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Voces y cantos de la tradición

La Manta y La Raya # 12                                                             marzo 2021 ________________________________________________________________________

               Voces y cantos de la tradición

Textos inéditos de la Fonoteca y                                                             Archivo de Tradiciones Populares

Colegio de México

 

 

Hacemos una selección del libro Voces y cantos de la tradición de Yvette Jiménez Báez, publicado por el Colegio de México, en donde se registran versos y testimonios de Dionisio Vichi de Santiago Tuxtla; Gabriel Hernández Pérez, Juan Polito Baxín y Andrés Moreno Najera de San Andrés Tuxtla; y de Andrés Aguirre Chacha y José Chavez de Tlacotalpan. Las entrevistas fueron realizadas entre 1991 y 1992, y giran sobre diferentes temas.

Voces y cantos de la tradición : textos inéditos de la Fonoteca y Archivo de Tradiciones Populares / Yvette Jiménez de Báez, editora ; con la colaboración de E. Fernando Nava L. … [et al.]. El Colegio de México, Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios, 1998.

 

el ganador en la controversia

Entrevistador (E): Cuando se enfrenta uno con otros grupos, así […] cantando, versando, ¿cómo se puede saber quién le gana al otro?

Andrés Aguirre Chacha: Claro, el verso va subiendo, ¿no? Por eso, si usted me dice una grosería en un verso y yo resalto más, yo resalto más y usted tiene que resaltar más, y entonces ahí van, están los piques, vamos resaltando y hasta llegar el momento hasta de mentarse la madre. Entonces, pos, mejor para uno, por los problemas y dificultades.

E: ¿Pero el enfrentamiento siempre es pícaro?

Andrés Aguirre Chaca: Sí.

* *

Dionisio Vichi: Me convidaron a una boda […].No empezaba yo a cantar, yo nomás escuchaba que ese señor llegó, y verso y verso y verso y … pero un señor de por allá de Tapacoyan me decía: “Nicho, Nicho […] cántale una a él, échate tus versos. […] Entonces se avorazó, dice: “El que me conteste este verso de la Mixtequilla […] es que de plano […] es chingón” […].

E: ¿Y se acuerda qué verso era el que echó él?

Dionisio Vichi: No, la contestación mía es así: 

Al llegar a una función,

a ver las mil maravillas,

y digo a todo el montón:

“No soy de la Mixtequilla,

pero doy mi corazón

a toda la palomilla”.

Y era la “siquisirí”, y me lo fui llevando, me lo fui llevando, me lo fui llevando. Pero él cantaba, cantando a otro lado, y se me viene acostillando, se me viene acostillando y yo tocando mi guitarra. Digo: “Ya estuvo. Se picó y se vino hasta que me alcanzó”. Pero yo digo: “Pues ni modo, […]. Si aquí me lo dejo que se me eche encima, va a decir que soy cobarde”. Pero yo traía todos los versos de todo, y yo pensaba en mi memoria: “Y me lo estoy llevando, me lo estoy llevando … Y duro, y duro, y el otro, y yo con él, y yo con él y medio se cejaba. De plano se le atoraba un verso, y yo duro con él, y duro con él, y tocando mi guitarra. Tocando mi guitarra, y duro con él”, y le decían los de Tres Zapotes: “Ahí está el tuxteco […]; te va a ganar el tuxteco. Si no, lo vas a ver, porque tú eres un fanfarrón […] que estás ahí diciendo estas cosas, y ahí está. Y no te quedes […], porque te va a revolcar. Pero en eso lo perturbaban […] los versos, y yo duro con él, yo no le aflojaba, hasta que me lo doblé. 

 

del aprendiz de músico y de trovador; puntear en tierras veracruzanas                                                                                

E: ¿Y desde qué edad usted anda en la versada?

Dionisio Vichi: Desde chiquito, chiquito; como de doce años aprendí a tocar la jarana. De doce años. Luego de ahí agarré el requinto chiquito. Un requinto así, punteado. Y sonaba bonito. Y ahí ese punteo del requinto chiquito es el mismo pa’ tocar la guitarra grande. Nomás se dificulta por los trastes de la guitarra grande que los tiene más tramiados. Y el requintito, pues, digo yo, los tiene más cerquita. Pero le agarré ahí todo […], y yo anduve tocando con un muchacho que se murió. Ese tocaba con los de Alvarado, por ahí. Ese muchacho tocaba la guitarra y punteaba. Y yo, como andaba tocando con él y otro amigo que vive por acá -como lo representa usted- […] pues lo fui agarrando. Entonces punteo la guitarra y canto mi voz. El micrófono lo usé en México. Cuando nos ponemos […] las cinco personas que andamos nosotros, nos ponen cinco micrófonos. Yo aquí con mi hijo Celcio –ése también toca jarana y canta los versos míos, ¿no?, porque los aprendía–. Y luego de ahí, nos ponemos ya aquí, y yo aquí punteando y él tocando la jarana. Los otros así, los otros así, los otros acá: cinco. Y entonces ya; cuando soltamos el verso, entonces los contestamos todos, y áhi sale.

 

aprender a intepretar el son

E: ¿Cuántos años tiene usted?]

Juan Polito Baxin: Setenta y seis años.

E: ¿Y desde qué edad usted interpreta el son?

Juan Polito Baxin: Casi yo en la edad de diez años nomás oía, pero ya a la edad de doce años empecé a tocar una jaranita y estuve en una fiesta que ahí pasaba mucha gente a tocar, porque les gustaba el trago. […] Y yo nomás ponía cuidado, pero cuando yo les intenté de aprender la jarana, cuidado que batallé. No podía yo aprender a tocar la jarana. Cuando ya lo aprendí […] entonces se me ocurrió aprender la guitarra. También me dio mucho trabajo porque nadie me enseñó. Yo nada más oía a los que tocaban, y […] le agarré ahí la detonación. Se le daba la detonación a aquel que va a cantar para que no se oiga mal. Porque si una jarana está muy bajo […] aquel que está cantando se oye mal; no compite con la “detonación”, y todo eso se le ha buscado.

 

tiempo de fiesta de los fandangos veracruzanos 

Gabriel Hernández Pérez: Los huapangos ya van muriendo; más que anoche, pero no estuvo muy bueno. […].  Sí hay unas bailadoras aquí que zumban bonito. Hay una bailadora aquí media copiadona; se pone una cerveza aquí, un vaso con refresco, una copa, y la anda bailando. Y se lo zarandea y anda con una cerveza aquí; una botella de cerveza. […] De chamacón se hacían fandangos. Pasaban muy bonitos los huapangos.

E: ¿En qué ocasiones se hacían los huapangos? 

Gabriel Hernández Pérez: Cualquier boda. Habían bodas ahí, unas daban chocolate […]. Ya los tendían a los manteles y todo, y ya venía la novia; y ya sentarse la novia ahí, y ya la tarima por ahí, y ya empezaban a repartir el pan en la comida, y este … en ese tiempo eran muy bonitos los huapangos. Por aquí ya pasaba la mesa y todo, y ¡vámonos al huapango!. Había muchos jaraneros de gratis; ahora no. […] Todo de gusto, todo de gusto; pero ahorita ya no …

 

el son veracruzano y sus ritmos

Andrés Moreno Nájera: [Hablando sobre las regiones del son]. La región de los Tuxtlas y la otra es la de Santa Marta, allá, la tierra de […] Tantoyuca, Los Mangos. Todos esos lugares tienen otros ritmos y otras formas de interpretar los sones. Son las tres formas, las tres corrientes del son veracruzano. También en las tres regiones se hacen Encuentros. Santiago ha realizado dos años seguidos Encuentros aquí en la región, que es Santiago Tuxtla, Santa Marta, San Lorenzo […] y el de Tlacotalpan.

Entonces nuestras costumbres son nuestros ritmos. Nuestra música es muy diferente a la demás música. […] No es igual a la de Tlacotalpan; es completamente diferente.

E: ¿En qué varía?

Andrés Moreno Nájera: En los ritmos, en la forma de interpretarse. El año pasado ya vimos que algunos grupos como es “El Sacamandú” empezó ya a interpretar algunos sones como se interpretan por acá; la forma. Como dicen los viejitos de aquí, “como se interpretaba antes”. Antes los sones no eran muy corridos porque para el bailador –le gusta bailar– debe ir sacando el ritmo de la música; dibujar el ritmo; hacer la música misma con los pies. Un son demasiado corrido no permite al bailador dibujar la música. Taca, taca, taca … ese no es el chiste, sino dibujar y llevar el contrarritmo de la música, pero con los pies. Es que aquí los sones son así, pausados, y hay sones que llegan la mayor parte. Están tocando, llegan, se paran y comienzan otra vez, y de eso tenemos el jarabe. El jarabe comienza despacio, despacio, despacio; viene él despacio; viene el estribillo y se arranca todo lo que es el estribillo para el son, y vuelve otra vez a comenzar.

 

muerte y música en San Andrés Tuxtla

Andrés Moreno Nájera: Una de las cosas que hacen [que] la música de San Andrés tenga […] es que la gente es muy religiosa. Además de esto, desde antes, desde hace muchos años, se acostumbraba acompañar con música todos los acontecimientos sociales. Alguien moría, y se le acompañaba toda la noche con música; después amanecía y se iba a enterrar con música y después se hacían novenarios con música, jarana. Después, hasta el cabo de año, música. Ahora ha cambiado todo. Se sustituyó la música de la jarana por los mariachis que ahora pasan […]. Y eso influyó; se sustituyó eso. Ya no se toca en el novenario, ni se ve la música. Hace como un mes fui a un novenario con jarana. Pero sí se celebra el cabo de año. Que cuando alguien tiene dinero y lleva gusto, hace un velorio. Entonces la costumbre […], antes, era que si en los días antes del cabo del año de muerto, toda la música era pausada, lenta, demasiado lenta, demasiado pausada. Después del año, con el cabo de año, se despojaban ya del luto; entonces ya la música no suena igual. La música es más rítmica, más alegre. Entonces, en estos velorios lo que se acostumbra es, por un lado, están rezando -bueno ahorita porque es de la Guadalupe-, pero aquí todo el año es velorio, cuando no es el Niño de Atocha, la Virgen de Los Remedios, en fin. Por un lado, la gente está llorando; en el altar, están rezando: lloran y rezan …

 

las pascuas de San Andrés y el cuidado de la “detonación”

Juan Polito Baxin: Por ejemplo, anoche quiso [el encuestador] que tocara yo una Pascua, pero esa Pascua solamente mi abuelito la cantaba. Le llamaron una Pascua por […] la repetida; porque se repite dos veces la tonada. Y aquí en la guitarra le doy la “detonación”, según le doy la detonación [al] que canta. También debe de hacer igualito lo que aquí el disco; aquí agarra esa “detonación” y se oye bonito, porque yo anduve mucho con gentes, con varias gentes que cantaban Las Pascuas, pero la repetida es dificil. La repetida es dificil porque se tiene que aprender bien para darle toda la “detonación”. 

 

acoplarse para cantar

Dionisio Vichi: Me agarré a cantar con un señor casi casi todas las noches. No muy seguido. Digo, los sones, ¿no? Así que no descansamos, pero sí, nos tejimos hasta que aclaró Dios. Porque como trae la Virgen de Los Remedios … Y le dije a mi hijo Ausencio […]: ”Uta, de veras nos divertimos aquí cantando versos […] con ese hombre, digo, pero no nos chocamos con él. Nos tejimos muy bonito hasta que aclaró Dios; hasta que se llevaron la Virgen”.

E: ¿Qué fiesta fue esa? 

Dionisio Vichi: Es una Virgen que andan trayendo, de Los Remedios. 

 

los programas de radio de Minatitlán, Veracruz

Gabriel Hernández Pérez: [Hablando de trovadores que participan en un programa de radio]. Los oigo ahí; pero los oigo porque están en el programa […] los sábados. Los sábados por la tarde en Cosamaloapan, de la una de la tarde para abajo, están echando versos muy bonitos […]. En una ocasión oí yo un verso de esos cosamaloapeños en zapateado. Porque los versos no nada más se cantan porque sí. Hay sones en que cabe verso, pero hay sones que no. En una bamba, no cabe más que la sola bamba; no puede improvisar algo. […] En sólo un toro, igual. Pero en un zapateado ya es donde puede uno cantar más bien un son a alguna muchacha: decir su fisonomía, lo que sea, lo que trae, vamos a suponer, ahí. Pero ya en un toro, no. Un toro ya nada más es un toro derecho y en el zapateado ya va cantando, lo que te dé, que te sepas, pero que calce con el son. Porque si no …

 

          saludos al comenzar a cantar el son de “el siquisirí”

Con permiso, compañeros,

voy a empezar a cantare;

pero sí antes les aviso

que me van a dispensare,

en este lugar que piso

acabado de llegare.

He llegado a esta función

a ver las mil maravillas,

y digo a todo el montón:

“No soy de la Mixtequilla,

pero doy mi corazón

a toda la palomilla”.

Dionisio Vichi

 

También se saluda a la concurrencia cuando se cantan versos de amores

He llegado a esta función

porque me gusta cantar;

eres rosita en botón

yo te quisiera cortar;

también en mi corazón

te quisiera dibujar.

La flor de la sanjuanera,

te pareces, vida mía,

y como que soy sincero

hoy te canto estas poesías,

no le hace que usted me quiera

al amanecer del día.

Dionisio Vichi

 

que pueden continuar toda la noche

Yo corté una flor morada

que sólo en junio se ve;

creía que no eras casada

por eso te enamoré:

¡Bonita la madrugada,

cuando te empecé a querer!  

Dionisio Vichi

Voy a llevarte a la playa

a recoger conchas finas,

para hacerte una med alla

y vestirte de catrina;

para que veas que te quiero

como quise a Josefina.  

Dionisio Vichi

 

hay coplas que forman una secuencia

Sé que te vas a casar

con uno de tu contento;

ese día se ha de llegar

mi entierro y tu casamiento.

Cuando te estarán lazando

con esas bellas cadenas,

a mí me estarán haciendo

en mi casa una novena.

Cuando te estarán poniendo

la sortija de amante,

tu a mí me estarán prendiendo

cuatro cirios por delante.

Cuando salgas de la iglesia

con tu estimada madrina,

con la punta del zapato

me echarás la tierra encima. 

Dionisio Vichi

 

el trovador elabora las coplas con componentes de su memoria

“Eso es compuesto de mi memoria”, dice:

La flor de la pitahaya,

te pareces, vida mía,

que me gusta tu semblante

y toda tu simpatía,

al ponerte tu medalla

relumbra todos los días.

Cuando usted me corresponda,

y me entregue su pasión,

mira que yo soy el hombre

que te amo de corazón;

a donde usted lo disponga,

le pondré su habitación.

A la orilla de un palmare

me encontré una joven bella,

su boquita de coral

y sus ojitos bellos,

tan una mirada de amor

quiero que me des con ellos.

 

Al pie de una cirgüelita,

triste está mi corazón,

porque vide mi Adelita

y me llamó la atención,

¡qué bonita florecita,

muy parecida al palmón!

 

Al subir una lomita

en el cerro de El Vigía,

me vide una morenita

al amanecer del día;

llevaba una azucenita

que le regaló María. 

Dionisio Vichi

 

en los bailes de desenojo, las parejas dialogan en coplas

Si te hallas enojada,

porque tengo un nuevo amor,

mentira, de eso no hay nada,

soy hombre merecedor. 

Juan Polito Baxin

 

y en las controversias los trovadores contienden en verso

José Chavez: Pues Vale Bejarano era un señor que todo lo que le preguntaban lo […] contestaba en verso. Por ejemplo, una vez alguien le dijo así para “tantearlo”, para ver si no le contestaba. Le dijo:

Dos preguntas voy a hacerte:

dime, Vale, si es posible,

-si contestas, tienes suerte-,

dime qué cosa es factible:

si luchar contra la muerte

o vencer al imposible.

A lo que el Vale contestó en seguida:

Te contesto lo posible

para ya no entretenerte;

para un doctor es factible

luchar contra la muerte

y vencer a lo imposible

Eso ya es cuestión de suerte.  

 

controversia y versos de amores

Dionisio Vichi: Una vez sí me agarré con otro de Catemaco. Sí, pero ese no dio la talla. Enseguidita se quedó. Y ya de allí yo seguí con mis versos míos, así: versos sueltos, de amores –de su cadena, de su sortija, de su arete, de su lindo mirar […]– puros versos de amores […]. Dice:

Quisiera ser el pañuelo,

la sortija de su mano,

porque en ti mi amor se fia

que eres la flor del verano;

antes que otro te persiga,

¿qué dices, negra, nos vamos?

los cantares se llevan 

en el pensamiento

Dionisio Vichi: Y yo, cuando sí vamos a tocar, ¿sí?, ya llevo yo pensado lo que voy a cantar. Y lo que se me viene de pronto, así agarro uno, agarro otro. Y sales y sacas.

Me gusta la maravilla

nada más por su color;

una rosa de Castilla

al pasar me dio su olor,

¿pero ‘onde está la vainilla

la que trasciende mejor?

E: ¿Ese también es suyo?

Dionisio Vichi: Sí.

Voy a comprarte un vestido

de satín americano,

para que vayas conmigo

al puerto veracruzano,

en los Estados Unidos,

‘onde hacen los aeroplanos.

Dale libertad a mis penas,

¿por qué estar encarcelado?

Dime, trigueña, hasta cuándo

que yo me veré a tú lado. 

 

y de generación en generación se guardan en la memoria

Dionisio Vichi: El difunto, mi padre Próspero Vichi, sabía versitos […] Uno nomás me acuerdo. Dice:

Yo soy el guarda chiquito,

encantado de una aduana;

si su amor es parejito,

aquí nos vemos mañana

en el mismo lugarcito.

tiempo de coplas encadenadas 

propias para el zapateado

Al cortar un lirio blanco

yo creía que era azucena,

porque trascendió bastante

igualito a una gardenia;

también de su amor me encanta,

hermosísima trigueña.

Hermosísima trigueña,

tu simpatía me engrandece;

te he de querer y te adoro,

te repito varias veces,

mi corazón triste llora

todos los días que amanece.

Todos los días que amanece,

de mi cama me alevanto;

yo no sé qué me parece

de ver que te sueño tanto,

será por primeras veces

dale aconsuelo a mi llanto.

Dale aconsuelo a mi llanto,

no lo hagas tanto penare;

concédele aquella fruta

que se empieza a madurare;

antes que se desperdicie

mejor lo voy a cortare.

Mejor lo voy a cortare

ese ramito de azahare,

porque hojita por hojita

todas se quieren regare,

pero voy poco a poquito

y sin darlo a maliciare.

Dionisio Vichi: Esos son versos encadenados de zapateado […] compuestos de mi memoria. Compuse como dieciocho o treinta versos así, encadenados. Cuando me agarro yo a cantar […] bueno, primero yo empiezo los versos sueltos […]. Si me quiere hacer cosquillas […] con sus versitos, de plano, pues yo también ahí voy poco a poquito. No lo atizo, no lo atoro yo; bonito, de plano. Ahí me la voy llevando, ahí me la voy llevando. No lo dejo a que se me atore un verso.

 

también el son de “las palmas” es de cuartetas encadenadas

De Poncio Pilatos

todos se valieron,

hasta que de muerte

sentencia le dieron.

Sentencia le dieron,

le pusieron pena;

pero ahora vive

en el cielo que reina.

 Gabriel Hernández Pérez

 

NOTAS

Andrés Aguirre Chacha (Viscola)

Entrevistado por Miguel Olmos Aguilera y Mario Antonio Ortiz, en Tlacotalpan, Veracruz; 12 de noviembre de 1991. Datos del informante: 38 años, nació en Tlacotalpan, Veracruz, en 1953. Músico, cantador y transmisor de textos. Transcripción de Mario Antonio Ortiz.

José Chávez (Memo Chávez)

Entrevistado por Mario Antonio Ortiz y E. Fernando Nava L., en el Bar de Tobías de Tlacotalpan, Veracruz; 14 de diciembre de 1991. Datos del informante: 64 años, nació en Tlacotalpan, Veracruz, en 1927. Recopilador de textos. Transcripción de Donají Cuéllar Escamilla.

Gabriel Hernández Pérez  (Señor del Güiro) 

Entrevistado por Miguel Olmos Aguilera, en su domicilio, Comoapan, San Andrés Tuxtla, Veracruz; 12 de diciembre de 1991. Datos del informante: 73 años, nació en 1918. Músico. Transcripción de Marco Antonio Molina. 

Andrés Moreno Nájera

Entrevistado por Miguel Olmos Aguilera y Mario Antonio Ortiz, en la Casa de la Cultura, San Andrés Tuxtla, Veracruz; 11 de diciembre de 1991. Datos del informante: 33 años, nació en 1958, en San Andrés Tuxtla, Veracruz. Músico, cantador y transmisor de textos. Transcripción de Donají Cuéllar Escarnilla.

Juan Polito Baxin

Entrevistado por Miguel Olmos Aguilera y Mario Antonio Ortiz, en la Casa de la Cultura, San Andrés Tuxtla, Veracruz; 12 de diciembre de 1991. Datos del informante: 83 años, nació en [1908]. Músico, cantador y transmisor de textos. Transcripción de Miguel Olmos Aguilera.

Dionisio Vichi

Entrevista de Miguel Olmos Aguilera y Mario Antonio Ortiz, en una tiendade abarrotes, Santiago Tuxtla, Veracruz; 19 de mayo de 1992. Datos delinformante: ca. 76 años, nació en Santiago Tuxtla, Veracruz. Músico. Transcripciónde Donají Cuéllar Escamilla.

 

Revista en formato PDF (v.12.1.0):

 

 

mantarraya 2

La guitarra de son Libro 2, sones por cuatro

La guitarra de son,                                                Sones por cuatro                                                             Libro segundo  Edición Digital 2021

         Francisco  García  Ranz      Ramón  Gutiérrez  Hernández

Presentamos una segunda edición, ahora digital del libro II La guitarra de son, sones por cuatro. Una primera edición de esta obra la publicó el Taller La Hoja en 2010 con un pequeño tiraje; alrededor de 300 ejemplares salieron a la luz pública. A 10 años de su primera publicación, el trabajo ha sido revisado y se han hecho modificaciones mínimas con respecto a la edición 2010, sin embargo, se han eliminando repeticiones y explicaciones redundantes. El cambio más importante efectuado en la obra, además del nuevo formato, es la introducción del término temple, muy común todavía en algunas tradiciones latinoamericanas. Sobre este tema también puede consultarse el libro 1 de la serie en su edición digital 2021.

F. García Ranz                                                                                                                       Tepóztlán, Morelos.                                                                                                                                               Octubre 2021.

 

La guitarra de son. Sones por cuatro, Libro 2°, PDF (v.1.0.1):

 



Grabaciones 

Registros y arpégios   Grab. núm. 1 – 5.             PA01_01-05

 

El piojo   Grab. núm. 6 – 9.                                                 PA02_06-09

 

El colas   Grab. núm. 10 – 14.                                           PA03_10-14

 

El jarabe   Grab. núm. 15 – 20.                                         PA04_15-20

 

Registros y arpégios   Grab. núm. 21 – 24.          PA05_21-24

 

La bamba   Grab. núm. 25 – 28.                                    PA06_25-28

 

El ahualulco   Grab. núm. 29 – 32.                           PA07_29-32

 

La guacamaya   Grab. núm. 33 – 36.                     PA08_33-36

 

Registros y arpégios   Grab. núm. 37 – 40.          PA09_37-40

 

El zapateado  Grab. núm. 41 – 44.                         PA10_41-44

 

El pájaro Cú   Grab. núm. 45 – 48.                           PA11_45-48

 

El balajú   Grab. núm. 49 – 52.                                   PA12_49-52

 

Registros y arpégios   Grab. núm. 53 – 56.          PA13_53-56

 

El fandanguito   Grab. núm. 57 – 60.                        PA14_57-60

 

La morena   Grab. núm. 61 – 64.                                 PA15_61-64

 

Registros y arpégios   Grab. núm. 65 – 66.          PA16_65-66

 

El fandanguito   Grab. núm. 67 – 71.                        PA17_67-71

 

La morena  Grab. núm. 72 – 75.                                     PA18_72-75

 

Registros y arpégios   Grab. núm. 76 – 77.          PA19_76-77

 

El cascabel   Grab. núm. 78  – 83.                                PA20_78-83

 


Grabaciones.  Ejemplos musicales de referencia

El Piojo

  1. I. Medel, J. Zapata e I. Quezadas 1983.  (Grab. F García Ranz)

2.  Son De Santiago 1995. (Discos Pentagrama)

3.  Juan Pólito Baxin 2003. (Grab. Alec Dempster)

 

El Colás

4. Dionisio Vichi, Los Vichi  1999. (Grab. Alec Dempster)

5. Pedro Gil y Luis Campos 1982. (Grab. F García Ranz)

6. Isidro Nieves 2008. (Grab. Alec Dempster)

 

El Jarabe

7. Esteban Utrera 2007. (Grab. Alec Dempster)

8. Juan Polito Baxin 2003. (Grab. Alec Dempster)

9. Noé González García, Tacoteno 1967. (INAH-15)

 

La Bamba

10. Dionisio Vichi, …  1976. (Discos Corazón)

11. Esteban Utrera 2007. (Grab. Alec Dempster)

12. Isidro Nieves 2008. (Grab. Alec Dempster)

13. Andrés Vega  1992. (Grab. F García Ranz)

 

El Ahualulco

14. Félix y Arcadio Baxin 1998. (Las Voces del Cedro)

15. Juan Polito Baxin 2003. (Grab. Alec Dempster)

16. Esteban Utrera 2007. (Grab. Alec Dempster)

 

La Guacamaya

17 Esteban Utrera 2007. (Grab. Alec Dempster)

18 José Palma Valentín, Son de Santiago 1995. (Discos Pentagrama)

19 Isidro Nieves 2008. (Grab. Alec Dempster)

 

El Zapateado

20 Esteban Utrera 2007. (Grab. Alec Dempster)

21 Juan Pólito Báxin 2003. (Grab. Alec Dempster)

22 Isidro Nieves 2008. (Grab. Alec Dempster)

23 Noé González García, Tacoteno 1967. (INAH-6)

 

El Pájaro Cú

24 Isidro Nieves 2008. (Grab. Alec Dempster)

25 Grupo Chacalapa 2000. (Sones de Muertos y Aparecidos)

26 Nazario Santos, Alma Jarocha del Blanco 1986. (Grab. F García Ranz)

 

El Balajú

27 Andrés Vega, A. Hidalgo y Mono Blanco 1981.  (Discos Pentagrama)

28 Esteban Utrera 2007. (Grab. Alec Dempster)

29 Isidro Nieves 2008. (Grab. Alec Dempster)

 

El Fandanguito

30  Andrés Alfonso y Julian Cruz, 1963. (Folk. Mex. Vol II, INBA)

31 Dionisio Vichi, Juan Zapata,…  c. 1967. (INAH-15) 

32  Ramón Gutiérrez y Laura Rebolloso 1997. (Son de Madera) 

La Morena

33  Esteban Utrera 1998. (Las Voces del Cedro)

34  Noé González García, Tacoteno 1967. (INAH-15)

35 Juan Regalado,…  2004. (Soneros del Tesechoacán)

 

El Cascabel

36 Andrés Vega 1995. (Sones Campesinos)

37 Isidro Nieves 2008. (Grab. Alec Dempster)

38  Pedro Gil y Luis Campos 1982. (Grab. F García Ranz)

 

 

 

Fonoteca: Músicos y versadores

Músicos y versadores

Una nueva colección de grabaciones

Músicos jaraneros de Santiago

En esta grabación realizada por Alec Dempster destaca la versada y el canto de Salvador Tome Chacha (cantador) y la de Dionisio Vichi con guitarra de son y cantando.

     

Salvador Tome Chacha   voz                                           Dionisio Vichi Mozo   guitarra de son y voz           lldefonso Medel Mendoza    jarana

El Zapateado   (Del cerro vienen bajando…, Dempster)   

 

Del cerro vienen bajando                                   Son jarocho de Los Tuxtlas, volumen II. Grabaciones de campo realizadas por Alec Dempster  entre 2001 y 2003, en los municipios de Santiago y San Andrés Tuxtla.

Anona Music

NOTA. En la revista La Manta y la Raya # 4, en la sección Asegunes y pareceres,  aparece un texto de Alvaro Alcántara López  titulado Un huapango que se hizo domingo, en donde el autor escribe sobre estos tres músicos y sobre la versada que cantan Dionisio Vichi y Salvador Tome en esta interpretación del son del  Zapateado.

Con los mismos músicos, Salvador Tome, Dionisio Vichi e lldefonso Medel, esta interpretación de :

El Ahualulco   (Del cerro vienen bajando…, Dempster)   

 

 

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Un huapango que se hizo domingo

La Manta y La Raya # 4                                                                             marzo 2017


Un huapango que se hizo domingo

para Alec Dempster

 

Alvaro Alcántara López

 

El domingo había iniciado hacía apenas ocho minutos. Era una fresca noche tuxteca, una noche de huapango para alegrar, animar, a un músico memorable de Santiago Tuxtla que lastimosamente había sufrido una embolia algunas semanas atrás. Organizado por el Colectivo Tecalli que siguen comandando los hermanos Cruz Castellanos (Carolina y Joel), en aquel huapango se encontraban algunos de los músicos y bailadores más queridos y respetados de la región, bailadoras y músicos que habían sido invitados por los jóvenes de este Colectivo a la usanza de los de antes: yendo a su casa a hacer la visita. La convocatoria que habían hecho estaba pactada para las ocho de la noche de aquel sábado 20 de octubre del 2012, pero incluso desde un poco antes, bailadoras, bailadores y jaraneros habían empezado a reunirse en aquella calle empinada de la colonia Jardín y para las nueve y media el huapango ya había agarrado el calor de los buenos amores.

Aquella noche, sin instrumento, sin zapatos para bailar y sobre todo, con un ánimo propio de los fines de ciclos, me dediqué a mirar, a tomar fotos con la cámara de Joel y a tomar varios cafés con tamal. Venía yo de Loma Bonita (la famosa ciudad de las tres mentiras), de concluir una experiencia laboral intensa y enriquecedora al trabajar con arqueólogos y aprender a mirar y comprender el espacio de nuevas maneras, en un proyecto de sísmica y salvamento arqueológico que coordinaba mi amigo Alfredo Delgado. A Santiago Tuxtla había llegado aquel sábado poco antes de la comida y la tarde fue una charla interminable en casa de la familia Cruz Castellanos, que en aquella ocasión era un hervidero de personas, un entrar y salir de gente, con gritos, rejolina y risotadas muy al ambiente jarocho. Pasamos una tarde agradable que fue coronada con una siesta que se prolongó justo al límite de encaminarnos al fandango.

Consciente de la delicada salud de Vichi, traté de no perderle la vista durante aquella noche de huapango. Sentado a unos metros de la puerta de su morada y apoyado en un palo que hacía las veces de bastón, el viejo músico se dedicó a escuchar y medio mirar. Acompañado de algunas de las chicas que integran el Colectivo Tecalli o recibiendo las salutaciones y parabienes de sus compañeros de andanzas, aquel pequeño hombre de piel morena, ojos hundidos y mirar desconfiado, ensimismado en su propio cuerpo, seguía los fraseos de las guitarras, deleitándose con ritmos y tonadas de los que conocía muy bien las coloraciones e imágenes que producían al acariciar la noche. En algún momento superé la pena y me acerqué a saludarlo. Conversamos algunos minutos y volví a distanciarme, pero tratando de cuando en cuando de mirar cómo estaba, tratando de comprender cómo podría estar viviendo y sintiendo aquel huapango a las afueras de su casa, pero sin poder tocar ni cantar. Imaginaba cómo podría ser aquel huapango para él, tras un torrente innumerable de noches, semanas, meses, años y décadas de ser él mismo uno de los grandes animadores de la tarima, reinando sobre la tarima con su voz chillante y contindente, con su versada impecable y atinada y las pulsaciones retadoras y melodiosas de su guitarra.

Siendo muy consciente de la cercanía de la muerte –de la suya y de la mía, quizá más de la mía– y tratando de hurgar de vez en vez en sus silencios y discursos corporales, pude ver a Dionisio Vichi incorporándose con cierta dificultad de la silla que lo sostuvo mientras sones se sucedían transformando aquella noche. Alguien debió haberlo ayudado a alcanzar la puerta de su cuarto y así sin despedirse, sin hacer bulla, más bien en silencio y con la tarima exhalando la vida que él tanto procuró, desapareció en la penumbra de aquella habitación para irse a dormir. Busqué entre mis ropas y pude ver en mi teléfono el nombre engañoso de ese instante: eran las cero horas con ocho minutos de un domingo que empezó siendo sábado. Fue esa la última vez que vi a don Dionicio Vichi, guitarrero y versador mayor de Santiago Tuxtla, conocido en su pueblo como “León” y de quien tuve la fortuna de comprender el arte de la controversia en verso sabido.

II
Nunca fuimos amigos, ni siquiera cercanos, pero entre el 2000 y el 2005 tuve la posibilidad de compartir con él varios huapangos en su tierra natal. Había sabido de Vichi desde inicios de los años noventa (precisamente en aquellos años habían grabado en Pentagrama aquel cassette titulado “Son de Santiago”), junto con una camada de magníficos músicos, bailadores y versadores de la región de Los Tuxtlas, entre los que destacaban Isaac Quezada, José Palma “Cachurín”, Juan Zapata, Idelfonso Medel “Cartuchito”, Juan Pólito, Juan Mixtega, Carlos Escribano y muchos otros que no alcanzo a recordar o a los que simplemente no conocí o no tuve el acierto de valorar en aquellos años de juventud. Hoy sabemos bien, tras el trabajo de investigación y registro que han hecho Andrés Moreno Nájera, el Colectivo Tecalli, el médico Héctor Campos, la familia Campechano, Aldo Flores, Eduardo García, Ana Zarina Palafox, Antonio Castro y otros tantos promotores culturales, que aquella camada de músicos extraordinarios a los que pertenecía Vichi eran apenas la cúspide generacional de un conjunto más amplio y diverso de músicos ejemplares y poderosos que todavía hoy se pueden escuchar en las los velorios, procesiones, pascuas y huapangos en general que se realizan en las cabeceras municipales de Santiago, San Andrés y sus respectivas comunidades.

La posibilidad de interactuar con Dionisio, Ángel y Gonzalo, que entonces integraban el grupo “Los Vichi”, se la debo a una afortunada invitación que me hiciera Alec Dempster, el afamado grabador y músico jarocho, para participar en un proyecto suyo que se daría a conocer más tarde con el título de Y mi verso quedará. Son jarocho de Santiago Tuxtla (Anona music, 2001). Y mi verso quedará constituye una muestra muy interesante de músicos experimentados, como Juan Zapata, Idelfonso Medel, Dionisio y Ángel Vichi, Leonardo Rascón, Anastasio Gorgonio o Salvador Tome Chacha, junto a soneros sazones como Pablito Campechano, jóvenes como Humberto Victorio Comi o los muy chamacos Juan Manuel, Paola y Lorena Campechano. Vale la pena recordar que aquellos eran los tiempos de gloria de los grupos profesionales de son jarocho (Chuchumbé, Son de Madera, Monoblanco, Utrera, Siquisirí, etc.), con su presencia en festivales, arreglos y exploraciones musicales, grabaciones o experimentaciones escénicas y, en ese contexto, el trabajo de documentación que hizo Alec Dempster en aquellos años fue muy importante para recordarnos lo mucho que aún queda por conocer, valorar en el mundo alucinante del fandango y son jarocho.

Aquel 2001, habríamos ido desde Xalapa a Santiago dos o tres veces (Alec, Octavio Rebolledo, Mario Artemio, Kali Niño y algunos más que no recuerdo, juntos o por diferentes vías). Según creo recordar, la mayoría de las grabaciones ya estaban hechas, pero lo que tengo claro es que cada vez que íbamos había huapango. Fue en aquellas ocasiones que aprendí a reconocer las artes de Dionisio Vichi como versador y también las de Gonzalo, su sobrino y aprendiz. Quienes lo conocieron recordarán que a Vichi le gustaba cantar y que los demás lo oyeran. Receloso de su música, incómodo ante los fuereños, orgulloso como solo se puede ser cuando se sabe ser maestro en un oficio, Vichi empezó a cantar verso tras verso, menos para medir sus fuerzas y más para aplacarme de una buena vez, dejando claro quién era allí el cantador y que yo debía guardar silencio. Tardé algún momento en comprender que no sólo le disgustaba que yo me atreviera a cantar en su tierra – siendo él uno de los versadores estelares de allí – sino que algunos de sus versos iban dirigidos a mí, a aleccionarme con algunos de los innumerables versos que guardaba en su arsenal poético.

A mi parecía divertido provocarlo, exacerbar su afamado humor de gruñón y regañoso (sic) y le respondía de cuando en cuando con el atrevimiento y desparpajo de quien a nadie debe rendir pleitesía, pero sí con el gusto por palabrear y ser feliz el huapango. Si algunas de sus poesías me parecían magníficas, lo que más me emocionaba era oírlo frasear y estallar en los respiros de la música su voz fuerte y chillante, casi al punto del quebranto, pero nunca lo escuché “atravesarse” y menos desafinar. Desde aquellas primeras grabaciones hechas por Warman a finales de los años sesenta hasta los fandangos a los que asistí el verano pasado en Santiago Tuxtla (2016), siempre me ha maravillado esa capacidad de entrar “tarde” a cantar, luego encabalgar las palabras hasta el borde la incomprensión, tensar aún más el tiempo con un descanso antes de la última pisada, para terminar siempre puntuales cada vuelta, incluso antes. Ejemplos hay muchos y no viene al caso recordar alguno en particular, pero Vichi era experto en eso de estirar el tiempo al cantar. Un arte, a decir verdad, que se encuentra más cercano a la recitación y a declarar ensalmos, que al acto de cantar tal y como es común en la actualidad.

Para la segunda vez que nos encontramos ya era conocido por ellos como “el pelón” y Gonzalo Vichi, con quien compartía el gusto por la bebida que templa el corazón y las pasiones, fue con quien empecé a conversar y a tratarnos. A partir de allí, don Dionisio se abrió un tantito y aceptó platicar, pero siempre celoso antes sus saberes, especialmente si yo le pedía me repitiera algún verso que me había gustado mucho. Y tenía toda la razón en custodiar aquel conocimiento.

A partir de allí, nos buscábamos para cantar, tanto con Gonzalo como con su tío. Fueron varias veces más las que coincidimos en fandangos santiagueros sin que existiera una fecha especial para fandanguear, donde los fuereños éramos pocos y se podían reconocer y disfrutar del protagonismo musical de las y los músicos que venían de las comunidades a hacer la fiesta. Igualmente interesante era llegar alrededor del 20 de julio a celebrar las fiestas patronales de Santiago Tuxtla y disfrutar, aún a comienzos del segundo milenio global y capitalista, de estilos, modos y usanzas de otra condición y tiempo; de otra naturaleza, sensibilidad y entendimiento. Llegados el 24 de julio aquellos huapangos se convertían en otra cosa, los de afuera éramos mayoría y terminábamos por avasallar a los locales. Pero aún en esas condiciones desfavorables, Vichi, Cartuchito y algunos otros veteranos de la vieja guardia daban la batalla con toda dignidad y fuerza, quizá para recordarnos que “allí estaban todavía” –como titularía Alec Dempster muy acertadamente, una grabación posterior en donde registró la casi extinguida (para ese entonces) tradición de los violineros de la región de Los Tuxtlas.

A la distancia pienso que aquellos primeros huapangos, Encuentros y velaciones a los que asistí en los primeros años de la década del noventa y que volví a disfrutar consistentemente a partir de aquella invitación hecha por Alec Dempster una década más tarde, me permitieron entrar en contacto con el huapango tuxteco desde la vivencia indígena contemporánea. Y no obstante esto, con el paso del tiempo he aprendido a reconocer los fuertes lazos que en la región de Los Tuxtlas –especialmente la gente del municipio de San Andrés–, se han establecido con la población afromestiza de los llanos de Nopalapan. De allí que la diversidad y riqueza de prácticas musicales de esta importante región encuentre también su explicación en los procesos de mestizaje y lo que ahora nombran interculturalidad.

Precisamente esa diversidad cultural y musical que puede encontrarse en la serranía de Los Tuxtlas obliga a cuestionar algunos estereotipos que se han construido en las décadas recientes sobre el son jarocho: desde aquellas historias jocosas de los llamados “mosquitos” y “chaquistes”, que en Santiago y otras zonas indígenas se les ha conocido como “requintos o requintas”; hasta el hecho que aquí se emplean de manera indistinta los términos huapango o fandango para referirse a la fiesta de tarima y cuerdas, a contrapelo de las versiones canónicas que reservan el término huapango para la música huasteca. Lo que en otros lugares son “terceras”, aquí apenas llegan a “tres cuartos”; las armónicas y los violines llevan la melodía en los sones; las Pascuas se dan más allá del 24 de diciembre (de hecho hasta el 2 de ferbero) y el güiro forma parte de la instrumentación de algunos músicos.

Los municipios de Los Tuxtlas (Ángel R. Cabada, Lerdo de Tejada, Santiago Tuxtla, San Andrés Tuxtla, Catemaco o incluso Rodríguez Clara) constituyen un espacio para re-aprender que no existe “un” son jarocho, que Sotavento es una región que se ha construido e inventado a través del tiempo y que aquello que funciona en otras localidades o micro regiones no necesariamente funciona así por estos rumbos.

Mucho de ese viaje por la memoria que ahora cuento fue el que me habitó aquella noche de octubre de 2012, mientras se celebraba aquel huapango en honor de Dionisio Vichi. Cuando me acerqué a conversar aquella noche con él, me contó que le había dado una embolia y que sintió como un tronido en el oído y pidió ayuda con un grito y cayó. De algunas notas aisladas, de algunos recuerdos brillosos y de las ganas que tenía por contar esta historia ha surgido este relato.

Dionisio Vichi falleció hace más de dos años. Su nombre y legado, como el de aquellos músicos de la vieja guardia a las que él perteneció siguen presente en la memoria de sus discípulos, alumnos y compañeros de parranda. Cuando voy a Santiago me da gusto escuchar sus nombres en boca de amigos y amigas, recordándolos como los maestros que fueron. En las pasadas fiestas de Santiago Tuxtla (2016) pude reencontrarme y saludar a Gonzalo Vichi y justamente cuando hablaba con él, con Héctor Campos y con Joel Cruz Castellanos, apareció la hija de don Juan Zapata, Juana Zapata, y fue un magnífico pretexto para recordar a su padre y hacernos una foto que debe estar por allí, esperando su turno para contar su historia.

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III
El huapango de aquella noche terminó con el son de El Agualulco, que exhaló su último suspiro a la una de la mañana con veinticuatro minutos – al menos así lo asenté en mis notas – y aunque hubo un intento más o menos serio de volver a prender la mecha con un Zapateado éste no prosperó. Luego de levantar las sillas, la basura y las tarimas, estábamos llegando a la casa de Joel y Caro pasadas las dos de la mañana para prepararse para un nuevo día.

El despertar de aquel domingo llegó ya pasadas las diez. Se hacía tarde y me apuré a cumplir con la agenda proyectada para ese día, pues había tomado la decisión de visitar a don Idelfonso Medel “Cartuchito”, un guitarrero muy querido por mí, con quien he parrandeado en numerosas ocasiones, no sólo en el centro de Santiago, sino también en Vista Hermosa – donde él vivía – y a donde me gustaba ir para escuchar el rumor del río y refrescar mi cuerpo tras una larga noche de fandango. Tomar la decisión de ir a verlo había implicado un intenso debate en mí, pues Utrera, el viejo Utrera, también se encontraba delicado de salud (su corazón estaba muy débil), pero a don Esteban lo había visitado algunos meses atrás, de allí que resolviera para aquel domingo visitar a “Cartuchito” en su casa.

A don Idelfonso también le había dado un derrame cerebral que le restó movimiento a la mitad de su cuerpo, con la triste consecuencia de impedirle seguir emocionándose con la diversión de su vida: el huapango. Aquella mañana que estuve con él recordamos algunas de esas experiencias gozosas: de su participación con Son de Santiago, de tocar con el grupo Río Crecido y de los cientos de amigas y amigos que había ganado andando en el mundo de la música. Le pedí permiso para fotografiar algunas imágenes que tenía colgadas en su casa, donde Cartuchito lucía sonriente al lado de sus amigos tuxtecos, sorprendiéndome reconocer en una de ellas al querido Nazario Santos, “Charito”, uno de los baluartes del extinto grupo Alma Jarocha, de allá por los rumbos de Nopalapan.
En medio de aquellas palabras y recuerdos felices, de anécdotas chuscas y parrandas de epopeya, las lágrimas corrían a borbotones por su rostro, cuando se le imponía a su ser la lamentable realidad de ya no poder tocar su guitarra. Los ánimos y palabras de aliento que le di, siendo sinceras y llenas de mucho cariño, se ahogaban en la contundencia de saber que los daños físicos provocados por el derrame cerebral eran, con toda seguridad, irreversibles. Entonces no pude evitar preguntarme cómo llegaría yo a esa edad; cómo sería llegar a ese momento en que el cuerpo dice ya no más; cómo sería la tristeza mía.

Después de aquel viaje cobré mayor conciencia de la necesaria campaña de salud y cultura alimentaria que tenemos que emprender en el sur de Veracruz – y resto del país – con carácter de urgente, quizá porque la ascendencia social que en los años recientes han ganado los músicos comunitarios puede servir de estímulo para cambiar los malos hábitos alimenticios que nos están matando en el más alevoso silencio. El primer lugar en obesidad mundial que tiene nuestro país y las altas cantidades de consumo de azúcares, endulcolorantes y carbohidratos (comida chatarra, pizzas, refrescos embotellados o la dañina costumbre de endulzar exageradamente el café y las aguas de fruta) han hecho de la hipertensión y la diabetes dos de las principales causas de muerte en la región jarocha y me temo en todo México. Y los derrames cerebrales o embolias, como se les conoce popularmente, están relacionados precisamente con la diabetes. Y ya no se diga los problemas de riñones que martirizan a diabéticos e hipertensos, dos enfermedades que se encuentran muy relacionadas.

Aquel viaje y las visitas que hice a estos dos guitarreros enfermos me hicieron pensar que “la música” o incluso “la fiesta toda” constituyen una pequeña parte de un engranaje social, cultural, económico, político y de salud más grande y complejo, que exige ser abordado desde distintos enfoques y miradas. “Lo cultural” es apenas una parte, pero acaso no la más importante ante un panorama a futuro bastante sombrío en asuntos de salud y cultura alimentaria, en el que no sólo las tradiciones sino la vida misma se ven amenazadas por enfermedades y padecimientos que atentan claramente contra el derecho a vivir una vida saludable.

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IV
Antes que se fuera a dormir hice el intento por animarlo a cantar, pues según me había contado con amenaza de lluvia en sus ojos, tras la embolia ya no podía componer su guitarra, pero cantar sí: “pero cantar mis versos parece que sí” – me dijo, quizá con más añoranza que ilusión. Y no se equivocó. El cantar de Dionisio Vichi sigue alegrando mi memoria cuando recuerdo aquellos maravillosos momentos que compartimos en torno de una tarima.

Aquel huapango que se hizo domingo fue la última ocasión que vi a Dionisio Vichi. No se equivocaba al decir que incluso con la embolia que le había pegado podría seguir cantando sus versos. Cumplió su ciclo en este mundo y se despidió de su pueblo, familia ya amigos hace un par de años. Se guardó su figura pero su voz se quedó en mi memoria y en la de muchos que tuvimos el privilegio de escucharlo. A quienes no, hoy pueden escucharlo gracias a la tecnología y a los esfuerzos que en aquellos años hiciera Alec Dempster por registrar la chispa de personajes como Vichi. Estudiarlo, aprender de su estilo y disfrutar de su estilo de cantar.

En lo personal me quedo con una grabación que aparece en el disco Del cerro vienen bajando, en donde se puede escuchar a “León” Vichi y a Salvador Tome Chacha versar, siguiendo el tema que el otro proponía. Nunca le he preguntado a Alec si él les pidió hacerlo así, entreverando uno a uno sus versos, versando por argumento…imagino que no. Que la espléndida muestra que dan en esta grabación de una controversia poética en verso sabido fue natural y espontánea, quizá queriendo decirnos que cantar es el arte de saber escuchar al otro, de devolver la palabra que otro nos ha regalado, pero con una alegría aumentada, con una emoción nueva. Como aquel domingo que se hizo huapango y cuando la voz chillante y determinada – casi a punto de reventar – de Dionisio Vichi se hizo una con el silencio y le propuso que cantara por él:

Al lado del estrumento (sic), suena la cuerda de acero/ si eres de buen acento/ les cantaré compañeros/ un versito de argumento/ del pájaro manzanero.

Y de todos los colores/ me gusta el tuyo me gusta el tuyo/ porque con tus amores/ linda bonita no quiero orgullo.

Fragmentos de la versada de Dionisio Vichi con Salvador Tome Chacha cantando El Zapateado.

Qué bonito es lo bonito/ a quien no le ha de gustar / Yo lo digo y lo acredito y lo vuelvo a acreditar/ todo cabe en un jarrito/ sabiéndolo acomodar.

Comienzo como la vela/ y ardiendo con fervor/ como muchacho de escuela/ también me gusta el olor/ de la esencia de canela.

De letras de oro tu nombre/ voy a mandarte un papel/ no quiero que de mí te asombre/ lo que le encargo a mujer/ que pronto me corresponda.

Te voy a mandar una carta/ buscarás quién te la lea/ uno que sea de confianza y que por nosotros vea.

Yo salí del escuadrón/ que reboleando mi mascada/ y como que soy varón/ que no me toquen retirada/ traigo versos de a montón/ para mí y mi prenda amada.

Mi amor no ha sido afligido/ por eso lo doy de prenda / me vas a dar un recibo/ antes que la muerte venga/ después de verme tendido/ harás lo que te convenga.

Al cortar un lirio blanco yo creía que era azucena/ Porque trascendió bastante igualito a una gardenia/ también de tu amor me encanto hermosísima trigueña

Y en un jardín de azucenas/ flores me puse a cortar/ que me gusta tu cadena/ cuando sales a bailar/ con el rocío del sereno/ de lejos se ve brillar

Desátame tu cadena porque estoy aprisionado, dale liberta a mi pena, porque está encarcelado dime trigueña hasta cuándo / que yo me veré a tu lado.

Desátame las cadenas/ con que tu amor me amarró/ quítame de andar en pena/ mira que te quiero yo/ porque tú eres la azucena/ que a tu jardín me llamó.

Quisiera ser el pañuelo, la sortija de tu mano/ porque este mi amor porfía que eres la flor del verano/ antes que otro te persiga/ qué dices negra ¿nos vamos?

Campestre Churubusco, Ciudad de México
primavera, 2017


Revista completa en formato PDF (v.4.1.1):

 

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