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Experiencias de viva voz

Dos textos sobre Carlos Escribano Velasco

La Manta y La Raya # 7                                                                marzo 2018


Dos textos sobre
Carlos Escribano Velasco

 

1

Andrés Moreno Nájera

Vi tocar a Carlos Escribano por primera vez allá por 1978 ó 79, en el primer concurso de jaraneros que se realizó en Tlacotalpan, evento efectuado a un costado del parque, del lado de la iglesia de San Cristóbal. Uno de los requisitos de dicho evento era ir ataviado con el traje emblemático del jarocho, todo de blanco, paliacate al cuello, sombrero de cuatro pedradas y botines.

En ese tiempo se escuchaba mucho un programa de la XEU de Veracruz donde tocaban “Los Tigres de la Costa” de Delfino Guerrero Chípuli, y su estilo de ejecutar los sones influía en la gente del campo y la ciudad. Un ejemplo fue el grupo de “Los Tigritos” de los hermanos Gabriel, Rubén y Catalina Hernández Sosa impulsado por don José Luis Aguirre, “Biscola”, allá en Tlacotalpan, por lo tanto, cualquier músico fuera de este contexto en ese primer concurso de jaraneros quedaba descalificado.

Escribano subió aquel día al escenario con su abrigo atravesado al pecho, en el brazo un morral con varios requintitos y entre los sones ejecutados se escuchó una Morena petenera, pieza extraña para el público, por estar casi en el olvido. Lógico fue que su intervención quedo fuera del ánimo del jurado, más sin embargo el pueblo presente paso el sombrero juntando $160.00 pesos que le fueron entregados como premio.

A partir de esa fecha se fue consolidando mi amistad con Carlos y Domingo, quienes cada sábado venían a San Andrés trayendo sus instrumentos a ofrecer a los negocios de los hermanos Avendaño, que se localizaban en el mercado municipal, pero también se hacían presentes en el callejón Bernardo Peña, lugar al que llegaban la mayor parte de la gente de las comunidades y era entre la gente del campo donde vendía sus instrumentos.

El papa de Carlos se llamó Rosendo Escribano, campesino constructor de jaranas y violines, hombre muy estricto con sus hijos mayores, Domingo y Carlos, a los que no les quería enseñar a tocar. Contaba Escribano que el siendo muy niño le decía a su papa:

– Papa, enséñame a tocar la jarana.

Y su papa enojado le decía:

– Vete por ahí chamaco que esto es cosa de hombres, esto es malo.

Más sin embargo, cuando su papa se embriagaba, lo llamaba, lo sentaba y le empezaba a enseñar; fue así como aprendió.

Empezó a conocer Tlacotalpan desde muy niño, ya que su papa era hombre de fe, por eso asistía a las fiestas del Santuario en la peregrinación de los Chontal de Comoapan, a las fiestas del Carmen de Catemaco donde había que ir caminando y a las fiestas de la Candelaria en Tlacotalpan.

En ese tiempo para llegar había que caminar hasta Alonso Lázaro y luego tomaban los botes que iban hasta Tlacotalpan, esto con el fin de visitar el santuario religioso y aprovechar para vender alguna jarana entre la gente de los ranchos que acudían a las fiestas. Se quedaban a dormir en los corredores de las casas, donde la gente generosa les permitía pasar la noche.

A la muerte de su papa el siguió asistiendo a las fiestas. Allá por finales de los años sesentas y setentas ya casi no había huapangos en Tlacotalpan, se le daba prioridad a los bailes de salón que se efectuaban en el mercado municipal, pero la gente de los ranchos seguía asistiendo a las festividades. Por la noche cuando apretaba el frió se concentraban a un costado del mercado por donde ponían el rodeo para los toros y ahí casi en penumbras amanecían tocando, bailando en el suelo y tomando té con té, ya a las cinco o seis de la mañana agarraban el camino de regreso a sus lugares de origen.

Los instrumentos que hacía, aunque rústicos, tenían sonoridad, pues aprendió a sacar el sonido de la madera al golpe del machete, para trastearlos o apuntarlos lo hacía con un cordel y los pegaba con sajcte, porque no le gustaba emplear harina hasta que apareció el resistol.

Además de construir instrumentos también tocaba la jarana, la guitarra de son, el violín y el punteador. Su hijo Santiago y su nieto Gaudencio siguen con esta tradición familiar.

 

2

Gilberto Gutiérrez Silva

La historia no es lo que fue,
sino lo que uno recuerda.
Gabriel García Márquez

Recuerdo a “Oreja Mocha” en el Encuentro de Jaraneros en Tlacotalpan, desde que éste se llevaba a cabo en la Plaza Doña Martha frente a la casa de uno de sus fundadores, el Arquitecto Humberto Aguirre Tinoco. De presencia fuerte, y siempre con algunos tragos dentro, resaltaba su cuasi turbante, debajo de su sombrero, que ciertamente ocultaba su oreja, ¿mocha? Creo que en Tlacotalpan nadie se la vio. No andaba solo, lo acompañaba su hermano Domingo—igualmente aficionado al alcohol— y la esposa de éste, encargada de guardar la sobriedad y al pendiente de ellos y su cargamento. A veces se le veía solo y a veces venía con Domingo y señora con los niños. Digamos que fue el primero en hacer ¿performance? en el escenario del Encuentro: subía solo y cantaba, a veces en alguna variante del náhuatl y a veces en castellano. Lo recuerdo arriba de escenario solo, de repente zapateaba y seguro que volvía locos a los ingenieros de sonido, con tanto movimiento y espontaneidad en su actuación.

Al parecer, no llegó, como tantos de nosotros, por la convocatoria del “Encuentro”, pero algunas veces se ubicaban, él o la familia, a vender sus instrumentos al pie de la yagua que se encuentra al lado de la torre que alberga el campanario de la iglesia El Santuario, donde La Virgen de Candelaria espera a sus fieles. Cierta vez me comentó, que ahí los vendía, por que ahí los vendía su padre, o algo así. Daba a entender que probablemente ahí vendría a vender, en otra época, su padre. Viví en Tlacotalpan entre 1966 y 1973. La fiesta era la de un pueblo tranquilo que quedó fuera de las nuevas rutas de desarrollo, y además: la ruta fluvial, que le dio riqueza a Tlacotalpan, fue cancelada y se desplomó la otrora boyante economía de La Perla del Papaloapan. A pesar todo, seguía siendo una fiesta regional, a donde por la vías acuáticas, seguían llegando la gente vaquera, campesina y comerciante. Mis ojos no recuerdan a vendedores de instrumentos jarochos. En ese tiempo un niño andaba por todos lados en la fiesta, que era pequeña, y por ello digo que si acaso es cierto lo que creo recordar, el padre de don Carlos Escribano Velasco (“Oreja Mocha”), en otra época importante del son en Tlacotalpan probablemente vendía instrumentos. Me comentó Andrés Moreno, quien lo conoció en su entorno, don Carlos y su padre, se arrimaban por el rumbo del mercado, donde vendían el te-con-te, y que en sus buenos tiempos ahí huapangueaban los rancheros. Entre las cosas que me intrigaban de él, era la perfección del tamaño de sus instrumentos. Cosa que me hace pensar que tenía plantillas que debió heredar de su padre. Todo indica que su padre fue su maestro, entonces fue herencia de un patrimonio familiar, y que seguro Don Carlos ya heredó a una siguiente generación, por que en la yagua de El Santuario, de La Candelaria, se siguen vendiendo instrumentos. Y gracias al Movimiento, al que él se integró de manera muy natural, esas plantillas se volvieron un patrimonio de la cultura jarocha. Sus instrumentos, con acabado rústico, son perfectos de trazo, las plantillas que usaba eran de tamaños bien definidos, que posibilitaban instrumentos de buena voz. Cierto día, volviendo de Minatitlán, a donde dejamos a don Arcadio con su familia, en una de las curvas que hay entre San Andrés Tuxtla y Santiago, en una tienda almacén, vimos a don Carlos. Paramos la carrera del Vocho y fuimos a verlo, para sorpresa de las demás personas que ahí se encontraban. Nos saludamos, y a pesar de estar bien entrado en tragos, nos reconoció. Tocó la guitarra y cantaba en verso libre, hablando y cantando, algo de las últimas idas a Tlacotalpan, algo con la Casa de la Cultura. Finalmente seguimos nuestro viaje, llevando la guitarra de son –de su manufactura– que tocaba y que desde entonces sonaba bien. Por ese tiempo, en los viajes, hacíamos base en Lerdo de Tejada, tierra de caña y son, con los ingenios San Pedro y San Francisco, y una historia de varias centurias. Ahí vivía don Quirino Montalvo Corro, mi maestro de laudería, aunque lo conocí primero como jaranero. Fue el primer jaranero y constructor de instrumentos jarochos (no se usaba el término “lauderos”) que conocimos. Le mostramos la guitarra recién comprada y se quedó con ella para meterle mano. Don Quirino era de esos carpinteros que hacía desde cajas desde muerto hasta casas de madera. Entre sus habilidades estaba la de hacer jaranas y guitarras de son. Dueño de una herramienta de muy buena calidad y completa, meticulosamente, como todo él, cada fierro tenía su lugar en un armario. Por regla, antes de iniciar a trabajar, asentaba el filo de la herramienta de uso frecuente. Encargarle un instrumento, era no saber si estaría a los tres meses o a los seis, o más del año. En ese tiempo no había demanda y hacía tres o cuatro instrumentos al año, además de reparaciones. Instrumentos austeros, de buen acabado, barnizados con goma laca y bastante bien apuntados, repartición que hacia con el sistema geométrico. Sus instrumentos, al igual que los de don Carlos Escribano, tampoco eran para el mercado del son jarocho que se ofrecía al mercado de turismo, centrado en las playas y en las grandes ciudades. Los instrumentos de los dos presentaban otra estética.

Cuando volvimos, meses después, don Quirino nos entregó la guitarra de son de don Carlos, transformada en la que llegó a ser la legendaria guitarra donde el Güero Vega desarrollaría su talento como guitarrero del Grupo Mono Blanco, con la cual él participó en todas las primeras grabaciones del grupo: una producción de Carlos Escribano y Quirino Montalvo. La traía consigo en las giras, pero un día expuso que volvería a su propia guitarra –hecha de nacaxtle por el mismo don Quirino– que era, no mala, pero si inferior, acústicamente hablando, a la susodicha guitarra. La razón que se logró entender era que no le gustaba tocar un instrumento que no era de él. Después de dos tres argumentos, Juan Pascoe cortó de tajo y dijo: “Ok la guitarra es tuya”. Desde ese día pasó a ser patrimonio de don Andrés (el Güero) Vega.

A diferencia de don Carlos, a don Quirino ya no lo alcanzó el auge de la demanda de instrumentos jarochos, pues murió en 1983. Seguro que otros músicos le metieron mano a los instrumentos de don Carlos Escribano: alguna vi uno que le cambiaron diapasón y clavijas y tenía un gran sonido. Pero existen muchos tal como él los acabó. Algunos con pegamentos “exóticos”, como el bulbo de orquídea llamado sacte o sajte.

Agrego un comentario que me hizo el maestro Andrés Moreno: a Carlos, de niño, su papá lo llevaba a La Candelaria en Tlacotalpan, caminaban desde San Andrés hasta Alonso Lázaro, hoy Dos Matas, y ahí se embarcaban en la lancha.

 

 


Revista # 7 en formato PDF (v.7.1.2):

 

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Más de 40 Monos en Bellas Artes

La Manta y La Raya # 6                                                                noviembre 2017


Más de 40 Monos en Bellas Artes                     Algunos comentarios al vuelo

 

No creo exagerado pensar que el pasado lunes 30 de octubre, allá en Bellas Artes, todo mundo salió ganando. No me refiero a qué tan complacida quedó la audiencia, sino a qué tan sorprendidos quedaron los músicos (sinfónicos, monos blancos y anacrúsax), bailarines, zapateadores y versadores, reunidos en una propuesta artística musical compleja y ambiciosa: un estreno mundial de pronóstico reservado; una fórmula química que parecía difícil de balancear.

Sin embargo, y a pesar de las limitaciones (solamente hubo un ensayo general previo), ahí todos aprendieron algo de todos, la apuesta fue exitosa y sobre todo, nuevas posibilidades y horizontes musicales quedaron al descubierto. Así los monos blancos aprendiendo que la orquesta sinfónica es un organismo musical complejo, un leviatán que necesita, a pesar de las restricciones que impone el sindicato de músicos, de un director para nadar en los grandes mares, así como de arreglistas sinfónicos, en este caso, conocedores de los sones jarochos. Los músicos sinfónicos pudieron percatarse que el 6/8 no empieza y termina con el Huapango de Moncayo y que el fraseo del son de La Guacamaya va sincopado (fraseos y rítmicas sesquiálteras en 6/8 que las orquestas juveniles venezolanas manejan de maravilla), mientras los monos blancos hicieron lo suyo, guiados por un director de orquesta, y envueltos en los diferentes planos sonoros y tímbricos que sólo una orquesta sinfónica puede dar. Así también una oportunidad para los bailarines profesionales del Ballet de Amalia de zapatear y danzar, al son de Mono Blanco, El Chuchumbé y otros sones; precisamente en Bellas Artes, donde mejor luce el Ballet, en un encuentro inédito y sobre todo espectacular; sin duda algo que pudiera resultar irónico para algunos.

Muchas más líneas se deberán dedicar a este microsismo del día lunes, en donde se lograron conjugar muchos elementos exitosamente, y que dejó al descubierto, como los sismos de tierra, otras posibilidades sonoras y musicales, tanto dentro del son jarocho como de la música sinfónica, vetas aparentemente no agotadas que ahí están, que ahí siguen, en vida latente.

Valga reconocer el trabajo artístico realizado por Víctor Pichardo, Gustavo Calzada, Rodrigo Díaz, Jorge Arturo Castillo y desde luego de Arturo Márquez en esta puesta, o apuesta, sinfónica. Así también la participación del experimentado chelista de son jarocho Rodrigo Díaz, del arpista de lujo Celso Duarte, del trío de versadores, también “de luxe”, Samuel Aguilera, Mauro Dominguez y Fernando Guadarrama, y del maravilloso cuarteto de saxofones Anacrúsax. Finalmente habrá que reconocer que Mono Blanco tiene duende, y que los monos, tanto en la escala animal como de acuerdo con las creencias chinas, casi siempre se salen con la suya.

  F 5f

Texto publicado y difundido por Facebook
el 4 de noviembre de 2017.


Revista completa en formato PDF (v.6.1.1):

 

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Aquellos años del ramal

La Manta y La Raya # 5                                                                   julio 2017


Relatos de Andrés Moreno Nájera

Aquellos años del ramal

 

 

La vieja locomotora del ramal, o el tren negro como le decían a la máquina de vapor, corrió de 1913 hasta 1960, en que llega la máquina de diesel, y esta última se va para siempre en 1992.La vieja locomotora del ramal, o el tren negro como le decían a la máquina de vapor, corrió de 1913 hasta 1960, en que llega la máquina de diesel, y esta última se va para siempre en 1992. Entre el personal del ferrocarril se recuerda al jefe de Estación Terminal ,Froylan Beristaín y su auxiliar encargado de vender los boletos, Joaquín Abrajan Baxin, conocido como don galleta; su maquinista Cástulo Larios y como auxiliar Amado Osorio Reyes; su conductor Jesús Ceja; sus fogoneros Amado Osorio, Chito Con, Alfonso Rodríguez y Saúl Ríos, un caso especial fue el de Gabino Aranda Delgado, mejor conocido por “cumbia” que sin ser ferrocarrilero oficialmente, ayudaba a los fogoneros y aprendió a conducir el tren con todos sus carros; el agente de publicaciones y ventas Guillermo Álvarez; el encargado del exprés Andrés Moreno Torres y su auxiliar Alberto Ramos que también tenía la función de llamador; los auditores Antonio Cárdenas y Javier Gaviño; los garroteros Gabino Mazaba Ambros, Alfonso Contreras, Alfonso Cortés y Marcos Cortés; el velador Guillermo Morales, otros que se escapan a la memoria. A través de este medio de transporte muchas comunidades y pueblos de las tierras bajas se comunicaban con San Andrés, a dónde venían a hacer sus compras y todo tipo de diligencias.  Cada comunidad tenía una tienda grande donde el campesino hacia sus compras diarias, pero además era el lugar a donde le compraban los productos que recogía en el campo, para posteriormente venderlo a los grandes comerciantes de San Andrés y otros municipios.  Fue por medio de los furgones del ferrocarril que se transportaba hasta las bodegas del AMSA el maíz, el frijol y el arroz, producto de las cosechas campesinas y la azúcar producida en San Juan Sugar. Entre las familias que tenían las tiendas grandes y se dedicaban a la compra- venta de granos destacan los Barragán y Chagala Ventura de Pizapan, Fernando Ixtepan de Azcatitlan, Antonio Quinto Diez de Ohuilapan estación, los Marín y los Gallardo de Tilapan, Los Tepach Coello, los Montiel y los García de Mazumiapan, los Prieto y los Cadena del Laurel, los Mexicano y los Lindo de Lauchapan, los Rivadeneira del Sábalo, los Mendiola de Estación Norma, los Mendoza y los González de Cuatotolapan y los Pérez de Nopalapan. El viejo ramal cambio varias veces su horario de salida. En la época en que salía a las siete de la mañana, el comercio de San Andrés se activaba desde las cinco, porque temprano acudían a hacer sus compras las ancheteras y personas que tenían que surtirse de efectos antes de que partiera el tren. Al llegar a la estación todo era algarabía, bullicio y movimiento, la venta de atole, empanadas, enchiladas, arroz con leche, etc. Doña Nicolasa Díaz y su Hija Eva más conocida como viruta ofrecían atole, empanadas y enchiladas, don Manuel Valle y su esposa doña Susana Cosme, llevaban arroz con leche y antojitos, la niña Irene Candelario vendía empanadas, Eufemia y Agilia Lempinos pregonaban tacos. Las viajeras o ancheteras y los varilleros cumplieron un papel importante en la vida de la comunidad y el comercio del pueblo, ellos surtían a la comunidad de los productos que no se podían adquirir en el lugar y de regreso traían productos del campo para satisfacer las necesidades del pueblo. Ellos llevaban géneros, listones, encajes, pantalones, alcohol, aguardiente, perfumes, peltres, dulces, rebozos, bolillos o pan francés, topotes, aretes y tantas cosas que se comerciaban.Era muy común que si el cliente no tenía dinero podía pagar o abonar con productos como los huevos, gallinas, guajolotes, cochinos, ciruelas, nanches calabazas, frijol, maíz, totopostes o lo que al momento se diera. En la memoria de los viejos usuarios del tren y las comunidades del ramal queda la imagen de doña Mercedes Bletzar, Mauricio Martínez, Luis Martínez, doña Pascualita Velasco, Demetria Hernández, doña Juana Chagala, Juana Obil, Juana Hernández, Silvestre Reyes Barragán, don Ramón Cortes, doña María Concepción ”Negra” Cárdenas, doña María Carrión, Aura María Reyes, Juan Ramos, Chica Ventura, Francisco Ventura, Asunción Anota entre otros. En cada estación se armaba el alboroto y la corredera de la gente con la llegada de la locomotora, por un lado las viajeras descendiendo con sus canastas y sus productos y al mismo tiempo los pasajeros que buscaban ganar un sitio en los carros, los gritos de los vendedores del lugar ofreciendo tacos, atole, tamales fritos, elotes calabazas, papayas, etc. Si por casualidad subían a algún enfermo en hamaca ya sea rumbo a Rodríguez Clara en busca del Doctor Navarrete o con rumbo de San Andrés, se subía al enfermo con todo y hamaca y la caña se atravesaba de lado a lado y los familiares de pie junto al enfermo. En las múltiples ocasiones en que se llevaba a la Virgen de los Remedios de San Andrés rumbo a los llanos, el auditor, por lo regular destinaba uno de los carros a la Virgen y los peregrinos y el otro para los pasajeros. Se acomodaba el nicho en los asientos de en medio y junto a la imagen los caseros, al costado se sentaban los músicos quienes tocaban durante todo el trayecto. De cuando en cuando se ponían de pie las mujeres para bailar en el pasillo del carro agarradas de los asientos, entre las bailadoras destacaron Tita Domínguez, María Ruiz, y Cristina Cárdenas de la comunidad de Nopalapan. Al retornar el ferrocarril a la estación de San Andrés, al primer silbido que se escuchaba, la gente se alertaba al grito de ¡Ya viene la burra ¡ y salían a toda prisa a la estación. En el lugar se concentraban los compradores de los productos que traían las viajeras: pollos, guajolotes, patos, maíz, frijol, plátano, etc. Ahí ya estaban Chica Martínez y Juana Lucho comprando las gallinas y guajolotes para llevarlos al otro día a venderlos al mercado, los que compraban las ciruelas, el maíz por mano, las calabazas de concha, las anonas, etc. También los niños y jóvenes tenían actividades y la oportunidad de ganarse unos centavos cargando las canastas, los bultos, morrales y todo aquello que fuera carga pesada para las viajeras y pasajeros del ferrocarril. El niño Leonardo Morales “canastita”, junto con otros chiquillos encontró en las actividades de la estación su fuente de ingresos.

 


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La danza de los líceres

La Manta y La Raya # 4                                                                             marzo 2017


La danza de los Líceres

Joel Cruz Castellanos

 

Colectivo Tecalli

 

Entre los arroyos que bajan de la sierra surcando los pedregales, de entre la humedad siempre verde, surge el encanto en medio del monte. En la noche cuando todo parece dormir, quienes se aventuran a andar en la oscurana, monte adentro han visto al jaguar dios viejo que va tocando su tambor, marcándole el paso a todos los animales para que lleguen hasta abajo al talogan, la casa del agua, donde habita la vida, el chaneco viejo. Aquí por estos rumbos llenos de agua crecimos en medio de un universo que se ha ido construyendo con el paso del tiempo, alimentándose de los antiguos ritos, de los rayos, de los lugares encantados, de los árboles inmensos, del canto de cientos de aves que acompañan al sol en su despertar.

Santiago Tuxtla se ubica en una región del sur de Veracruz que ha sido habitada desde tiempos muy antiguos, los olmecas se asentaron aquí; los teotihuacanos, los aztecas, los nahuas, los totonacas y los españoles. Cada grupo humano ha contribuido en la construcción de un espacio cultural mestizo que se ha ido transformando con el ir y venir de los tiempos. La danza de los Líceres surge en este contexto, en medio de una tradición mítica y ancestral en la que el culto al jaguar y a las fuerzas elementales de la naturaleza forman parte vital de la cosmología. Aunque sus orígenes parecen estar diluidos en los veneros del tiempo; los líceres, es una danza de las que más arraigo tienen en Santiago Tuxtla.

La danza de los Líceres, la danza del jaguar, es un ritual que está relacionado con los ciclos agrícolas y la llegada de las aguas particularmente. Aunque en los últimos años con el ocaso del mundo campesino y del universo de saberes que lo habitaban, ha quedado reducido a escombros, la danza ha devenido en un juego y nada más, un ritual que va naufrago, perdido en medio de la modernidad, los nuevos valores, los nuevos oficios, pero qué sin duda sigue manteniendo una vínculo muy fuerte con los ciclos agrícolas y el fin de la temporada de seca, por lo que la gente de Santiago tiene una expresión para la temporada de Líceres y ya desde mayo cuando se dejan caer los primeros aguaceros se escucha entre los tuxtecos la expresión “ya huele a líceres” mientras el vapor va dibujando la tarde, siendo este hecho cotidiano y para muchas y muchos irrelevante, un testimonio vivo de la relación que existe entre el jaguar y la lluvia.

Colectivo Tecalli

 

Algunas versiones sobre el origen de la danza

En Santiago como en todos los pueblos hay personas que afortunadamente buscan o investigan el origen de las expresiones culturales de la región. En relación a la danza de los Líceres, existe mucho conflicto entre dos posturas dispares. Por un lado Don Fernando Bustamante y Don Clemente Campos que la danza procede de la época prehispánica, apuntan que esta está relacionada con el culto al jaguar, animal asociado con la vegetación que renace, la fertilidad y con ciertas enfermedades de la piel; es el xipetotec venerado en las fiestas de tlacaxipehualiztle, en las que se capturaba un prisionero que era desollado, su captor se vestía con la piel obtenida y corría por las calles hasta caer extenuado con la lluvia (información del museo tuxteco), al igual que muchas danzas de tigres que se celebran en distintas partes de México en las mismas fechas. Por el otro lado esta la versión respaldada por el actual cronista de la ciudad, el Maestro Eneas Rivas Castellanos, quien plantea el nacimiento de la danza en un tiempo más cercano, relata que durante una celebración religiosa en el barrio de San Diego, un felino tomó por sorpresa a la muchedumbre mientras rezaba. Los que se encontraban en el lugar comenzaron a gritar ¡Al lince! ¡Al lince! Pues ellos no conocían el nombre del jaguar. Después de un buen susto, la gente se dio a la tarea de cazar ese animal. Dicen que al año siguiente, un señor, por mera curiosidad usó la piel de ese animal para conmemorar la ultima entrada de un felino al pueblo de Santiago.

Los Líceres
Esta celebración inicia el 13 de junio, día de San Antonio, el 24 día de San Juan y concluye el 29 día de San Pedro y San Pablo y las víspera de cada de santo, aunque también hasta hace algunos años salían los fines de semana que quedaban dentro de este período. Es una danza que realizan los hombres disfrazados. Con un traje que consiste en un dos piezas; una que cubre todo el cuerpo y se amarra en el pecho, la otra es una capucha que tiene forma de triángulo o a veces termina en dos puntas asemejando las orejas del jaguar, se hacen unos pequeños orificios en los ojos y en la boca. Los trajes se fabrican de tela de algodón, dicho material se consigue en los comercios cercanos a Santiago, generalmente en San Andrés Tuxtla, centro comercial de la región. Las telas tienen motivos floridos o de algún otro tipo como: la bandera mexicana, la virgen de Guadalupe o paliacate, entre otros, aunque lo que más se ocupa son colores fijos, en combinaciones de dos o tres colores; algunas personas dicen que antes los trajes se hacían de manta y les pintaban las manchas del jaguar con pintura, sin embargo, este modelo de traje está en desuso. La danza se realiza sin música, aunque existe un espacio sonoro que se genera a partir de los sonidos que emiten los disfrazados, quienes van por las calles del pueblo maullando, gimiendo y hacen asemejando los sonidos del jaguar. La representación consiste en ir bailando encorvado, con una mano atrás que va agarrando una reata, asemejando la cola del jaguar. La danza tiene distintas facetas, hay momentos en el que el lícer corretea a los que no están disfrazados, se le llama “echar carrera”, en otros casos se coquetea, se carga a “pilonche” y se baila alrededor de las personas, principalmente si son mujeres que no están disfrazadas. Cuentan que tiempo atrás, este era el único momento en el que los muchachos podían acercarse a las mujeres antes de contraer el compromiso, muchas parejas ya quedaban de acuerdo para platicar un poco más de cerca. Las personas que no están disfrazadas tienen un rol importante en la danza pues se mofan de los encapuchados, gritándoles versos burlones, alusivos al color del traje que llevan.

Ese de azul se mete en su baúl
Ese de rojo le pican los piojos
Ese de verde come mango verde
Ese de amarillo le pica su fondillo
Ese de blanco salta pa’l barranco

Desde las cuatro de la tarde se empiezan a agrupar los jóvenes en cada barrio, se juntan en grupos grandes, se pueden agrupar hasta 50 o más. Una vez que reúnen un número considerable, se van en pandilla a ponerse el cuero, –como le llaman al hecho de rentar el traje–. La renta se efectúa en distintas casas particulares que ya se sabe que prestan el servicio, la oferta de trajes se acomoda sobre la cama o sobre la mesa de la casa, ahí los jóvenes buscan y escogen el traje que mas le agrade. Es común que se los chicos intercambien los zapatos para que sea más difícil reconocerlos, la renta del traje vale aproximadamente $30 pesos mexicanos y se puede ocupar el traje toda la tarde. Los trajes están numerados en la parte posterior, la señora que los renta anota el nombre de la persona junto al número para saber la identidad de quien lo porta, esto facilita que en dado caso de que se violente algún disfrazado, se le pueda ubicar rápidamente. Toda la pandilla se disfraza al mismo tiempo, es un ritual, hay un ambiente de fiesta, todos lo muchachos gritan, ríen, hacen chistes sobre sus compañeros, se mofan de cualquier situación.

Marco Victorio de la Cruz

Antes las pandillas salían de cada barrio, ahora la mayoría se congregan en el barrio de Xogoyo. Aunque salgan de donde salgan, la pandilla debe recorrer todo los barrios del pueblo, en donde la gente les espera sentada en sus corredores o en la acera de las calles. Los jóvenes mayores que no se ponen el cuero esperan a los líceres en la plaza Cervantina o en el parque para “echar carrera”. Cuando se acercan los líceres, corren en estampida rumbo al parque, que ya se encuentra repleto de gente. Los correteados pasan rápidamente por la plaza avisando que detrás vienen los líceres, los niños se esconden detrás de las madres, algunas muchachas hasta se persignan del miedo que tienen al verlos. Todos comienzan a gritar, hay quienes despavoridos se refugian en la iglesia –lugar que los líceres respetan y no se meten–. Recorren todos los barrios del pueblo, saltan y arrastran las largas mangas de los trajes. Pareciera que caminan en cuatro patas, se suben a las jardineras de las casas, cuelgan de las ventanas, corretean automóviles y se mofan de la gente.

Si alguna de las personas que están en la calle es conocido, intentan cargarlo, lo manchan con carbón que llevan en las manos, se genera una atmósfera única, la gente les grita. Algunos niños observan desde la ventana, ese río de colores y sonidos pasando por las calles, sus mamás les gritan que salgan a la calle, que no teman, si algún niño llora por el miedo, se le pide a un lícer que se quite las máscara para que vea el niño que es una persona y que no tiene nada que temer. Después de su recorrido, se concentran en la plaza que poco a poco se llena de hombres tigre mientras el sol cae tras el Cerro del Vigía. Se convierte en un lugar mágico en el que todo queda dibujado por las imágenes de un pueblo que hace colores su sentimiento y su historia. Un recuerdo que difícilmente se desvanece, es como si flores o manchas de color caminaran al compás de un ritmo oculto en cada sonrisa, en cada juego. Los líceres caminan alrededor de las jardineras y calles repletas de niñas y niños que juegan y reinventan su historia, para acomodarla en estos tiempos. El pueblo se queda impregnando de esta magia, su espíritu habita en las paredes y los corredores. No hay silencio, los bramidos resuenan, chocan entre los callejones haciendo una música que no se termina, que se mantiene como una canción eterna, infinita.

Dicen los mayores que ahora las cosas son distintas, antes la cosa era danzar, bailar, jugar con la reata, sin embargo, resulta evidente que las nuevas generaciones no han logrado entender en su contexto la danza de los líceres, quizá porque el sentido agrícola que permeaba la vida de antes, se ha ido perdiendo cada vez más y más. Existen personas que aprovechándose de la máscara golpean muy fuerte con los chilillos, al grado que lesionan gravemente a quienes sólo salen a jugar. A veces cuando un lícer se propasa con algún bravo del pueblo, se genera una bronca, pero el que no esta disfrazado debe tener cuidado porque los líceres son muy solidarios, y ponerse con uno, es ponerse con todos, entonces, por esa razón y aunque duela, difícilmente muestran su descontento, han habido broncas muy grandes y hasta la policía ha tenido que intervenir para calmar los ánimos.

Karla Martínez

Los líceres cada año muestran una cara distinta, las cosas van cambiando, los procesos socioculturales que vive nuestro país influyen. La migración, la creencia de que fuera del pueblo puedes abrirte un futuro genera que año con año cientos de jóvenes partan al norte o las grandes ciudades. Se van no solo de Santiago, si no de toda la región, esto provoca que cada vez hayan menos personas que se disfracen, menos personas que participen y aunque todavía son muchos los que se quedan, antes eran más. En mis recuerdos de la infancia, hay pandillas que llenan calles enteras, recuerdo claro cómo desde el balcón de la casa de mi primo mirábamos esa bulla de colores y ruidos. Era impresionante ver el alboroto. Corríamos espantados a ponernos detrás de mi mamá o de mi abuela, y casi en silencio, mirábamos pasar la pandilla. Mi abuela se emocionaba, en sus ojos se dejaban ver los tiempos de antes, mi mamá nos decía que no tuviéramos miedo, hasta les hablaba y los dejaba pasar a nuestro escondite para que nos dieran de chilillazos. Les decía que nos enseñaran su rostro para que supiéramos quienes eran y entendiéramos que detrás de los encapuchados había personas conocidas.

En la actualidad existen muchas personas trabajando para que la danza no se pierda, para recuperar el sentido inicial de esta celebración. Para alejar los malos momentos que han enturbiado los días más felices de junio. Hay muchas actividades educativas en las escuelas y espacios públicos para informar sobre como se debe portar el traje, en años recientes surgió la organización “El lícer”, que congrega a todas las personas del pueblo ocupadas en el asunto. Una de las acciones a nivel institucional que se han emprendido en los últimos años es realizar un concurso para motivar a los barrios a organizarse y vestirse, este concurso si bien ha servido para llamar la atención y es muy apabullante el número de personas que se disfraza ese día, ha tenido también un efecto poco positivo en el sentido de que ya las pandillas se guardan para ese día y no quieren hacer el recorrido tradicional por todo el pueblo, el concurso generalmente se realiza el 29 día de San Pedro y San Pablo, ya será el momento de que la comunidad reflexione sobre el impacto de estas acciones en el desarrollo de la danza tradicional.

A pesar de todo esto, los líceres son orgullo y símbolo de identidad de nuestra tierra, las madres disfrazan a sus hijos desde pequeños, ellas mismas fabrican sus trajes, se sienten felices de que sus niños finalmente van a formar parte de la celebración. Aunque ya el baile que celebra las lluvias y el mundo campesino se encuentre agonizando, la danza nos conecta con la sabiduría ancestral, con lo que sigue vivo de aquel mundo, seguimos danzando para que llueva y se pueda sembrar el maíz, aun sin saberlo seguimos.

La danza de los líceres se ha mantenido porque genera lazos importantes entre las personas que participan, que recorren el pueblo, en esos momentos nacen los mejores recuerdos de sus vidas, ya sea vestidos o siendo correteados por alguno de las pandillas, buscando guarida en la casa de la abuela o en la casa de algún desconocido que les brinda asilo. En esta dimensión de lo real, es el pueblo el que se esmera en que la danza no se pierda porque es importante para la vida. Más allá del discurso de la cultura o la definición de nuestra identidad, aquí se visten por gusto, se aguarda el mes de junio para comer semillas de vaina y en el aguacero de la tarde convertirse en jaguar, el antiguo dios de estas tierras.

 

Karla Martínez

 

 


Revista completa en formato PDF (v.4.1.1):

 

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De los fandangos de medalla: el testimonio de doña Tita Domínguez

La Manta y La Raya # 3                                                                             octubre 2016


De los fandangos de medalla:
el testimonio de doña Tita Domínguez,
bailadora de los llanos de Nopalapan 

Una conversación con Alvaro Alcántara 

Un agradecimiento especial a Isabel Ortiz Domínguez, hija de doña Tita quien aportó información muy valiosa y nos recibió y atendió espléndida-mente aquella tarde en Nopalapan.

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Artículo original en formato PDF (v.3.3.0):

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El 24 de junio del 2012, en el marco de las fiestas de Nopalapan Ver., tuve la oportunidad de conversar con doña Tita Domínguez, una de las bailadoras de huapango más elegantes que he tenido la fortuna de conocer. Supe de doña Tita a inicios de la década de los años noventa del siglo pasado y conservo un par de fotos de ella bailando con Arcadio Baxin y con Guillermo Martínez Bapo, en uno de esos maravillosos huapangos que Andrés Moreno organizaba desde la Casa de Cultura de San Andrés Tuxtla, Veracruz. Nacida en 1934 en Cuatotolapan, Ver. lugar donde hasta hace poco radicaba. Doña Tita Domínguez, nacida en Cuatotolapan en 1934, fue también bailadora de una de las agrupaciones soneras estelares de los llanos del Sotavento, el grupo Alma Jarocha, que comandaban Nazario Santos y Benito Mexicano y cuya historia está pendiente de escribirse. La zona Nopalapan – Cuatotolapan se desarrolló desde mediados del siglo XVI como un importante enclave ganadero, sin embargo para mediados del siglo XVIII empezó una modificación productiva que a la postre la convertiría en una zona fundamentalmente cañera. La región, conocida también como Los llanos de Nopalapan, fungió como un espacio bisagra entre la región de Los Tuxtlas y las tierras bajas del Sotavento medio por donde transitaba el antiguo camino prehispánico de La Tinaja a Sayula de Alemán, sobre todo con la puesta en funcionamiento del ramal del ferrocarril (el famoso “Ramalito”) San Andrés Tuxtla – El Burro (Rodríguez Clara) a inicios de la década de los años treinta del siglo pasado y hasta su desmantelamiento a inicios de la década de 1990.

Cuando llegó el momento de preguntarle cómo eran las fiestas que ella vivió de niña en San Juan Nopalapan esto fue lo que nos respondió:

Estas fiestas del señor San Juan se empezaban los huapangos desde el día 3 de mayo. Antes había una tradición de que se hacían los huapangos el 3 de mayo, se ponía una medallita con una cintita en una casa, allí amanecía esa medallita con la cintita y donde amanecía esa cintita ya era que allí iba a ser el huapango, donde amanecía la medalla. Y ya se empezaban los que se llamaban los huapangos de medalla, se empezaban a hacer desde el día tres de mayo hasta terminar el día 23 de junio. Se hacía huapango el 23 de junio para amanecer el 24 de junio y luego se hacía otro huapango, dos. Se hacían huapangos cada ocho días, cada ocho días se iban haciendo porque se iba amaneciendo, ya no podría medalla en la casa eso era solo el 3 de mayo, pero ya luego se le ponía… había cuatro madrinas y cuatro padrinos. Bailando, bailando, si a usted le había tocado la medalla, que se la habían echado a usted, porque se la ponían… si a usted le tocaba la medalla subía a bailar y bailando, bailando, le trababa la medalla a la muchacha, se la ponías, ya esa medalla le quedaba a la muchacha y esa muchacha buscaba a quien trabársela también y así se seguía hasta completar cuatro madrinas y cuatro padrinos.

Esto ocurría cada sábado y se hacían latas de horchata, te daban la banda y uno la adornaba, una cinta que te ponías aquí la banda (doña Tita señala con la mano trazando una diagonal de su hombro izquierdo hacia su pierna derecha) y te ponías el nombre del muchacho que te daba la cinta, te ponías el nombre, adelante el nombre de uno y atrás el nombre de él. Eran bonitas las fiestas aquí antes, yo les platico a mis hijas que eran bonitas. Ahora el mero día, como hoy 24 de junio, había descocotada de gallos, desde la mañana venía el padre, hacía la misa temprano a las siete, de las siete en adelante ya eran corridas de caballo y descocotadas de gallos, andaba la gente corriendo y descocotando gallos.

¿Y quién organizaba esos huapangos de medalla? ¿En quién recaía esa responsabilidad?

Mi papá era el encargado. Ya cuando decía “hija ve a ponerle la medallita”. Él mismo traía la medallita con la cintita, pero en la noche, que ya se acostaba la gente, ya iba y se la ponía la medalla.

¿Y a usted le tocó poner alguna medalla?

Sí me mandaba mi papá que la pusiera, ve hija pon la medalla que ya se acostó fulano, vésela a poner y se la ponía yo como ahora aquí encima de la puerta (y doña Tita se voltea y estira para señalar hacia la mitad del marco de la puerta de su casa donde estamos conversando). Claro que al otro día cuando se levantaba la persona, pos ya miraba y ya estaba bien… comprometida con el huapango.

¿Y la persona que recibía la medalla estaba obligada a hacer el fandango?

¿Y qué pasaba si no lo hacía? ¿Había personas que no lo hacían?

Nunca hubo personas que no lo hicieran. Ya era una tradición. Esa era una tradición que había. No había uno que se negara. Ya esa persona que le amanecía la medalla pues ya… era que él iba a hacer ese huapango porque a él le había quedado la medalla. Él la iba a echar a una muchacha, a otros, si tenía muchacho allí o era el señor, él la ponía a una muchacha y allí se seguía. Y así eran los huapangos de medalla en Nopalapan.

¿Qué sones se tocaban en esos huapangos?

Pues se tocaban, yo le digo que yo aprendí a bailar esos sones que son pausados. Bueno, el Toro, El Zapateado, El Buscapiés, La Bamba, El Colás. Había muchos sones, ahora La Morena, La Guacamaya, El Cascabel. Todos esos sones eran los que se tocaban antes.

¿Cuáles son los sones que más le gustan, los que usted pide en un huapango?

A mí me gustan los sones “de cuatro”, “de a bastante”: La Guacamaya y La María Chuchena me gusta (se ríe)… y cualquier son me gusta pero más esos. La Morena me gusta mucho y de sones de pareja, me gusta, pues ya le digo, El Zapateado, El Toro, El Buscapiés. Lo que sí nunca me ha gustado – lo bailaba yo cuando era chamaca pero no me gustaba bailar – eran La Bamba y El Colás, esos nunca me gustó bailar, no sé por qué pero no. Eso sí, a mí échenme un Toro, un Zapateado, un Buscapiés, esos sí los bailo. Yo he bailado en los estrados cuando iba yo a Tlacotalpan con mi esposo. Yo era la bailadora del Grupo Alma Jarocha.

Mi esposo se llamaba Rodolfo Ortíz Almer. Él no bailaba. Cuando llegábamos a la Casa de la Cultura (San Andrés Tuxtla), que ya llegábamos donde estaba el director, que ya llegábamos apuntándonos todos, porque te apuntan porque hay tantos jaraneros, bailadores. Y ya me decían y su esposo baila, toca o canta y digo no, mi esposo ni toca, ni baila ni nada. No, mi esposo nomás anda conmigo porque le gusta.

¿Su esposo la acompañó, la apoyó? Porque he escuchado de otras bailadores que se casan y dejan de bailar.

Mira, mi esposo me dejó andar en todos los huapangos. Aquí me decía, te voy a ir a dejar y yo me regreso, porque yo desde que estaba recién casada le dije a mi esposo, mira, yo por otra diversión no vamos a pelear nada y si me dejas a ir, menos a un baile que ni lo sé bailar. Pero sí, el día que no me dejes ir a un huapango, le dije, hasta allí soy tu mujer. Teníamos como un mes o dos de casados y le digo hasta allí soy tu esposa. ¿Por qué me dice? Porque fue la única diversión que mi padre me enseñó y no la voy a dejar nunca, hasta que me muera yo, si es que puedo bailar. Ya me dijo él, puedes ir, si el huapango es una diversión decente, puedes andar. Y ya tuve su permiso, después hubieran huapangos en Rodríguez, en Cuatotolapan, en El Blanco, en San Benito, que velaban la Virgen de Los Remedio que yo andaba, en La Luisa el día de San Isidro.

¿Y su marido la acompañaba?

Y si no, pues vete con las comadres que van me decía.

¿Y usted cómo se sentía?

Yo por ese lado no tengo ningún sentir de mi esposo. Ahora cuando íbamos a Tlacotalpan, vámonos alístate y vámonos y nos íbamos. Él sentadito y yo bailando toda la noche, a él le gustaba fíjese, le encantaba, es que no aprendió pero a él le gustaba. Aquí en el radio estaba la hora de “Viva la Cuenca”. Él estaba al tanto de la hora, que tocaba a la una los sábados y domingos. Ya me decía, pon el radio que ya se va a pasar la hora de los huapangos, de los sones. Ponlo ya e iba yo y lo ponía. El son que a él le gustaba me decía báilalo y me fajaba yo a bailárselo, él sentado y yo bailando. Porque a él le gustaba mucho verme bailar. Y sí, él nunca me negó que fuera yo a un huapango, nunca, nunca, cuándo él iba a decir, hoy no vas ningún huapango.

Dice usted que fue bailadora de Alma Jarocha. ¿Ese grupo cuál era?

Pues de Charito Santos, que acaba de morir, él ya murió tiene dos años que murió. Allí andaban, mire, el de la guitarra era Nazario Santos, que era mi compadre, que nomás le decían Charito, Salomón, Benito Mexicano y Cudberto Parra que le decíamos “Mocorrito” y Narciso Aguilar después, ya después también José. José y Salomon los dos eran hermanos, andaban. Era un grupo muy bonito. Éramos sus bailadoras mi comadre – que vivía más para allá – y yo, pero luego ya no salía. Ella salía cuando tenía su primer esposo pero se murió su esposo y ya se hizo de otro marido y ya no la dejaba salir. Decía yo, oye comadre de verás que ya tu ya te amolaste, por qué ahora no sales, le digo: “pasuuuu, no hombreeee salías cuando tenías tu otro marido, ahora con este otro ya no sales y hasta la fecha sigue con ese hombre y no la deja salir.

¿Cómo siente usted el huapango?

Pues una alegría, una diversión muy bonita. El huapango es una diversión… yo oigo una guitarra y hasta los pies me comen. Si yo oigo una música de huapango siento una alegría, un gusto muy bonito.


Revista #3 en formato PDF (v.3.1):

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Al son que me bailes, toco…

La Manta y La Raya # 2                                                                             junio 2016


Al son que me bailes, toco.
Senderos de la música popular mexicana

Reseña de una exposición que estuviese hace 19 años
en el Museo Nacional de Culturas Populares

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Al son que me bailes, toco… Senderos de la música popular mexicana fue una exposición que se presentó, durante un año, en el Museo Nacional de Culturas Populares en el año 1997. Fue un proyecto impulsado por Cristina Payán, entonces su directora. La iniciativa fue de ella y de Marco Barrera Bassols – autor del presente texto y coordinador de la misma. Colaboraron etnomusicólogos, historiadores, músicos, bailadoras y bailadores como Guillermo Contreras, Antonio García de León, Ricardo Pérez Montfort, Gonzalo Camacho, Rubén Luengas, Eduardo Llerenas, Paul Leduc, Francisco García Ranz, Marina Alonso, Ramón Gutiérrez, Gilberto Gutiérrez, Wendy Cao y Tacho Utrera, Teresa Pomar, Chac, Mauricio Gómez Morín, entre muchos otros. Fue concebida desde la etnomusicología, la historia, la musicología y presentó más de 5 horas de grabaciones que podían ser escuchados mediante distintos artilugios interactivos, e ilustrada con más de 300 instrumentos musicales y arte popular y ejemplificó, diacrónica y sincrónicamente, aspectos geográficos, rituales, literarios y plásticos, de tradición oral y coreográfica, campesina y urbana.

    A la memoria de Cristina Payán, quien fuera directora del Museo Nacional de Culturas Populares y quien falleció justo antes de ver concluido un sueño compartido.
   A Carlos, Ina y Emilio Payán. A los queridos amigos soneros, lauderos, bailadoras y bailadores, además de la gente ligada a su estudio, difusión y desarrollo.

Marco Barrera Bassols

Cuando Álvaro Alcántara me invitó a escribir sobre la exposición que diseñamos y montamos hace ya 19 años en la Sala Bonfil del Museo Nacional de Culturas Populares, no dudé en hacer de ésta una oportunidad para realizar una reseña a compartir.

Para ello recurro a mis notas, pero también a dos periodistas que en su momento publicaron sendas reseñas sobre la misma y que me di a la tarea de releer en estos días: Patricia Vega y Guillermo Ríos –de este último sólo tengo una copia digitalizada que carece de fuente. Patricia Vega escribió en La Jornada/Cultura, primera plana del 25 de noviembre de 1997, lo siguiente:

“Ver y escuchar. Ese fue el primer reto a vencer en la concepción de la exposición Al son que me bailes, toco. Senderos de la música popular mexicana, que a partir de mañana y durante 10 meses, abre sus puertas para celebrar los 15 años del Museo Nacional de Culturas Populares y como un homenaje póstumo a la maestra Cristina Payán, quien impulsó decididamente la muestra a lo largo de dos años.”

Sobre el enfoque curatorial de la exhibición escribió:

“(el) segundo desafío era cómo abordar, de manera integral, un universo tan vasto y com-
plejo como el de la música popular mexicana, cuyos orígenes remontan a la época prehispánica y que, con la llegada de los españoles fue enriquecida con elementos africanos, árabes, hispanos y de otras latitudes.”

El son, ejemplo de riqueza popular

El son no es el único ni el más prolífico de los géneros musicales del país, pero debido a su heterogeneidad fue elegido como eje temático para representar la riqueza de la música mexicana a partir de la diversidad de ritmos, características regionales y dotaciones instrumentales, por mencionar solo algunas vertientes.

En opinión del etnomusicólogo y organólogo Guillermo Contreras, el son es un magnífico vehículo o pretexto para entrar al universo de la música popular mexicana: con una actitud muy lúdica para que el visitante disfrute de esta experiencia musical habrá módulos interactivos, donde a partir de la instrumentación seleccionada, se (puedan) escuchar hasta 81 posibilidades aleatorias de piezas populares como La Bamba o el Toro Zacamandú.”
Efectivamente, como la misma Patricia Vega describe en el artículo, la dimensión cultural que se mostró, buscó un balance entre las miradas antropológicas y las musicológicas –“ejemplificando diacrónica y sincrónicamente aspectos geográficos, rituales, literarios y plásticos, de tradición oral y coreográficos campesinos y urbanos.” De ese tamaño fue la apuesta.

Para ello hicimos uso de diversos recursos museográficos y a contrapunto como menciona la misma periodista: “crónica histórica, edictos, mitos, entrevistas, mapas, grabados, pinturas, gráfica, instrumentos musicales –cerca de 300 de la magnífica colección de Guillermo Contreras–, más de 70 piezas de arte popular –cuya curaduría estuvo a cargo de Regina Schöndube y de Teresa Pomar quienes seleccionaron sirenas, como la de la alegoría empleada en el cartel de la muestra que diseñó Chac– diablos, calaveras y ángeles…” que, continúa diciendo: “dan fe de los múltiples papeles que la música y los intérpretes ocupan en la vida de las comunidades y de las personas que en su infinito ir y venir de los mundos rurales y urbanos han ido globalizándose… -a lo que yo agregaría, al menos desde el siglo XVIII-, registros sonoros -grabados in situ y ex profeso y otros-, fotografía, cine y video.”

Desde el patio mismo del museo se dispusieron artificios sonoros tomados de los museos de ciencia para que los niños jugaran y se aproximaran al mundo sonoro y una maravillosa palapa construida por el padre de los Utrera, con las técnicas tradicionales, y donde se llevaron a cabo durante el tiempo que duró la exhibición, múltiples actividades educativas y demostrativas. Pero además, el planteamiento museológico –siguiendo las políticas desarrolladas por Guillermo Bonfil- incluía un programa anual de exposiciones de menor formato que ya no se realizaron: Música de Banda, la música mixe; Música sacra virreinal y En ambos lados de la frontera: Música Chicana y de la Frontera, además de un programa de conciertos, programas de radio, grabaciones, tienda especializada en música tradicional y del Mundo, bazar de instrumentos tradicionales, y otros productos culturales: discos, lotería musical, etc., etc.

Núcleos temáticos

1.- Orígenes e historia de la música popular
mexicana: la música de los pueblos
Mediante un magnífico video elaborado por Paul Leduc a partir de su obra La Flauta de Bartolo o la invención de la música se acompañó una muestra de instrumentos musicales prehispánicos y de otros momentos de nuestra historia.

2.- Taller de laudería
Que consistió en una ambientación de un taller de laudería ampliando un grabado del siglo XVIII europeo, pero al que se le sobrepuso, en una tercera dimensión, la imagen de Tacho Utrera trabajando en la construcción de jaranas que suplieron a los violines del grabado original y mostrando sus herramientas y describiendo las técnicas y etapas de construcción. Había un espacio dedicado a la importancia de no sobre explotar los recursos madereros en peligro de extinción y haciendo un llamado a los lauderos tradicionales a buscar nuevas técnicas innovadoras en su arte. La ambientación estuvo diseñada por Mauricio Gómez Morín.

3.- Los ámbitos de la música
Un panorama a través del cine mexicano que mostraba, década por década, los cambios de la música popular mexicana en el siglo XX.

4.- De sones y fandangos   (núcleo central de la exposición)
Simulando al público que rodea la tarima en un fandango y otras fiestas de tarima, los visitantes conocían sobre la historia de estas fiestas y los paralelismos en otras latitudes: al asomarse a través de pequeñas mirillas se podían ver ediciones de películas y documentales como Lacho Drom, de Tony Gatlif, 1993, que muestra la música y la danza del pueblo romaní y a través de este reconocer la influencia múltiple que rodea al fandango o al huapango (en la versión huasteca).

5.- Instrumentación del son jarocho
Sobre una plataforma, la instrumentación ampliada del son jarocho (como sabemos esta varía de región en región); en ella flotaban los distintos instrumentos, y mediante dispositivos de audio interactivo se podía escuchar cada uno por separado o de manera conjunta al interpretar distintas sones: de la hoja que al hacerla vibrar con los labios produce una suerte de silbido trompeteado, hasta la tarima, pasando por las siete jaranas, el violín, el arpa, la armónica y el marimbol.

6.- Organología: la Música del Mundo
Mediante un despliegue de instrumentos de origen diverso –de China a España– el público pudo ubicar su origen y tránsito a nuestros territorio en un mapamundi y escuchar ejemplos sonoros de los mismos. Instrumentos y géneros musicales que influyeron en la música barroca popular mexicana, algunos de ellos desde el siglo XVI: del ud, al laúd y de este a la guitarra barroca para finalmente entender el origen de las jaranas, etc. En esta misma sección se exploraban los tipos de instrumentos con base en una clasificación organológica.

7.- La diversidad musical y festiva y la relación que guardan entre sí y con sus comunidades
El largo camino que nos adentra en la cosmogonía, las creencias y la personalidad polifacética de ese cronista, chamán y poeta que es el músico de las comunidades campesinas e indígenas.

8.- Ciclo de vida, ciclo ritual y homenajes
Música, danza, fiesta y versada compuesta por músicos campesinos y pescadores músicos que también la hacen de laudero, chamán y compositor y hoy representada por muchísimos más pues su extensión de cuando se hizo la exposición a la fecha deja sorprendido a cualquiera pues hay grupos que interpretan el son jarocho en Estados Unidos, Centroamérica y Europa. Esta sección rendía homenaje a estos personajes y en particular a Arcadio Hidalgo. También, mediante sistemas interactivos podían escucharse un sinfín de sones y los personajes que fueron ilustrados por niños de Ocotlán, Morelos, dirigidos por Jorge Rello y Malala.

Guillermo Ríos, periodista, sintetizó así lo que público podía encontrar en Al son que me bailes, toco…:

“En el inmenso abanico de la música regional mexicana, el son tiene un lugar predominante. Con instrumentos y formas, a veces muy distintas entre sí, se escucha en gran parte del país, casi siempre acompañado con un calificativo que señala su localidad: son istmeño, abajeño, huasteco, jarocho, de tierra caliente, planeco, de los altos o jalisciense; el son es, por lo general, música bailable y, desde luego cantable.

Como asunto fundamental del son está el zapateado: ese taconeo y escobilleo sobre una tarima de madera que a la vez que es danza, es voz en el conjunto instrumental, convirtiéndose en el centro del fandango, la fiesta del son, y que se arma en la nochecita y dura hasta que el cuerpo aguante.

El son jarocho se arma con arpas, jaranas, requintos y buenas bailadoras y bailadores, mentes ágiles que dominan el arte de las décimas y voces que de tan bonitas duele oírlas. Esta música además, sirve para casorios y velorios, para velas y pascuas, para negocios y para conmemorar al santo patrono; para desquitar corajes y desenojar amantes; para hacer justicia; como periódico para enterar a los que no saben; para hacer feliz; para bailar y echar versitos; para beber, pero sobre todo, sirve para enamorar y para que bailen las mujeres solas, o en montón o en parejas de varón y dama.”

La exhibición contó con la invaluable asesoría en distintos temas de Antonio García de León, Marina Alonso, Gonzalo Camacho, Guillermo Contreras, Mary Farqhuason, Eduardo Llerenas, Pablo Gutiérrez, Julio Herrera, Modesto López, José Antonio MacGregor, Ricardo Pérez Montfort, Guillermo Pous, José Luis Sagredo, Enrique Ulloa, René Villanueva, Fernando Híjar, don Mario Kuri, etc. Pero debemos recordar también el trabajo y apoyo de los propios músicos y grupos de son como Gilberto Guitérrez, a los Utrera –Tacho a Wendy Cao–, a todos los integrantes del entonces Chuchumbé, a Ramón Gutiérrez, al Chicolín, Rubén Luengas y Pablo Márquez quienes se hicieron cargo de poner a tono los cerca de 300 instrumentos para la exhibición, etc. La lista de colaboradores es enorme, pero sin duda fueron fundamentales Luis Pérez Falconi, Mara Vázquez, Teresa Márquez Martínez, David Baksht, Rodrigo Moya, Iker Larrauri, José Antonio Robles Cahero, Pablo Flores, Agustín Estrada, Alejandra Gilling, la difunta Teresa Pomar, Regina Schöndube, Jorge Rello y Malala, Valentina Máxil , Chac, Rubén Luengas, Pablo Márquez y un largo etcétera. Las instituciones que apoyaron fueron muchas, entre otras: la Escuela Nacional de Antropología e Historia, el Centro de Información y Documentación de Culturas Populares –donde quedaron depositadas las grabaciones utilizadas en la exposición–, el Archivo Etnográfico Audiovisual del entonces Instituto Nacional Indigenista, la Fonoteca y el Museo Nacional de Antropología del Instituto Nacional de Antropología e Historia, El Museo Universum de la UNAM, el Cenidim del INBA, Radio Educación, el Centro Multimedia del CENART, etc.

Al son… recibió más de 170 mil visitantes y la gestión para realizarla requirió casi dos años de trabajo de investigación, documentación, registro sonoro, fotográfico, etc., y fue catalogada por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes como una de las cinco mejores exhibiciones de 1997. La intención de Cristina Payán y mía, era el de poder crear las condiciones para el surgimiento de un Museo Nacional de la Música Mexicana o una serie de museos regionales, cosa que hasta el momento no se ha podido llevar a cabo. Años después, con un despacho de museografía del que fui socio, ganamos un concurso para diseñar el Museo de Tlacotalpan que nunca se ejecutó y en cuyo proyecto conceptual se buscaba que el eje temático del mismo fuera el son jarocho, pero también la arquitectura tlacotalpeña, la vida ribereña, la gastronomía, y en el que pensábamos debería de existir un taller de laudería y otro de cocina, etc., pero eso es asunto para otro artículo.


Revista # 2 en formato PDF (v.2.1):

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23 de junio de 2013… víspera de San Juan.

La Manta y La Raya # 1                                                                             febrero 2016


23 de junio de 2013. San Juan Bautista, Tuxtepec, Oaxaca, sotavento mejicano, víspera de San Juan.

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Foto: Héctor Aguilera Lira

San Juan te sirve de guía
y por eso tus jinetas
llevan flores y peinetas
que suspiran y que cantan
cuando airosas se levantan
las coplas de los poetas.

José Samuel Aguilera Vázquez

00:00 La mano de una mujer ha dado la última puntada. Varias agujas, muchos alfileres y algunos carretes de hilo yacen a lo largo de una mesa. Hace tres años se enredaban las muchachas a la hora de montar porque no alcanzaba el vuelo. Hace dos fue necesario recurrir a los velos vaporosos, a la blancura de las crinolinas, al jaspe de los tafetanes, pero como quiera se enredaban las espuelas en la gasa. Hoy no ha sido necesario. Fuyotrujano dijo que catorce cuchillas eran el número justo para tapar del anca hasta la cruz dejando libres los estribos. Ellas escogieron la tela y los colores. Edith les ajustó los trazos y cortó los pliegues. Ocho varas de olanes. Las Tuxtepecanas han encontrado la falda que le ajusta al trote de un caballo.

5:00 Los vaqueros beben café caliente. El trópico húmedo se despierta en medio de la neblina. Llueve ligero. Los corrales están listos para recibir a los primeros caballos que serán bañados, acicalados, alaciados de la crin y de la cola. Sillas, sogas, ronderillos, jáquimas, bozales, cabezadas, almartingones, cinchas, cujas, riendas, estribos, pechopretales y arciones han sido revisados desde ayer y descansan en los percheros. Los últimos gallos del alba anuncian que es domingo, víspera de San Juan.

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8:00 Van tres horas de trabajo y apenas se empiezan a ensillar los primeros coloraos. En la cocina están listos los desayunos. En la sala de la casa las mantillas, refajos, faldas, blusas, flores, y zapatos descansan sobre el respaldo de los butaques. Las guayaberas lucen blancas y los pañuelos rojos. Estandartes, lanzas y pendones amanecieron de pie con sus arabescos y listones amarillos, blancos y carmín. Las yeguas amamantan a los potrillos y el cielo comienza a levantar las nubes, como una mujer que se recoge el cabello frente al espejo. Edith y Fuyo se truenan los dedos. Hoy mismo se sabrá si el corte de las faldas encaja o no sobre la montura.

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10:00 La casa de Franciscolira es una colmena que se engalana con mujeres. En la sala esperan con nerviosismo a que se inicie el paseo. Algunas niñas están tristes porque sienten que no van a alcanzar montura. Llega la caballada y un suspiro de consuelo cruza por el aire. Algunos remolques traen caballos de Tierra Blanca, Loma Bonita, Tlacojalpan y Tuxtilla. El resto llega montado desde Agua fría, Santa Teresa, Zacate, Mataécaña, San Bartolo y muchos pueblos de los alrededores. Los que tienen recursos traen apalooshas, palominos, cuarto de milla, pura sangre, aztecas y árabes. Los que no tenemos, venimos en caballo criollo, cuarterón y despedrigrao. Sabemos que estamos en periodo electoral y que algunos políticos anunciaron su presencia. Afortunadamente campeó la cordura y sólo estuvieron los que siempre están.
–Ya arriba de un caballo todos somos iguales– dice el viejo Miguel.

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11:00 Inicia el paseo de pendones. Al frente marcha Silvino. Elegante y propio lleva el pendón principal con gallardía y, a la vez, como uno más entre sus pares. En esta ocasión la camioneta de Tránsito abre paso llevando a las doncellas de San Juan y la música del recorrido. En el primer escuadrón cabalgan las cuenqueñas elegantísimas y sobrias, con el cabello suelto y la flor sobre la sien flanqueadas por un lancero y un pendonero. Los estandartes flamean en el cielo azul con las leyendas que los distinguen: Sotavento mexicano, Cofradía de Bailadoras de San Juan. Jaraneros de Tuxtepec Oaxaca, Versadores y cantadoras, Casa de la Décima. El contingente se engalana con la presencia de la Diosa Centeotl mostrando la cepa que la distingue como jarocha. Un mar de faldas abandera el aire y los cascos suenan metálicos sobre el pavimento.

Al pasar frente a la catedral se descubren la cabeza para recibir a los demás pendones que va entregando el padre Juan. Los tres primeros pendones se suman ordenadamente al encabezamiento. Los tres restantes, se entregan a los siguientes escuadrones. El blanco de las camisas de los primeros escuadrones se agiganta con los pañuelos que llevan al cuello los jinetes. No todos quisieron o pudieron – solo Dios lo sabe – venir vestidos para la ocasión de la fiesta de San Juan, para ellos hay un espacio también en esta fiesta elegante que congrega a todos los cuenqueños.

13:00 Los jinetes han paseado los pendones por las calles de la ciudad ante las miradas de asombro de los tuxtepecanos que ven recobrada su fiesta antigua. Hoy no hubo gritos ni controversias sobre Veracruz y Oaxaca porque se escucharan los ¡Viva San Juan! a lo largo de las calles. La música también cumple su papel aglutinador: jarabes de guerrero, congas caribeñas, aires de tierra caliente, sones huastecos, guapango de tierra caliente y sones jarochos se dieron un abrazo festivo. El San Juan Bautista dio su canto hermanador junto a una Bamba entonada con música de viento. Algo nos dice que la negritud cimarrona sigue vigente en este pueblo de morenos, blancos y chocolates. Al llegar a la catedral, Silvino llama a todos los pendoneros; atrás de ellos se colocan las mujeres que llevan los estandartes y enseguida los varones que portan lanza. Uno a uno son bendecidos por el padre Juan en un gesto fraterno y comunitario que refresca la memoria colectiva. Héctoralí recibe el agua en su rostro de niño. Tiene seis años y junto a su abuela paterna ha recorrido hoy a caballo la tierra de sus bisabuelos, esos mismos que llenaron la Cuenca entera de cantos y vaquería. Dieguitorodríguez todavía no habla y también como Héctoralí paseó sus pendones a caballo en medio de los brazos de su padre.

15:00 Es hora de comer. El padre Juan bendice los alimentos y con ello se le da ese giro solemne y espiritual que tanto se ha perdido. Hay comida en abundancia por parte de la madrina y la bebida corre generosamente por parte del padrino. Botellones de refresco dan colorido a las mesas junto al agua de limón que reparten las cuenqueñas. Es que hubo personas generosas que ayudaron a la fiesta.
–No digas mi nombre– le dijeron a Doña Edith.

La mamá de Mariela da vueltas como un trompo acarreando garrafones, azúcar, y el jugo de limones que exprimieron Carina y Lety. Adentro es un frenesí de hombres y mujeres con charolas repartiendo barbacoa de res. También hay un estrado con música. El anfitrión está contento y se regala cantando una canción ranchera. Enseguida viene la primera versada y se amarra el primer contrapunteo de la tarde entre Johan López y el negro Pulido. El segundo contrapunteo se lleva entre la Diosa y su hermano Daniel Acosta, que dan una muestra de buena improvisación. Entre contrapunteos suena la música de moda dejando un contraste que gusta a muchos. Finalmente David Méndez aguanta a pie firme un ataque mortal de Caribe, en el último contrapunteo de la tarde. Un topetón de gallos levanta sorpresas y la fiesta se queda bailando corridos, pasos dobles , cumbias y charangas. Nos abrazamos prometiendo volver al año siguiente en este paseo de pendones que anuncia el nacimiento de San Juan, la fiesta criolla de todos los cuenqueños.

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20:00 Ante la insistencia de un público que vino a verlos y a oírlos Los Utrera gratifican a los presentes con dos o tres sones muy sentidos. Enseguida Tapacamino obsequia un son dedicado a San Juan. El corrido de la mulata Rosa Bobailla lleva gusto también.

De pronto se apagan los micrófonos y la gente en un enjambre de voces se dirige al lugar donde los Soneros del Papaloapan harán el Floreo de Tarima que dará inicio al Fandango. Los poetas y las madrinas orientan la fiesta con sus ramos de flores, décimas y giros bajo el signo de las justicias y el amparo del Siquisirí. No se puede pasar de un lado a otro. El quiosco está lleno de gente, lo mismo que las bancas, los arriates y los escalones. Las parejas se disputan la tarima llena de flores. Caribe y El Brujo de Catemaco se trenzan en un contrapunteo lúdico y a ras de tierra que pone a los presentes al borde del asombro. Durante la noche se darán algunos combates poéticos más y los sones de tarima sonarán hasta las doce de la noche, hora en que todos los presentes le llevan mañanitas a San Juan.Hay agua de limón en vitroleros y la comunidad está vigilante que nadie se quede sin tomar un vaso de agua y que no se tire la basura.

12:00  Desde el 2008 no se entraba al templo. De nueva cuenta los tuxtepecanos entran cantando llenos de fe y de esperanza. No es la fe ciega ni dormida, sino aquella que sabe el camino que debe recorrer. El templo sigue de pie como un milagro, como una iluminación en el corazón de los que cargarán el peso histórico de derribarlo o de conservarlo. En el interior, San Juan ocupa el sitial que le corresponde como santo patrono y a su persona se dirige el canto interrumpido a veces para decir una copla o una décima. Es un canto por construir, un legado interrumpido cuya memoria quedó extraviada. Por eso a ratos cabecea y en el corcoveo pierde la distancia. La comunidad ha practicado con anticipación sus mañanitas pero no logra todavía encajar con los que van llegando. No es La Manta, sino Las Mañanitas con manta. De todos modos San Juan agradece la ofrenda con un gesto luminoso.

De allí saldrían al atrio a seguir la velada. La madrina de las fiestas patronales y su esposo se hacen presentes con una caja de tortas deliciosas que amablemente ofrecen a nuestros visitantes para la cena del día. También han aportado las flores que ornamentan el sitial del profeta. Los feligreses contribuyen a la cena con un guiso de carne en adobo que ha preparado el negro Pulido. Benjamín Chicuéllar se mantiene sereno y amable en su labor de centinela activo. Ya no es la víspera sino la noche misma. Hemos cruzado el puente de lo divino y estamos de vuelta en lo terreno. Este mar de pasiones humanas que se nos regala como una prueba de que la fiesta santifica y enaltece. Una versada larga tiende su manto. Los versos de los poetas van y vienen por los laberintos de los oídos atentos. No es el foro, ni el escenario; son las tres de la mañana en el atrio antiguo de un templo fundado por dominicos, espacio de bodas, sepelios, trincheras y refugio frente a los excesos acuosos. El Negro Pulido pesa dos kilos menos de los que pesaba al amanecer. Ni modo pa´ que se mete de anfitrión.

24 de junio de 2013. lunes.
14:00 Esta ciudad que nos toca es un ramillete de flores, un arroyo de muchas aguas, un manantial inagotable que mana desde el pasado para volverse presente renovado. Una juventud que busca su propio camino.

14:30 La calenda corre por las calles con su traje de fiesta. Cruces de caminos en que San Juan es paseado en andas por los cuenqueños. Ramos de flores hermosas para El Bautista. Un sol que abrasa y que abraza, pero que no mengua la fe de los tuxtepecanos para el señor del agua.

17:00 Todo es nerviosismo y prisa. Laurencio cose la banda que convertirá en moño al bailar La Bamba frente al patrono. Las niñas se pisan entre ellas con la prisa. Las madres se desesperan, las madrinas no encuentran los ramos de flores y algunas sienten temor de que se les olviden los versos a la hora de la hora. Hoy es el día de las salutaciones. La procesión está retrasada y ha salido del atrio con el patrono en andas. Seis varones ataviados a la usanza criolla lo elevan por el aire tuxtepecano y lo llevan paso a paso de paseo. Las autoridades eclesiásticas encabezan la solemne marcha, seguidos de los feligreses que gritan vivas a San Juan. Los pañuelos rojos le dan una vivacidad a la marcha y recuerdan el martirio de Juan, aun cuando lo que hoy celebramos no es su muerte sino su nacimiento. Es lunes, día de San Juan Bautista, Santo patrono de Tuxtepec Oaxaca. Luna llena y cielo nuboso.

18:30 Llega al atrio el señor Obispo acompañado de sus párrocos, encabezado por San Juan y seguido por una feligresía deseosa de sentarse. Algunas sillas están ya ocupadas. A la entrada de un pasillo amplio reposa la tarima ornada con gladiolas blanca y rojas. Cuando los prelados toman asiento varios jóvenes levan en andas la tarima donde, en una silla posa la segunda doncella, justo atrás de la primera. Ya en el aire las doncellas, el grupo avanza un poco con la doncella principal de pie y seguidos de los músicos tradicionales de la Cuenca del Papaloapan entonando El Pájaro Cú. Los presentes desgarran un alarido de júbilo coronado por aplausos que llenan el recinto. Ahora la descienden y al son de Justicias es ataviada ceremonialmente por la Cofradía de Bailadoras de San Juan.

Eres flor que lleva ya la corona arrebolada.
Mi humilde mano te da esta falda enrejillada.

18:40 Ahora desciende la doncella al piso y acompañada de las doncellas de los años pretéritos, zapatea El Siquisirí:
– Nos tocaba bailar con ella– dice una mujer en señal de protesta.
– Debe bailar con toda la cofradía– dicen otras.

Y es que la costumbre marca que debe la doncella bailar con todas las bailadoras mayores porque ello significa que a la recién llegada se le acepta como parte de la comunidad. Toro pasado. Enseguida los músicos, ya en el micrófono, entonan el San Juan Bautista. Son “Los Alebrijes” que con buena voz van desgranando la letra:

Le ruego al señor San Juan de nuestra ciudad patrono,
vea las siembras cómo están de aquí hasta Playa de mono.
Las cosechas no se dan por falta de agua y abono.

El canto sigue su marcha en medio del sopor vespertino. Un pájaro se posa en la torre y mira rumbo al río. El señor Obispo, por instantes, se nota emocionado, mientras dos párrocos llevan el compás de la música efusiva, pero discretamente con los pies. Al frente a la derecha de las filas de feligreses se ve un pequeño grupo de mujeres tuxtepecanas en huipil. El encarnado atuendo, bello por sí mismo, parece ligeramente fuera de lugar en medio de los blancos y rojos, propios de la celebración sanjuanera.

Toca el turno ahora a tres cantores a lo divino que en décima espinela dan salutaciones al patrono, cada cual a su estilo y personalidad: Jorgegabriel, Luisantonio y Marcoslindo. Nury, parece una rosa blanca y carmín. Es como si Angelita hubiese venido a la celebración para vivir la fiesta a través de sus ojos.
Es ahora La Bamba la que suena en el tablado, éste que al finalizar desgaja una ovación tremenda cuando la pareja muestra a los presentes que sí pudieron hacer el nudo con los pies para colocarlo ahora a las planta de San Juan, como se venía estilando antes de que nos levantara el sombrero la inundación del 44.

– La Bamba no es veracruzana ni oaxaqueña sino negra, india y blanca, pero no por separado sino todo junto.– expresa don Julián, un viejo poblador del Barrio Abajo.
La Bamba, esta pieza musical que se bailó en estas tierras multirraciales desde el siglo XIX y se sigue bailando sin temor alguno hasta la fecha.

Deja que te cante con mi voz de niña
una serenata de caña y de abriles
para la bandera que va en los huipiles
donde se retrata la flor de la piña.
Deja que del rio, fraterna te ciña
con el trino viejo de arpa y de jarana
una serenatas para tu ventana
con andar moreno de inquietos anhelos
la bamba querida de los bisabuelos
¡tan india, tan negra, tan tuxtepecana!

Con el último tañido de las cuerdas concluyen las salutaciones. Los participantes esperan la bendición de costumbre, el consuelo a su andar de peregrinos anuales, como se ha hecho en los dos años anteriores. No hay palabras para ellos este año, solo el silencio de los prelados que reina sobre el atrio. Desde abajo, observamos atentos y respiramos el bochorno de la noche pidiéndole a San Juan que nos descifre los signos. Un pájaro canta. Sabemos entonces que es momento de guardar silencio.

19:00 Antes, durante y después de las salutaciones alguien introdujo y repartió folletos que dicen “Origen de las fiestas de San Juan Bautista en Tuxtepec , Oaxaca”. Todo parece de buen gusto, pues se trata de una entrevista de Felipe Matías – apasionado amante de esta tradición festiva – sin embargo, pronto aparece el Caballo de Troya pues adentro del folleto un candidato piragüeño oportunista, ha permeado su propaganda electoral. En color turquesa aparecen sus diez puntos de gobierno en los que, por cierto, se nota la ausencia del desarrollo cultural y espiritual del pueblo cuyos destinos quiere domeñar.

– Triste manera de enlodar la imagen de Lipe que nunca se enredó en política– dice una señora entrada en años.
– ¿Quién sería…?– pregunta Toño.
– ¡Sepa la bola!– comenta una maestra.
– ¡Yo sí sé quién es!– expresa un niño de siete años. Todos callamos para escuchar las campanuelas que anuncian la misa de rigor.

20:00 Como pocas veces, el fandango está de reventar. Y es que no se trata de un fandango de viejitos, ni de adultos, sino de un fandango juvenil e infantil. Docenas de niños van de un lado a otro, rebullen , se giran y se entusiasman.

Antes de abrir el fandango se presenta Flor de nardo, enseguida, Los enanos, después Los niños de Los Tuxtlas y finalmente Los alebrijes. Ahora pasan al Floreo de tarima e invitan a los improvisadores. Las pequeñas madrinas zapatean y de allí en adelante, un remolino de cantes arrastra al corrental de pasos y tañeres. Durante seis horas febriles y fabriles, los niños y jovencitos de ambos sexos aprenden a conocerse por el timbre de la voz, por el sesgo del verso, por el golpe del talón o por el giro de la falda. La doncellita brilla como una estrella en medio de ese tramadal festivo. Los adultos apoyan en lo que pueden: Fuyo trae la jamaica, Carina y Edith organizan la mesa. El Papá de la doncellita, el papá de Kevin, el esposo de Magda, El papá de Vale, el papá de Diego, se cooperan para la cena. La mamá de Mariela, otros padres de familia y muchos jóvenes ayudan con jarras, vasos, platos, mesas y sillas para cenar en grupo. Corren los tacos de mano en mano y la jarana descansa por un rato. Rocío, Miguel y muchos otros ayudan para la gasolina de los que nos visitan. Chepe manda azúcar y agua; Una mujer presta sillas y mesas; Silvino pone los platos. Don Ray presta su tarima. Una mujer obsequia los ramos de flores; otra más sostiene el pendón de San Juan frente al fandango y entre todos recogemos la basura. Ya casi a gatas bailamos el son de La Iguana y, finalmente, de alegría, todos cantamos.

–A estos chamacos hay que correrlos, porque si no amanecen– dice una mujer.
–Correrlos pero volverlos a invitar– le dice otra.

2:00 El padre Juan se asoma a despedirnos. Una mujer hermosa se le cruza por los ojos. Son las dos de la mañana, mi hijo está impro-visando versos. Somos corazón que late bajo de esta luna llena. 24 de junio, noche de San Juan.

EPÍLOGO
La ritualidad de las salutaciones, el paseo de pendones y los fandan-gos con floreo de tarima se abren camino poco a poco. El obispado de Tuxtepec, voluntariamente o no, favorece esta expresión, brindando los espacios rituales o, mejor dicho, reconociendo una cultura viva que reivindica tales espacios como herencia de sus ancestros. En este 2013 la gestión eclesiástica y la acción comunitaria favorecieron, una vez más, la presencia de los fandangos. La participación gubernamen-tal fue, inicialmente entusiasta y seria, pero como siempre, al final de los vaivenes políticos se volvió marginal y hasta apática. Salvo raras excepciones, los medios de comunicación se mantuvieron indiferentes a la fiesta.

Asociaciones culturales como El flamenco , La Cuenca Vive, Casa de la décima cimarrona y La tallera colectiva aportaron sin protagonismo alguno, su granito de arena. La sociedad civil y los padres de familia también se mostraron muy colaborativos. Esta ocasión, la madrina de las fiestas patronales nombrada por la iglesia, se mantuvo reacia a la participación laica y todo parece indicar que se endurecerá esta línea para el próximo año. Sería muy sano para todos que se consense el nombramiento de un padrinazgo o de una teneduría civil más amplia que trabaje coordinadamente.

Indudablemente que la columna vertebral de la fiesta patronal de San Juan Bautista seguirá siendo el paseo de pendones y las salutaciones. Pero también es cierto que en torno a ello se van integrando otras expresiones culturales que, por un lado, reconstruyen y actualizan el patrimonio cultural festivo propio de los cuenqueños (mojigangas, paloencebao, cocina, indumentaria, literatura oral etc.) y, por la otra, incorporan nuevos elementos como los Encuentros de poetas, narradores, cantante y danzantes.

Parece que la fiesta de San Juan va permitiendo poco a poco reconstruir y potencializar el entramado cultural de esta tierra tuxtepecana tan fértil y pródiga en imaginarios individuales y colectivos.

A

Foto: Héctor Aguilera Lira


Revista # 1 en formato PDF (v.1.1.5):

mantarraya 2

Recuerdos de don Neftalí Rodríguez Hernández

La Manta y La Raya # 0                                                                                       octubre 2015


José Cobos Rodríguez

Fragmentos de una entrevista realizada en diciembre de 1997 en   Carlos A. Carrillo, Cosamaloapan, Ver. por Francisco García Ranz.

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Foto: Francisco García Ranz

Artículo en formato PDF:

 

Don José Cobos Rodríguez nació en el rancho El Huaracán, Mpio de Villa Azueta, el 26 de noviembre de 1932. Campesino de toda la vida. Su padre, Rubén Cobos Castro también campesino, tocaba la guitarra de son (por cuarta bandola).

Recuerda don José de su padre, –tocaba suavemente, muy lento… muy bajo de a tiro. No salía a fandangos sin embargo tocaba en las fiestas de la señora Santana,… ahí iban cargando la tarima, hasta los músicos cargaban… tocaban ahí música muy pausada. También salía a tocar Las Pascuas, Naranjas y Limas.

Don José empezó a agarrar primero la jarana y después la guitarra a la edad de 35 años. Nadie le enseñó a tocar propiamente, pero aprendió a la sombra de don Talí, su tío, hermano de su madre Abigail Rodríguez Hernández. Don Talí, como lo describe don José, era una persona de mucho respeto, –un hombre tan regido. No le gustaba que uno saliera a echarse una copa; lo traía a uno cortito. Decía don Talí –una copa solo, para que el cuerpo agarre ánimo.

Cuenta don José, –don Talí me quiso mucho, me daba muchos consejos; un hombre honesto, bueno, parcial. En una ocasión, cuando don José estaba intentando aprender la guitarra de canción, don Talí le dijo:

– Oye, eso por favor lo vas a ir abandonando.
– ¿Por qué tío?
– Porque vas a ser candil de la calle.
– Pero… ¿por qué tío?
– Porque con una lira vas a tener amigos que te van a venir a buscar, te vas a ir, vas a amanecer, vas a anochecer y voy a tener muchos problemas. Porque sí vas a aprender, … ya te ví que vas a aprender. Dedícate a la guitarra (de son), eso es
lo que tienes que hacer… para que salgas conmigo a tocar.

Don Talí tenía dos guitarras y tres jaranas, –con él nos íbamos a tocar Benjamín -hermano de don José-, Mario Rodríguez, el único de los muchos hijos que tuvo don Talí que sí aprendió a tocar, y yo. Acostumbrábamos a tocar de vez en cuando en las noches después de cenar, entre 8 y 11 de la noche. Don Talí vivía en La Pita enfrente de Pueblo Nuevo y separados por el río Tesechoacán. El conjunto que formabamos se llamaba Flor de caña de Las Pitas. No cantábamos. Eso fue toda la vida y nos decían: ¿por qué no se buscan un cantador?
– Íbamos a tocar a ranchos cercanos: Manzanilla, La Laguna, Juan García, La Herradura… algunas veces llegabamos hasta Tesechoacán. A los huapangos don Talí iba con guitarra y nosotros tres con las jaranas de don Talí. Había que tocarle recio y … abreviarle. Decía don Talí –quiero que me arrastren. Le gustaba que lo arrastraran. Pero qué lo iba uno a arrastrar!

–Sólo íbamos con una guitarra pues don Talí decía: con mi guitarra tengo para dar y prestar. Siempre se nos respetó en los fandangos y lugares donde ibamos a tocar, nunca nos dijeron una mala palabra.

–Don Talí también tocaba con un tal Coco Fernández que tocaba la jarana (¿de Tenejapa?). Tenía muchos amigos, muchos compadres. Salía a tocar a Pueblo Nuevo a Las Fiestas de Mayo, a Carrillo, a Cosamaloapan, a Isla, ahí al Pretil donde tenía un compadre; iba a tocar a su cumpleaños, demoraba dos o tres días.

Recuerda don José la ocasión en que José Adauto Gutiérrez le pidió a don Talí que le tocara tres sones en la cantina grande de Tlacotalpan, ahí a la barra.

–Empezamos tocando El siquisirí; Mario, don Talí y yo. Nos ofrecieron de tomar desde un principio, pero don Talí no quiso aceptar. Se apilaron ahí varios amigos de José Adauto y después del primer son llegó un señor que le metió 50 pesos a la bolsa de don Talí!… Y don Talí sorprendido le respondió de inmediato:
– ¡Uta, no! Yo no le cobro a nadie! –Y le devuelve el billete– .
– Bueno entonces ¿qué se toma don Talí? –le dijo aquel señor–,
– Bueno, –dijo don Talí–, nomás vamos a tomarnos una.
Y una copa sólo se tomó.

Don José también recuerda cuando fueron premiados en el Concurso de Jaraneros de Tlacotalpan de 1980: –Había muy buenos grupos, pero fue por nuestro modo de tocar muy acoplado… en una altura… (don José se queda en silencio buscando adjetivos apropiados), demasiado… recio… en fin, muy bien requinteado por lo que nos dieron el 2º lugar.

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Foto: Arturo Talavera

 

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