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La nostalgia de los huapangos nopalapeños

La Manta y La Raya # 14                                                              marzo  2023 ________________________________________________________________________

La nostalgia de los huapangos nopalapeños 

Andrés Moreno Nájera

Silvia González de León

 

En la década de los 1930-1940 Nopalapan era una comunidad pequeña con sus casas de adobe y techos de palma en la mayor parte de los casos, sus hombres dedicados a sembrar la tierra o la ganadería. Se respiraba paz y tranquilidad que lo daba un destacamento militar y la guerrilla nombrada por la comunidad, las personas acudían a realizar sus compras a San Andrés Tuxtla través del ferrocarril cuya parada se encontraba en Cañada, lugar hasta donde acudía la gente a esperar a sus familiares para llevarlos a sus comunidades montados a caballo, en carretas tiradas por bueyes o a pie. 

Los pobladores del lugar eran muy alegres y divertidos, había muchos músicos y bailadores porque la única forma de divertirse de las personas era el fandango, estos se realizaban cada ocho o quince días en el centro de la comunidad, ubicado en ese tiempo entre la escuela primaria y la farmacia del lugar. Los músicos se organizaban con los bailadores para llevarlos a cabo y se corría la voz invitando a las personas de gusto. En ese tiempo la comunidad no contaba con luz eléctrica, por lo que se mandaba a buscar al campo cuatro horquetas, mismas que se enterraban cerca de las esquinas de la tarima, amarrando en cada una de ellas un toche o bruja, (candiles de petróleo de doble mecha), de esta manera se iluminaba el lugar. Los fandangos por lo regular iniciaban al caer el sol, momento en que las personas empezaban a congregarse, prolongándose hasta altas horas de la noche, por lo común eran puras personas mayores quienes acudían a la diversión, cada familia llevaba sus taburetes o largas  bancas que se colocaban al frente y a los costados de la tarima donde se sentaban las bailadoras, colocándose los músicos en uno de los costados.

 Los más esperados eran los fandangos de medalla que iniciaban a partir del tres de mayo, día de la Santa Cruz y terminaban el veinticuatro de junio con la fiesta de San Juan, patrono del lugar, entonces se hacían cada semana y las damas organizadoras elegían a la familia a la que había que ponerle la medalla para realizar el fandango.

Hubieron buenos músicos, destacando Cutberto Martínez (papa de Teodoro Martínez) con su guitarra entera, Eliodoro Ortiz Arano (tío Chíchiri) que tocaba una guitarra grande (leona) de cuerdas entorchadas, le llamaban a su instrumento “la vaca”, porque mugía como una de ellas y se escuchaba muy lejos su sonido, Leobardo Jiménez (recién acaba de fallecer en diciembre pasado a los 102 años de edad) con jarana y su hermano Nicolás Jiménez con un requintito, Tomas Cruz y Sebastián Cruz con jaranas terceras, posteriormente surgieron más músicos como Manuel Enríquez Lara (Peludo), Eliodoro Cortes (Yoyo), Cutberto Parra (Mocorrito), don Adauto el del panteón, entre otros.

Los cantadores de mucho renombre en la zona fueron Sebastián Parra, Faustino Herrera, Melquiades Herrera, Cirilo Hidalgo (tata Reo) y Arcadio Hidalgo. Había un señor que solo versaba en diciembre con el canto de las limas llamado Valente Domínguez, tenía muy buena voz y sabía muchos versos, pero no le gustaba cantar en los fandangos.

Las bailadoras de gusto y retozo en la tarima, las más entusiastas de esos tiempos fueron Mercedes Cruz, Estefanía Ortiz, María Cruz, Anacleta Cruz, Felipa Ortiz, Severina Ortiz, Rosa Reyes Ortiz, Eduarda Román, Juana Patraca, Imelda Patraca, Susana Domínguez, María Domínguez, Rita Domínguez, Natividad Domínguez, Teodora Cortes (hoy cuenta con cien años de edad), Abrahana Monterrubio, Elena Parra Pimentel, y posteriormente sus descendientes, que también fueron buenas y grandes bailadoras de tarima como María Ruiz Navarrete, Tita Domínguez, Genara Cruz Domínguez, Alejandra Cruz Domínguez, Julia Parra, Lina Cruz Martínez, Lorenza Cruz Cortes, Josefa Cortes, Cristina Cárdenas, Natividad Cruz Domínguez, Aidé Cruz Domínguez, Piedad Cruz Domínguez, entre otra más.

Entre los viejos bailadores de antes estaban Emiliano Parra Hernández, Manuel Vázquez Armas, Cutberto Martínez, Leonardo Cruz, Crescencio Cruz Ortiz, Pedro Ortiz, y sus descendientes Juan Cortes Román, Teodoro Martínez, Genaro Martínez, David Martínez, Tomas Martínez.

Era costumbre de esos tiempos que los bailadores acudían hasta donde estaban sentadas las bailadoras frente al entablado y le colocaban el sombrero en la cabeza para invitarlas a bailar cuando se trataba de sones de pareja o cuadrilla, si la muchacha no deseaba bailar se quitaba el sombrero y lo entregaba con respeto disculpándose, si salía a bailar, pero ya tenía pretendiente, este le colocaba el sombrero sobre el sombrero del bailador para dar a entender que ya había compromiso.

En los fandangos de medalla asistían muchos bailadores y bailadoras de otros lugares, quienes llegaban a caballo desde San Benito, Mata de Caña, Isleta, Palo blanco, la Cañada o el Blanco.

Otra de las fechas esperadas por esos viejos bailadores nopalapeños era la celebración de las fiestas de la Virgen de la Candelaria que se realizaban en el Blanco, la tierra de Goyo Acevedo, buen cantador de su tiempo, estas festividades se realizaban los días primero y dos de febrero, eran las fiestas grandes del lugar, dos días de fandango hasta el amanecer, a caballo o en carretas llegaban las mujeres de por todos los rumbos a toparse con otros músicos, otros cantadores y bailadores.

Hoy Nopalapan vive de la nostalgia, después de tantos músicos solo quedan Cutberto Parra (Mocorrito) y Eleodoro Cortez (Yoyo) entre los de mayor edad, y algunos jóvenes interesados en esta expresión cultural del pueblo que están trabajando para recuperar parte de ese esplendor del son de un ayer lejano.

 

Revista núm. 14  en formato PDF (v.14.1.1):

 

Artículo suelto en formato PDF (v.14.1.1):

 

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De los fandangos de medalla: el testimonio de doña Tita Domínguez

La Manta y La Raya # 3                                                                             octubre 2016


De los fandangos de medalla:
el testimonio de doña Tita Domínguez,
bailadora de los llanos de Nopalapan 

Una conversación con Alvaro Alcántara 

Un agradecimiento especial a Isabel Ortiz Domínguez, hija de doña Tita quien aportó información muy valiosa y nos recibió y atendió espléndida-mente aquella tarde en Nopalapan.

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Artículo original en formato PDF (v.3.3.0):

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El 24 de junio del 2012, en el marco de las fiestas de Nopalapan Ver., tuve la oportunidad de conversar con doña Tita Domínguez, una de las bailadoras de huapango más elegantes que he tenido la fortuna de conocer. Supe de doña Tita a inicios de la década de los años noventa del siglo pasado y conservo un par de fotos de ella bailando con Arcadio Baxin y con Guillermo Martínez Bapo, en uno de esos maravillosos huapangos que Andrés Moreno organizaba desde la Casa de Cultura de San Andrés Tuxtla, Veracruz. Nacida en 1934 en Cuatotolapan, Ver. lugar donde hasta hace poco radicaba. Doña Tita Domínguez, nacida en Cuatotolapan en 1934, fue también bailadora de una de las agrupaciones soneras estelares de los llanos del Sotavento, el grupo Alma Jarocha, que comandaban Nazario Santos y Benito Mexicano y cuya historia está pendiente de escribirse. La zona Nopalapan – Cuatotolapan se desarrolló desde mediados del siglo XVI como un importante enclave ganadero, sin embargo para mediados del siglo XVIII empezó una modificación productiva que a la postre la convertiría en una zona fundamentalmente cañera. La región, conocida también como Los llanos de Nopalapan, fungió como un espacio bisagra entre la región de Los Tuxtlas y las tierras bajas del Sotavento medio por donde transitaba el antiguo camino prehispánico de La Tinaja a Sayula de Alemán, sobre todo con la puesta en funcionamiento del ramal del ferrocarril (el famoso “Ramalito”) San Andrés Tuxtla – El Burro (Rodríguez Clara) a inicios de la década de los años treinta del siglo pasado y hasta su desmantelamiento a inicios de la década de 1990.

Cuando llegó el momento de preguntarle cómo eran las fiestas que ella vivió de niña en San Juan Nopalapan esto fue lo que nos respondió:

Estas fiestas del señor San Juan se empezaban los huapangos desde el día 3 de mayo. Antes había una tradición de que se hacían los huapangos el 3 de mayo, se ponía una medallita con una cintita en una casa, allí amanecía esa medallita con la cintita y donde amanecía esa cintita ya era que allí iba a ser el huapango, donde amanecía la medalla. Y ya se empezaban los que se llamaban los huapangos de medalla, se empezaban a hacer desde el día tres de mayo hasta terminar el día 23 de junio. Se hacía huapango el 23 de junio para amanecer el 24 de junio y luego se hacía otro huapango, dos. Se hacían huapangos cada ocho días, cada ocho días se iban haciendo porque se iba amaneciendo, ya no podría medalla en la casa eso era solo el 3 de mayo, pero ya luego se le ponía… había cuatro madrinas y cuatro padrinos. Bailando, bailando, si a usted le había tocado la medalla, que se la habían echado a usted, porque se la ponían… si a usted le tocaba la medalla subía a bailar y bailando, bailando, le trababa la medalla a la muchacha, se la ponías, ya esa medalla le quedaba a la muchacha y esa muchacha buscaba a quien trabársela también y así se seguía hasta completar cuatro madrinas y cuatro padrinos.

Esto ocurría cada sábado y se hacían latas de horchata, te daban la banda y uno la adornaba, una cinta que te ponías aquí la banda (doña Tita señala con la mano trazando una diagonal de su hombro izquierdo hacia su pierna derecha) y te ponías el nombre del muchacho que te daba la cinta, te ponías el nombre, adelante el nombre de uno y atrás el nombre de él. Eran bonitas las fiestas aquí antes, yo les platico a mis hijas que eran bonitas. Ahora el mero día, como hoy 24 de junio, había descocotada de gallos, desde la mañana venía el padre, hacía la misa temprano a las siete, de las siete en adelante ya eran corridas de caballo y descocotadas de gallos, andaba la gente corriendo y descocotando gallos.

¿Y quién organizaba esos huapangos de medalla? ¿En quién recaía esa responsabilidad?

Mi papá era el encargado. Ya cuando decía “hija ve a ponerle la medallita”. Él mismo traía la medallita con la cintita, pero en la noche, que ya se acostaba la gente, ya iba y se la ponía la medalla.

¿Y a usted le tocó poner alguna medalla?

Sí me mandaba mi papá que la pusiera, ve hija pon la medalla que ya se acostó fulano, vésela a poner y se la ponía yo como ahora aquí encima de la puerta (y doña Tita se voltea y estira para señalar hacia la mitad del marco de la puerta de su casa donde estamos conversando). Claro que al otro día cuando se levantaba la persona, pos ya miraba y ya estaba bien… comprometida con el huapango.

¿Y la persona que recibía la medalla estaba obligada a hacer el fandango?

¿Y qué pasaba si no lo hacía? ¿Había personas que no lo hacían?

Nunca hubo personas que no lo hicieran. Ya era una tradición. Esa era una tradición que había. No había uno que se negara. Ya esa persona que le amanecía la medalla pues ya… era que él iba a hacer ese huapango porque a él le había quedado la medalla. Él la iba a echar a una muchacha, a otros, si tenía muchacho allí o era el señor, él la ponía a una muchacha y allí se seguía. Y así eran los huapangos de medalla en Nopalapan.

¿Qué sones se tocaban en esos huapangos?

Pues se tocaban, yo le digo que yo aprendí a bailar esos sones que son pausados. Bueno, el Toro, El Zapateado, El Buscapiés, La Bamba, El Colás. Había muchos sones, ahora La Morena, La Guacamaya, El Cascabel. Todos esos sones eran los que se tocaban antes.

¿Cuáles son los sones que más le gustan, los que usted pide en un huapango?

A mí me gustan los sones “de cuatro”, “de a bastante”: La Guacamaya y La María Chuchena me gusta (se ríe)… y cualquier son me gusta pero más esos. La Morena me gusta mucho y de sones de pareja, me gusta, pues ya le digo, El Zapateado, El Toro, El Buscapiés. Lo que sí nunca me ha gustado – lo bailaba yo cuando era chamaca pero no me gustaba bailar – eran La Bamba y El Colás, esos nunca me gustó bailar, no sé por qué pero no. Eso sí, a mí échenme un Toro, un Zapateado, un Buscapiés, esos sí los bailo. Yo he bailado en los estrados cuando iba yo a Tlacotalpan con mi esposo. Yo era la bailadora del Grupo Alma Jarocha.

Mi esposo se llamaba Rodolfo Ortíz Almer. Él no bailaba. Cuando llegábamos a la Casa de la Cultura (San Andrés Tuxtla), que ya llegábamos donde estaba el director, que ya llegábamos apuntándonos todos, porque te apuntan porque hay tantos jaraneros, bailadores. Y ya me decían y su esposo baila, toca o canta y digo no, mi esposo ni toca, ni baila ni nada. No, mi esposo nomás anda conmigo porque le gusta.

¿Su esposo la acompañó, la apoyó? Porque he escuchado de otras bailadores que se casan y dejan de bailar.

Mira, mi esposo me dejó andar en todos los huapangos. Aquí me decía, te voy a ir a dejar y yo me regreso, porque yo desde que estaba recién casada le dije a mi esposo, mira, yo por otra diversión no vamos a pelear nada y si me dejas a ir, menos a un baile que ni lo sé bailar. Pero sí, el día que no me dejes ir a un huapango, le dije, hasta allí soy tu mujer. Teníamos como un mes o dos de casados y le digo hasta allí soy tu esposa. ¿Por qué me dice? Porque fue la única diversión que mi padre me enseñó y no la voy a dejar nunca, hasta que me muera yo, si es que puedo bailar. Ya me dijo él, puedes ir, si el huapango es una diversión decente, puedes andar. Y ya tuve su permiso, después hubieran huapangos en Rodríguez, en Cuatotolapan, en El Blanco, en San Benito, que velaban la Virgen de Los Remedio que yo andaba, en La Luisa el día de San Isidro.

¿Y su marido la acompañaba?

Y si no, pues vete con las comadres que van me decía.

¿Y usted cómo se sentía?

Yo por ese lado no tengo ningún sentir de mi esposo. Ahora cuando íbamos a Tlacotalpan, vámonos alístate y vámonos y nos íbamos. Él sentadito y yo bailando toda la noche, a él le gustaba fíjese, le encantaba, es que no aprendió pero a él le gustaba. Aquí en el radio estaba la hora de “Viva la Cuenca”. Él estaba al tanto de la hora, que tocaba a la una los sábados y domingos. Ya me decía, pon el radio que ya se va a pasar la hora de los huapangos, de los sones. Ponlo ya e iba yo y lo ponía. El son que a él le gustaba me decía báilalo y me fajaba yo a bailárselo, él sentado y yo bailando. Porque a él le gustaba mucho verme bailar. Y sí, él nunca me negó que fuera yo a un huapango, nunca, nunca, cuándo él iba a decir, hoy no vas ningún huapango.

Dice usted que fue bailadora de Alma Jarocha. ¿Ese grupo cuál era?

Pues de Charito Santos, que acaba de morir, él ya murió tiene dos años que murió. Allí andaban, mire, el de la guitarra era Nazario Santos, que era mi compadre, que nomás le decían Charito, Salomón, Benito Mexicano y Cudberto Parra que le decíamos “Mocorrito” y Narciso Aguilar después, ya después también José. José y Salomon los dos eran hermanos, andaban. Era un grupo muy bonito. Éramos sus bailadoras mi comadre – que vivía más para allá – y yo, pero luego ya no salía. Ella salía cuando tenía su primer esposo pero se murió su esposo y ya se hizo de otro marido y ya no la dejaba salir. Decía yo, oye comadre de verás que ya tu ya te amolaste, por qué ahora no sales, le digo: “pasuuuu, no hombreeee salías cuando tenías tu otro marido, ahora con este otro ya no sales y hasta la fecha sigue con ese hombre y no la deja salir.

¿Cómo siente usted el huapango?

Pues una alegría, una diversión muy bonita. El huapango es una diversión… yo oigo una guitarra y hasta los pies me comen. Si yo oigo una música de huapango siento una alegría, un gusto muy bonito.


Revista #3 en formato PDF (v.3.1):

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