente hasta entonces, así como ejemplos de sones en estilo más llanero (Blanco de Nopalapan, Cañada, Pueblo Nuevo, Tlacotalpan), y ejemplos puntuales de músicos y estilos locales registrados en Chacalapa, al sur, y en Playa Vicente, al occidente de la región sotaventina.

Comencemos por mencionar a Los Soneros del Barrio y su interpretación de El Ahualulco (Tilapan, 1993), posiblemente la primera grabación del violín tuxteco (Atanasio Martínez Ignot) en un ensamble tradicional. Así también resultan valiosos los registros de los grupos San Martín Sinapan de Felix Báxin, del dueto de Felix y Arcadio Baxin, y de Los Cultivadores del Son con Juan Pólito Báxin y Juan Mixtega Báxin, una grabación del son El Borracho, también con violín.

Posiblemente una de las primeras grabaciones del notable grupo Son de Santiago de Juan Zapata, Jose Palma e Isaac Quezadas, sea El Butaquito registrado en 1993, un grupo emblemático de los años 80, representantes de toda una época y de todo un estilo, acompañados en esa ocasión del versador Raymundo Dominguez. Interesante es la “instantánea familiar” de Andrés Vega, Tereso y Martha Vega, interpretando El Valedor registrada ese mismo año, y resulta también importante la inclusión de registros realizadas en 1996 del Grupo de Playa Vicente, formado por José María Álvarez, el “Pariente”, Higinio “Negro” Tadeo y Benito Jiménez, pilares junto con don Chico Hernández de la música de esa región.

Habrá que destacar la grabación del extraordinario grupo Alma Jarocha de Nazario Santos, Benito Mexicano, Salomón y José Parra interpretando María Chuchena. Sin duda uno de los grupos más extraordinarios y eficaces en un fandango.(4) Una de las joyas del acervo es el registro de El Buscapiés interpretado por el dueto del guitarrero Florentino “Tino” Corro y su hermano Guillermo con jarana y Jesús Sánchez, cantador. Antiguas Voces incluye una nueva, y también extraordinaria, grabación de Los Corro, así como una entrevista con don Tino.

Un caso singular dentro de la tradición musical lo es el notable músico de armónica Leonardo Rascón, del que se incluyen varias grabaciones a dúo con Esteban Utrera y Ramón Gutiérrez, y con el conjunto de muchachones en aquel entonces, integrado por Liche Oseguera, Tacho Utrera, Patricio Hidalgo, Darmacio Cobos y Ramón Gutiérrez, captados in fraganti en 1993 con don Leonardo. Cabe destacar que no fue sino hasta 1997, cuando se publica La Bamba, interpretada por Delio Morales y Liche Oseguera, grabación con la cual se empieza a documentar y se presenta una muestra de la forma y estilo de tocar la guitarra grande vozarrona del sur de Veracruz, hasta entonces muy poco conocidos; ya cuando el instrumento había traspasado las fronteras regionales 15 años antes, y se había difundido y popularizado fuertemente. Finalmente hay que reconocer las entrevistas de Nazario Santos, Cirilo Promotor y Carlos Escribano contenidas en la colección, y desde luego la excelente obra fotográfica de Agustín Estrada, junto con la de otros notables fotógrafos como Rodrigo Vázquez, Carola Blasche y S. Alberto Vázquez, que retratan a muchos de los músicos que dan vida a Antiguas voces.

No resulta exagerado considerar Antiguas voces del cedro, Memorias de Sotavento, la colección de grabaciones de campo de son jarocho más importante registrada en los años 90 del siglo XX. Invitamos a que conozcan esta obra sin duda fundamental.

Los editores

Notas
(1) Sones campesinos de la Región de los Tuxtlas, un casete publicado en 1995 con 14 grabaciones de campo realizadas por Guillermo Pous, con textos de Ricardo Pérez Montfort y Claudia Cao Romero; Las voces de cedro, un disco compacto publicado junto con el libro La Puerta de Palo de Agustín Estrada en 1998, con 10 registros de campo grabados por Pablo Flores y Wendy Cao Romero, con textos de Ricardo Pérez Montfort.
(2) Lieberman hace sus últimas grabaciones en Veracruz en 1983, y Stanford hasta 1984.
(3) Este último con grabaciones de campo de Lieberman et al. registradas entre 1975 y 1983. Es contrastante el hecho de que en 1995 se publicara el casete Sones Campesinos con las 1ras grabaciones de Los Utrera (registradas en 1993), y en 1996 aparezca el CD Los Utrera (Urtex UL3002) con distribución mundial.
(4) Como lo demostró Alma Jarocha en más de una ocasión en los fandangos de las Fiestas de La Candelaria de Tlacotalpan en los años 80 y principios de los 90.

 

Los editores


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Recuerdos de don Neftalí Rodríguez Hernández

La Manta y La Raya # 0                                                                                       octubre 2015


José Cobos Rodríguez

Fragmentos de una entrevista realizada en diciembre de 1997 en   Carlos A. Carrillo, Cosamaloapan, Ver. por Francisco García Ranz.

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Foto: Francisco García Ranz

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Don José Cobos Rodríguez nació en el rancho El Huaracán, Mpio de Villa Azueta, el 26 de noviembre de 1932. Campesino de toda la vida. Su padre, Rubén Cobos Castro también campesino, tocaba la guitarra de son (por cuarta bandola).

Recuerda don José de su padre, –tocaba suavemente, muy lento… muy bajo de a tiro. No salía a fandangos sin embargo tocaba en las fiestas de la señora Santana,… ahí iban cargando la tarima, hasta los músicos cargaban… tocaban ahí música muy pausada. También salía a tocar Las Pascuas, Naranjas y Limas.

Don José empezó a agarrar primero la jarana y después la guitarra a la edad de 35 años. Nadie le enseñó a tocar propiamente, pero aprendió a la sombra de don Talí, su tío, hermano de su madre Abigail Rodríguez Hernández. Don Talí, como lo describe don José, era una persona de mucho respeto, –un hombre tan regido. No le gustaba que uno saliera a echarse una copa; lo traía a uno cortito. Decía don Talí –una copa solo, para que el cuerpo agarre ánimo.

Cuenta don José, –don Talí me quiso mucho, me daba muchos consejos; un hombre honesto, bueno, parcial. En una ocasión, cuando don José estaba intentando aprender la guitarra de canción, don Talí le dijo:

– Oye, eso por favor lo vas a ir abandonando.
– ¿Por qué tío?
– Porque vas a ser candil de la calle.
– Pero… ¿por qué tío?
– Porque con una lira vas a tener amigos que te van a venir a buscar, te vas a ir, vas a amanecer, vas a anochecer y voy a tener muchos problemas. Porque sí vas a aprender, … ya te ví que vas a aprender. Dedícate a la guitarra (de son), eso es
lo que tienes que hacer… para que salgas conmigo a tocar.

Don Talí tenía dos guitarras y tres jaranas, –con él nos íbamos a tocar Benjamín -hermano de don José-, Mario Rodríguez, el único de los muchos hijos que tuvo don Talí que sí aprendió a tocar, y yo. Acostumbrábamos a tocar de vez en cuando en las noches después de cenar, entre 8 y 11 de la noche. Don Talí vivía en La Pita enfrente de Pueblo Nuevo y separados por el río Tesechoacán. El conjunto que formabamos se llamaba Flor de caña de Las Pitas. No cantábamos. Eso fue toda la vida y nos decían: ¿por qué no se buscan un cantador?
– Íbamos a tocar a ranchos cercanos: Manzanilla, La Laguna, Juan García, La Herradura… algunas veces llegabamos hasta Tesechoacán. A los huapangos don Talí iba con guitarra y nosotros tres con las jaranas de don Talí. Había que tocarle recio y … abreviarle. Decía don Talí –quiero que me arrastren. Le gustaba que lo arrastraran. Pero qué lo iba uno a arrastrar!

–Sólo íbamos con una guitarra pues don Talí decía: con mi guitarra tengo para dar y prestar. Siempre se nos respetó en los fandangos y lugares donde ibamos a tocar, nunca nos dijeron una mala palabra.

–Don Talí también tocaba con un tal Coco Fernández que tocaba la jarana (¿de Tenejapa?). Tenía muchos amigos, muchos compadres. Salía a tocar a Pueblo Nuevo a Las Fiestas de Mayo, a Carrillo, a Cosamaloapan, a Isla, ahí al Pretil donde tenía un compadre; iba a tocar a su cumpleaños, demoraba dos o tres días.

Recuerda don José la ocasión en que José Adauto Gutiérrez le pidió a don Talí que le tocara tres sones en la cantina grande de Tlacotalpan, ahí a la barra.

–Empezamos tocando El siquisirí; Mario, don Talí y yo. Nos ofrecieron de tomar desde un principio, pero don Talí no quiso aceptar. Se apilaron ahí varios amigos de José Adauto y después del primer son llegó un señor que le metió 50 pesos a la bolsa de don Talí!… Y don Talí sorprendido le respondió de inmediato:
– ¡Uta, no! Yo no le cobro a nadie! –Y le devuelve el billete– .
– Bueno entonces ¿qué se toma don Talí? –le dijo aquel señor–,
– Bueno, –dijo don Talí–, nomás vamos a tomarnos una.
Y una copa sólo se tomó.

Don José también recuerda cuando fueron premiados en el Concurso de Jaraneros de Tlacotalpan de 1980: –Había muy buenos grupos, pero fue por nuestro modo de tocar muy acoplado… en una altura… (don José se queda en silencio buscando adjetivos apropiados), demasiado… recio… en fin, muy bien requinteado por lo que nos dieron el 2º lugar.

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Foto: Arturo Talavera

 

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Reflexiones sobre el Encuentro de Jaraneros

La Manta y La Raya # 0                                                                                      octubre 2015


Arq. Humberto Aguirre Tinoco
Fundador del Encuentro de Jaraneros en Tlacotalpan y
gran impulsor del son jarocho

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Foto: Mariana Yampolsky
De una serie de entrevistas hechas por Honorio Robledo y                             Javier Amaro al Maestro Aguirre Tinoco.                                                                                                              

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Cuando yo era pequeño recuerdo el repiqueteo del son en la “duermevela”, mientras me iba quedando dormido resonaba la música que se tocaba en la plaza de armas y con ella me adormecía. Fui creciendo y mi vida estuvo siempre envuelta en la efervescencia del son. Con ello me impregné y es parte medular de mi existencia. El son, para mí, es un tónico que te nutre al escucharlo y el bailarlo te llena de vitalidad.

En mis recuerdos de infancia quedó intensamente grabado el primer fandango al que asistí con mi familia. Fuimos invitados par un sacerdote que iba a bendecir las propiedades que un ganadero había comprado por el Tesechoacán y nos fuimos en una lancha río arriba.

Acá, en Tlacotalpan, todo es claro; el llano es amplio, sin escon-drijos, y el río es ancho, pero remontar las aguas azulencas del Tesechoacán fue una prodigiosa experiencia a mis ojos de niño, pues el río se iba encajonando entre unos murallones. En aquellos tiempos los ríos tenían sus aguas con tonos verdes o azules, pues no había toda esa tala inclemente que provoca que las aguas bajen azolvadas, ni había contaminación. En las orillas del barranco crecían árboles altísimos, cuyas frondas se entreveraban en lo alto oscureciendo el trayecto, donde gritaban y correteaban los monos, los loros y las iguanas.

Ya ese viaje era una maravilla. Así llegamos al caserío, donde celebraron la misa en una explanada alta, para resguardarse de las crecidas. Yo era muy chico y me quedé dormido. Desperté al anochecer. Ya mucha de la gente se había regresado a Tlacotalpan, pero nosotros nos quedamos y ahí experimenté una de las cosas más bellas e impresionantes de mi vida, pues lo primero que escuché fue el retumbar de la tarima a lo lejos.

Hay un momento al anochecer al que le llaman “conticinio”; es un tiempo de oscuridad por ahí por la media noche, en donde en el campo se hace un silencio total; los animales y las bestias callan. Los bichos enmudecen; nada se mueve y hasta el viento deja de soplar. En ese momento es cuando el retumbar de la tarima llenaba la noche entera.

Yo me acerqué siguiendo la luz de las candilejas que iluminaban el fandango en una colina. Las candilejas eran una especie de tejas colocadas a buena altura, porque no había electricidad. Las candilejas, con esa luz amarillenta e inestable, iluminaban a los participantes del fandango. La mayoría eran cañeros y campesinos, pero estaban todos renegridos por la zafra, así que, a la luz de las candilejas, las facciones se convertían en algo tremendamente espectral, pero al mismo tiempo con una enorme vitalidad, entre ese juego de luces y sombras desvanecidas con la noche invadida de son jarocho. Las sombras devastadas de las fandangueras se proyectaban y se mezclaban en la pendiente de la colina, en un espectáculo silencioso, siempre cambiante. Yo permanecí extasiado durante horas, hasta que llegaron a buscarme pensando que me había perdido…

La tarima es el centro de la fiesta primordial… el fandango. Antiguamente le ponían debajo cascabeles y unos platillitos de metal, así que al taconeo los platillos vibraban y se estremecían, dándole unas sonoridades que ahora muy poca gente ha experimentado. Ya esa usanza se ha perdido o ya casi nadie la sabe.

En general los músicos empezaban a florear la tarima con los sones, calentándola, y entonces entraban las bailadoras experimentadas que, a veces, hasta eran pagadas para animar el fandango. Así, poco a poco, se iban incorporando las jóvenes, imitando pasos y las mudanzas de las mayores. En Tlacotalpan, el fandango era una fiesta popular, pues muy pocas señoritas de “buena familia” se incorporaban a los fandangos de los barrios, aunque, por supuesto, casi todas sabían bailar y versar. Para mí, desde mi experiencia y mi niñez en Tlacotalpan, el jarocho es la mezcla de los españoles con los africanos. De España vienen las guitarras y las formas de la danza. Los indígenas tenían otros rituales, estaban asentados en otras regiones, lejos; solamente aparecían para vender sus productos en las ferias. Para acá dominaba otra mezcla; la presencia europea y africana son las más acentuadas.

Plaza Doña Marta
Había un jardincito que cuidaba Doña Marta Tejedor. Era un jardín de traza muy antigua. Durante la etapa colonia se llamaba Plateros, ya después su nombre oficial fue Parque Matamoros. Esa señora lo cuidaba y se esmeraba en mantenerlo. La gente, correspondiendo a sus esfuerzos le dejó su nombre al parque: Doña Marta, sin hache, tal como viene en la Biblia.

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Foto: Valeria Prieto

En el año 1969, hubo una gran inundación en la cuenca del río Papaloapan. En Tlacotalpan el agua subió hasta metro y medio. Después de la inundación yo hice una campaña en México para recabar fondos para los damnificados: organicé Noches Jarochas, entre otros muchos eventos. Logré reunir $30,000.00 (treinta mil) pesos de aquella época, además de montones de víveres y ropa. Pero en eso salió una resolución presidencial que impedía y desalentaba todas las iniciativas sociales para ayudar a los damnificados. Claro, estaba muy fresco el 68 y no querían participación de las organizaciones populares ni de la sociedad civil. Pero, con todo era nuestro pueblo y eran nuestros paisanos: teníamos la obligación de ayudar.

Cuando yo llegué a Tlacotalpan con el dinero, todo el mundo me solicitaba esos fondos. Algunos ediles me pedían el dinero para hacer un drenaje en el campo de futbol, otros para poner las bancas en el campo de béisbol, puras obras para quedar bien, pero nada en verdad sustancial. Entonces, para que no me acusaran de robarme el dinero comencé los tratos con los dueños de la plazuela Doña Marta, (para entonces ya había alguien interesado en comprar el terreno para poner unas bodegas de muebles. ¡Fue un milagro que no se le haya vendido!). Y bueno, como estaba en desnivel, con la inundación la plaza quedó convertida en un chaquistal.

De la velocidad del son
Por ahí de 1968, por las calles de Puente de Alvarado había unas cantinas donde a veces llegaban a tocar grupos de son jarocho. Algunos de los músicos que ahí tocaban eran unos borrachales. Los sones los interpretaban con ese estilo rápido, alvaradeño. Reflexionando sobre ese estilo veloz y escuchando las viejas grabaciones llegué a la conclusión de que aquellas primeras versiones, hechas en los años veinte, alteraron la manera tradicional de interpretar el son jarocho. La música jarocha la empezaron a grabar en los Estados Unidos los tlalixcoyanos.

Yo encontré unos discos que pertenecieron a mi padre, grabados por ahí de 1920, se trata de esos discos pesados, de bakelita, que tienen la grabación de un solo lado. Al escucharlos me di cuenta de que ya comenzaba a sonar el estilo rápido; esa manera vertiginosa y preciosista de interpretar el son, que después se haría moda. Me parece que los aparatos de reproducción, las victrolas, “aceleraban” la manera de tocar. Yo creo que los grupos compraron esos discos y pensaron que ese estilo era un mejoramiento, un paso dentro de la evolución del son tradicional. Pero he llegado a pensar que no era por que así lo habían grabado, sino que, tanto las máquinas de grabar y los aparatos de reproducción, aceleraban la música, pues por todas estas regiones donde se tocaba el son lo hacían con un estilo bastante más reposado.

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Sigo creyendo que los grupos que escucharon esas grabaciones pensaron que esa velocidad era una evolución del son y continuaron con la tarea de acelerarlo, especialmente los grupos alvaradeños.

Sobre el Encuentro de Jaraneros
Fue en la Casa de la Cultura donde nació el Encuentro de jaraneros. El Negro Ojeda era un cantante muy reconocido desde la época de las peñas. Su madre es Tlacotalpeña, así que el doctor Ojeda llegaba con la familia cada vez que podía escaparse de la ciudad, por ello, desde siempre, “El Negro” fue un personaje aceptado.

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Foto: Bulmaro Bazaldua

En aquella época, yo dirigía la Casa de la Cultura de Tlacotalpan y en cierta ocasión me dijo el Negro que él tenía la posibilidad de traer gente de la Ciudad de México a grabar un programa sobre Agustín Lara, para trasmitirse en Radio Educación. Me pidió que yo reuniese en la tertulia a músicos y amantes de las canciones de Lara para evocar esa época nostálgica.En aquellos míticos años sólo había dos radios en Tlacotalpan, así que los radioescuchas y los músicos se iban a cualquiera de las dos casas para escuchar las canciones que Lara estaba estrenando en su programa. Al terminar la transmisión, los jóvenes se iban al parque y, entre todos, armonizaban las canciones que habían escuchado y se iban por el pueblo, ofreciendo serenatas.

En Tlacotalpan existía una tertulia que se encargaba de mantener esas reuniones en honor al “Flaco” Lara. Ya con la propuesta de Radio Educación yo me encargué de reunir a los músicos, a los poetas y a los declamadores e hicimos una transmisión. La grabación quedó muy hermosa, tanto que al año siguiente decidieron repetirla. Pero para ese entonces la tertulia larista estaba en extinción, porque muchos de los participantes se habían ido o habían emigrado. Así que yo me apoyé en el grupo de Andrés Aguirre “Bizcola”, que era el grupo oficial de la Casa de la Cultura, para amenizar la programación. (“Bizcola”, con el grupo “Papaloapan”, realizó una de las primeras grabaciones del “movimiento jaranero”). Ellos, desde el primer programa, estaban listos a participar, pero como se acabó el tiempo al aire, se quedaron con las ganas. De ese modo, para el nuevo programa, yo me encargué de contactar a muchos otros grupos más de la región, para que viniesen a participar al encuentro.

Para esas fechas yo ya había estado trabajando sobre la idea de que la sierra baja de Oaxaca, sobre todo Tuxtepec, era parte integral de la cultura veracruzana. En su momento eso significo una verdadera osadía, pues casi nadie se permitía la idea de que Oaxaca también tuviese una raíz jarocha o sotaventina. Ahora ya es una cosa plenamente comprobada y ya hay un Festival del Golfo y del Sotavento, pero en aquella época no había ningún puente. Eso lo digo porque, en gran medida, Tuxtepec fue apuntalada por muchas familias y personas que emigraron de la cuenca, por ello es que está muy emparentada.

Bueno, me fui a buscar a los grupos de esas regiones para incorporar-los a la nueva programación, pues se dejó de lado el programa larista para dedicarnos exclusivamente al son jarocho, estableciendo el primer concurso. Fue ahí donde entró El Colegio de México y se definió también el lugar donde ahora se realiza: La Plaza Doña Marta.

Es importante mencionar, a manera de acotación, que en un principio, los concursos se celebraban en el Parque Juárez, pero los dueños de las casas del frente, donde se realizaba el certamen, se quejaban de que había mucho ruido y mucha bulla. Entonces yo determiné llevarme el fandango a la Plaza de Doña Marta. Así, teniendo ya el evento frente a mi casa, no le estorbaba a nadie; así fue como se instituyó también el primer paso para el desarrollo del son moderno.

Desde muchos años atrás venían celebrándose los concursos de jaraneros y de bailadores; las sedes principales eran Alvarado, San Andrés Tuxtla y Tlacotalpan. Pero, por quién sabe qué misterio, los ganadores eran siempre del lugar donde se realizaba el concurso, puesto que los jueces o sinodales eran de esa región. Me di cuenta que la única manera para realmente resolver ese conflicto era invitar un jurado capacitado e imparcial que no tuviera compromisos con las regiones ni con los concursantes. Entonces, para evitar inclinaciones regionales, decidí convocar a un al primer Encuentro de Jaraneros y como yo conocía a muchos grupos, y a muchos ancianos de la región, los invité y casi todos llegaron. Yo los alojé en mi casa y cuando subían a su presentación en el foro, se les daba cincuenta pesos. Esa cantidad era suficiente para que comieran bien en el día y hasta les sobraba algo para su pasaje, puesto que no gastaban en alojamiento. Había que pensar que muchos de ellos eran jornaleros y que no podían dejar su trabajo nada más por venir a Tlacotalpan y encima, tener que gastar, cosa que creo que sucede en la actualidad, por eso creo que ya muy pocos viejos se aparecen por el encuentro.

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Acerca del uso del pandero y del arpa hay muchos testimonios   muy antiguos…
Ya el arpa aparece en los escritos bíblicos y el pandero aparece con el nombre de “adufe”, así que esos instrumentos, al llegar a Sotavento, ya tenían larga trayectoria. Tengo una anécdota al respecto: cuando yo dirigía la Casa de la Cultura llegó una delegación celta de Irlanda a tomar clases de arpa, pues el arpa celta estaba ya casi perdida, así que llegaron a Tlacotalpan con la firme intención de recuperar esa tradición en los cursos que ofrecíamos. Ahora hay muchos grupos que tocan arpa celta, pero mucho de esa tradición la recuperaron por acá.

Bueno, durante la realización del primer concurso, algunos sinodales de El Colegio de México descalificaron al pandero, argumentando que ese instrumento no pertenecía al repertorio tradicional. ¡Pero por supuesto que sí lo es!: En mi infancia, en la navidad, íbamos de casa en casa tocando La Rama con los panderos.

Al terminar la letanía los músicos arrancaban una fuga del son de El Zapateado o de La Bamba, acompañados con los panderos y no era nada extraño escuchar el pandero en los fandangos de barrio. Después de esa experiencia, un tanto arbitraria, de que el jurado descalificó el pandero, discurrí que eso de calificar grupos o instrumentos era una tarea imposible y bastante injusta, pues en cada región del sotavento hay muchos estilos y muchos instrumentos que no se pueden poner en competencia y por ello decidí hacerlo desde entonces un encuentro, para que cada quien mostrase el estilo que había heredado de sus abuelos. Por ejemplo, los de Soteapan no usan tarima y, a veces, ni siquiera zapatos; nomás tallan el piso. ¿De qué manera se podrían calificar? No hay modo; es una tradición completamente diferente. Sobre esto escribí un texto en la revista Tierra Adentro, describiendo los diversos estilos que conocí en mis andanzas. Cada región tiene su tesitura, su costumbre y sus tradiciones; todos los estilos son verdaderos, fuertes y diferentes.

Durante mi estadía en la dirección de la Casa de la Cultura me ofrecieron un trabajo muy interesante y me fui a trabajar algunos años a Orizaba y a Veracruz, estableciendo la Pinacoteca de Orizaba. Yo rescaté a los únicos pintores mexicanos que han pintado el mar: los jarochos le tenían terror al mar, puesto que por ahí les llegaban los filibusteros y las epidemias. También llevé a los pintores talentosos a varias exposiciones a la ciudad de México, donde se confirmó la tradición de los pintores ingenuos, con Nacho Canela a la cabeza y, de paso, impulsé el reconocimiento de los muebleros, quienes comenzaron a realizar copias de los muebles que aparecían en los cuadros de los pintores antiguos.

Cuando volví a Tlacotalpan ya no tuve ningún nexo con la Casa de Cultura ni con la organización del encuentro que, desde entonces, ha quedado en manos de una asociación civil. Las nuevas corrientes del son me gustan y veo con agrado que hay mucha soltura y mucho desarrollo en las nuevas generaciones. Veo a los hijos y los nietos de los personajes que conocí, que tienen muy buenas ideas y están desarrollando cosas preciosas y claro, eso me da gusto puesto
que, de alguna manera, todo viene de esa idea que yo fundé y promoví. Todo este movimiento es resultado de esos primeros encuentros.

Ahora el son tiene rumbos muy hermosos y unas posibilidades enormes; veo muchas propuestas y muchas jóvenes que están proponiendo y haciendo un tipo de son muy fresco, sin dejar de lado la tradición. ¡Felicidades!

                Génesis del libro sones de la tierra y                                                    cantares jarochos                                       El primer libro del  son jarocho contemporáneo

Cuando estaba estudiando arquitectura en la Ciudad de México me iba a la biblioteca y al archivo a buscar datos sobre la región y ahí encontré los versos del “Chuchumbé”, y fueron los que publiqué en mi libro. Ahora ya hasta compusieron un son, tomando como base esos testimonios. También encontré otros, que ahí están, esperando que alguien venga a retomarlos para investigar sus orígenes y su música.

Yo regresé a Tlacotalpan, en la época en que la canción latinoamericana estaba poniéndose de moda, tras los golpes militares en Sudamérica. El arpa paraguaya sonaba en todas partes, grandes compositores y cantores, como Chabuca Granda, Atahualpa Yupanqui, Bola de Nieve, etcétera, eran la moda en ciertas ambientes.

Acá el son jarocho se había opacado, el fandango había desaparecido en muchos pueblos. Entonces, retomando mis experiencias, me dio por juntar los versos y los sones que siempre habían estado presentes en mi niñez y los fui recopilando, a manera de rescate y de testimonio, ya con una incipiente idea de conformar un libro. Entrevisté a muchos ancianos que no hablaban ya del son jarocho porque de plano ya no tenían con quién compartir esa experiencia. Ellos me dieron todos los textos y todos los versos.

Mañana me voy para Veracruz
a ver a mi china María de la Luz.
Mañana me voy como lo verán
a vuelta de viaje me las pagarán.

Son versitos sencillos, pero llenos de sentido para los ancianos que los habían tenido como flores para cortejar y para enamorar. O las coplas pícaras y festivas. Toda esa magnífica poesía.

Entrevisté a una gran cantidad de ancianos y de ellos recopilé todas las décimas y los versos que aparecen en este libro. Fue una labor que me llevó muchos años y muchos kilómetros, aparte de kilómetros de lecturas en bibliotecas, en periódicos polvorientos y en revistas apelmazadas por musgo. Muchas veces me despertaba en la madrugada con una deducción interesante o con una nueva pista.

En el momento en que comencé la investigación para mi libro nadie se preocupaba del son jarocho y nadie andaba por esas regiones entrevistando a los ancianos. Llegaba con mi grabadora y como ya me conocían, me platicaban todas sus aventuras, sus desventuras y sus versadas, pues muchos ya no tenían a quién trasmitirles ese legado y les daba mucho gusto que alguien se tomara el trabajo de ir hasta sus comunidades para visitarlos con el afán de conservar o revivir sus tradiciones. A pesar de que muchos de ellos no sabían escribir, me explicaron y me enseñaron muchas cosas, aparte del son. Yo aprendí muchísimo y de una gran variedad de temas.

El libro lo comencé en 1968 y lo vine a terminar hasta 1976. Lo anduve promoviendo, circulando y recibiendo también rechazos un montón de años. En esas tiempos lo que imperaba era la música sudamericana. En lo que respecta al son jarocho, las versiones que se conocían eran sólo las de Lino Chávez y de Los Huesca, que ya tenían mucho tiempo de estar siendo machacadas por los ballets folclóricos y por las escuelas, sin ninguna novedad ni cambios interesantes. De modo que, en esos tiempos, un libro testimonial como este, que es un documento de rescate del son jarocho, no tenía interés comercial para ninguna editorial. De ese modo anduve recorriendo editores, hasta que la editorial Premia tuvo interés en publicarlo. Esa editorial me dio unos cuantos ejemplares. Pero a pesar de que mi libro lo exhibían, tenía muy poca atracción sobre los compradores. En esos años no había el interés que ahora se ha formado en torno al son y yo creo que el libro, en gran parte, ha de haber terminado en algún remate. De todos modos, las escasas regalías que me dieron las invertí en comprar mi propio libro.

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Después el instituto Veracruzano de la Cultura retomó el libro y sacó la segunda edición. Me parece que tuvo una mejor difusión, pero para mí fue una experiencia insatisfactoria, puesto que yo participé en los gastos de la edición, pero al final, solamente me dieron treinta libros, por lo que cada libro me costó unos trescientos pesos y encima de todo, yo tenía que ir a comprar mis propios libros

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No se cómo se manejaría la distribución, porque de pronto ya no encontré el libro por ningún lado. Tiempo después, corrió el rumor de que el libro lo estaban rematando por kilo en el mercado de La Lagunilla, en la ciudad de México.

Cuando me quedé con el paquete del Encuentro, Radio Educación se convirtió en la radiodifusora oficial para transmitirlo. Así se consolidó el apoyo para invitar a muchos grupos para darle forma y fuerza al evento. Ahí fue cuando comenzaron a participar esos grandes soneros como Rutilo (Parroquín), (Francisco) Montoro, don Talí (Neftalí Rodríguez), (Andrés Aguirre) “Bizcola”, Don Julián (Cruz). Todos ellos ya estaban inscritos en mi libro con sus versadas. Pero también llegaron soneros legendarios, como Don Lauriani, que hacia temblar la tierra a su paso, o don Juan, el jaranero más viejo de todos, que seguía bailando y sonando a sus 115 años. O como don José Luis Muñoz y muchos otros que me permitieron publicar todo ese gran y hermoso legado que conforma el libro Sones de la Tierra.
Ellos me ofrecieron lo mejor de sus versos y el mejor de sus recuerdos tan sólo por el gusto de la amistad. Yo hubiera querido que se hubieran visto incluidos en el libro. La desdicha es que cuando éste apareció, muchos de ellos ya habían muerto, pues, como ya comenté, pasaron 15 años para poder publicarlo y ya no alcancé a corresponderles con ese mínimo homenaje. De todos modos, esta nueva edición la dedico a todos aquellos grandes poetas y decimeros que me ayudaron a conformarlo y también lo dedico a las nuevas generaciones de soneros que actualmente vibran el resurgimiento del son jarocho en todas las latitudes hasta donde lo están haciendo llegar.

Humberto Aguirre Tinoco
Tlacotalpan, Veracruz, 2002-2004

 

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