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Persistes

La Manta y La Raya # 8 / septiembre 2018 ___________________________________________________________________________

 

Persistes

A Andrés Flores                                                                                                 In memoriam

En días recientes, después de tu deceso, la tarja me susurra. 

Habla con tu voz y repite una única frase “eres buena para muchas cosas, pero esto del aseo no’más no se te da”. 

Las letras de esta locución destellan en el fregadero.

Se prenden y se apagan.

Son fosforescentes: rosas y amarillas.

Te traen de vuelta a mi.

 

Tu regreso me enajena y me punza.

No sé si la fuente del dolor es la privación ahora sí perenne de tus manos,

el conocimiento de que no oiremos más tu voz cantar, 

o la rabia de tu precoz partida.

Sé que la alegría que acompaña mi estupor viene de tus ojos.

De los ríos profundos que en ellos habitaban,

de la luz que ellos emiten aun después de haber cesado de existir.

De la sencillez que te vestía, 

de tu sonrisa que -como la del gato de Cheshire- subsiste.

De tu voz que me susurra una y otra vez: “esto del aseo…, esto del aseo…, esto del aseo”.

 

María López

 


                                                                                                       

Revista # 8 en formato PDF (v.8.1.3):

 

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Simplemente Tets

La Manta y La Raya # 8 / septiembre 2018 ___________________________________________________________________________

Alvaro Alcántara López

En algún punto de la vida uno imagina, da por sentado, que se hará viejo casi por decreto. Y que en ese transcurrir del tiempo, en esa acumulación insensata de días, memoria y humedades, existen personas que lo acompañarán a uno en ese proceso natural e inexorable que deberá conducir, primero al envejecimiento y más tarde, aunque no se quiera, a despedirse del mundo de los vivos. Cuando esa creencia, ese ingenuo dogma de fe, parece alojarse en una esquinita distraída del alma sin hacer demasiada alharaca, llega la muerte misma, sin avisos ni fanfarrias, para arrancar de tajo la vida y ponerlo todo en su lugar. Resuena entonces aquella vieja sentencia que, aunque dolorosa, no deja de ser más exacta: para morir solo hace falta estar vivo.

Conozco a Andrés desde tiempos de la preparatoria. De hecho, la agrupación de son jarocho que más tarde lo daría a conocer al mundo como músico – me refiero al siempre recordado Grupo Chuchumbé-, tuvo en la Escuela de Bachilleres “Jesús Reyes Heroles” de Coatzacoalcos, su semillero y pretexto. Liche, Adrián, Toño y el propio Andrés estudiaban en aquella escuela. En algún momento tuvieron el buen tino de juntarse para participar y, si no mal recuerdo, ganar un concurso de Ramas convocado por el ayuntamiento o la Casa de Cultura del otrora Puerto México. Así empezó su historia en el mundo de la música y fue entonces cuando encontré con él.

La animadversión entre mi preparatoria, la “LEA” (las iniciales de un funesto ex –presidente de la República) y la “Reyes Heroles”, la de aquellos futuros Chuchumbé, surgió de una intensa rivalidad entre sus respectivos equipos de basquetbol y trascendió a las demás esferas de la vida social y educativa de ambas escuelas, por lo cual, quienes estudiábamos en uno y otro plantel, nos considerábamos enemigos acérrimos, o casi. De aquellos tiempos proviene uno de los varios sobrenombres que acumuló en su vida y así fue como lo conocí. Desde entonces, pocas veces lo llamé por su nombre de pila, Andrés. Me acostumbré a llamarlo cariñosamente por aquel sobrenombre que destacaba una de sus cualidades anatómicas de aquellos años: Tets. Incluso, como por cierta lógica que a todos nos parecía “natural”, don Nacho, su papá, pasó a llamarse “don Tets”.

Fue hasta la llegada de Patricio (Hidalgo) y la creación ya más formal del grupo (Chuchumbé) con Liche Oseguera, Toño Sánchez y Adrián Pavón como participantes de aquel proyecto, que nuestra amistad y cariño floreció. Habiendo empezado a estudiar la carrera de Historia en la Universidad Veracruzana en la xalapeñísima apenas veracruzana, cuando el tiempo y el dinero me lo permitían, me iba a Coatzacoalcos a pasar los fines de semana y las vacaciones. Estando allí empecé a acercarme, tanto como podía, en la que se había convertido en la madriguera de aquellos jóvenes impetuosos y desmadrosos en rápido ascenso en la música tradicional jarocha, la recordada palapa de Juan Escutia. 

Al poco tiempo, Los Chuchumbé empezaron a frecuentar Xalapa (estoy hablando de alrededor de 1992) y eso abrió otra puerta para fortalecer nuestra amistad. Recuerdo el gusto y emoción que me daba escucharlo cantar y tocar ¡me gustaba en verdad su estilo! Con mucha insistencia le pedía a Tets que tocáramos el son de “El Valedor” – uno de mis favoritos en aquel entonces. También me gustaba escucharlo cantar El Jarabe Loco. Tenía un estilo peculiar de recitar las seguidillas que en aquellos dos sones hacen las veces de estribillo. Pero ante todo era alguien de quien no sólo aprendía, sino que me caía muy bien.  Su forma de ser y su permanente -no importa cuándo cómo ni bajo qué circunstancia- sentido del humor lo hacían un joven por demás agradable para quienes lo tuviéramos cerca (sentido del humor que podía llegar al exceso: una de las situaciones más temidas de aquellas convivencias con los chamacos era padecer las bromas y jodederas de Tets – a las que instantáneamente se sumaba y secundaba Toño Sánchez). Escucharlo bromear podía hacer que te orinaras en la ropa y tenía un repertorio de chistes que parecía inagotable. Pero su sonrisa siempre a flor de piel, de hombre que se sabía guapo e interesante, evitaba que pudieras molestarte con él. Y no quedaba de otra más que reírte con él, de sus guasas, como todos.

En aquellos años de juventud reconocía en el canto de Tets una forma distinta que me cautivaba y alegraba (en cualquier caso, cercana al estilo de Genaro González que dejó plasmado en al menos un disco con el grupo Tacoteno, su talento como músico y cantador). Los suyos eran fraseos melodiosos aunque potentes, pero jugando con un pequeño vibrato que se refugiaba cálidamente en registros graves y medios graves, que no eran habituales en lo que hasta aquellos años habían sido las formas canónicas de cantar el son jarocho, al menos las que yo conocía en aquellos años: esos timbres y melodías agudas que parecen alcanzar el cielo.

Sin duda la cercanía con Patricio lo hizo crecer y cantar cada vez mejor y con mayores exigencias. Memorable resultan las apariciones del grupo Chuchumbé en el Encuentro de Jaraneros de Tlacotalpan de los años 1994 y 1995 y las interpretaciones que a dos voces hicieron Patricio y Tets de sones como Las Poblanas y Los Chiles Verdes, aderezados con la armónica de Patricio y el marimbol de Yekk. ¡Claro! también la fantástica guitarra de son de Liche y la voz y poesía cada vez más poderosa e inteligente de Zenén, contribuían a sentir que algo nuevo estaba ocurriendo en la tradición de la música jarocha autodenominada tradicional o campesina.

Pasaron los años y nos fuimos haciendo mayores, formamos nuestras familias, tuvimos a nuestros hijos y la amistad, cariño y admiración por él como músico sólo se fortalecieron. Andrés se fue del grupo Chuchumbé y más tarde volvió y lo hizo como un músico más hecho y un cantador más maduro que agregó su arte a un grupo maravilloso, alegre y exultante. Aquel grupo Chuchumbé encontró en Liche, Andrés, Patricio y Zenén un auténtico trabuco (no se me olvida que también desfilaron otros reconocidos músicos que contribuyeron decisivamente al proyecto), que difícilmente encontraba rival, al menos en su capacidad para emocionar y contagiar poética, rítmica y escénicamente al público. Rubí Oseguera –Villita- y Chely Galván aportaron con su baile una majestuosidad dancística y rítmica que han hecho de aquel grupo Chuchumbé una leyenda en el entorno de lo que ahora se acostumbra denominar “el movimiento jaranero”. 

A su vuelta al grupo, Andrés participó en el segundo disco compacto que grabó Chuchumbé y le tocaron los buenos tiempos de giras por todo el país y el mundo: festivales, conciertos y colaboraciones con músicos y cantantes destacadísimos de la entonces potentísima escena de la World Music. Presentaciones frecuentes en la Ciudad de México; conciertos privados con la élite intelectual mexicana y latinoamericana, actuaciones especiales para los sectores privilegiados y poderosos del país, presencia en medios de comunicación masiva. Años inolvidables y gloriosos para todos ellos. En aquella circunstancia, Tets supo construir un espacio creativo desde el cual enriquecer el proyecto musical, poético y escénico de Chuchumbé: el universo percutivo. Encontró en la quijada primero y, más tarde, en el pandero, su manera de hablar, su aporte y contribución a aquel proyecto artístico magnífico. Quien no recuerda de aquellos años el taumatúrgico Panderumbé, el pandero creado por él, para contrapuntearse con el zapateado, el marimbol o la guitarra grande. Parecía entonces que habría Chuchumbé para siempre. Otra fue, sin embargo, la historia.

En los años más recientes, aunque nuestros encuentros se espaciaron siempre nos mantuvimos en contacto y comunicación. Nuestra amistad firme. Tras intentar varios proyectos con él a la cabeza o como miembro central tras la desaparición del grupo Chuchumbé, de grabar en discos colectivos, contribuir como músico invitado en otras tantas grabaciones o de convertirse en con toda seguridad el maestro tallerista más querido y fascinante del son jarocho, Andrés se convirtió en un músico-tallerista solista. Entre 2008 y 2018, tal vez nadie viajó tanto por tantos lugares, enseñando y divulgando el son jarocho y la cultura del fandango de tarima (Estados Unidos su destino principal), como lo hizo él. Son recordados sus magníficos talleres en el Seminario de Son jarocho de Luna Negra que coordina Ricardo Perry, que año con año se realiza en la isla de Tacamichapan (Jaltipan, Veracruz). Me han dicho que la que fue su cabaña en el Rancho Luna Negra sigue dispuesta para él, esperando por su regreso cada primavera.

Uno de nuestros últimos y más divertidos encuentros lo tuvimos en Jalcomulco, por motivo del cumpleaños de mi hijo más pequeño, que en aquella ocasión celebraba su décimo tercer aniversario de vida. Ese arte y chispa de vida que tiene el demiurgo Demiss Arenal (Los Aguas Aguas) hizo que, sin proponérnoslo, terminásemos reunidos para celebrar el cumpleaños de Neguib con un descenso en balsa por el río Pescados. También en esa ocasión el sentido de humor de Tets y de Demiss y mi incapacidad de poder nadar, me hicieron pasar uno de los ridículos más grandes, cuando éstos decidieron volcar la balsa y provocarme una de las angustias más grandes que he sentido en la vida. De vez en vez y aderezada con carcajadas y burlas sobre mi persona, he escuchado contar aquella historia en los fandangos del mundo jarocho.

Me consuela saber que la última vez que nos vimos compartimos un ron que él se empeñó en invitar y brindamos por la vida y nuestra amistad. Tenía muchos sueños, ilusiones, proyectos, ganas de hacer, de vivir, de sentir. Hay personas que tienen un amor inagotable que compartir con los demás y por ello son tan queridos, admirados, amados, envidiados, extrañados. No pueden ser de una sola persona, pero pueden pertenecer a muchos; a todos los que los quisieron y siguen queriendo. Estoy convencido que Andrés es de esa naturaleza de seres que tienen mucho amor para compartir. 

Andrés fue un hombre guapo, generoso, alegre y divertido, con una voz maravillosa, musicalidad excepcional y trato amable, que lo hacían querible desde el primer segundo. Un músico importante de la tradición jarocha; un tallerista y maestro ejemplar, un auténtico artista de la vida; un padre y compañero que hace falta; un amado hijo que le duele a sus padres; un amigo y hermano al que se le echa en falta y extraña.

Supe de su inesperada desaparición estando lejos de México. Por ello, no pude acompañar a sus seres queridos a despedirlo, no pude compartir con los amigos que tenemos en común la tristeza que nos brotó por su partida, no pude despedirme de él. Una semana después de su muerte, ya de regreso en México empecé a escribir las primeras líneas que componen este relato. Algo adelanté pero pude seguir y lo guardé por allí, en algún rincón de la memoria de mi computadora. No podía creer que se hubiera ido y durante muchos meses fue algo que negué y de lo que no quería hablar. Hoy, año y medio después de su muerte, me decidí a abrir este texto y he logrado terminarlo. 

En algún punto de la vida uno imagina, da por sentado, que se hará viejo casi por decreto. Y que en ese transcurrir del tiempo, en esa acumulación insensata de días, memoria y realidades, existen personas que se harán viejos con uno. Nunca imaginé que Andrés no envejecería conmigo, menos aún si tenemos los mismos años. El otro día estaba comiendo con Francisco y Aneleé en Tepoztlan y a la distancia reconocí la voz de Andrés sonando en un disco de son jarocho. Y lo recordé con esa voz vibrante, alegremente musical, la voz que debe tener un día de fiesta. Y pensé en las muchas personas que lo extrañan y lo piensan de tanto en tanto. Algunos lo recordarán como el maestro y músico Andrés Flores. Yo, lo recuerdo como el amigo que tuve y hoy ya no está con nosotros. El mismo al que me gustaba llamar simplemente como Tets.

 


                                                                                                       

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Las enseñanzas de Andrés Flores…

La Manta y La Raya # 8 / septiembre 2018 ___________________________________________________________________________

Karenina Hernández

Las enseñanzas de Andrés Flores,                      un ejemplo para el son jarocho

 

Con cariño para Ledwin Andrés …

Ricardo Perry Guillén

Este 10 de agosto, en la ciudad de Xalapa, murió Andrés Flores Rosas a la edad de 44 años. Un músico talentoso del son jarocho, compositor, cantante, jaranero, laudero e impulsor del pandero en nuestro género. Una de sus cualidades era ser uno de los mejores maestros de nuestra música, maestro de muchas generaciones de nuevos jaraneros pero sobre todo un alma generosa, un gran amigo, un hermano.

En 1974, después de realizar una investigación con el Sociólogo Alberto Díaz sobre el sur de Veracruz, analizando el proceso de transformación de la zona de pasar de una vida armoniosa con la naturaleza, de los primeros habitantes del área, a este periodo actual trazado por el petróleo y la industria de la petroquímica, que no solo vino a afectar el entorno sino también la mentalidad: consumismo desmedido, nuevas formas de alimentarse, vestirse, la extinción de la lengua nahua en los pueblos como Jáltipan, desde donde escribo. Principios de los noventa, la crisis llegó fuerte, se cerraron las industrias, se contrajo la mano de obra petrolera. Ahora esta parte del  proceso nos dejaba en la pobreza y la contaminación desparramada en la tierra, en los cielos y las aguas de ríos y mar. Viví 10 años en Xalapa y al tener la noción de lo que pasaba en mi zona y en mi pueblo, sin dudarlo tomé la decisión de abandonar todo lo que hacía: reseñista de La Jornada y Novedades, trabajador de la UV, etc. para regresar donde se requería. El 18 de marzo de 1994, me encaminé a San Pedro Soteapan, un importante pueblo de la sierra nuestra, pueblo indígena popoluca, donde se desarrollaría un encuentro de jaraneros. La intención era encontrar un grupo para trabajar en proyectos que teníamos en mente. Esa noche conocí a Andrés, cantando con el grupo Chuchumbé, grupo el cual estaba naciendo hacia el mundo del son jarocho. Me acerqué a ellos y después de una plática sobre los propósitos, empezamos a trabajar juntos. Creamos una unidad que el tiempo no la divide y logra permanecer como un acontecimiento importante en el nuevo son jarocho. Chuchumbé tenía un estilo propio de tocar, Patricio Hidalgo que venía de Mono Blanco, es un músico propositivo y talentoso, después de estudiar con los viejos jaraneros de las comunidades y de leer muchos libros de poesía que son parte hoy del acervo del Centro de Documentación del Son Jarocho, el grupo inició una carrera que logró un amplio reconocimiento y que a la luz de los años, aunque en esos entonces hubo algunas críticas de que “estábamos descomponiendo al son con nuestras nuevas propuestas”, hoy día hay un gran reconocimiento, es un grupo clásico en el movimiento jaranero.

En 1995, iniciamos un proyecto de recuperación de las expresiones de la cultura de Cosoleacaque y que se hizo extensivo en la región. Solo algunos señores grandes tocaban son jarocho, sobre todo en las procesiones religiosas. En Chinameca el último gran músico había colgado sus instrumentos (afortunadamente hoy es un músico activo). En Jáltipan algunos jaraneros regados y Don Nicomedes Pacheco sosteniendo los pilares de nuestra música con sus hijos en su comunidad.  Recuerdo la primera clase del taller de Andrés en el auditorio municipal de Cosoleacaque, fueron muchos niños y jóvenes que acudieron al llamado de volver a caminar en nuestras tradiciones, eran tantos que la rueda formada para empezar una especie de marcha de calentamiento como decía Andrés, era grande, me parecía inmensa, y en esa misma marcha fue conduciendo a los alumnos a marcar con mayor firmeza un pie que el otro, hasta, sin darse cuenta, la rueda estaba haciendo los pasos del famoso “café con pan”, dos pasos en un pie, uno en el otro y regresar al otro. Toda la inmensa rueda, sin darse cuenta, ya estaba bailando el son jarocho. Un año antes, en diciembre de 1994, realizamos el Primer Festival de Son jarocho en Jáltipan, teníamos que hacer mirar de nuevo a la población hacia nuestro son. Trabajamos como siempre sin recursos, cuatro días intensos, el primero un Encuentro de danzas indígenas de nuestra región y los siguientes una treintena de grupos jaraneros, casi todos los existentes del son jarocho de ese entonces estaban en Jáltipan, Antonio García de León regresaba a tocarle y cantarle a su pueblo chogostero. Andrés andaba en chinga, como todos aquí. Un día antes del evento una señora reconocida en el pueblo se ofreció a buscar catres pues tanta gente ¿dónde iba a dormir? Conseguimos una camioneta de tres toneladas, Andrés la manejaría aunque apenas estaba aprendiendo, acompañando a la señora en busca de los catres. Todo el día anduvo en la camioneta, tuvo la paciencia de ver como entraba la seño a una casa y no conseguía nada, otra casa y nada, al final del día Andrés con su sonrisa siempre eterna abrió majestuosamente la puerta trasera de la redila para enseñarnos la cantidad de catres conseguidos, uno solito estaba ahí, tanto esfuerzo cuando la gasolina utilizada costaba mas que el catre y el trabajo de Andrés. Hoy cuando platicamos ese momento llamamos al suceso como el caso de “Doña Buscacatres”

Son muchas las anécdotas que fuimos construyendo en esos años maravillosos de nuestro encuentro como seres humanos empeñados en hacer que brillara nuestra música y las artes del pueblo. Recorrimos con Andrés, Liche Oseguera, Patricio Hidalgo, Zenén Zeferino, Antonio Sánchez y Ruby Oseguera los pueblos, las comunidades del sur, de los Tuxtlas, todo los fines de semana, en una combi generosamente prestada, nos íbamos a visitar a los viejos jaraneros que habían mantenido la supervivencia del son jarocho, aprendimos de sus andanzas, de sus consejos, de sus formas de tocar, muchos eran de edad avanzada y hoy también se han ido. Conocimos al Tio Piri, al Mocho, convivimos con Agustina Ramos, una de las pocas cantantes mujeres del son jarocho de ese entonces, con la excelente bailadora América, con Tirso López. Nos fuimos a la ribera, con los viejos Olmecas donde bautizamos a La Chuchumbina, la jarana especial construida por Liche para Patricio y en donde nos pasamos muchas horas diseñando el puente, el diapasón, muchos diseños, mucho tiempo para hacer un instrumento bien especial. Nos fuimos a la montaña, con los músicos popolucas, a los llanos con el sabor fuerte de la herencia negra, conocimos al gran versador Donato Padua, un poco antes de su muerte. Al final de este periodo se integró Noé González (Los Cojolites) a tocar la leona, éramos un todo indivisible, y esa hermandad, ese cariño construido dio como resultado versos hermosos, pensamientos reflexivos, una música que hoy queda como un legado para todos, y algo muy importante, aprender que tenemos un compromiso con nuestra gente y su cultura, hacer renacer el son jarocho en los pueblos donde trabajamos: “Hermano si te has perdido, dentro de la cañalera, lanza en el aire una espiga, que te sirva de bandera”.

Queda para nosotros su gran voz en “Los Chiles Verdes” a dueto con Patricio, su jaranear en la Luna Negra en el seminario de enseñanza de nuestra cultura en Semana Santa, donde cada año asistía con gran entusiasmo y cariño a dar sus talleres que siempre eran festivos, llevar a sus alumnos a recorrer el rancho y el gran árbol de cedro, donde los hacía tocar y cantar, reconociendo el valor de la madre naturaleza y la madera de donde nacen los instrumentos de nuestra música. Nos queda el cariño, el valor de la amistad pero también el desagradable sabor de la ausencia.

A todos los jaraneros, al mundo del son jarocho, nos deja una lección si la podemos y la queremos ver así, su gran lección de humildad y compañerismo. En el mundo del son jarocho reproducimos los males de la sociedad, algunos jóvenes que van emergiendo en el andar de la música, otros grandecitos, a veces no conocen ni su propia historia, sus orígenes, o les gana sentimientos oscuros, se convierten en jueces de los demás, en juzgar sin conocimiento de causa, sin ver donde han brotado estas plantaciones de versos, de donde vienen los atardeceres llenos de cantos, cómo es que se han llenado muchas madrugadas con el rasgar de las jaranas, de cómo ha viajado La Leona o Guitarra grande por los caminos del sur, por sus ríos y sus montañas. Andrés nos enseña a buscar la unidad y no encontrar en la rivalidad, en la competencia insana una forma de existir, de querer sobresalir y darse a conocer como producto de mercado, detenerse a poner piedras en el camino de los otros y así no avanzar parejo en la llanura de los sueños y las realidades, en las inmensas sabanas del amor por nuestra gente. Varias veces hablamos con Andrés de esto, unas cuantas veces externó su opinión sobre este tema, un jalón de oreja cuando se propasaba el asunto en las redes. ¿Es posible mirarnos todos los interesados como compañeros, como hermanos, como hacedores de un mismo destino? Además de su grandeza como músico, la lección más importante que Andrés nos ha trasmitido es la de buscar la unidad y la alegría de la vida.

Ayer, junto a su tumba, su madre Doña Bella me dijo por qué había tomado la determinación de enterrar a su hijo en El Corte, donde vive con su esposo, y no en Coatzacoalcos donde vivió casi toda su vida: “Andrés no quería regresar a Coatza, me dijo que no volvería allí y yo respeto su decisión”.  El 21 de abril de 2017 en su portal de Facebook se despedía de Coatzacoalcos, de la ciudad donde vivió desde los 8 años y estas son sus palabras: “ Éramos libres jugando en la calle hasta tarde en la noche, mi madre vendiendo antojitos detrás de Chedraui 1, ahí vivíamos… Aquí conocí el son, aquí nació el grupo Chuchumbé, esos interminables ensayos en el malecón con un tequila pa’ finar la garganta o en la calle Madero, donde vivía Liche, sin saber que un día íbamos a volar con las notas musicales y regar la semilla recogida de los grandes maestros del son, los del rancho, que algunos están en la memoria y otros… se quedan muchos proyectos inconclusos gracias a la nula inquietud y apoyo de las autoridades, llega un presidente y su comitiva y no les interesa la cultura, menos la tradición… Gracias a esas autoridades, muchos han emigrado, al igual yo he decidido hacerlo. Nos han arrebatados a muchos amigos, familiares, conocidos y conocidos de amigos… pero no nos han arrebatao las ganas de seguir adelante sin el apoyo de naiden y la dignidad… Dejamos la contaminación, la inseguridad… la impunidad que esta muy de la chingada… pasa todo pero no pasa nada en el aquí y ahora… yo harto de escuchar todas las mañanas la noticia amarillista… Ojalá un día vuelva el momento de hace treinta años, de un Coatza tranquilo, en paz, sino… entenderé que fue lo mejor, el cambio”.

El día de su muerte nos reunimos en Jáltipan veintidós organizaciones que trabajamos de manera independiente por preservar la cultura de los pueblos de Veracruz con el Mtro. Cuitláhuac García, gobernador electo de nuestro estado. La finalidad fue extender nuestras opiniones, reflexiones para tratar la problemática que vivimos quienes trabajamos para mantener la identidad y la cultura heredada de nuestros ancestros, para trabajar en la conservación de nuestra memoria viva. Como Centro de Documentación del Son Jarocho organizamos ese encuentro y estuvimos a punto de suspender la reunión porque para nosotros pesa mucho la muerte de nuestro compañero. Empecé a llamar a los amigos cercanos y por él mismo acordamos que debíamos llevarla a cabo. Esa reunión estuvo permeada por su deceso pues es lo común que quienes sostienen el engranaje de la cultura de los pueblos vivan sin prestaciones, sin derecho a servicios médicos, nada que garantice la seguridad para sus hijos como el caso del compañero que estaba siendo velado, era necesario abordar las condiciones en que murió nuestro amigo, entre otros temas. Al final el Sr. Cuitláhuac pidió un minuto de silencio por nuestro compañero con el compromiso de hacer de la cultura y la educación ejes de su gobierno. Esperamos así sea,

Ayer, junto a Andrés dormido en su última cama de tantas donde durmió en su andar por el mundo, muchos compañeros jaraneros estaban presentes, la música nunca paró, desde que el cuerpo del amigo llegó para quedarse en el pequeño pueblo de El Corte. Se cantó y cantó y no había ganas de parar en homenaje al músico, la Tía Adela Cazarín, bailadora de Minatitlán, zapateando a sus 86 años, varios panderos tocaban para el rey del pandero. La música no quería parar y el cortejo se retrasó bastante tiempo porque era intensa las ganas de cantarle y cantarle, como un tren interminable de voces que no cesaban, los versos todos se acomodaban a los sentimientos, la voz de Amairani cantando desgarradoramente a su padre casi encima de su féretro. La música finalmente paró hasta dejarlo allí reposando en una tumba que se mira en la carretera entre Amatitlán y Tlacotalpan.

Estuvimos de nuevo reunidos casi todos los Chuchumbé, uno descansando y nosotros de pie, el destino un día nos unió, nos hizo fuertes, nos señaló el camino para andar la riqueza de la existencia.  Quizá entre nosotros, en nuestras miradas, sentimientos, abrazos, entendemos muy adentro del alma la importancia de este momento, de lo que significa esto para nuestras existencias, porque uno de los nuestros se va y se va con él una etapa en el devenir de la vida, la posibilidad de volver a reunir al grupo se diluye en el tiempo. También para entender en lo más profundo de su esencia el significado de nuestros versos, del verso de Antonio García de León que dice:

Si me ausento por historia
o el tiempo lo quiere así
estarás lejos de mi
pero no de mi memoria.
Te hago esta declaratoria
porque te quiero y confío
soy constante y no varío
y aunque te hablen de primores
Aunque te rindan amores
Tu corazón con el mío.

                                                                                   

Revista # 8 en formato PDF (v8.1.3):

 

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