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Recomendaciones y Breves Reseñas

Disco Sones Jarochos. Caña dulce y caña brava.

La Manta y La Raya # 2                                                                             junio 2016


 Sones Jarochos. Caña Dulce y Caña Brava.

Alvaro Alcántara López

Disco cañas ch

No parece fácil que tras escuchar, una y otra vez, sones jarochos en los fandangos, en las tocaditas, en las tertulias, en los discos, en los insufribles encuentros de jaraneros o hasta en las estaciones del metro, un cidí llegue y te sorprenda, te testeree los sentidos, te conmueva… te alegre. Esa maravillosa sensación de estar escuchando un sonido clásico, unas voces puestas en su preciso lugar y momento, unas frases musicales expresadas con mucha naturalidad y a un ritmo sorprendentemente agradable, vuelven gozoso el acto de escuchar un conjunto de sonoridades que creíamos conocer con suficiencia. Esto fue lo que sucedió una mañana de abril mientras escuchaba las primeras piezas del disco “Sones Jarochos”, del Grupo Caña Dulce y Caña Brava, una agrupación que apareció inicialmente con el distintivo de ser un grupo de mujeres soneras, compuesto en esta ocasión fonográfica por Adriana Cao, Raquel Palacios, Violeta Romero, Alejandro Loredo y Valeria Rojas.

Quiero decir, no es que al escuchar este disco se me hayan revelado misterios desconocidos o arcanos indescifrables de la música jarocha. Se trata más bien de todo lo contrario: quiero decir de reencontrarse con el placer de las primeras veces, con la emoción de experimentar en lo ya conocido el gusto de las primeras veces. La selección musical de la primera mitad del disco coquetea, según mis sentidos, con lo natural sencillez del latir de un corazón apasionado. En El Siquisirí, nada falta, nada sobra y todo encuentra su neuma. Las voces y frases de Adriana Cao, Raquel Palacios, Violeta Romero y Valeria Rojas suenan en este son tan naturales como contundentes, acariciando en cada verso a la vida y sus verdades. El contrapunto que a la voz humana ofrecen el arpa y guitarra de son resultan atinadas, chispeantes, esclarecedoras de un coloquio antiguo, muy antiguo sostenido entre la palabra y la música desde quién sabe hace cuantos siglos. De los artilugios y encantos de Adriana Cao como arpista ya teníamos noticia, pero Alejandro Loredo se presenta aquí como un músico que tiene mucho que decir dentro del lenguaje de las cuerdas.

La Petenera, segunda pieza del disco confirma la caricia sensorial lanzada en la pieza anterior y conduce a la memoria por los rincones más entrañables que conectan con otros músicos, otras grabaciones, otras orquestas de cuerdas, otras agrupaciones que han logrado alcanzar lo sublime en la sencillez de lo musical. Disfruto y sonrío mientras se sucede El Gallo, La Caña y El Buscapiés. Detengo el disco allí, me pregunto si acaso puede el disco seguir sonando tan natural, tan bien producido, tan poéticamente elegidos sus versos, tan estremecedoramente interpretados por estas mujeres de voz en/cantadora.

Aparecen entonces otros sones y arreglos en el intermedio del disco que me hacen volver la atención al tráfico, al estruendo de los autos, a ese corre corre citadino, de los que por momentos me había olvidado y extraído. Vuelven otras piezas a provocarme caras sonrientes, unas más y otras menos, convencido incluso que el disco ha debido terminar con El Zapateado, si antes hubiera estado precedido por un Cascabel intenso y vibrante, pero el son de La Manta, al final de la grabación, me saca de esa conjetura dejando sólo en la imaginación ese otro final posible.

Concluye el disco, sonrío, me siento alegre, contento de reencontrarme en un disco con un sonido “clásico”. Se ve que hay estudio, se nota que hay calidad musical, arreglos, memoria de otras grabaciones, intensidad, excelentes voces y mucho sentimiento. Gracias a Adriana Cao y cómplices que la acompañan por compartirnos este disco que vuelve gozoso lo ya conocido. Pero también les agradezco por reconciliarme con mi añeja idea del TOP TEN de las grabaciones de son jarocho.

Y así, evocando algunas versiones memorables de Andrés y Pedro Alfonso (Las Pascuas), de los hermnanos González y el grupo Tacoteno (Siquisirí con fuga de Pascuas), de Tereso Vega y Monoblanco (El Gallo), de Rutilo Parroquín grabado por Hellmer (El Zapateado), de Andrés Vega y Monoblanco (El Camotal), de Patricio Hidalgo, Andrés Flores y Chuchumbé (Las Poblanas), del Alma Jarocha de El Blanco de Nopalapan (María Chuchena), de Arcadio Hidalgo (El Zapateado), de Salvador Tome y Dionisi Vichy grabados por Alec Dempster (El Zapateado) o El Fandanguito de Antonio García de León, me pregunto si incluir en mi lista personal de los clásicos del son jarocho El Siquisirí o La Petenera que acaban de grabar las Caña Dulce Caña Brava en su disco Sones Jarochos.

No debo pensarlo mucho. La respuesta es afirmativa, seguro alguna de las dos piezas se queda en mi lista. Y desde esta convicción saludo y felicito a tod@s y cada una de las personas que participaron en esta aventura musical. Especialmente a Adriana con quien me une una amistad de muchos años en el mundo del son jarocho.

Cañas dulces y Cañas bravas (incluidos aquí a los excelentes músicos que también grabaron), gracias por tejer el camino.

Alvaro Alcántara López Abril, 2015


Revista # 2 en formato PDF (v.2.1):

mantarraya

Octavio Vega, arpista jarocho

La Manta y La Raya # 1                                                                             febrero 2016


Laguna Prieta Vol. 3 / Octavio Vega, Arpista Jarocho

Los Vega, Audioflot, 2015

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En cierta ocasión, en un evento público alguien dijo que “un músico tan reconocido en el mundo jarocho actual como Octavio Vega Hernández no necesita presentación”. Nada más falso. Lo difícil sin embargo es hacer una presentación breve de este notable músico e interprete jarocho. Con una carrera artística de más de 30 años como miembro del grupo Mono Blanco, Octavio Vega se distingue no nada más como arpista –o arpero, como también dirían en los ranchos– sino también como excelente guitarrero, comúnmente toca el pun-teador, y jaranero desde que tiene uso de razón.

Octavio Vega nació en Boca de San Miguel de familia de grandes músicos campesinos, aunque no arpistas, de las tierras bajas de Santiago Tuxtla y región de Tlacotalpan, al sur del Papaloapan, Veracruz. Tres personas son importantes en la historia de Octavio Vega el arpista, quien a la edad de 14 años, sino no es que antes, conoce en sus primeros viajes a la ciudad de México el arpa jarocha chica del impresor y cofundador del grupo Mono Blanco, Juan Pascoe. El maestro Pascoe lo encauza y apoya para que aprenda a tocar el instrumento, y le brinda sus primeras instrucciones de arpa. Después, la conocida arpista Adriana Cao Romero también lo apoya y le facilita una arpa jarocha por varios años y le da sus primeras clases formales en la ciudad de México. El joven Octavio Vega no necesitó más clases, al poco tiempo se convierte en autodidacta, teniendo siempre como referencia el estilo único y particular del gran arpista tlacotalpeño Andrés Alfonso Vergara (1922-2010), su maestro a distancia. Y así podríamos empezar la interesante y larga historia de Octavio Vega.

En esta producción sonora Octavio Vega nos entrega una muestra de 9 sones jarochos interpretados de una manera más íntima, en versión instrumental y sin acompañamiento. Una forma interesante y poco practicada, casi inédita de presentarse, intérprete e instrumento.

El arpa jarocha chica o antigua, es un instrumento que cayó en desuso en la década de los años 50 del siglo XX, para ser sustituida por el arpa jarocha actual de 5 octavas, más grande y ampliamente conoci-da. Octavio Vega ha retomado esta arpa del pasado, aprovechando y explotando sus bondades y posibilidades, para mostrar su talento, creatividad y sensibilidad musical junto a su sabiduría sonera. Un nuevo interés ha surgido por esta arpa chica entre las nuevas gene-raciones de arpistas; sin duda el trabajo y ejemplo de Octavio ha contribuido al resurgimiento actual del instrumento.

En los sones que conforman esta magnifica colección, no solamente destaca el gran talento y dominio que Octavio tiene del arpa, sino que escuchamos una auténtica re-interpretación de cada uno de ellos –dejando atrás esquemas y fórmulas musicales clásicas–, y en los que Octavio el sonero, plantea y articula un nuevo lenguaje, con nuevos acentos, elementos y sintaxis musicales, mucho más cercano a la esencia de los sones de tarima, y a la lógica del fandango tradicional, que a las formas típicas folclóricas. En todas las interpretaciones de esta colección de grabaciones escuchamos frases y patrones musica-les frescos y originales, hilvanados de manera fluida y natural. Descu-brimos en Octavio Vega Hernández, no solamente un interprete virtuoso en cuanto al dominio que tiene del arpa, sino a un músico creativo e imaginativo, con la capacidad de proponer con soltura y libertad: otros fraseos, otras posibilidades melódicas, rítmicas, armónicas,… y así llegar a sugerir, pero sobretodo hacernos imaginar la posibilidad de infinitas variaciones musicales.

F. García Ranz, Tepoztlán, Mor.


Revista # 1 en formato PDF (v.1.1.5):

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Dijera mi boca de Alvaro Alcántara

La Manta y La Raya # 1                                                                             febrero 2016


Óscar Hernández Beltrán

Texto leído el 14 de agosto de 2015 en la Sala de Usos  Múltiples del Instituto Veracruzano de la Cultura, en  Veracruz, Ver., en el marco del XX Festival Afrocaribeño.

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Buenas tardes: debo iniciar agrade-ciendo al comité organizador del XX Festival Afrocaribeño el haberme invitado a estar con ustedes. Quienes hemos tenido la oportunidad de seguir su produ-cción escrita, sabemos que hay varios Alvaros Alcántara. Uno de ellos es el historiador y pensador riguroso, de sólida formación académica y prosa disciplinada que, como tal, suele ofrecer a los lectores los arduos resultados de sus venturosas inmersiones en textos teóricos y archivos mexicanos y extranjeros, con los que arroja luz sobre aspectos muy precisos del pensamiento y de los aconteceres sucedidos muy antes en nuestras regiones; otro es el Alvaro cronista, observador curioso y notario acucioso de la vida y los hechos de nuestros pueblos, de los que ofrece una mirada risueña y solidaria; otro más sería el ensayista libre y desenfadado, que externa sus opiniones con la absoluta confianza de quien se ha ganado el derecho a echar por adelante sus convicciones, por la simple y sencilla razón de que, en su momento, ha sabido prestar atención respetuosa a los argumentos de los demás. Otro, finalmente, es el Alvaro guapachoso, fiestero, que sabe vivir y convivir con todos, que dedica toda su pasión al canto, al baile y a la charla grata, en minutos festivos que pueden convertirse en horas, o en días completos, si las circunstancias y el avituallamiento disponible lo posibilitan.

Dijera mi boca, el libro que hoy nos reúne, contiene, curiosamente, a todos estos Alvaros, de tal suerte que su lectura semeja un recorrido por la montaña rusa, que nos eleva primero a los laberintos de la con-frontación teórica entre la tradición y la modernidad, con la sutileza que caracteriza a los dialécticos, ya que sostiene que el “antes y el ahora” pueden coexistir sin problemas. Lo interesante de esta posición es que se toma la libertad de afirmar, sin ambages, que no es la modernidad la que incorpora a la tradición, sino que es ésta la que se apropia de aquella, para descrédito de los posmodernistas y estupefacción de los apolo-gistas de la cibernética. Una consecuencia de este proceso no es entonces que los tradicionalistas se modernicen, sino que los modernos vuelvan la mirada hacia lo tradicional, tesis que, me parece, puede comprobarse cada vez que un estudiante de sociología pasa con su jarana al hombro o una diseñadora de interiores se esfuerza en aprender el zapateado.

Luego de una batería de ensayos teóricos sobre el tema de la tradi-ción que se leen muy bien, la montaña rusa de Alvaro Álcántara nos lleva por los meandros de la historia del Sotavento, con la mano firme del historiador acucioso, que habla del color de la burra porque tiene los pelos en la mano. Con diáfana claridad, nos demuestra que

la ganadería sotaventina, con sus ires y venires, con su intenso intercambio de objetos, versos y tonadas, fue el gran propiciador del son jarocho y ha sido, además, el vehículo que hasta la fecha lo sostiene. El son es, simplemente, la forma en la que se divierten los jarochos. El ritual cotidiano que los reúne, los integra en familias y les otorga la dignidad y la alegría a la que todo mundo tiene derecho, lo mismo si vive en la gran urbe, que si habita en una comunidad dispersa y aislada.

En este punto la montaña rusa recala en Tlacotalpan. Todos sabemos que la vida en la Perla del Papaloapan transcurre sin sobresaltos. Cuesta trabajo imaginar, por ello, la intensidad con la que allí se discutió, y se discuten todavía, la vida y la muerte del movimiento jaranero. Como todos los mitos, el del movimiento jaranero no tiene un lugar de origen preciso, ni unos padres plenamente aceptados; lo que es seguro es que apeló a las convicciones de muchas mentes progresistas, despertó adhesiones entusiastas y, hasta la fecha, es motivo de intensos debates. Dijera mi boca podría considerarse, en este contexto, el testimonio de uno de sus actores más lúcidos y entusiastas, quien hace primero una crónica de los días aquellos en que la Fiesta de La Candelaria se presentaba ante los iniciados como un hechizo y refiere después una sincera preocupación ante la degra-dación sufrida por el Encuentro de Jaraneros. No se trata de un lamento por el son jarocho que actualmente se toca en Plaza Doña Marta, sino, más bien, por el son que allí mismo ha dejado de tocarse y que, de unos años a la fecha, se ha refugiado en los fandangos de barrio lo que, bien mirado, digo yo, podría considerarse como otro triunfo de la tradición sobre la modernidad.

En este tramo, Alvaro recorre diversos puntos de la geografía sota-ventina para rendir homenaje, lo mismo a grandes personajes del son jarocho, como Zenén Zeferino o Esteban Utrera, que a la gente anónima de las comunidades, que asiste a los fandangos, no porque quiera ser parte de la tradición sino, simple y sencillamente, porque quiere divertirse. Debe destacarse, de lo referido por Alvaro en estas semblanzas, la apertura de la gente jarocha ante los visitantes y curiosos, a los que albergan con generosidad y alegría, mostrando con sencillez que la tolerancia no es una prenda rara, sino que los raros somos quienes ante ella nos sorprendemos.

El último tramo del libro es un catálogo de los sentimientos solidarios de Alvaro Alcántara, quien siempre está dispuesto a brindar apoyo a la difusión de un disco o la publicación de un libro, con textos no exentos de algunos toques de crítica. La suma de estos escritos lo erige, sin duda, en uno de los difusores más reconocidos de los mejores productos del movimiento jaranero; en uno de sus lectores y auditores más reclamados por los actores culturales jarochos. Estoy seguro de que los músicos y los escritores de Sotavento le piden a Alvaro que escriba las notas que acompañan a sus discos o prologan sus libros, no porque esperen un halago desmedido, sino porque confían en que sabrá ayudarlos a encontrar el lugar que su obra ocupa en el devenir de la cultura jaranera.

Estoy convencido de la buena ventura de Dijera mi boca. Estoy segu-ro que circulará de mano en mano entre los ciudadanos de la Repú-blica Jarocha, no porque sea un libro complaciente con el son y sus personeros, sino porque muchos de sus lectores encontrarán en él los efluvios líricos que su sensibilidad andaba acechando, los datos exactos que su investigación demanda o los relatos que empaten con sus añoranzas. Tantas veces Pedro, escribió Alfredo Bryce Echenique; tantas veces Alvaro podemos decir ahora ante Dijera mi boca, un compendio de lo jarocho que se puede empezar a leer desde cual-quiera de sus partes y es posible recorrer morosamente, porque semeja una charla en el bar “Los Amigos”, una travesía en lancha y, por qué no, un paseo por la montaña rusa.


Revista # 1 en formato PDF (v.1.1.5):

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Laguna Prieta Vol. 2

La Manta y La Raya # 0                                                                                  octubre 2015


 

Felix Machucho  –  Cantador

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Félix Machucho, cantador de Tres Zapotes,  presentó su disco “Laguna Prieta vol. 2” en el Museo Nacional de Culturas Populares en el mes de septiembre pasado ante una comunidad que llenó el patio del lugar. El disco está producido por Los Vega y Audioflot.

Félix Machucho Salazar nació en 1947 en el poblado de Tres Zapotes, municipio de Santiago Tuxtla, Veracruz, donde aprendió la versada de su padre y abuelos, que eran bailadores, cantadores y músicos de son jarocho. Félix es cantador tradicional y se ha desarrollado al pie de la tarima.  (Nota de Orlando Canseco)

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Dijera mi boca

La Manta y La Raya # 0                                                                             octubre 2015


 

Alvaro Alcántara López                                                                                                       Dijera mi boca

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Estos relatos surgieron inicialmente para ser escuchados e imaginados, antes que leídos. Son el resultado de poco más de veinte años de rumiar y gozar la vida en el alucinante mundo del son jarocho. A fines de la década de los años ochenta tuve la oportunidad de conocer los fandangos de tarima y desde entonces éste ha sido un espacio central de mi existencia y quehacer profesional. Cantadores, guitarreros, bailadoras y bailadores, jaraneros, campesinos, curanderos, soflamistas, tejedoras o ensalmadores de la palabra aparecieron de pronto frente a mis ojos mostrándome un mundo in/imaginado, un universo de otro tiempo y condición.

Estas textualidades son mi aporte a ese ejercicio, pero también una forma de agradecer a las personas que desde el mundo jarocho me han enseñado a valorar y disfrutar lo que importa de la vida.

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