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El encuentro con La Virgen

La Manta y La Raya # 0                                                                                             octubre 2015


 Joel Cruz Castellanos

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Hace poco más de cuatro años, don Felipe Lara, bailador de Santiago Tuxtla, me invitó por vez primera a acompañarlo a buscar a La Virgen de los Remedios; la iba a velar en su casa y la quería traer con música. Rápidamente distinguí que era una buena oportunidad para participar de esta tradición que estaba fuertemente ligada a la música de jarana y de la que ya había escuchado en los relatos que alguna vez nos compartieran don José Palma y don Juan Zapata en aquellas tantas tardes que pasamos juntos en el parque de Santiago, hace más de diez y nueve años. Así que invité a algunos amigos a que fuéramos sin saber muy bien a qué nos estábamos asomando: y fuimos. Ya después me contó don Felipe Lara que a La Virgen le gustaba la música y que si no había música ella cambiaba de expresión su rostro y su piel se ponía colorada. Cuando yo escuchaba eso me daba cuentade la importancia que tenía entonces nuestra labor como músicos. Les compartí a mis compañeros y todos nos entusiasmamos mucho. Varios llegamos a la cita.

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Eran las siete de la mañana de un día de abril del 2006, en esa época el sol es muy gentil y sale tan sutilmente que lo puedes mirar directamente. Nos trepamos a una camioneta con gente que acompañaba a la familia de don Felipe, nosotros los chamacos íbamos todos emocionados y un poco sin saber lo que nos esperaba, en el camino nos repartieron tortas y refrescos. Llegamos a San Andrés como a las ocho de la mañana, entramos por el rumbo de la vieja estación de ferrocarriles, nos bajamos de la camioneta de
redilas y caminamos hasta una capilla con don Felipe y su familia, tocamos unos sones para afinarnos y después de esperar un buen rato, La Virgen llegó, venía de otro velorio celebrado en Hueyapan, la traían en la batea de una camioneta pequeña y unas cantadoras venían entonando plegarias: Venimos Reina hermosa, al pie de tus altares, con flores y cantares. No había jaraneros y cuando llegaron una mujer morena tomó el nicho de la Virgen y lo bajó ella sola, caminó con el nicho en la espalda hasta que la colocó en su capilla.

Ese fue el primer contacto que tuve con La Virgen de los Remedios. Cuando estuvo en su altar, la gente que la traía de Hueyapan le cantó otras alabanzas, entre ellas una tonada de despedida y al terminar de cantar, con lágrimas en los ojos, salieron todos juntos. Luego entró la gente de Santiago rodeando de poco en poco a la Virgen. Le rezaron y prendieron veladoras. Todo el mundo ahí se persignaba ante ella, le lloraban, le rezaban. Acto seguido un señor que le decimos El Brujo, tomó el nicho y se lo echó a la espalda, la sacó de la capilla y comenzamos a caminar, adelante de la procesión iba el señor de los cohetes, anunciando el tránsito de la procesión, luego La Virgen y las y los cargadores, le seguían las señoras que cantan plegarias y atrás, nosotros los músicos. Sólo se toca y no se canta, y aunque nosotros no sabíamos nada de cómo se acarreaba a La Virgen, de alguna manera existen códigos que se sobreentienden, así que, sin saberlo, al parecer lo hicimos bien. Llegamos caminando hasta la salida de San Andrés, ahí nos esperaban dos vehículos: uno para La Virgen y otro para la gente que acompañaba a la familia. La subieron en una camioneta y a los músicos nos pidieron que nos subiéramos con ella y que le tocáramos todo el camino para que no fuera triste. El aire se llevaba el sonido, era muy difícil mantener el son, todos nos mirábamos para seguir tocando. Mientras miraba las comunidades que están en la carretera me imaginaba cómo la música, finalmente, trazaba un camino y sin duda dejaba un rastro, una huella a seguir. El sol estaba muy fuerte, era el medio día y había muchas nubes en el cielo, el paisaje era cálido, los palos de nanche estaban en flor y uno que otro roble amarillo rompía con el verdor casi continuo…

Llegamos a Santiago y nos bajamos en la mera entrada, poco antes de donde está la cruz, al sonido de los arranques comenzamos el trayecto hacia la casa de don Felipe, caminamos un tramo de la carretera: la gente que pasaba en sus autos se persignaba y miraba con gusto la procesión; algunos alcanzaban a preguntar: ¿en dónde la van a velar? y a gritos alguien de la bola contestaba: ¡En ca’ Felipe Lara, allá por la diez y seis. Allá no’vemos! Entramos al pueblo por el barrio de Buena Vista, que está en la parte más alta, son calles muy angostas y empinadas, las casas son pequeñas, aún se conservan muchas casas de madera. La gente por esos barrios tiene unos jardines muy bonitos, con rosas de castilla, matas de albahaca y de chile chilpaya, al fondo se ve todo el centro del pueblo. Todos salieron a las calles a mirar a La Virgen y cuando tenían oportunidad tocaban el nicho haciendo una cruz y luego se persignaban, se notaba mucha alegría, decían que hacía mucho que ella venía triste porque ya no había músicos que la acompañaran pero aquella vez éramos como diez. Seguimos atravesando el barrio de la sexta para después encaminarnos hacia Puente Chiquito y luego la calle 16 de septiembre. La gente seguía saliendo a mirar la peregrinación con mucha alegría, algunos llorando; sentí que, por mucho, todo lo que hacíamos valía la pena, comprendí que el hecho de ser músico en esta región va mucho más allá del dinero y de la fama, sino que la cuestión aquí es cumplir con un compromiso social con el que la gente detrás de nosotros fue responsable y que nosotros por el hecho de traer una jarana o una guitarra al hombro ya habíamos adquirido ese compromiso también, a través de sus enseñanzas.

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Llegamos a casa de don Felipe, La Virgen entró a su casa, los cohetes seguían tronando en el cielo, el son que sonaba era La Bamba, cuando colocaron a La Virgen en su altar paramos la música. Ya nos estaban esperando con platos de mole y refrescos, todo estaba listo, comimos, platicamos un poco, luego nos dispersamos y quedamos de vernos en la noche para hacer el huapango. Esa misma noche varias señoras nos invitaron a participar en sus velorios; ese año fuimos como siete veces por La Virgen y el siguiente y el siguiente… Desde entonces acompañamos a la gente, si la van a velar les dicen: vayan a ver a Los Castellanos, ellos siempre la van a buscar. A mí me gusta mucho y me da alegría que nos relacionen con La Virgen, ya la casera nos conoce y a veces cuando la vamos a dejar nos vamos a la otra velada, a alguna ranchería del rumbo de San Andrés. Esto nos ha servido para conocer a muchos amigos y también para comprender cómo es que funcionan estas celebraciones, expresiones comunitarias que no dependen de las instituciones, ni de los proyectos culturales, …más bien tienen su origen en los sentimientos y en la fe de las personas.

El fin de semana pasado don Felipe veló a La Virgen y nuevamente nos invitó. El casi no camina, todavía hace seis años bailaba, pero ya no, sólo nos observa y en sus ojos hay alegría, pero también mucha melancolía. Él no pierde su fe, no pierde la esperanza de estar mejor y en algunos años poderse echar aunque sea unos taconeos en la tarima: mantiene las ganas de compartir con sus amigos estos momentos que son los que permanecerán en nuestros recuerdos.

Las cosas van cambiando, los viejos se nos están yendo, con ellos una época y un estilo de tocar, pero también un estilo de vivir la vida, una forma de percibir el compromiso, una forma natural, orgánica de ser músicos y aunque uno quisiera regresar el tiempo es imposible. Lo que creo es que sí podemos aprender de ellos estos valores y la disposición para que nuestro tiempo, lejos de estar marcado por el ego y la vanidad, esté marcado por la unidad y el compromiso.

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