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Bertha Llanos

La Manta y La Raya # 14                                                              marzo  2023 ________________________________________________________________________

Bertha Llanos

Testimonios recogidos por Alec Demster       en Santiago Tuxtla, 2005 

 

* Entrevista y grabados tomados del libro: Ni con pluma ni con letra. Testimonios del canto jarocho. Investigación y grabados de Alec Dempster. 2° edición 2022, Fogra Editorial, México.

 

 

Mi papá murió en 1955. El 21 de mayo cumplió cincuenta años, y él murió de cincuenta y cuatro años. Ahora, échale cuál fue su año; de muerto tiene cincuenta. Aquí hay muchas personas que lo conocieron, pero ya muchos han muerto, personas muy ancianas. Mi papá era campesino, sabía muchas cosas. Él aquí tenía una tiendita. Aquí, esta casita estaba arriba de un barranco, era de caña, era de palos de antes. Pero él desde chamaco dice que empezó a componer palabras. Toribio Guzmán fue su maestro. Aprendió tercer año, y ya. Supo muchas cosas, sabía leer y escribir. No aprendió más que tercer año, pero es que antes era tercer año, no que ahora las niñas de tercer año no saben ni cuántos gramos tiene el kilo. Entonces, yo estudié dos meses de primer año, dos meses de primaria tengo; ni siquiera me medio explico. Muchas veces la atención, ¿verdad? A mí me ha gustado mucho leer libros. En libros, en revistas, en periódicos, se encuentran palabras que se pueden utilizar. Mi papá también lo miraba. Llegó el tiempo que ya no miraba: mi mamá y yo le leíamos, y si venía una persona, y decía: “Le voy a hacer una poesía; ¿cómo es?”. Le decía cómo es, porque no lo miraba. Se relacionaba con el gobierno, cuando fue presidente de la república Lázaro Cárdenas; fue en el cuarenta y seis. La relación del código de Ley de Tierras Ociosas. Él se hizo representante, y con la ley en la mano invadió las tierras de por acá que estaban ociosas. Pero ya después ya no lo dejaron, porque aquí hubo un tiempo que todo eso por acá eran ejidos; todavía, donde viven ahí Margarita y mi hijo Diego. Es ejido en La Octava. Ahí todos eran ejidos. Entonces vino la ley, que todo el que tenía el ejido lo  entregara a su dueño. Los terrenos los volvieron a entregar. Los de Ángel Carvajal, Rosario Carvajal, todos esos terrenos habían agarrado para sembrar: sembraron mango, cedro, chagani, muchas cosas, y se los dejaron a los señores dueños, porque así vino la ley. Hasta mataban; como en la política. Pero ahora no hacen lo de antes. Un tostón y pa’dentro. Un tostón, y a comprar gente. Porque unos cincuenta centavos ganaba un hombre trabajando en el campo. Claro: les dan su tostón y pa’dentro. Así les quitaban gente. ¡Era una cosa! Se mataron, y se hicieron. Peligroso. Mi papá cantaba en mexicano. Tiene unas décimas en español y mexicano: 

Al pie de una colina 

donde la rosa creció 

vine a contemplar tu nombre 

con todo mi corazón. 

Pero ese dice en mexicano: 

Itzintlan ce tepetontli, 

campa xochitl mohuapana, 

iceizoctzin noyolotzin quitilana. 

Él lo aprendió todo en mexicano y los arregló; como usted sabe su idioma, usted arregla a su idioma, y ya lo compuso. Pero usted puede fundarse. No deje pasar el tiempo. Ponga su fun-damento, que el libro lo tiene aquí [señala su cabeza]. Bueno, póngate a pensar. 

Mi papá estaba durmiendo y decía: —¡Catalina, levántate! Mi mamá se levantaba. —¿Qué quieres, Juan? —¡Escribe! —ya se ponía a escribir un sueño que soñó—: 

Soñé con una fortuna hace muchísimos días, que algún día yo sería hombre de mucho poder, que llegaría a tener lo que ninguno tenía. 

Esos estribillos, mi papá los hizo. 

Según decían antes mis antepasados, lo embrujaron. No sé qué. Él ya estaba malo, estaba enfermo. Era muy enamorado, así como estaba, todo chueco, todo chirrisco, y él para el amor fue “del alacrán la cola”: 

He llegado a esta función 

a ver si doy golpe en bola, 

para cantar este son 

entre rosas y amapolas, 

porque yo para el amor 

soy del alacrán la cola. 

Fue muy enamorado, pero borracho no. Eso fuelo que tuvo Juan Llanos. 

Chano Escribano es su consuegro de Manuel, mi hijo. Ese tiene mucho verso que le ha comprado. Le compró a mi papá mucho verso. Ese tiene unos versos que dicen: “¿Cuáles son las cuatro esquinas / del reglamento sumario?”. Pero ya no me acuerdo. Tengo muchos escritos, pero mi gente no quiere luchar, arreglarlos. Pero si ellos me los leyeran, yo los compongo. Tanto que cantaba era Manuel Valentín. Venía aquí: mi papá le enseñó todas las tonadas. Aquí fue conocido cantador, pero ya los cantadores viejos, ahora ya no dan. Nicho Vichi sabe muchos versos, porque aquí compró también, y aquí venía a aprender con mi papá. Le apilaban con su jarana, con su requinto, la segunda, la tercera, violín, y era un alboroto que hacía mi papá, y tenía una tiendita. Vendía mercancía de abarrotes. Vendía entonces, no era alcohol, era aguardiente: un poquito, así, en un vaso, verde, verde. Era yerba. Dos centavos. Te lo tomabas. Ya, venían: 

—Un dos. 

—¿Qué quiere? 

—Hierba. 

Al aguardiente le metían hierbabuena, y salía verde, verde. Muchos licores hacia mi papá: manzana, perón, membrillo; muchas cosas hacía. Hacían vino; vendían aquí, en las fiestas, las botellas. Nanches. ¿Cuánto, no? Todavía nanche, pues, está privando; pero los demás, ya. Gabriel Arnau es el que hacía también. Aquí venía con mi papá. ¡Bueno! Muchas cosas que hoy no las oigo. Eso fue antes. Aquí venían muchos cantadores a cantar y no sé qué tanto. Venían de por allá, hablándole en mexicano, y él contestaba. Cantaban en mexicano y contestaba como hoy que cantan en inglés. Cantan como quieren. Por ejemplo, usted llega y me dice: 

—Chimotal. 

—Ya nana (`buenos días’). 

Ya sé que me dijo buenos días, pero yo le respondo: “chimotal”; siente, pero ahorita hay todavía personas grandes de edad que saben mexicano. 

Había un compositor que le decían el Vate Comoapefío, era Crescenciano Brígido. Lo vino a saludar en versos, y mi papá contestando, y se lo dijo hablado y luego cantado. Ya mi papá le siguió cantando, y ya no dio el otro la medida. En Comoapan hay personas que saben mucho, y en Soconusco. En San Andrés hay mucho anciano que toca jarana y la guitarra, o, como digo, guitarra de sones. ¡Mi papá, pa’l requinto! Requinto, segunda, tercera, de todo. Guitarra de son. Canciones. Don Ricardo Castellanos también hizo mucho verso; un señor que se llamaba Manuel Guzmán, Felipe Palma: eran cantadores. También se alcanzaban con cualquier cosa. Mi hija, Rosa Lara, también se alcanza. Mi hija mayor sacó el corrido de Colosio, cuando mataron a Colosio, y La Laguna Verde: de repente, cuando puede, le alcanza. Mi papá se vivía nada más escribiendo. Por eso, cuando le venían hablando en verso, enseguida contestaba. No eran versos ya sabidos, sino nacidos del pensamiento. Hubo uno que llegó bien pelado, todo rapado, y estaban dos ahí, y le sale uno: 

En la cumbre de un taray 

cantó un pájaro gorrión. 

¡Hombre, qué tijeras traes! 

Es bonito ser pelón, 

pero no de a tiro ráiz. 

Entonces, el otro le dio coraje: 

—Contéstalo. 

—No vaya a haber tiros. 

—No. Si hay tiros, yo respondo. Yo aquí traigo. 

Porque era en Cabada. Porque ahí la gente le gusta mucho. Entonces, dice mi papá: 

En una naranja vana, 

yo recuerdo que te di. 

Anda, avísale a tu nana 

que si me rasuré así 

fue porque me dio la gana, 

no por darte gusto a ti. 

Hay que tener coco. El cerebro es pura bolita que está trabajando. Inmediatamente, acomodar esa palabra; ahí está el chiste. Pero en un huapango llega uno y canta y el otro le contesta; como el argumento, ¿no? Los versos picones. El poeta nace, no se hace. Ahora estudian poesía, para componer estudian poesía. 

Antes le decían a mi papá: 

—Tú tienes el bastón del diablo, porque enseguida respondes. 

—Déjenme de salvajadas. Busquen ustedes el motivo en su propia cabeza, que para eso la tienen. 

Y así es. Póngase a pensar. Cuando duerme, cuando está solo, póngase a meditar, y va a ver cómo las palabras le nacen y usted las pone. Por ejemplo, estás viendo la tele y de todas las musarañas que están naciendo, ¿usted se alcanza un verso? Ahí lo saca. 

Digo que ahora las palabras son otras, hay que buscar. Como viene usted, de por ahí, viene buscando otra palabra, otra idea, y la encuentra. Porque todavía hay. Yo voy a dejar muchas cositas el día que me marche de aquí eternamente, pero mis hijos pues no las aprecian. Yo no, yo aprecié todo lo de mis pa-dres, pero ahora, en esta época que ya estoy perdiendo la vista, ¡cuántos papelitos ando guardando! Cuando me muera, me van a buscar todo. 

Yo hice una poesía conforme a la Biblia, pero esa poesía es de un texto. Salmo 105 o 119. Ya no me acuerdo. Ese dice: 

Sostenido por la fe, 

llegaré yo a mi destino, 

porque Tu palabra es 

Tu altísimo Dios divino: 

lámpara a mis pies,

 lumbrera a mi camino. 

Es un texto; porque la Biblia dice: “su pálabra es lámpara a tus pies y lumbrera a mi camino”. Es salmo, 105, 119. 

Ya no me dieron esperanza de que vuelva a ver. Pero, si Dios quiere, ¿verdad? Todo lo sabe Dios. Nosotros queremos componer, pero para nosotros todo es dificil. Pero para Dios todo es fácil. Muchas veces, lo que a nosotros se nos hace dificil —pues somos mundanos, somos terrenales—, pero el Padre Celestial lo sabe todo. Ya no hay otro. ¿Cuántos dioses hay? Un solo Dios verdadero, y si hay mil dioses se encierra en uno. Aquí en el mundo, pues, muchos dioses y diosas. ¿Cuántos quieren ser dioses y diosas? Pero no se puede. 

¿Ya no se acuerda de Salomón? 

Cuando me pongo a trovar, 

en versos dibujo historia. 

Ahora te voy a contar 

lo que hizo la reina mora: 

a Salomón fue a tantear 

dónde estaba su memoria. 

Yo quisiera adivinar 

como el Sabio Salomón, 

pero me pongo a pensar 

que puedo perder la acción 

en la suma de quebrar. 

Una reina a Salomón 

lo tanteó de tal manera, 

como hombre adivinador, 

que al momento le dijera: 

“Dígame, de estas dos flores, 

¿cuál será la verdadera?”. 

Luego dijo Salomón 

que lo esperara la reina, 

y al momento sacó 

la abeja real montera, 

y ni así le adivinó 

cuál sería la flor de cera. 

Arrodillada la Reina, 

no le pudo adivinar. 

Dijo la reina: `¿Cuál era 

la rosa más natural, 

porque una es hecha de cera?”. 

Salomón quedó pensando, 

cómo podía adivinar, 

en su mente descifrando, 

dijo que: “La abeja real 

puede irme asegurando 

cuál será la natural”. 

Profundamente, no pudo 

el gran sabio Salomón: 

quedó en duda y no seguro, 

no le dio contestación. 

A tiempo dicen mis labios, 

sin perder las amistades: 

¿para qué tener agravios? 

Toditas son vanidades, 

ni Salomón siendo sabio 

adivinó las verdades. 

Ni el gran sabio Salomón 

adivinó la verdad: 

según su declaración, 

fue la reina de Sabá 

la que le ganó la acción. 

No quiero ser Salomón, 

ni tampoco un adivino. 

Será la declaración 

que la ley de los destinos 

es del cielo a la mansión. 

Me dicen que Salomón 

era un sabio muy profundo; 

no tenía competidor, 

porque era un rey sin segundo, 

pero le ganó la acción 

una reina de este mundo. 

Y él, que era sabio, nada… 

Todos los versos los debe de tener en la memoria. Hay que argumentar en cuentas. El otro que dice del “artículo sesenta”, cómo se quiebra una cuenta. Muy bonito. De quebrados y multiplicados: 

Si yo tuviera cien pesos, 

no los había de cambiar, 

porque después del ingreso 

a no se puede contar, 

porque en tostones hay progreso 

de a veinte ni decimal. 

La suma y resta es unión 

a la cuenta de un ingreso. 

Dividir una porción 

es muy poquito progreso. 

Doscientos tostones son 

la cantidad de cien pesos. 

De plano lo que argumente 

esta contabilidad, 

que suma y resta se cuente, 

multiplicando igualdad, 

que son quinientos de a veinte 

cien pesos la cantidad. 

Las cuentas son muy cabales, 

todas van en progreso; 

suma y resta son iguales, 

multiplicando es impreso: 

mil monedas decimales 

es el total de cien pesos. 

En las notas de este verso

 los dos totales se ven. 

Si quieren ver el progreso, 

no lo traten con desdén: 

mil décimos son cien pesos, 

y dos mil quintos también. 

La suma y la resta pone 

igual multiplicación; 

la división dispone 

a verificar la acción; 

la quiebra es la que compone 

la cuenta y aclaración. 

Cuando me pongo a trovar, 

mi corazón se contenta. 

Los versos de argumentar 

del artículo sesenta, 

en la forma de sumar 

cómo se quiebra una cuenta. 

Hay que sumar y restar 

y multiplicar también. 

Dividir, primer lugar, 

como aquí se nos presenta, 

que sea sin modificar 

el artículo sesenta. 

Vamos a poner: cien pesos, 

¿cuánto viene a resultar? 

En la cuenta de progreso 

hay que sumar y restar, 

y en la división, por eso 

la voy a multiplicar. 

—¿En tostones, cuántos son 

la cantidad de cien pesos? 

—De la misma cuenta hoy 

en la suma del progreso: 

doscientos tostones son 

la cantidad de cien pesos. 

El argumento es patente; 

lo que de plano confieso 

con mi humilde pensamiento, 

digo lo que es el ingreso: 

que son quinientos de a veinte 

la cantidad de cien pesos. 

Primero buscaban que rime el verso, y ahora ya no. Ya no hay rimo. Na’más como sale. El rimo va con tres o cuatro palabras adelante, y no es como primero. Son versos viejos: 

Por esta calle me voy, 

por la otra doy la vuelta, 

porque me tienen cautivo 

los claveles de tu huerta. 

Fíjate. Antes no creas que eran tontos los viejos; que viejos antiguos no sabían, también. Los versos viejos que hicieron, que dice: 

La tierra no sé en dónde 

celebran no sé qué santo 

y rezando no sé qué 

se gana no sé qué tanto. 

Tenían su cabecita. Antes cantaban y hablaban, y ahora no. Cantaba mi papá: comentaba y cantaba y hablaba, y luego volvía a tocar a la última palabra. Otra vez ya cantaba. Si alguien se atreve a cantar como antes, va a ser admirado, porque ya nadie canta así. Nicho Vichi cantaba también, pero no le da. El que daba muy bien era Venancio Mendoza; ese sí cantaba muy bonito, Manuel Valentín, ya se murieron. 

“El borracho”, nada más que lo sepan bailar. Aquí habían unos señores que bailaban muy bonito “El borracho”. Cada quien agarraba su botella y se ponían a danzar. Hasta chocaban las botellas muy bonito. 

El que toma aguardiente 

de sinvergüenza se pasa, 

de la tienda se hace cliente 

y se olvida de su casa. 

Hoy nada más están gritando. “El palomo”, ya cuando mundanceaban, para atrás, para atrás, para atrás. Para ‘lante, para ‘Iante, para ‘Iante. Muy bonito, pero hay que saberlo bailar. “La guacamaya”, “El pájaro manzanero”, “Los chiles”, “El venado”; pero la danza del venado, ya no. Ya todo es moderno. Antes no eran brincoteos, como ahora. Bailaban “La bamba”, pero bien asentadito: estiraban una banda, sea de cinta o sea de tela, lo estiraban con los pies, y como ellos saben bailar “La bamba”, lo amarraban. Amarraban la banda y la desataban entre los dos bailadores. Aquí se rifaron con reloj en mano, y ganaron los de Catemaco. 

Versos del pájaro manzanero 

Vengo de la serranía 

de los campos de Guerrero; 

qué suerte será la mía, 

y qué viaje tan rastrero, 

les diré cómo decía 

el pájaro manzanero. 

Qué bonita cuando llueve, 

que suena la songonera: 

dan las ocho, dan las nueve, 

y yo sin verte siquiera. 

Vámonos, si tú me quieres, 

a la tierra manzanera. 

Cantando dijo un gorrión 

cuando levantó su vuelo: 

“Mira qué bonitos son 

los ojitos de mi cielo”, 

como dijo el guapetón 

pajarito manzanero. 

Cantaba el pecho amarillo, 

y le contestó el jilguero: 

“Vámonos para el castillo 

de los campos de Guerrero, 

adonde se oye el silbido 

del pájaro manzanero”. 

Ya me voy a mi cantón, 

amigos y compañeros; 

es la última oración 

que les dice un misionero, 

porque aquí se acaba el son 

del pájaro manzanero. 

Muy junto de tu ventana 

voy a poner un letrero: 

“Levántate de mañana, 

y verás lo que te quiero; 

mira, paloma, que te ama 

el pájaro manzanero”. 

Un pajarillo volando 

dijo al pájaro vaquero: 

“Mi pala ando buscando; 

dime, tú que eres matrero, 

adónde nos encontramos, 

soy pájaro manzanero”. 

Para cantar este son 

del pájaro manzanero, 

hay que subir al balcón 

del castillo de Guerrero, 

para ver con atención 

dónde se anida el jilguero. 

 

El pájaro manzanero 

se paró en un arbolito, 

y le cantaba al jilguero: 

“¿Por qué lloras, chiquitito? 

Tu dolor es pasajero, 

dicen que eres muy bonito”. 

Yo le hablo común y corriente, según nuestra amistad, y que usted vea que yo siempre soy sincera. Me gusta el respeto y la sinceridad, la nobleza. Yo soy una mujer de criterio firme y honrado. No quiero más allá ni más acá, ni un punto más ni menos. 

En esta actualidad han cambiado las palabras, porque ya hay tanto estudio. Antes hablaban materialmente, pero hoy ya es de otro. Ya la canción, aunque no rime, habla la canción; ya no buscan el ritmo. 

“El buque de más potencia” lo hizo mi papá: 

¿Quién fuera el buque de más potencia, 

para arrojarme al fondo del mar? 

Para sacarte, perlita hermosa, 

que yo en tus brazos me he de arrullar. 

Tú me juraste un dichoso día, 

y de testigo pusiste a Dios, 

que me amarías sinceramente 

sin separarnos nunca los dos. 

Aquí te dejo estas tres canciones 

para que las cantes, yo ya me voy, 

porque la cantes con tu boquita, 

que son recuerdos que yo te doy. 

Ay, quién pudiera besar los labios, 

o son de azúcar o son de miel; 

pero en mi mente llevo grabado 

el bello nombre de esa mujer. 

Ese es “El buque de más potencia”. Ese, se lo llevó de aquí Gilberto Zapata a la difusora en Veracruz. Entonces, “El buque de más potencia” no era “El buque”, porque mi papá le decía “quién fuera el barco de más potencia”; pero el que se puso como el autor en Veracruz le puso “El buque”. Es todo lo que él le compuso.

“Peregrina de los ojos purpurinas” [sic], también. Muchas, muchas, canciones hizo mi papá. Venía así, una persona como usted, y venía y le decía: “A ver, escríbemelo, voy a aprender la tonada”. Por ahí lo iba a cantar en Veracruz. Ya eso se des-parramó y se desparramó. Ya luego, venían autores de Cosamaloapan, venían autores de Veracruz, venían autores de Xalapa, y así: en esas canciones que mi papá vendió a diez centavos y los versos, ya no me acuerdo. Era puro centavo. Por ejemplo, el que acabo de decir, ese de rosas y amapolas, es una cadena; eso es muy bonito, le habla de todo. 

Grábese un verso de amor. Yo le voy a decir:

 Quisiera que lloraras 

al escuchar mis versos, 

así como he llorado 

al escribirlos yo. 

Quisiera que sintieras 

en cada frase un beso, 

en que la letra vieras 

un sueño de los dos. 

Viene un señor y me compraba el macito de escritos que están todos de a pedacitos y rotos. Yo le digo: 

—No. 

—Se le van a perder. Véndamelos. 

—Ahí que se pierdan. Van a pudrir conmigo.

Un señor de San Andrés, un Isba, un compositor. 

También trataron de comprarme la libreta de pascuas, y ellos vienen a vender aquí porque la gente vienen y compran, y ahí los pasan y ahí los venden, de así, de letras de molde. 

En otro día que usted venga, yo voy con la memoria fresca y voy a buscar un librito, que tengo un librito que mi papá dejó, que habla muy bonito. Muy bonitas poesías, como “El año viejo”; ¿usted ya hizo la poesía del año viejo? Yo hice, pero ya no me acuerdo. Como los Reyes, cuando los Reyes llegaron, y todo eso. Eso tie-nen los nombres, lo que dieron. 

Me arrepentí. Ya no voy a ver. Que el Señor disponga lo que guste. Estoy en sus manos. 

[Entrevistada en 2005, Santiago Tuxtla] 

 

Revista núm. 14  en formato PDF (v.14.1.1):

 

Artículo suelto en formato PDF (v.14.1.1):

 

mantarraya 2

Ni con pluma ni con letra

La Manta y La Raya # 14                                                              marzo  2023 ________________________________________________________________________

Ni con pluma ni con letra

Testimonios del canto jarocho

Alec Dempster

Anona Books Fogra Editorial

 

 

 

Me dicen que eres poeta,

porque eres muy alcanzado;

pero tú no me sujetas,

aunque seas muy estudiado,

ni con pluma y ni con letra,

ni en versos argumentados.

                 Feliciano Escribano

Ni con pluma ni con letra es una colección en la que Alec Dempster reúne testimonios de cantadores de la región de los Tuxtlas, a quienes conoció y entrevistó, en principio, por su profunda curiosidad en la música jarocha. Cuando conversó con ellos, la mayoría rondaban los 70 años; Alec pudo recoger sus recuerdos, vívidos y profundos, del tiempo en que anduvieron cantando, tocando y algunos bailando en los fandangos regionales, que a mediados del siglo XX representaban aún una forma festiva fundamental, en pueblos y comunidades rurales. Para cuando estos cantadores fueron entrevistados, su paso por los huapangos y parrandas —salidas en grupo durante las fiestas de fin de año para entonar “Las pascuas”, cantos navideños tradicionales— era, para la mayoría, cosa del pasado; con el interés y la sensibilidad de Alec, recordaron vívidamente momentos de su devenir como cantadores. El presente volumen reúne estos pasajes importantes de su vida que, luego de una esmerada transcripción y edición, llegan hoy a los lectores al cabo de algunos lustros de haber sido registrados.

En los Tuxtlas, y probablemente en otras regiones del sur de Veracruz, el de cantador era un oficio medianamente especializado: el que cantaba versos no estaba obligado a tocar un instrumento; así lo muestran los testimonios de varios de los entrevistados, quienes, aunque vivieron en un entorno de grandes músicos, no tenían por fuerza que pulsar un instrumento ellos mismos para desarrollar su actividad. No es el caso de todos, por supuesto, pues hay los que tocaban y los que bailaban; eso sí, se asociaban con buenos músicos para poder desarrollar su arte, en cualquier caso.

En las entrevistas y en varias de las coplas que entonan, los cantadores se refieren a su arte como algo que no se aprende en el ámbito escolar, reconocen su falta de conocimiento de la escritura, y sin embargo sostienen que la facultad de cantar es un don que se trae de nacimiento y que no se puede aprender en la escuela, como lo indica esta copla “para presumir” del repertorio de Juan Llanos:

No creas que soy buen poeta, 

de pensamiento elevado;

no conozco mucha letra, 

porque no soy estudiado, 

pero tú no me sujetas, 

aunque seas muy alcanzado.

Don Leoncio Tegoma, por su parte, describe: “Yo creo que el que va a ser músico ya viene de allá; cada uno Dios le da su destino”. De esta capacidad innata, de este “destino” reconocido por los cantadores se desprende el título del volumen, fragmento de una copla, variante de la anterior y transmitida a Alec Dempster por don Feliciano Escribano, que podría ser dirigida en una controversia a un contrincante de quien se dice que es “poeta”, “muy alcanzado” y “muy estudiado”. Sin embargo, él cantador declara que el letrado rival no podrá sujetarlo “ni con pluma y ni con letra / ni en versos argumentados”. Así pues, no basta con conocer la letra para llegar a ser cantador; pero ¿qué es, entonces, lo que se requiere?

El que quiera cantar versos debe tener, además de la voz y el gusto para entonarlos, la memoria para conservarlos en la mente. Advierte don Martín Coyol que “tampoco tuve escuela”; en los fandangos, dice: “así, un cantador, nada más con oír el verso que me dijera, [me] lo grabé”. De manera que el que quisiera cantar debía “poner cuidado” en lo que otros cantaran y además, como veremos, podría auxiliarse en su quehacer de los escritos, e incluso de las coplas y las letras de las canciones que se tocaban en la radio; pero, en cualquier caso, debería desarrollar una gran memoria para llevar a cabo su quehacer.

Los entrevistados conocieron en su infancia y vivieron en su juventud un ambiente de fandangos y parrandas que favorecía la labor de tocadores y cantadores, que encontraban un espacio singular para manifestar sus talentos, hacer brillar sus instrumentos con afinaciones diversas, lucir sus habilidades como bailadores y vincularse estéticamente con sus comunidades para celebrar la belleza, encontrar el amor, disfrutar el momento. Y algo más que eso: establecer una comunicación, un diálogo poético con los otros cantadores, como lo menciona don Raymundo Domínguez: “tú vas buscando al otro, cómo van sus versos; tú vas buscando, y, si él es abusado, también va buscando los tuyos. Mira: salen unos versos a todo dar, porque ya van los dos versos, se van combinando […] es que él va buscándote, como tú vas, va buscándote un pie de tu verso, un piecito de en medio, o el último, o el primero. Él te lo va buscando, para que vaya combinándolo”; así lo muestra este par de coplas de la versión de “El zapateado” cantada por Dionisio Vichi y Salvador Tome, entre muchas otras estrofas sucesivas donde los cantadores “van buscándose”, y sus coplas “se van combinando”:

Al cortar un lirio blanco,

yo creía que era azucena,

porque trascendió bastante, 

igualito a una gardenia;

también de tu amor me encanto, 

hermosísima trigueña. [Vichi]

Y en un jardín de azucenas, 

flores me puse a cortar. 

Que me gusta tu cadena 

cuando sales a bailar:

con el rocío del sereno,

de lejos se ve brillar. [Tome]

El cantador ha de comprender, pues, que en su actividad debe procurar el diálogo: no canta solo para sí mismo, canta para los otros y con los otros. De modo que en los fandangos los cantadores encontraban ocasión para manifestar su sensibilidad y oficio: el vestido de las bailadoras era un motivo recurrente para acomodar un verso en el momento, y elogiar la belleza de la mujer, declarar el sentimiento que el cantador sentía por ella, e incluso solicitar veladamente que le dijera su nombre, como en esta copla del vasto repertorio de don Martín Coyol:

De ladrón me dan la fama, 

pero yo nada robé;

sé que me robó la calma 

la del vestido café,

que no sé cómo se llama.

Había que “adaptarles sus versos”, como dice don Leoncio Tegoma; en esta, y en muchas otras coplas, el impulso lo constituía el color del vestido que llevaban. Por su parte, las buenas bailadoras podían, por su belleza y su habilidad, ver coronada su cabeza con los sombreros de los asistentes, que cambiarían al final de la ejecución del son por un refresco. Y además de estas recompensas o galas, gozarían, por supuesto, de los versos que los cantadores les dedicarían, aunque en ocasiones podrían causar incomodidad a algunos oyentes, tanto como la habilidad de los bailadores o la pericia de los músicos para tocar un son o dominar una afinación desconocida para otros.

 Los cantadores tenían en su actividad, además, la satisfacción de pasear y divertirse; viajar era parte de su destino, según lo pregonan estos versos de don Félix Machucho que nuevamente culminan con la declaración de su invencibilidad en las controversias:

Soy hombre de garantía 

cuando me pongo a versar: 

paseando todos los días,

te lo puedo comprobar 

que el que me llega a ganar 

no ha nacido todavía.

Tanto los cantadores como los músicos concurrían a los fandangos, organizados por motivos religiosos o de esparcimiento, y lo hacían por gusto; excepcionalmente eran remunerados. Eso sí, en los fandangos había alcohol y lo probaban; algunos sí llegarían a enviciarse, pero no necesariamente bebían para embriagarse en los huapangos, sino para inspirarse, acaso, pues el alcohol era “un material que es buenísimo pa la versada”, como dice don Leoncio Tegoma; asimismo, podía servir a los cantadores para entonarse y disponer la garganta, como lo describe don Salvador Tome, quien bebía: “Unas dos, tres copitas, no pa pasarse, porque si tomas de más, ya no sirves pa un carajo; na’más pa ponerte al punto y la garganta componérsela”.

Según lo mencionan varios de los entrevistados, entre los cantadores había una competencia tácita, tanto por la claridad y potencia del canto como, sobre todo, por la capacidad para cantar coplas de repente y, de ser necesario, sostener un debate en “versos picados” con otro, ya fuera con versos sabidos de antemano o con versos improvisados “nacidos del pensamiento”, como los llama Bertha Llanos. En la controversia, los cantores podían echar mano de los “versos de argumento”, es decir, aquellos que en los que se plantea al contrincante una reflexión sobre un tema determinado, o podían adaptar o improvisar coplas que hicieran referencia a la situación, como piropos, saludos o alusiones a los asistentes a la fiesta. El secreto era aguantar, responder, no quedarse callado ante los versos del otro, como se lo dijera don Juan Llanos a don Feliciano Escribano: “cualquier cantador que viene por la mano y te dice un verso, tú le contestas enseguida y le das la respuesta, y como que tú vas a salir adelante después de él”. Sin embargo, siempre se corría el riesgo de que el contrincante no supiera perder…

Muchas veces, a medida que el alcohol iba surtiendo efecto, la tensión entre los cantadores se evidenciaba, las interpelaciones se hacían manifiestas y no pocas veces terminaban en la violencia física, como lo manifiesta más de algún cantador, víctima de un rival vencido por la efectividad de sus versos. Los fandangos formaban, pues, un espacio de convivencia, pero también de conflicto: no era muy bien visto que un cantador fuera a otra comunidad y destacara por encima de los locales, a riesgo incluso de su propia vida.

Por otro lado, amén de estos peligros terrenales, don Dionisio Vichi aclara que el fandango es música “del pecado”, en la que el maligno se recrea y, aunque nadie lo pueda ver, anda bailando en la tarima con la gente que se divierte en la fiesta, procurando la burla y el escándalo. Y la aparición de este personaje se vuelve aún más perturbadora en los relatos de don Leoncio Tegoma, cuya actividad como curandero lo llevaría a tener encuentros con este singular “amigo”. Así, los cantadores deben encomendarse a Dios en su labor, por todos los riesgos que implica concurrir a los fandangos.

En el panorama que los cantores refieren, destaca el nombre de un trovador que alimentó fuertemente la tradición de la poesía popular en la región de los Tuxtlas. Se trata de Juan Llanos (ca. 1901-1955), gran cantador e improvisador, hablante de náhuatl que podía incluso cantar coplas en esa lengua. Aunque sabía tocar el requinto y la jarana, y aunque enseñaba no solo los textos sino también las tonadas a los cantadores, los testimonios no dan cuenta de que participara en los fandangos; probablemente porque quienes lo recuerdan lo conocieron ya en su madurez, en la tienda donde ofrecía lo mismo víveres que aguardiente y versos, aquellas “palabras que componía” —como señala su hija, Bertha Llanos—, que le compraban los cantadores de fandango de la región. Pero cuando iban a buscarlo a su  tienda, don Juan podía responder y salir airoso con el canto, con los instrumentos y los versos ante cualquiera que quisiera poner a prueba su gran talento poético y musical. Además de su padre, Bertha recuerda otros cantadores que fueron importantes en su época, como Ricardo Castellanos, Manuel Guzmán, Felipe Palma, Venancio Mendoza y Manuel Valentín.

Si bien la actividad de estos juglares se centra en la memoria y la tradición oral, la escritura aparece como un referente que se suma al entorno mágico y permea la vida de los cantadores; los libros, las libretas y los cancioneros son objetos poderosos que no solo conservan los textos y auxilian la memoria del cantador, sino que pueden representar por sí mismos conjuros eficaces para deshacer enredos y vencer dificultades. Con el apoyo de los versos comprados y con la capacidad memorística de cada cual, los cantores llegaban a atesorar un repertorio que constituía un patrimonio fundamental, del cual se vanaglorian, y que les permite salir airosos en los fandangos.

Así pues, los cantadores aprendían sus coplas de otros, con el auxilio de la radio o en los papeles que compraban; debían repasar los versos “pa’cá y p’allá en el pensamiento”, dice Dionisio Vichi; “recorriendo en el pensamiento”, dice Feliciano Escribano. De tanto conocer y cantar los versos “que traían”, los “versos sabidos”, estos llegaban a salir “de repente” como hechura del cantador que en determinadas circunstancias y en apego a su sensibilidad y talento podía variar y adaptar, reelaborar, o bien, crear, en términos de un acervo y una estética tradicionales que conocía y que actualizaba en su voz. A fin de cuentas, ese es el sentido de la tradición oral: la apropiación y la reelaboración de un patrimonio común en un momento dado.

El conocimiento y la conciencia de su talento y oficio no dejan de ser motivo de orgullo para los cantadores: su capacidad para trovar, la cantidad de coplas que atesoran en la memoria, así como la claridad y potencia de su voz, son todos rasgos que ellos ponderan y a los cuales hacen referencia en sus testimonios y en sus versos, como lo podrán constatar los lectores en este volumen que reúne una buena cantidad de coplas provenientes de la memoria y de los escritos de los cantadores entrevistados. Por supuesto, abundan las coplas de amor y hay otras sobre asuntos diversos, pero la capacidad y la actividad del cantador es un tema recurrente en el repertorio de muchos de los juglares de Ni con pluma ni con letra.

La amplitud y la riqueza de las entrevistas dan cuenta no solo del gran interés de Alec Dempster en el oficio de los cantadores, sino que muestra la manera en la que pudo intimar con ellos en fluidas y sensibles conversaciones, en las que se nota cómo el entrevistador pudo ganarse la confianza de sus interlocutores. La curiosidad y el esmero de Alec en el registro han permitido que podamos contar hoy con un rico y vívido acervo de relatos personales y textos poéticos que son a la fecha irrecuperables en su mayoría. Quien quiera adentrarse en la vida y el oficio de estos juglares veracruzanos tiene aquí un documento inigualable, lo mismo que quien quiera conocer las viejas coplas que cantaban, que sin duda permitirán enriquecer el repertorio de los fandangos actuales en los que los cantadores jóvenes han comenzado a interesarse también en el desarrollo de sus recursos poéticos.

Raúl Eduardo González

 

 

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La guitarra de son Libro 2, sones por cuatro

La guitarra de son,                                                Sones por cuatro                                                             Libro segundo  Edición Digital 2021

         Francisco  García  Ranz      Ramón  Gutiérrez  Hernández

Presentamos una segunda edición, ahora digital del libro II La guitarra de son, sones por cuatro. Una primera edición de esta obra la publicó el Taller La Hoja en 2010 con un pequeño tiraje; alrededor de 300 ejemplares salieron a la luz pública. A 10 años de su primera publicación, el trabajo ha sido revisado y se han hecho modificaciones mínimas con respecto a la edición 2010, sin embargo, se han eliminando repeticiones y explicaciones redundantes. El cambio más importante efectuado en la obra, además del nuevo formato, es la introducción del término temple, muy común todavía en algunas tradiciones latinoamericanas. Sobre este tema también puede consultarse el libro 1 de la serie en su edición digital 2021.

F. García Ranz                                                                                                                       Tepóztlán, Morelos.                                                                                                                                               Octubre 2021.

 

La guitarra de son. Sones por cuatro, Libro 2°, PDF (v.1.0.1):

 



Grabaciones 

Registros y arpégios   Grab. núm. 1 – 5.             PA01_01-05

 

El piojo   Grab. núm. 6 – 9.                                                 PA02_06-09

 

El colas   Grab. núm. 10 – 14.                                           PA03_10-14

 

El jarabe   Grab. núm. 15 – 20.                                         PA04_15-20

 

Registros y arpégios   Grab. núm. 21 – 24.          PA05_21-24

 

La bamba   Grab. núm. 25 – 28.                                    PA06_25-28

 

El ahualulco   Grab. núm. 29 – 32.                           PA07_29-32

 

La guacamaya   Grab. núm. 33 – 36.                     PA08_33-36

 

Registros y arpégios   Grab. núm. 37 – 40.          PA09_37-40

 

El zapateado  Grab. núm. 41 – 44.                         PA10_41-44

 

El pájaro Cú   Grab. núm. 45 – 48.                           PA11_45-48

 

El balajú   Grab. núm. 49 – 52.                                   PA12_49-52

 

Registros y arpégios   Grab. núm. 53 – 56.          PA13_53-56

 

El fandanguito   Grab. núm. 57 – 60.                        PA14_57-60

 

La morena   Grab. núm. 61 – 64.                                 PA15_61-64

 

Registros y arpégios   Grab. núm. 65 – 66.          PA16_65-66

 

El fandanguito   Grab. núm. 67 – 71.                        PA17_67-71

 

La morena  Grab. núm. 72 – 75.                                     PA18_72-75

 

Registros y arpégios   Grab. núm. 76 – 77.          PA19_76-77

 

El cascabel   Grab. núm. 78  – 83.                                PA20_78-83

 


Grabaciones.  Ejemplos musicales de referencia

El Piojo

  1. I. Medel, J. Zapata e I. Quezadas 1983.  (Grab. F García Ranz)

2.  Son De Santiago 1995. (Discos Pentagrama)

3.  Juan Pólito Baxin 2003. (Grab. Alec Dempster)

 

El Colás

4. Dionisio Vichi, Los Vichi  1999. (Grab. Alec Dempster)

5. Pedro Gil y Luis Campos 1982. (Grab. F García Ranz)

6. Isidro Nieves 2008. (Grab. Alec Dempster)

 

El Jarabe

7. Esteban Utrera 2007. (Grab. Alec Dempster)

8. Juan Polito Baxin 2003. (Grab. Alec Dempster)

9. Noé González García, Tacoteno 1967. (INAH-15)

 

La Bamba

10. Dionisio Vichi, …  1976. (Discos Corazón)

11. Esteban Utrera 2007. (Grab. Alec Dempster)

12. Isidro Nieves 2008. (Grab. Alec Dempster)

13. Andrés Vega  1992. (Grab. F García Ranz)

 

El Ahualulco

14. Félix y Arcadio Baxin 1998. (Las Voces del Cedro)

15. Juan Polito Baxin 2003. (Grab. Alec Dempster)

16. Esteban Utrera 2007. (Grab. Alec Dempster)

 

La Guacamaya

17 Esteban Utrera 2007. (Grab. Alec Dempster)

18 José Palma Valentín, Son de Santiago 1995. (Discos Pentagrama)

19 Isidro Nieves 2008. (Grab. Alec Dempster)

 

El Zapateado

20 Esteban Utrera 2007. (Grab. Alec Dempster)

21 Juan Pólito Báxin 2003. (Grab. Alec Dempster)

22 Isidro Nieves 2008. (Grab. Alec Dempster)

23 Noé González García, Tacoteno 1967. (INAH-6)

 

El Pájaro Cú

24 Isidro Nieves 2008. (Grab. Alec Dempster)

25 Grupo Chacalapa 2000. (Sones de Muertos y Aparecidos)

26 Nazario Santos, Alma Jarocha del Blanco 1986. (Grab. F García Ranz)

 

El Balajú

27 Andrés Vega, A. Hidalgo y Mono Blanco 1981.  (Discos Pentagrama)

28 Esteban Utrera 2007. (Grab. Alec Dempster)

29 Isidro Nieves 2008. (Grab. Alec Dempster)

 

El Fandanguito

30  Andrés Alfonso y Julian Cruz, 1963. (Folk. Mex. Vol II, INBA)

31 Dionisio Vichi, Juan Zapata,…  c. 1967. (INAH-15) 

32  Ramón Gutiérrez y Laura Rebolloso 1997. (Son de Madera) 

La Morena

33  Esteban Utrera 1998. (Las Voces del Cedro)

34  Noé González García, Tacoteno 1967. (INAH-15)

35 Juan Regalado,…  2004. (Soneros del Tesechoacán)

 

El Cascabel

36 Andrés Vega 1995. (Sones Campesinos)

37 Isidro Nieves 2008. (Grab. Alec Dempster)

38  Pedro Gil y Luis Campos 1982. (Grab. F García Ranz)

 

 

 

Acervos en movimiento – Sotavento

La Manta y La Raya # 11                                                    septiembre 2020 ________________________________________________________________________

Acervos en movimiento –      Sotavento  INAH

Francisco García Ranz 

 

Félix y Juan Regalado. Ángel González.

 

La colección Acervos en Movimiento, en sus tres vertientes: Huasteca, Sotavento y Tierra Caliente, es un proyecto dirigido por la Mtra. Amparo Sevilla y producido por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) a través de la Coordinación Nacional de Antropología. El proyecto surge a partir de una reflexión colectiva entre músicos, investigadores y promotores culturales, quiénes identificaron una ruptura en la transmisión de los conocimientos dancísticos, líricos y musicales, entre las viejas y las nuevas generaciones de músicos, trovadores, bailadores y danzantes. Publicadas a partir de 2014 en formato digital CD-ROM, estas tres colecciones sonoras, documentadas y acompañadas cada una de ellas de una guía de escucha, buscan regresar a estas regiones parte de su patrimonio musical que se encuentra en las fonotecas más importantes del país, así como de las fonotecas de investigadores y promotores culturales. Además de ser referencias fundamentales para la memoria musical de estas regiones, la difusión de estas colecciones tiene el propósito de servir como material didáctico a la importante labor de quienes se dedican a la enseñanza de las nuevas generaciones de músicos y trovadores. 

La colección del Sotavento

Los 355 registros sonoros seleccionados grabados in situ, interpretados por músicos locales y representativos de las regiones y localidades más importantes de la geografía musical campesina del Sotavento, cubren un periodo de más de 50 años. Las grabaciones más antiguas datan de finales de la década de los años 1950, mientras que los ejemplos más recientes fueron registrados en la primera década de 2000. 

El conjunto de grabaciones realizadas por los etnomusicólogos: José Raúl Hellmer Pinkham, Arturo Warman Gryj, Thomas Stanford, Alejo Yescas y el equipo formado por Baruj Lieberman, Enrique Ramírez de Arellano y Eduardo Llerenas, cubren un periodo de 25 años y representan los acervos sonoros más antiguos conocidos. Aproximadamente el 50% de la presente colección está integrada por ejemplos sonoros de este periodo provenientes en gran parte de los fondos y acervos fonográficos que se conservan en la Fonoteca del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH); Fonoteca del Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información Musical “Carlos Chávez” (CENIDIM); Fonoteca Nacional (CONACULTA); y Fonoteca del Centro de Investigación y Documentación “Alberto Beltrán” (CIDAB).

Cabe mencionar que algunas de las grabaciones incluidas de esa etapa han sido publicadas con anterioridad y son relativamente bien conocidas. No menos importantes en nuestro estado del conocimiento actual de la música jarocha tradicional resultan las grabaciones de campo realizadas en los últimos 25 años. La mitad de las grabaciones seleccionadas e incluidas en la colección corresponden a este segundo etapa y fueron realizadas principalmente entre 1985 y 2010. Este conjunto de grabaciones recientes, muchas de éstas publicadas otras inéditas, viene a complementar de manera significativa nuestro conocimiento de los diferentes estilos y particularidades musicales de otras regiones al interior del Sotavento, localidades e interpretes importantes que no habían sido registrados anteriormente. Ese acervo representa el fruto de iniciativas diversas, algunas personales o independientes como es el caso de la importante colección de Alec Dempster especializada en la región tuxteca (2001-2008) o de las grabaciones producidas por José Félix y Rubí Oseguera de la música de la región sureña del Sotavento; otras por iniciativa institucional como es el caso del acervo formado y publicado entre 2001 y 2010 a través del Programa de Desarrollo Cultural del Sotavento (CONACULTA), y conformado por los trabajos de campo de diferentes investigadores que se han sumado para completar el panorama geográfico y musical del Sotavento. De igual manera, la presente compilación se ve enriquecido con grabaciones de proyectos independientes publicados pero poco conocidos, como es el caso, por ejemplo, de los casetes: Sones Campesinos de la Región de los Tuxtlas (1995), Son de Santiago Vols 1 y 2 (1996 ) y Homenaje a Los Juanitos del grupo Cultivadores del Son (1998); o de los discos compactos: Las voces del cedro (1998), Soneros del Tesechoacán (2004) y Pilares del Viejo Son (2010). Se suman también algunas grabaciones registradas por Radio Educación durante los Encuentros de Jaraneros en Tlacotalpan Veracruz, en particular las realizadas en sus primeras ediciones durante la década de los 1980. 

Como parte de la colección se ha incluido una selección de programas de radio de la serie Folclor mexicano de Radio UNAM, producidos entre 1962 y 1964 por José Raúl Hellmer sobre temas relacionados con la música del Sotavento. Así también se incluye el programa especial sobre don Arcadio Hidalgo realizado por Felipe Oropeza y emitido por Radio Educación en 1979, así como una entrevista de Isidro Nieves grabada en 2008 por Alec Dempster en San Juan Evangelista.

continúa…

 

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Un huapango que se hizo domingo

La Manta y La Raya # 4                                                                             marzo 2017


Un huapango que se hizo domingo

para Alec Dempster

 

Alvaro Alcántara López

 

El domingo había iniciado hacía apenas ocho minutos. Era una fresca noche tuxteca, una noche de huapango para alegrar, animar, a un músico memorable de Santiago Tuxtla que lastimosamente había sufrido una embolia algunas semanas atrás. Organizado por el Colectivo Tecalli que siguen comandando los hermanos Cruz Castellanos (Carolina y Joel), en aquel huapango se encontraban algunos de los músicos y bailadores más queridos y respetados de la región, bailadoras y músicos que habían sido invitados por los jóvenes de este Colectivo a la usanza de los de antes: yendo a su casa a hacer la visita. La convocatoria que habían hecho estaba pactada para las ocho de la noche de aquel sábado 20 de octubre del 2012, pero incluso desde un poco antes, bailadoras, bailadores y jaraneros habían empezado a reunirse en aquella calle empinada de la colonia Jardín y para las nueve y media el huapango ya había agarrado el calor de los buenos amores.

Aquella noche, sin instrumento, sin zapatos para bailar y sobre todo, con un ánimo propio de los fines de ciclos, me dediqué a mirar, a tomar fotos con la cámara de Joel y a tomar varios cafés con tamal. Venía yo de Loma Bonita (la famosa ciudad de las tres mentiras), de concluir una experiencia laboral intensa y enriquecedora al trabajar con arqueólogos y aprender a mirar y comprender el espacio de nuevas maneras, en un proyecto de sísmica y salvamento arqueológico que coordinaba mi amigo Alfredo Delgado. A Santiago Tuxtla había llegado aquel sábado poco antes de la comida y la tarde fue una charla interminable en casa de la familia Cruz Castellanos, que en aquella ocasión era un hervidero de personas, un entrar y salir de gente, con gritos, rejolina y risotadas muy al ambiente jarocho. Pasamos una tarde agradable que fue coronada con una siesta que se prolongó justo al límite de encaminarnos al fandango.

Consciente de la delicada salud de Vichi, traté de no perderle la vista durante aquella noche de huapango. Sentado a unos metros de la puerta de su morada y apoyado en un palo que hacía las veces de bastón, el viejo músico se dedicó a escuchar y medio mirar. Acompañado de algunas de las chicas que integran el Colectivo Tecalli o recibiendo las salutaciones y parabienes de sus compañeros de andanzas, aquel pequeño hombre de piel morena, ojos hundidos y mirar desconfiado, ensimismado en su propio cuerpo, seguía los fraseos de las guitarras, deleitándose con ritmos y tonadas de los que conocía muy bien las coloraciones e imágenes que producían al acariciar la noche. En algún momento superé la pena y me acerqué a saludarlo. Conversamos algunos minutos y volví a distanciarme, pero tratando de cuando en cuando de mirar cómo estaba, tratando de comprender cómo podría estar viviendo y sintiendo aquel huapango a las afueras de su casa, pero sin poder tocar ni cantar. Imaginaba cómo podría ser aquel huapango para él, tras un torrente innumerable de noches, semanas, meses, años y décadas de ser él mismo uno de los grandes animadores de la tarima, reinando sobre la tarima con su voz chillante y contindente, con su versada impecable y atinada y las pulsaciones retadoras y melodiosas de su guitarra.

Siendo muy consciente de la cercanía de la muerte –de la suya y de la mía, quizá más de la mía– y tratando de hurgar de vez en vez en sus silencios y discursos corporales, pude ver a Dionisio Vichi incorporándose con cierta dificultad de la silla que lo sostuvo mientras sones se sucedían transformando aquella noche. Alguien debió haberlo ayudado a alcanzar la puerta de su cuarto y así sin despedirse, sin hacer bulla, más bien en silencio y con la tarima exhalando la vida que él tanto procuró, desapareció en la penumbra de aquella habitación para irse a dormir. Busqué entre mis ropas y pude ver en mi teléfono el nombre engañoso de ese instante: eran las cero horas con ocho minutos de un domingo que empezó siendo sábado. Fue esa la última vez que vi a don Dionicio Vichi, guitarrero y versador mayor de Santiago Tuxtla, conocido en su pueblo como “León” y de quien tuve la fortuna de comprender el arte de la controversia en verso sabido.

II
Nunca fuimos amigos, ni siquiera cercanos, pero entre el 2000 y el 2005 tuve la posibilidad de compartir con él varios huapangos en su tierra natal. Había sabido de Vichi desde inicios de los años noventa (precisamente en aquellos años habían grabado en Pentagrama aquel cassette titulado “Son de Santiago”), junto con una camada de magníficos músicos, bailadores y versadores de la región de Los Tuxtlas, entre los que destacaban Isaac Quezada, José Palma “Cachurín”, Juan Zapata, Idelfonso Medel “Cartuchito”, Juan Pólito, Juan Mixtega, Carlos Escribano y muchos otros que no alcanzo a recordar o a los que simplemente no conocí o no tuve el acierto de valorar en aquellos años de juventud. Hoy sabemos bien, tras el trabajo de investigación y registro que han hecho Andrés Moreno Nájera, el Colectivo Tecalli, el médico Héctor Campos, la familia Campechano, Aldo Flores, Eduardo García, Ana Zarina Palafox, Antonio Castro y otros tantos promotores culturales, que aquella camada de músicos extraordinarios a los que pertenecía Vichi eran apenas la cúspide generacional de un conjunto más amplio y diverso de músicos ejemplares y poderosos que todavía hoy se pueden escuchar en las los velorios, procesiones, pascuas y huapangos en general que se realizan en las cabeceras municipales de Santiago, San Andrés y sus respectivas comunidades.

La posibilidad de interactuar con Dionisio, Ángel y Gonzalo, que entonces integraban el grupo “Los Vichi”, se la debo a una afortunada invitación que me hiciera Alec Dempster, el afamado grabador y músico jarocho, para participar en un proyecto suyo que se daría a conocer más tarde con el título de Y mi verso quedará. Son jarocho de Santiago Tuxtla (Anona music, 2001). Y mi verso quedará constituye una muestra muy interesante de músicos experimentados, como Juan Zapata, Idelfonso Medel, Dionisio y Ángel Vichi, Leonardo Rascón, Anastasio Gorgonio o Salvador Tome Chacha, junto a soneros sazones como Pablito Campechano, jóvenes como Humberto Victorio Comi o los muy chamacos Juan Manuel, Paola y Lorena Campechano. Vale la pena recordar que aquellos eran los tiempos de gloria de los grupos profesionales de son jarocho (Chuchumbé, Son de Madera, Monoblanco, Utrera, Siquisirí, etc.), con su presencia en festivales, arreglos y exploraciones musicales, grabaciones o experimentaciones escénicas y, en ese contexto, el trabajo de documentación que hizo Alec Dempster en aquellos años fue muy importante para recordarnos lo mucho que aún queda por conocer, valorar en el mundo alucinante del fandango y son jarocho.

Aquel 2001, habríamos ido desde Xalapa a Santiago dos o tres veces (Alec, Octavio Rebolledo, Mario Artemio, Kali Niño y algunos más que no recuerdo, juntos o por diferentes vías). Según creo recordar, la mayoría de las grabaciones ya estaban hechas, pero lo que tengo claro es que cada vez que íbamos había huapango. Fue en aquellas ocasiones que aprendí a reconocer las artes de Dionisio Vichi como versador y también las de Gonzalo, su sobrino y aprendiz. Quienes lo conocieron recordarán que a Vichi le gustaba cantar y que los demás lo oyeran. Receloso de su música, incómodo ante los fuereños, orgulloso como solo se puede ser cuando se sabe ser maestro en un oficio, Vichi empezó a cantar verso tras verso, menos para medir sus fuerzas y más para aplacarme de una buena vez, dejando claro quién era allí el cantador y que yo debía guardar silencio. Tardé algún momento en comprender que no sólo le disgustaba que yo me atreviera a cantar en su tierra – siendo él uno de los versadores estelares de allí – sino que algunos de sus versos iban dirigidos a mí, a aleccionarme con algunos de los innumerables versos que guardaba en su arsenal poético.

A mi parecía divertido provocarlo, exacerbar su afamado humor de gruñón y regañoso (sic) y le respondía de cuando en cuando con el atrevimiento y desparpajo de quien a nadie debe rendir pleitesía, pero sí con el gusto por palabrear y ser feliz el huapango. Si algunas de sus poesías me parecían magníficas, lo que más me emocionaba era oírlo frasear y estallar en los respiros de la música su voz fuerte y chillante, casi al punto del quebranto, pero nunca lo escuché “atravesarse” y menos desafinar. Desde aquellas primeras grabaciones hechas por Warman a finales de los años sesenta hasta los fandangos a los que asistí el verano pasado en Santiago Tuxtla (2016), siempre me ha maravillado esa capacidad de entrar “tarde” a cantar, luego encabalgar las palabras hasta el borde la incomprensión, tensar aún más el tiempo con un descanso antes de la última pisada, para terminar siempre puntuales cada vuelta, incluso antes. Ejemplos hay muchos y no viene al caso recordar alguno en particular, pero Vichi era experto en eso de estirar el tiempo al cantar. Un arte, a decir verdad, que se encuentra más cercano a la recitación y a declarar ensalmos, que al acto de cantar tal y como es común en la actualidad.

Para la segunda vez que nos encontramos ya era conocido por ellos como “el pelón” y Gonzalo Vichi, con quien compartía el gusto por la bebida que templa el corazón y las pasiones, fue con quien empecé a conversar y a tratarnos. A partir de allí, don Dionisio se abrió un tantito y aceptó platicar, pero siempre celoso antes sus saberes, especialmente si yo le pedía me repitiera algún verso que me había gustado mucho. Y tenía toda la razón en custodiar aquel conocimiento.

A partir de allí, nos buscábamos para cantar, tanto con Gonzalo como con su tío. Fueron varias veces más las que coincidimos en fandangos santiagueros sin que existiera una fecha especial para fandanguear, donde los fuereños éramos pocos y se podían reconocer y disfrutar del protagonismo musical de las y los músicos que venían de las comunidades a hacer la fiesta. Igualmente interesante era llegar alrededor del 20 de julio a celebrar las fiestas patronales de Santiago Tuxtla y disfrutar, aún a comienzos del segundo milenio global y capitalista, de estilos, modos y usanzas de otra condición y tiempo; de otra naturaleza, sensibilidad y entendimiento. Llegados el 24 de julio aquellos huapangos se convertían en otra cosa, los de afuera éramos mayoría y terminábamos por avasallar a los locales. Pero aún en esas condiciones desfavorables, Vichi, Cartuchito y algunos otros veteranos de la vieja guardia daban la batalla con toda dignidad y fuerza, quizá para recordarnos que “allí estaban todavía” –como titularía Alec Dempster muy acertadamente, una grabación posterior en donde registró la casi extinguida (para ese entonces) tradición de los violineros de la región de Los Tuxtlas.

A la distancia pienso que aquellos primeros huapangos, Encuentros y velaciones a los que asistí en los primeros años de la década del noventa y que volví a disfrutar consistentemente a partir de aquella invitación hecha por Alec Dempster una década más tarde, me permitieron entrar en contacto con el huapango tuxteco desde la vivencia indígena contemporánea. Y no obstante esto, con el paso del tiempo he aprendido a reconocer los fuertes lazos que en la región de Los Tuxtlas –especialmente la gente del municipio de San Andrés–, se han establecido con la población afromestiza de los llanos de Nopalapan. De allí que la diversidad y riqueza de prácticas musicales de esta importante región encuentre también su explicación en los procesos de mestizaje y lo que ahora nombran interculturalidad.

Precisamente esa diversidad cultural y musical que puede encontrarse en la serranía de Los Tuxtlas obliga a cuestionar algunos estereotipos que se han construido en las décadas recientes sobre el son jarocho: desde aquellas historias jocosas de los llamados “mosquitos” y “chaquistes”, que en Santiago y otras zonas indígenas se les ha conocido como “requintos o requintas”; hasta el hecho que aquí se emplean de manera indistinta los términos huapango o fandango para referirse a la fiesta de tarima y cuerdas, a contrapelo de las versiones canónicas que reservan el término huapango para la música huasteca. Lo que en otros lugares son “terceras”, aquí apenas llegan a “tres cuartos”; las armónicas y los violines llevan la melodía en los sones; las Pascuas se dan más allá del 24 de diciembre (de hecho hasta el 2 de ferbero) y el güiro forma parte de la instrumentación de algunos músicos.

Los municipios de Los Tuxtlas (Ángel R. Cabada, Lerdo de Tejada, Santiago Tuxtla, San Andrés Tuxtla, Catemaco o incluso Rodríguez Clara) constituyen un espacio para re-aprender que no existe “un” son jarocho, que Sotavento es una región que se ha construido e inventado a través del tiempo y que aquello que funciona en otras localidades o micro regiones no necesariamente funciona así por estos rumbos.

Mucho de ese viaje por la memoria que ahora cuento fue el que me habitó aquella noche de octubre de 2012, mientras se celebraba aquel huapango en honor de Dionisio Vichi. Cuando me acerqué a conversar aquella noche con él, me contó que le había dado una embolia y que sintió como un tronido en el oído y pidió ayuda con un grito y cayó. De algunas notas aisladas, de algunos recuerdos brillosos y de las ganas que tenía por contar esta historia ha surgido este relato.

Dionisio Vichi falleció hace más de dos años. Su nombre y legado, como el de aquellos músicos de la vieja guardia a las que él perteneció siguen presente en la memoria de sus discípulos, alumnos y compañeros de parranda. Cuando voy a Santiago me da gusto escuchar sus nombres en boca de amigos y amigas, recordándolos como los maestros que fueron. En las pasadas fiestas de Santiago Tuxtla (2016) pude reencontrarme y saludar a Gonzalo Vichi y justamente cuando hablaba con él, con Héctor Campos y con Joel Cruz Castellanos, apareció la hija de don Juan Zapata, Juana Zapata, y fue un magnífico pretexto para recordar a su padre y hacernos una foto que debe estar por allí, esperando su turno para contar su historia.

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III
El huapango de aquella noche terminó con el son de El Agualulco, que exhaló su último suspiro a la una de la mañana con veinticuatro minutos – al menos así lo asenté en mis notas – y aunque hubo un intento más o menos serio de volver a prender la mecha con un Zapateado éste no prosperó. Luego de levantar las sillas, la basura y las tarimas, estábamos llegando a la casa de Joel y Caro pasadas las dos de la mañana para prepararse para un nuevo día.

El despertar de aquel domingo llegó ya pasadas las diez. Se hacía tarde y me apuré a cumplir con la agenda proyectada para ese día, pues había tomado la decisión de visitar a don Idelfonso Medel “Cartuchito”, un guitarrero muy querido por mí, con quien he parrandeado en numerosas ocasiones, no sólo en el centro de Santiago, sino también en Vista Hermosa – donde él vivía – y a donde me gustaba ir para escuchar el rumor del río y refrescar mi cuerpo tras una larga noche de fandango. Tomar la decisión de ir a verlo había implicado un intenso debate en mí, pues Utrera, el viejo Utrera, también se encontraba delicado de salud (su corazón estaba muy débil), pero a don Esteban lo había visitado algunos meses atrás, de allí que resolviera para aquel domingo visitar a “Cartuchito” en su casa.

A don Idelfonso también le había dado un derrame cerebral que le restó movimiento a la mitad de su cuerpo, con la triste consecuencia de impedirle seguir emocionándose con la diversión de su vida: el huapango. Aquella mañana que estuve con él recordamos algunas de esas experiencias gozosas: de su participación con Son de Santiago, de tocar con el grupo Río Crecido y de los cientos de amigas y amigos que había ganado andando en el mundo de la música. Le pedí permiso para fotografiar algunas imágenes que tenía colgadas en su casa, donde Cartuchito lucía sonriente al lado de sus amigos tuxtecos, sorprendiéndome reconocer en una de ellas al querido Nazario Santos, “Charito”, uno de los baluartes del extinto grupo Alma Jarocha, de allá por los rumbos de Nopalapan.
En medio de aquellas palabras y recuerdos felices, de anécdotas chuscas y parrandas de epopeya, las lágrimas corrían a borbotones por su rostro, cuando se le imponía a su ser la lamentable realidad de ya no poder tocar su guitarra. Los ánimos y palabras de aliento que le di, siendo sinceras y llenas de mucho cariño, se ahogaban en la contundencia de saber que los daños físicos provocados por el derrame cerebral eran, con toda seguridad, irreversibles. Entonces no pude evitar preguntarme cómo llegaría yo a esa edad; cómo sería llegar a ese momento en que el cuerpo dice ya no más; cómo sería la tristeza mía.

Después de aquel viaje cobré mayor conciencia de la necesaria campaña de salud y cultura alimentaria que tenemos que emprender en el sur de Veracruz – y resto del país – con carácter de urgente, quizá porque la ascendencia social que en los años recientes han ganado los músicos comunitarios puede servir de estímulo para cambiar los malos hábitos alimenticios que nos están matando en el más alevoso silencio. El primer lugar en obesidad mundial que tiene nuestro país y las altas cantidades de consumo de azúcares, endulcolorantes y carbohidratos (comida chatarra, pizzas, refrescos embotellados o la dañina costumbre de endulzar exageradamente el café y las aguas de fruta) han hecho de la hipertensión y la diabetes dos de las principales causas de muerte en la región jarocha y me temo en todo México. Y los derrames cerebrales o embolias, como se les conoce popularmente, están relacionados precisamente con la diabetes. Y ya no se diga los problemas de riñones que martirizan a diabéticos e hipertensos, dos enfermedades que se encuentran muy relacionadas.

Aquel viaje y las visitas que hice a estos dos guitarreros enfermos me hicieron pensar que “la música” o incluso “la fiesta toda” constituyen una pequeña parte de un engranaje social, cultural, económico, político y de salud más grande y complejo, que exige ser abordado desde distintos enfoques y miradas. “Lo cultural” es apenas una parte, pero acaso no la más importante ante un panorama a futuro bastante sombrío en asuntos de salud y cultura alimentaria, en el que no sólo las tradiciones sino la vida misma se ven amenazadas por enfermedades y padecimientos que atentan claramente contra el derecho a vivir una vida saludable.

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IV
Antes que se fuera a dormir hice el intento por animarlo a cantar, pues según me había contado con amenaza de lluvia en sus ojos, tras la embolia ya no podía componer su guitarra, pero cantar sí: “pero cantar mis versos parece que sí” – me dijo, quizá con más añoranza que ilusión. Y no se equivocó. El cantar de Dionisio Vichi sigue alegrando mi memoria cuando recuerdo aquellos maravillosos momentos que compartimos en torno de una tarima.

Aquel huapango que se hizo domingo fue la última ocasión que vi a Dionisio Vichi. No se equivocaba al decir que incluso con la embolia que le había pegado podría seguir cantando sus versos. Cumplió su ciclo en este mundo y se despidió de su pueblo, familia ya amigos hace un par de años. Se guardó su figura pero su voz se quedó en mi memoria y en la de muchos que tuvimos el privilegio de escucharlo. A quienes no, hoy pueden escucharlo gracias a la tecnología y a los esfuerzos que en aquellos años hiciera Alec Dempster por registrar la chispa de personajes como Vichi. Estudiarlo, aprender de su estilo y disfrutar de su estilo de cantar.

En lo personal me quedo con una grabación que aparece en el disco Del cerro vienen bajando, en donde se puede escuchar a “León” Vichi y a Salvador Tome Chacha versar, siguiendo el tema que el otro proponía. Nunca le he preguntado a Alec si él les pidió hacerlo así, entreverando uno a uno sus versos, versando por argumento…imagino que no. Que la espléndida muestra que dan en esta grabación de una controversia poética en verso sabido fue natural y espontánea, quizá queriendo decirnos que cantar es el arte de saber escuchar al otro, de devolver la palabra que otro nos ha regalado, pero con una alegría aumentada, con una emoción nueva. Como aquel domingo que se hizo huapango y cuando la voz chillante y determinada – casi a punto de reventar – de Dionisio Vichi se hizo una con el silencio y le propuso que cantara por él:

Al lado del estrumento (sic), suena la cuerda de acero/ si eres de buen acento/ les cantaré compañeros/ un versito de argumento/ del pájaro manzanero.

Y de todos los colores/ me gusta el tuyo me gusta el tuyo/ porque con tus amores/ linda bonita no quiero orgullo.

Fragmentos de la versada de Dionisio Vichi con Salvador Tome Chacha cantando El Zapateado.

Qué bonito es lo bonito/ a quien no le ha de gustar / Yo lo digo y lo acredito y lo vuelvo a acreditar/ todo cabe en un jarrito/ sabiéndolo acomodar.

Comienzo como la vela/ y ardiendo con fervor/ como muchacho de escuela/ también me gusta el olor/ de la esencia de canela.

De letras de oro tu nombre/ voy a mandarte un papel/ no quiero que de mí te asombre/ lo que le encargo a mujer/ que pronto me corresponda.

Te voy a mandar una carta/ buscarás quién te la lea/ uno que sea de confianza y que por nosotros vea.

Yo salí del escuadrón/ que reboleando mi mascada/ y como que soy varón/ que no me toquen retirada/ traigo versos de a montón/ para mí y mi prenda amada.

Mi amor no ha sido afligido/ por eso lo doy de prenda / me vas a dar un recibo/ antes que la muerte venga/ después de verme tendido/ harás lo que te convenga.

Al cortar un lirio blanco yo creía que era azucena/ Porque trascendió bastante igualito a una gardenia/ también de tu amor me encanto hermosísima trigueña

Y en un jardín de azucenas/ flores me puse a cortar/ que me gusta tu cadena/ cuando sales a bailar/ con el rocío del sereno/ de lejos se ve brillar

Desátame tu cadena porque estoy aprisionado, dale liberta a mi pena, porque está encarcelado dime trigueña hasta cuándo / que yo me veré a tu lado.

Desátame las cadenas/ con que tu amor me amarró/ quítame de andar en pena/ mira que te quiero yo/ porque tú eres la azucena/ que a tu jardín me llamó.

Quisiera ser el pañuelo, la sortija de tu mano/ porque este mi amor porfía que eres la flor del verano/ antes que otro te persiga/ qué dices negra ¿nos vamos?

Campestre Churubusco, Ciudad de México
primavera, 2017


Revista completa en formato PDF (v.4.1.1):

 

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Maestros de la guitarra de son

Maestros de la guitarra de son

Una nueva colección de grabaciones
Dueto Juan Zapata – Ildefonso Medel

Les presentamos una brillante interpretación de El Toro Zacamandú por el dueto Zapata-Medel grabado por Alec Dempster.

Ildefonso Medel   guitarra de son             Juan Zapata   requinto

MEDEL-1b rec2    Juan Zapata rec3

El Toro Zacamandú

 

A Puro OíA Puro Oido 2005 chdo.                                                              Sones y canciones interpretados por músicos de Los Tuxtlas, VeracruzGrabaciones de campo realizadas por Alec Dempster  entre 1999 y 2004.

Anona Music


 

… continuará

 

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Violinistas de la gran región de los Tuxtlas

Una serie de grabaciones de campo de                            violinistas de la gran región de Los Tuxtlas.

Los enanos /  Ignacio Bustamante                                                  Buenos Aires Texalpan, San Andrés Tuxtla                                                      Grab. campo:  Alec Dempster 2006.

Ignacio Bustamante Chigo - Aldo Flores DB2
Ignacio Bustamante

Aquí estamos todavía frente - rec ch ch(Del CD Aquí estamos todavía. La supervivencia del violín en el Son Jarocho. Anona Music 2007)

 

 


El Zapateado Huasteco /  Los Ramírez                                                  San Pedro Soteapan, Veracruz                                                                            Grab. campo:  Marco Amador 2006

Los Ramírez ch A chLos Ramírez ch B ch

Manuel Ramírez García, guitarra vozarrona; Alejandro Ramírez García, jarana segunda; Alfredo Ramírez Márquez, requinto, Francisco Ramírez Márquez, jarana primera; Florencio Ramírez Albino, jarana tercera; José Marquez García, violín.

Los Ramirez ch(Del CD Los Ramírez. Son de Soteapan. Ediciones del Prog. de Desarrollo Cultural del Sotavento,  CONACULTA,  2007)

 

 


El Sapo /  Cultivadores del Son                                                                     San Andrés Tuxtla, Veracruz                                                                            Grab. campo:  Norberto Rodríguez Carrasco 1998

Cutivadores del son ch

Juan Pólito Baxin media guitarra de son; Juan Mixtega Baxin jarana segunda; Andrés Moreno Najera  jarana tercerola o cuarta y voz; Ignacio Hernández Vázquez  punteador, guitarra leona, tres cuartos de guitarra de son, jarana tercera, violín y voz; José Luis Constantino Villegas jaranas tercerola o cuarta, tercera y primera, guitarra leona y voz; Luis Lavalle Guillén guitarra leona, tres cuartos de guitarra de son, jaranas tercera y primera.

Homenaje a los Juanitos ch(Del casete  Homenaje a los Juanitos. Ediciones Pentagrama, CP 1190, 1998)

 

 

 

 


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Aquí estamos todavía

La Manta y La Raya # 0                                                                                        octubre 2015


Aquí estamos todavía frente - rec ch ch

La supervivencia del violín en el Son Jarocho
Grabaciones de campo, entrevistas y textos: Alex Dempster

intérpretes

Fidel Domínguez Cerro del Vigía
Ignacio Bustamante Buenos Aires Texalpan
Santos Xolo Los Méridas
Rodolfo Cóbix Texcaltitan
Pascual Mozo San Isidro

ANONA MUSIC 2007

Artículo en formato PDF:

 

Ignacio Bustamante Chigo - Aldo Flores DB2
Ignacio Bustamante

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Santos Escribano

Rodolfo Cobix, de Texcaltitan
Rodolfo Cóbix

Pascual Mozo rec DB ch
Pascual Mozo

 

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Alec Dempster

 

 

 

 

 

 

 

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