El son zonteño


Serafín Fuentes Marín y

el son zonteño 

Román Güemes Jiménez


 

Zonte (apócope de Zontecomatlán) es uno de los nueve municipios serranos que conforman la Huasteca Meridional, también conocida como Región de Chicontepec o Sierra de Huayacocotla. Por su situación geográfica, constituye uno de los municipios veracruzanos más aislados y marginados. Su presencia ante otros pueblos se explica de la siguiente manera: limita al NO con Ilamatlán, otro municipio apartado; al N con el estado de Hidalgo, es decir; Xochiatipan sería la población principal más próxima; con Benito Juárez al NE, pueblo de fuerte presencia indígena; al SE con Tlachichilco, municipio veracruzano más extremo; con Texcatepec al S y Huayacocotla (Huaya) al SO. Su altitud es de 570 m.s.n.m.; su superficie es de 216.33 km2. El clima es cálido extremoso y, en ocasiones, el invierno es crudo. Según datos del último censo, la población total del municipio suma 10,565 habitantes, de los cuales no más de 1,500 viven en la cabecera municipal. Las vías de comunicación con que se cuenta son muy limitadas y, de hecho, a Zontecomatlán sólo se puede acceder por dos terracerías en muy mal estado, una de las cuales se desprende de Huayacocotla y la segunda viene de Benito Juárez, tomando rumbo en El Paraje. Estos caminos, que se unen en Zonte, están en proceso de mejoramiento y se espera que muy pronto se dignifiquen, ya que además de serle útil a la población serrana, significaría una ruta directa hacia la Ciudad de México. 

Independientemente de la nomenclatura formal que pudiéramos emplear, el municipio en cuestión se localiza en la zona conocida localmente como La Cañada, inmenso, tajo por donde transitan las azulosas aguas del Río Zontecomatlán, cuyo caudal se forma por los nacimientos del Cerro Plumaje y se enriquece con los tributos del río proveniente de Pino Suárez, que se hermanan en el propio poblado. Kilómetros más abajo, este manto diáfano transita junto con el Río Garcés o Xoxocapa; después, se suma el Río Hules para formar, en Acececa, el Río Calabozo, tributario mayor del Pánuco. En toda esta travesía, ya no tan transparente puntos abajo, estas aguas van de-lineando y conformando pueblos y comunidades indígenas o mestizas cine eventualmente viven de la pesca (sobre todo de una variedad de miriápodos llamados ateuitla que, como bien lo señala el paisano Ildefonso Maya Hernández, se pescan a pedradas) y cotidianamente utilizan sus aguas para lavar y para beber. El río es un elemento valiosísimo para la • vida de este pueblo y de las demás comunidades asentadas en sus márgenes, pues además de embellecer el paisaje serrano, brinda muchos beneficios para la sobrevivencia. 

En cuanto a los aspectos económicos se refiere, la población de este municipio se dedica fundamentalmente a la agricultura y, en menor escala, a la ganadería. En cuanto a la primera actividad, es de subrayar la importancia que tiene la producción chilera. En todo el municipio, y comunidades aledañas, la siembra de este producto es sobresaliente. Aquí se cultiva una clase llamada regionalmente xohchili al que, después de madurar, seleccionan y desvenan para someterlo al rucio sacrificio del kopili para quedar transformado en el famoso chilpoctli, delicia de la cocina nacional e internacional. Grandes cantidades de este producto despacha Zonte cada año a distintas partes del mundo. 

EI evidente aislamiento geográfico y la marginación social de este municipio (más lacerante en épocas pasadas) ha posibilitado, prácticamente, la existencia de añejas pautas socio-culturales que han sabido mantenerse a flote y sobrevivir a la pretendida masificación. Una de esas expresiones de la cultura local que ha trascendido hasta estos días, ha sido la música; sobre todo la música de huapango o son huasteco, que en la zona de La Cañada guarda un especial atributo que la distingue del resto de la Región Huasteca; y teniendo a Zonte como importante ámbito natural, hemos llamado a este antiguo estilo huapanguero: Son Zonteño. Una de las peculiaridades de esta variante huapanguera, es la antigua factura acusada en la mayoría de los sones y huapangos (y en algunos de sus pocos músicos) del repertorio tradicional. Encontramos en esta área —que involucra a comunidades de otros municipios— una serie de sones (aunque algunos de ellos ya son cantados) raramente presentes, o definitivamente desconocidos, en el repertorio del resto de la Huasteca. Todo este universo sonoro es, repetimos, prácticamente desconocido e inédito. Su permanencia y desarrollo ha estado en mano de los músicos locales, cuyo número va a la baja. Infinidad de sorprendentes sones siguen alegrando la fiesta zonteña por excelencia: el carnaval, que acá tiene un mágico contenido y un inacabable desarrollo. Actualmente, en términos generales, se puede mencionar a dos personalidades del Son Zonteño: Serafín Fuentes Marín y Élfego Villegas Ibarra; ambos, músicos completos del género huasteco; excepcionales cantores y conocedores de esta tradición. Por lo que respecta al Profesor Serafín Fuentes Marín, nació en Zontecomatlán el 12 de octubre de 1923. Su padre era originario de Yatipán, Hidalgo; y su señora madre era de Zonte. Don Galo y Doña Sofía se conocieron aquí en el pueblo y, tiempo después, se casaron. Nos comenta el profesor Serafín que su infancia estuvo llena de privaciones, debido a la pobreza material de sus padres. Esto lo obligó a que, de niño, anduviera siempre acarreando leña en sus espaldas, puesto que su señora madre hacía pan, chorizo y tamales para vender. Este niño que acarreaba leña de los cerros, en sus ratos libres oía a don Ramón Ortega tocar su viejo violín.. Cuando don Ramón iniciaba su vespertina tarea, Serafín se acercaba sigiloso para aprenderle todas sus vueltecitas al momento de ejecutar un son viejo. Cuando ya tenía suficientes sonidos en la memoria, se devolvía a casa y al otro día, ya pardeando, volvías por más. De este modo aprendió a afinar el oído y a pulir su gusto por el huapango. Después, empezó a escuchar a don Arnulfo Álvarez Fuentes y a sus hermanos Enrique y Jesús, de los mismos  apellidos. Todos ellos muy buenos huapangueros, además de ser sus parientes. Esto último, si lo seguimos señalando resultaría muy reiterativo, puesto que en este pueblo —como en muchos otros del mismo tamaño— todos, de alguna manera, son parientes. De este modo don Serafín se decidió a aprender a tocar el violín y, al paso del tiempo, lograr hacerlo el instrumento de su predilección; pero, en esos días de pobreza, el problema mayor era cómo agenciarse un violín. El asunto se resolvió una tarde que fue a leñar; allá en lo alto del cerro se encontró un buen tronco de jonote con el que empezó a construirse un riístico violín de aprendiz. Con esta madera elementalmente devastada,. se inició en el oficio de violincro. Tiempo mas tarde, el profesor Melquiádes López Pacheco le prestó un violín propiedad de su sobrino Irineo del Valle. Con este nuevo instrumento mejoró un poco más su aprendizaje. Más adelante, unos zonteños que radicaban en la Ciudad de México, O. E, entre ellos su tío Ernesto Fuentes Ortega, regalaron un violín al pueblo, y el general Élfego Chagoya regaló un clarinete de doble cadencia y una batería. Con esos instrumentos se formo una orquestita. Con ese violín; ya hecho en fábrica, se fue enseñando un poco más. Continuó ensayando piezas, valses y huapangos. 

A otros importantes músicos que recuerda son: a don Evodio Pérez, don Daniel Ilernández (del Barrio Zoyotla). Nabor López, Lázaro Hernández (maravilloso vendedor de aguardiente que se valía de su violín para atraer a los clientes a quienes, una vez concluido el son, les despachaba, desde arriba de su mula que cargaba los barriles o castañas, aytí-dándose con una manguera), Pedro Reyes, (campesino del Barrio Tecuapa), Pino Hernández, Nabor López, Mauricio Hernández y Fuentes, Teófano Hernández. Cliserio Hernández (que llegaba al pueblo con sus disfrazados para bailar en el carnaval), estos eran los violinistas de antes, todos fallecidos, menos Teófono que radica en la Cd. De México. Los violinistas de ahora son más escasos, se reducen a Margarito Saavedra y a Roy Jiménez. En cambio, guitarreros siempre ha habido más. Los de antes eran: don Lino Herrera (también tocaba jarana huasteca, aunque no estaba integrada al conjunto), Víctor del Valle Herrera (alegre y pícaro a quien don Serafín le hizo un huapango), don Juaquín López (don Juachi), Aurelio López, Salomón Morales, Genaro Sagahón, Enrique Álvarez Fuentes, Jesús Villareal Cordero, Fernando Moreno, José López, Aurelio López y Timoteo Naranjo. Ahora se pueden nombrar a Fego Villegas Ibarra y a los hermanos Arturo, Eduardo y Víctor Fuentes Castro; a Lino Olivares Fuentes, Margarito Saavedra, Roy Jiménez, José Jerónimo (de La Candelaria),, Benito Tolentino (Barrio de Tetipa) y a Braulio Sandoval (Barrio Zoyotla). 

Para este tiempo, nos cuenta el pro-fesor, ya se oía al Viejo Elpidio Ramírez, cine había salido de Xoxocapa -llamatlán, Veracruz- a probar suerte a México, D. E, y de él tomó algunas cadencias cuando lo oía en la radio, ya que el Viejo tocaba con un estilo muy parecido al son zonteño porque Xoxocapa —tierra natal de Elpidio, hombre que se adjudicó toda la preciosidad de nuestro repertorio huapanguero— queda cerca de Zontecomatlán. Ya para 1949, Fuentes Marín emigró para la Ciudad Capital a buscar acomodo como músico. Apoyado por el torero Rafael Flor, junto con otros músicos de guitarras sextas, llegó a tocar en algunas radiodifusoras. Un día, cuando tenía actuación en la radio, mandó una carta. a Tayde Fuentes Cordero, en la que le decía: “Si gustan oírme tocar huapango por la radio, echen a anclar la planta; yo toco a las 16:45…” En Aquellas épocas había una fuente de luz cine había obsequiado al pueblo el memorable don Estanislao Villegas, mejor recordado como don Tanis. Fue la prime-ra vez que los zonteños escucharon a un coterráneo por la radio. Don Víctor del Valle Herrera (guitarrero de don Serafín aquí en este solar y alma del carnaval zonteño), también escuchó la radio; y una vez que Fuentes Marín vino de paseo al pueblo, le dijo: “Hermano Finso, cuando te oí tocar por radio, hubiera querido estar ahí adentro…” Pero el des-tino de don Serafín definitivamente no estaba en el altiplano… Regresó a su tierra un poco desilusionado por no haber encontrado compañeros que lo hicieran fuerte. A la fecha, aún se lamenta de no haber corrido con tan buena suerte… Así se inicia en lo que ha bautizado como su orfandad. Parecía ser que el infortunio lo perseguía, porque a los pocos días de su retorno, su mejor guitarrero. don Víctor del Valle Herrera, el cacahuate, falleció “envuelto por la selva , por el arrullo del viento al azotar las hojas” como prefiere decirlo don Finso. Este fue el inicio, ya no (ligamos (le la orfandad, sino de una persistente soledad. El tiempo corrió, y un buen día aparece por su casa Fego Villegas y maduran un buen dúo tradicional, que era el modo de hacer huapango, ya que el trío nació después. Fego asimiló y perfeccionó la tradición con don Serafín y fue por un buen rato su buen guitarrero. 

Élfego Villegas Ibarra nació en Zonte el 19 de abril (le 1944, y para ese tiempo era tul joven interesado en cap-tar y entender la cultura de su pueblo. Se desempeñaba allá en varios oficios: la ebanistería, transmitida por su señor padre; la laudería, captada por la profunda capacidad de observación; y, entre otras cosas, la buena voz y el excelente sentido musical. Cuando Fego se va a radicar a Xalapa, Veracruz, en 1974 para integrarse al Grupo Tlen-Huicani de la Universidad Veracruzana, don Finso retorna nuevamente a la soledad, y es cuando aparece Timoteo Naranjo Mérida con quien comparte varios años la tradición huapanguera en bailes, actos cívicos y en parrandas caseras. Desafortunadamente Timoteo, también ebanista, tornó un sendero que, a la postre, lo llevó a la tumba hace un par de meses. También con la muerte de Timo el Son Zonteño pierde a un buen elemento. Actualmente, a don Serafín le da gusto que uno venga de paseo por Zonte, porque así puede ejecutar su música, y sobretodo si vienen los Villegas. Ya estando acá, podemos comprobar también la excelente eficacia de don Serafín como anfitrión, porque los alimentos se deben de tomar a la hora, sin ningún retraso. Ya aquí. en la tranquilidad de su vieja casa tradicional, se le puede apreciar, con sus 76 años a cuestas, sentado ahí en el corredor sosteniendo amena plática con los vecinos y amigos; y ya por la tarde, se van acercando algunos jóvenes deseosos de aprender su arte; entre ellos destacan sus ahijados- a quienes les está enseñando. A estas alturas, ya Margarito Saavedra es uno de sus aventajados alumnos. 

Hoy, además de Villegas Ibarra, acompañan en este fonograma al maestro Serafín el profesor Daniel Jácome Gómez. músico originario de Las Mesillas municipio de lxhuatlán de Madero. Veracruz, que durante 30 años se desempeñó como integrante del Grupo Tlen-Huicani de la U.V., y junto con Villegas también formó el trío Los Cantores de la Huasteca, grabando varios discos. 

El trío huasteco que hoy estamos escuchando, está integrado por don Serafín Fuentes Marín (violín y primera voz), Élfego Villegas Ibarra (guitarra quinta huapanguera y voz) y en la jarana huasteca Daniel Jácome Gómez. 

EL PROGRAMA 

1.- La manta vieja (Son tradicional. Letra de S. E M.). Son muy tradicional, escuchado en las épocas de la infancia de don Serafín a don Pedro Chávez, a Eladio Ramírez; después, a Julián Ramírez y a Federico. Cuando don Serafín tenía 10 años de edad, don Pedro Chávez ya era un hombre de 75 años. Eladio también ya era mayor; ambos eran indios y vestían de manta, a la usanza antigua. Don Julián era mestizo y nativo de Xoxocapa… Cuentan que el viejo Elpidio venia a tocar a Zonte en las épocas del carnaval y que también lo hacía todos los fines de semana para huapanguear Este son no tenía letra y don Serafín se la puso allá por 1950 para alegrar un poco más al carnaval. Este son se baila zapateado y es de los más gustados por los disfrazados que van bailando casa por casa, en comparsas formadas por parejas de varones que se visten de viejos y viejas, es decir, varones y mujeres. Existe otro son de La Manta, pero es distinto, un poco anterior a este.

 

2.– La llorona (Son tradicional. Letra de S. E M.). Son antiguo sin letra fija, ya que se cantaba utilizando versos sueltos o variados, al cual don Serafín le hizo la le-, tra en 1953. Se trata (le un son que pue-de tocarse en cualquier etapa del carnaval, fiesta que se inicia un viernes antes del miércoles de ceniza. Se anuncia golpeando innumerables latas y echando cohetes desde la madrugada del viernes. Se trata de tina variante muy especial de la Llorona. digamos, nacional; pero con otro encanto, mismo que la naturaliza en imite, donde se ha tocado y escuchado desde los tiempos pasados.

 

3.– La chachalaca (Son tradicional de carnaval). Este son se cantaba únicamente con versos sueltos. Don Serafín hizo la letra recientemente. Se habla de que se acostumbra dentro del repertorio zonteño desde hace muchos años, expresión que no arroja mucha luz sobre su antigüedad. pero que al menos libra de la preocupación a nuestros informantes. Tanto en su melodía como en su ritmo es distinto a la otra chachalaca, son o huapango a quien don Nicandro Castillo y don Temo Villeda tratan de emparentar, no sin justa razón, con el ranchero potosino. 

 

4.– El perro (Son tradicional) Este son se baila un poco más zapateado, razón por lo cual los disfrazados lo solicitan a menudo, ya que se presta para realizar múltiples evoluciones. Antiguamente se cantaba con versos sueltos, alguno de los cuales hacía referencia al nombre del son; pero don Serafín, según él para hacerlo más carnavalesco, le com-puso una letra en donde se hablara más del perro, animal que en Zonte, como en muchos otros lugares, está íntimamente ligado con la casa y las actividades de la cacería. 

 

5.– Carnaval zonteño (Son tradicional. Letra de S.E M.) Este son, que ya existía de manera instrumental (como todos los sones), fue elegido por don Serafín para rendirle un merecido tributo a la fiesta zonteña por excelencia: el carnaval. Se pueden apreciar en esta composición todos los pormenores de las carnestolendas huastecas (le esta zona. 

 

6.– Son de carnaval (Son tradicional). Se trata de un son huapangueado sin letra. De este tipo de sones existe una infinidad, situación que ha propiciado desde tiempo atrás que muchas personas se los adjudiquen, una vez habiéndoles puesto letra y colmo! hasta un chocante nombre. Estas antiguas obras musicales huastecas. aunque sean anónimas y carezcan de un nombre específico (porque nunca lo tuvieron, porque no lo necesitaban o porque con el paso de las décadas se olvidó), son de mucha utilidad y en el huapango tienen una función vital, ya que los músicos (que no necesitan de esas referencias al momento de ejecutarlos dado que sólo vienen a la memoria y ya) los emplean para que descansen los cantores y para que los bailadores cobren nuevos bríos. Por algo llegaron a nuestra época de esta manera. Don Serafín pertenece al grupo de esos compositores actuales que no necesitan apropiarse de la obras musicales populares para tener presencia en el medio huapanguero. Él es honesto y las cosas las dice cual son. 

 

7.– La mariposa (Son tradicional. Letra de S. E M.). Se trata de otro de los grandes sones huapangueados muy solicitados en el carnaval. La melodía de este son inspiró en don Serafín la nueva letra que hoy lo acompaña y que en Zonte ya todos se saben. 

 

8.– Azucena bella (Son tradicional. Letra de S. E M.). En 1958 el profesor Serafín compuso la letra de este son del repertorio tradicional, y nos comentó que es muy distinta en muchos aspectos a la azucena bella que grabó el Viejo Elpidio. En el carnaval o en cualquier otra ocasión se toca esta Azucena, hoy ya integrada al huapango en toda la huasteca. 

 

9– La primavera (Letra y música de S. E M.) Huapango cuyo arreglo se inició en 1953 y fue concluido en 1960. Nace cuando don Serafín se extasiaba con la pre-sencia de la “estación más deliciosa” y todo lo que ella significa: canto de aves, vuelo de mariposas, presencia de flora-ción en campos y jardines domésticos. Desde 1953 se introdujo al carnaval. 

 

10.– El pájaro cu (Son tradicional) Nos cuenta el profesor Serafín cine’ conoció este son ya con el estribillo, hoy muy viejo, que aludía al ferrocarril, concretándose él sólo a hacerle unos versos para enriquecer un poco más la temática; pero que el nombre del son es el tradicional y que no se trata de ninguna copia actual. 

 

11.– El volado gavilán (Son tradicional. Letra de S. E M.) Este son pertenece al carnaval zonteño. La letra fue compuesta con los fines ya señalados en otros sones. Actualmente ya se canta para alegrar la fiesta. 

 

12.– Son de carnaval (Son tradicional) Son huapangueado. Se baila muy zapateado. Forma parte fundamental del repertorio usado, sobre todo, para el carnaval. 

 

13.– La chuparrosa (Son tradicional. Letra de S. E M.) Se trata de otro son del carnaval y con letra reciente. Su ritmo es huapangueado. Es considerado un son muy antiguo y muy bailado en el carnaval. 

 

14.– Teresa Dolores (Tradicional. Letra de S. E M.) Son viejo del carnaval. La letra fue hecha hace varias décadas. El baile de este son es muy lento, obedeciendo a la cadencia y ritmo del mismo. 

 

* * *

El trabajo que hoy presentamos constituye, sobre todo, un merecido homenaje y reconocimiento profundo a la persona del profesor Serafín Fuentes Marín por su importante presencia y trabajo a favor de la música tradicional de la Huasteca, a la que ha dedicado toda una vida como músico, compositor, cantor y entusiasta sostenedor del carnaval, ámbito donde el son y el huapango pueden alcanzar su máximo desenvolvimiento y desarrollo. Asimismo, queremos dejar un testimonio musical del maestro, tal y como lo han solicitado muchos músicos de nuestra región. A este reconocimiento se han sumado también el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, y la Dirección General de Culturas Populares a través del Programa de Música Popular que coordina el Antropólogo Fernando Híjar S. Reiteramos nuestra gratitud al Antropólogo Alfredo Delgado Calderón, Subdirector de Arte Popular de la D.G.C.P., por su decidido apoyo, respaldo y comprensión para que este fonograma pudiera realizarse. Asimismo, patentizamos nuestro agradecimiento sincero a la Antropóloga xalapeña Raquel Torres Serdán por su apoyo decidido para la organización de este material; de igual forma, agradecemos ampliamente al maestro Manuel Vazquez Domínguez y a la Empresa SIGMA, por el trabajo de tantas horas en beneficio del formato final de Son Zonteño. Finalmente, y cumpliendo con un deseo especial del maestro Fuentes Marín, dedicamos cumplidamente este trabajo al pueblo de Zontecomatlán de López y Fuentes, Veracruz, por ser una tierra sostenedora del son y del huapango; pero sobretodo del precioso carnaval, fiesta que permite bailar, de la noche a la mañana, durante cinco largos días. También nos recomendó el maestro poner mucho cuidado en lo siguiente: no olvidar hacer mención que, este trabajo que hoy escuchan, salda totalmente la deuda que contrajo con ustedes m 1949, año del corto exilio voluntario. 

Román Güemes Jiménez.

Tecalantla, Veracruz. 

Octubre de 1999.

 

Notas

 (1) Término introducido y empleado por Alfonso Medellín Zenil en Exploraciones en la Región de Chicontepec o Huasteca Meridional, Temporada I, Xalapa-Enriquez, Ver., 1955. Editora del Gobierno de Veracruz, 1982.

 (2) Del náhuatl tzontecomat (jícara en forma de cabeza) y del locativo abundancial —tla(n). Lugar donde hay abundancia de tzontecómatl. Existe la tendencia de traducir el topónimo como “el río de las calaveras, suponiendo que la palabra clave es tzontecomitl, cabeza, alejándose de la búsqueda. Si Cuatecontaco significa “En el lugar del cuatecómitl, huaje cirial o cuatecomate”. ¿Por qué no pensar que Zontecomatlán es el lugar del tzontecómatl, una posible variedad de jícara con la forma ya especificada? 

(3)  Xohchili o xochili, literalmente significa “chile verde”, aunque podría pensarse que, por los dibujos y ralladuras que presenta el producto, la partícula xo– pudiera indicar “florido”. 

 (4) Copili, construcción de varas y lodo, en forma de horno, que se emplea para ahumar el xolichili. Localmente se castellaniza como copil. 

 (5) Chilpoctli, su significado más inmediato es “chile expuesto al humo”. En todo nuestro país se le conoce con el nahuatlismo chipotle o, peor aún, como chile chipocle.

 

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Alfredo Delgado Calderón. Discurso

La Manta y La Raya # 14                                                              marzo  2023 ________________________________________________________________________

Discurso pronunciado por el 

Dr. Alfredo Delgado Calderón 

al recibir la medalla “Gonzalo Aguirre Beltrán” 

que otorga el Instituto Veracruzano de la Cultura, 

en el marco del 

XXVI Festival Internacional Afrocaribeño.

 

Héctor Juárez

Antes que nada, quiero agradecer esta medalla que significa mucho para mí, no sólo para mí. Es una medalla que en realidad sintetiza los esfuerzos de mucha gente, quiero reconocer a muchos que me han acompañado en el camino. Hay gente que vino de Acayucan, de Coatzacoalcos, de Xalapa, que vino para acompañarme en este momento. ¿Por qué digo que es una medalla que hemos ganado muchos? Porque me han acompañado en el camino, mucha gente, especialmente de dos instituciones, como la Dirección General de Culturas Populares y el Instituto Nacional de Antropología e Historia. También mucha gente del movimiento jaranero donde empezamos a destacar la presencia Afro en la región del Sotavento y en distintos aspectos. 

No es posible conocer la influencia Afro si no nos metemos a los pantanos, a las isletas que quedan cuando se inunda la cuenca del Coatzacoalcos, la cuenca del Tesechoacán, del Papaloapan; hablar con los vaqueros, hablar con los descendientes de aquellos antiguos esclavos a quienes la revolución no les hizo justicia, hijos de ejidatarios. Mucha gente que pidió el reparto agrario de las haciendas donde sus abuelos, sus tatarabuelos fueron vaqueros o fueron esclavos, y no se lo concedieron. Hay un proceso de largo plazo, hay muchas emociones en medio, mucho sufrimiento de aquella gente que fue arrancada de África, traída a la fuerza y que entró por San Juan de Ulúa, por el muro de las argollas. Miles de ellos y miles más que entraron de contrabando y muchos más que obtuvieron su libertad, ya sea porque la compraron, porque eran hijos de españoles o cuyos padres esclavos se casaron con indígenas. 

Eso fue conformando distintas regiones en México, regiones culturales. Muchas regiones como la Tierra Caliente de Guerrero y Michoacán o la Costa Chica de Guerrero y Oaxaca o los Altos de Jalisco o el Sotavento o la Huasteca serían impensables sin el aporte Afro. Esa gente que, ya sea libre o esclavizada, trabajó en trapiches, en obrajes, en haciendas, en los conventos y que fue dejando su impronta. ¿En dónde? En la gastronomía, en la música en las artesanías, en la medicina tradicional… y muchas veces no la sabemos saber. Hemos tenido que bregar en los archivos, consultar miles y miles de expedientes los últimos 35 años, para más o menos entender qué estaba pasando en las regiones, dónde están esos aportes y qué es lo que queda de ellos.

No podríamos escribir todo lo que hemos escrito si no vamos a conocer las ruinas de esas haciendas ganaderas, los caminos que trillaban con las manadas de ganado salvaje que llevaban los vaqueros negros y mulatos de Nopalapan, de Chiltepec, de Corral Nuevo, para alimentar también a los esclavos de las minas de Taxco, de Cuautla; llevar también carne de res a la Ciudad de México o a la ciudad de Puebla. No podríamos entenderlo si no vamos a conocer lo que queda de los viejos trapiches de la zona de Córdoba, de Huatusco, que ocupaban esclavos por miles. ¿Para qué? Para utilizar un producto como el azúcar, que era muy preciado en Europa y Nueva España, el azúcar que fue “azúcar de sangre”. 

Muchas personas esclavizadas escaparon y fundaron los palenques(1) en la sierra, muchos palenques. De allí es cuando uno de estos líderes, Yanga, se rebela y va fundando una serie de palenques en los alrededores de Córdoba (Veracruz) y negocia con las autoridades virreinales. Pero no fue el único: Francisco Congo, Diego Macute y muchos más, que finalmente lograron que las autoridades virreinales les concedieran también fundar otro pueblo: Nuestra Señora de Guadalupe de los morenos de Amapa. 

Los cascos de las haciendas se convirtieron en pueblos, pueblos con esa impronta afromestiza: Nopalapan, Cuatotolapan, Corral Nuevo, etcétera. Pero también pueblos que originalmente eran pesquerías, como Tamiahua. También pueblos que originalmente eran indígenas y que los vaqueros de las haciendas robaban mujeres y se fueron convirtiendo, después, en pueblos de negros, como Tesechoacán o Chinameca. Hay mucho que pudiéramos platicar. 

Yo agradezco infinitamente este reconocimiento. Y agradezco especialmente al Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y al Centro INAH Veracruz que me ha acompañado estos últimos 15 años.

Muchísimas gracias, es cuánto.

Ciudad y Puerto de Veracruz,        a 6 de octubre del 2022.           XXVI Festival Internacional 

 

El Dr. Alfredo Delgado Calderón es Profesor-Investigador Titular del Centro INAH Veracruz, miembro del Sistema Nacional de Investigadores del CONACYT y actualmente dirige el Museo de Antropología de la ciudad de Xalapa, Veracruz.

(1) Palenque o kilombo son términos utilizados en America latina para referirse a aquellos asentamientos fundados por las y los negros cimarrones que se huyeron de sus dueños escapando así de la esclavitud forzada, entre los siglos XI al XIX. Muchos de estos palenques fueron inicialmente pequeños campamentos desde los cuales los negros cimarrones hacían sus incursiones a lugares cercanos a fin de resolver la sobrevivencia cotidiana. En algunos casos, con el paso del tiempo estos lugares de resistencia lograron convertirse en rancherías que dieron lugar a la fundación de pueblo [nota de los Editores].

 

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Pedro Gil y Luis Campos_Grabaciones de Campo

La Manta y La Raya # 14                                                              marzo  2023 ________________________________________________________________________

Rancho de Guinda.  Santiago Tuxtla 1982

Pedro Gil y 

Luis Campos

Grabaciones de Campo

La Manta y La Raya.  2023

 

Como ya ha sido anunciado, La Manta y La Raya se complace en presentar las grabaciones realizadas en 1982 por Francisco García Ranz y Armando Chacha Antele, de don Pedro Gil y don Luis Campos, músicos campesinos de las tierras bajas de Santiago Tuxtla, Veracruz. Una producción que lleva por título Guinda 1982. 

Tres textos, escritos desde diferentes puntos de vista, acompañan, explican y enriquecen al conjunto de grabaciones:  La puerta de Guinda, Km 19. Un poquito más allá empiezan los llanos. de Armando Chacha Antele; Al son de don Pedro Gil y don Luis Campos. Notas de campo, de Francisco García Ranz; y Guinda – o la memoria que pende de un hilo, de Alvaro Alcántara López. En los textos nos encontramos con recuerdos de hace 40 años, con los que se reconstruye una historia en la que se pone en contexto no solo la música grabada sino la vida de estos músicos, así como algunos aspectos de la sociedad campesina de esta región de Los Tuxtlas.

La colección se compone de 14 registros sonoros grabados in situ:

01  La Guacamaya     02  La Bruja     03  El Siquisirí 

04  La Morena   05  El Pájaro Carpintero  06  El Buscapiés 

07  El Colás    08  El Fandanguito con Desenojadas 

09  El Palomo    10  El Cascabel     11  Plática 

12  El Toro    13  El Pájaro Cú     14  Pascuas

Tanto los registros sonoros como los textos antes mencionados, se encuentran en la Fonoteca de La Manta y La Raya (www.lamantaylaraya.org) para su consulta en línea. La edición del audio estuvo a cargo de Francisco García Ranz y Leo Heiblum .

Los Editores

 

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Stephanie Delgado_Migrar

La Manta y La Raya # 14                                                              marzo  2023 ________________________________________________________________________

Migrar

de

Stephanie Delgado

 

grabado en Cubeta Records, Ciudad de México, 2022

 

 

Stephanie Delgado (Hueyapan de Ocampo, 1989), músico y cantante veracruzana, hace su debut como solista con un disco generoso y comprometido al que ha titulado Migrar. Se trata de una producción compuesta por diez piezas de su autoría que recuperan la memoria de su terruño resignificadas por las experiencias de transitar el mundo y crecer arropada con las músicas que lo sueñan. La acompañan en esta aventura una alineación titular conformada por Juan Pablo Martínez (piano y teclado), Aníbal García (multipercusión) y nuestro querido Jorge Cortés (bajo eléctrico), quien además fue el responsable de la producción musical de la –casi– totalidad de los números que hacen el disco. Se suman a ellos, una pléyade de músicos invitados que incluye nombres ya célebres en la escena de la música contemporánea nacional.

Con un ánimo de apertura a los aires frescos y un impulso determinado por fijar su decir en la escena musical, Migrar constituye la reivindicación de una identidad construida y reapropiada en el ir y venir por las sonoridades de la vida. ¡Enhorabuena a Stephanie Delgado por este disco debut! 

Las íntimas letras que salen de su emoción, en gozoso contrapunto con la brillante música que habita el disco, nos hace pensar que lo mucho que tiene de bueno este cede será aún más potenciado, por todo aquello que Stephanie D y sus músicos reconocerán como su patrimonio, tras haberlo imaginado, grabado y sonado en vivo unas cienes de veces. ¿A dónde la llevará este disco? Tal vez sólo ella pueda intuirlo: 

Si el sol y la luna

me miran pasar. 

Si la arena viaja

con impunidad

y un pájaro va

de aquí para allá

¿dónde dices tú

que está mi lugar?

Los Editores

 

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Alfredo Delgado Calderón_Yanga

La Manta y La Raya # 14                                                              marzo  2023 ________________________________________________________________________

Yanga                                                     El costo de la libertad

de Alfredo Delgado

      INAH

 

No resulta exagerado afirmar que las historias en torno al personaje histórico conocido como Yanga han estado atravesadas por una serie de estereotipos, mitos y verdades a medias –y también, es justo decirlo, de abiertas falsificaciones. Hasta ahora. 

El nuevo libro que Alfredo Delgado nos entrega se propone, precisamente, desmontar la «historia de bronce» generada alrededor de este personaje y presenta, en cambio, una sólida, inteligente y documentada investigación historiográfica que hace de Yanga y sus colaboradores, una parte más de una larga y continuada historia de negociaciones, conflictos y resistencias, en donde la agencia social de las personas de origen africano se hace más que patente. 

Bajo una perspectiva de larga duración, Delgado Calderón documenta puntualmente el papel que desde la segunda mitad del siglo XVI desempeñó el puerto de Veracruz, como centro de dispersión de personas de origen africano que huían de la esclavitud y que encontraron en el espacio triangular Córdoba–Alvarado–Puerto de Veracruz, una zona de refugio y la posibilidad de forjarse una vida distinta. Se muestra entonces que Yanga fue uno de varios líderes cimarrones que habitaron aquella área y que, con toda seguridad, la fundación de San Lorenzo de Cerralvo se llevó a cabo algunos años después de que Yanga había desaparecido. Lo que deja en evidencia, la puesta en marcha de toda una política disidente implementada por más de siglo y medio, en el intento de la población de origen africano por mejorar sus condiciones de vida en una sociedad colonial. 

Vale la pena destacar que un aporte fundamental de este trabajo es que Alfredo Delgado prolonga sus pesquisas hasta fines del periodo colonial, para reconstruir así las tensiones, peripecias y agravios que debieron encarar los habitantes del pueblo negro recién creado, de parte de sus vecinos, tanto del mundo español asentado en Orizaba, Córdoba y haciendas ganaderas vecinas, como de los pueblos indios de la zona. 

De esta manera, el investigador del INAH Veracruz y actual director del Museo de Antropología de la Universidad Veracruzana, pone en práctica un desplazamiento que lo diferencia de toda la historiografía anterior: hace del mítico personaje de Yanga el recurso analítico que le permite reconstruir una historia social compleja y profunda, marcada por el conflicto y la lucha social, la búsqueda de acceso a la tierra y la construcción y defensa de la autonomía de un pueblo negro. 

El costo de la libertad. De San Lorenzo de Cerralvo a Yanga, una historia de largo aliento (INAH, 2022) constituye un magnífico ejemplo de la historia profesional que hace tiempo se viene haciendo en el estado de Veracruz y en México. Y los selectos lectores de nuestra revista deben poner esta importante obra como una de las lecturas obligadas del año que corre.

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In Memoriam 2019-2023

La Manta y La Raya # 14                                                              marzo  2023 ________________________________________________________________________

 

In Memoriam 2019-2023

 

Andamos la vida a veces con certezas, otras dando tumbos; descubriendo maravillas, conociendo personajes inolvidables, enamorándonos, llorando las ausencias o mirando nomás pasar las nubes con alguna que otra comezón exacerbada que se anida en las costillas. Con alegría desparramada por aquí, con melancólicas cavilaciones por allá, con chisporroteante arrechura cuando hay lugar, nuestra existencia ensaya distintas vestiduras, máscaras, identidades. Lo nuestro es andar y engordar la memoria. Inventarnos, descubrirnos en las mujeres y varones que vamos conociendo.

Un día cualquiera –del que solemos olvidar la fecha–, nos damos cuenta que hacemos parte de algo más grande: una comunidad, una manada, una familia, una tradición. Somos capaces de percibir que hemos quedado indisolublemente vinculados a memorias individuales y sociales que, sin ser las mismas para todxs, proyectan sus puntos de fuga hasta lograr que encontremos la manera de conectarnos con ellas.

Lo que nunca fuimos, lo que quisiéramos ser, lo que somos, lo que seguiremos siendo, se lo debemos entonces –también– a las luminosas personas que hemos podido conocer gracias al alucinante mundo del son jarocho y sus fandangos de tarima.

Encontrarnos nuevamente en el Foro Cultural Luz de Noche, tras estos dos años de ausencia por la pandemia Covid, constituye en sí mismo un buen motivo para celebrar. Y también una ocasión necesaria para recordar y mantener viva la alegre memoria de quienes hoy ya no están con nosotros.

Sirva este cariñoso y respetuoso acto de memoria como un homenaje a su andar por la vida, a todo lo que en nosotras y nosotros han sembrado.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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En todas partes

La Manta y La Raya # 14                                                              marzo  2023 ________________________________________________________________________

EN TODAS PARTES

 

para Alejandra Cuervo, 

intentando resarcir la  confusión de aquella hache.

Para Alberto “Sajo” Guillén, 

porque “te va Papi” qué se le va a hacer.

 

Alvaro Alcántara López 

 

 

I

Pienso en el amor, en su poderosa magia, cuando recuerdo aquella inolvidable mañana de febrero. Y aunque le he dado vueltas y vueltas para tratar de entender lo sucedido, ninguna otra explicación surge en mí que no sea la de concluir que, ciertos episodios de la vida son incubados desde burbujas energéticas rebosantes de amor y desde allí se develan a nuestros ojos. Si me apuran diré que un fandango puede constituirse –bajo ciertas y excepcionales condiciones- en una colectiva burbuja de amor –también es capaz de convocar otras energías igual de mundanas, pero desglosar esto nos alejaría de la historia que recién empiezo a narrar.

Uno imagina a veces que el acontecer de la vida puede ser explicado desde la firme creencia en un destino preexistente que todo lo determina. Otra posibilidad en cambio es la de reparar en la azarosa contingencia y alineación de circunstancias que hacen coincidir y vincularse –aunque sólo sea por algunos instantes–, a lo que de otra manera estaría desconectado, disperso, carente de vida. Como en una escena de película italiana de la postguerra desfilan por mi memoria un nutrido conjunto de episodios, sin los cuales aquello que presencié no hubiera ocurrido jamás: la expulsión de los Monos de San Miguelito; la convicción de Ivonne y Mario; los estados de éxtasis inducido de la flota y sus andanzas por el pueblo para airearse; la comezón de Humberto Aguirre por organizar aquel homenaje al “paisano” del Negro Ojeda; aquella jarana que un día llegó a nuestras manos y desató nuestra adicción; haber descansado lo suficiente como para no llegar a las mañanitas a la Virgen, pero sí para participar del fandango matutino de Luz de Noche; o, por qué no, el arribo inesperado de aquel vendedor con su carretilla repleta de jugos de piña que proporcionaron nuevos bríos a un fandango que empezaba a disvariar (sic).

II

Parecen ser casi las nueve de la mañana de aquel jueves dos de febrero del 2023. Francisco García Ranz ha llegado al pie de la tarima y desde ese lugar, con sus lentes “negro oscuro” y paliacate colorado al cuello que recoge la sudoración, comanda el huapango. A su lado toca y canta Yael, “el joven maravilla” y, un poco más allá, Alberto “Sajo Guillén, Lalo Merodio, Edwin Bandala, Joel Cruz Castellanos y Lalo Jaranas. Seis mujeres zapateando (entre quienes distingo a Wendy y a Mariana) hacen rugir la tarimba, acompasando un enésimo Siquisirí que se repite como mantra de protección y alegría. El recuento de personajes podría seguir –porque allí los recuerdo clarito– pero nunca terminaríamos. Porque a esas horas de la mañana, el fandango que comenzó la noche anterior ha entrado ya a esa otra dimensión de las cosas donde el tiempo se estira como chicle. 

Sin poder imaginar que ese verso podría ser considerado como una premonición, Alberto “Sajo” Guillén canta: “ahoritita se va a ver/quién se lleva la bandera/si los que son de la casa/ o los que vienen de afuera”. Y es en ese preciso momento alargo la mirada y logro reconocer a Alejandra Cuervo del otro lado de la calle refrescando su garganta con un delicioso néctar de piña. Tras un largo trago sonríe, como sólo ella puede hacerlo y yo, al verla, pienso que hay veces que la felicidad se posa frente a nosotros, sin exageraciones, pero también sin falsas humildades.

III

Las circunstancias en las que emerge, se desarrolla y fortalece un movimiento cultural contra-hegemónico (o que dice serlo, que es casi lo mismo) pueden llevar a quienes lo conforman, a convertir sencillos molinos de viento en amenazantes y detestables gigantes. O, como decía aquella antigua expresión que escuchamos en la infancia: “a ver moros con tranchetes”, donde nos los hay. Pero aquellos (no se nos puede olvidar) eran tiempos de combate, de disputarse la representación auténtica de una tradición, de una forma de vida, de la cultura de una región ¡y de qué región! Eran momentos cruciales en un país que se urbanizaba y daba la espalda al campo; momentos eran de denunciar el acartonamiento, la apropiación, la impostura estilizada de una música y de un bailar… el casi borramiento de una fiesta. Entonces -no habríamos de olvidarlo-, aquellos fueron tiempos de hacer valer el derecho a ser jarochas y jarochos de otras maneras, en modos distintos a lo que pregonaba la cultura oficial y el discurso del Estado mexicano. Y para ello hubo que pelear, insistir, confrontar, afirmarse; incluso, ser intransigente, acartonado y sectario. 

También es cierto que los contextos cambian, las posiciones sociales también y las personas –como los movimientos– ganan años y, a veces, confianza, fortaleza, experiencia. Llega el tiempo de los matices, la apertura el diálogo, la relativización de las cosas. Llegan también los momentos de hacer las paces, de desdecirse a medias sin perder la dignidad (o, al menos intentarlo); de ver las cosas de otro modo. Sucede entonces que los antiguos adversarios a muerte ya no lo parecen tanto e, incluso, que se puede colaborar con ellos y compartir escenarios o giras exitosas con aquellos entes cuasi demoniacos que, como solían repetir, deformaban y comercializaban la tradición: los ballets folklóricos. Pues como recuerda aquella tonada que escuchamos en la emocionada y potente voz de La Negra Sosa: “cambia, todo cambia”, y la vida –como también suele recordarnos el Lama Pepe– “es un río que fluye”.

IV 

Lo transgresor y extravagante de la escena fandanguera que mis ojos presenciaron en aquella vieja isla residía en que aquellos a quienes has creído tus enemigos (en tu delirante e imaginaria cruzada por defender y salvaguardar la tradición (sic); aquellos de quienes te dijeron –y tú lo quisiste creer– que eran tus adversarios y competencia, precisamente ellos, una mañana se aparecen en tu espacio sagrado, en ese tiempo/espacio fundante-mítico-idealizado-energético de la tarima, deseosos de compartir contigo, reconocer tu valía, divertirse y expresar su gusto y admiración por la música y zapateo que se hace desde tu trinchera inmaculada de la música tradicional. 

Fue entonces que ocurrió lo insospechado: los jarochos que se visten todo de blanco para trabajar y ganarse unos pesos, esos mismos a quienes has descrito con adjetivos menos que ofensivos y denigrantes, se acercaron al fandango con el gusto de hacer la fiesta junto a ti, con los tuyos. Ese gesto transgresor y extravagante, no puedo describirlo sino como un acto de amor.

Entonces fue todo un mar de algarabía, regocijo, júbilo. El amoroso reencuentro de parientes cercanos que durante mucho tiempo dejaron de hablarse sin saber por qué, pero que, en ese momento, sin importar nada más que su gusto y pasión por la música y la fiesta, entrelazaron sus corazones y fueron felices. No más pero tampoco menos. 

No ignoro que la historia que ahora estoy a punto de finalizar pueda resultarles, a lo menos, cursi, chabacana, dulzona. Tienen por supuesto ese derecho. Por mi parte sólo sé lo que vi y ahora les cuento. Al concluir el último son y baile sobre la tarima, que fue festejado por la concurrencia con estruendosos aplausos, el líder de aquel conjunto de alegres músicos y bailadores se acercó al personaje que se hallaba a mi lado, un reconocido y querido miembro de la comunidad fandanguera, para solicitarle se hicieran una foto con él. Antes de hacer la petición, el recién llegado expresó con vivísima emoción el reconocimiento y admiración que sentía por su quehacer artístico. 

Lo que sucedió a continuación fue el mejor final que jamás pudimos haber imaginado. Es probable que, al igual que yo, cuando los que allí estuvieron recuerden este episodio, experimenten en lo más íntimo de sus entrañas que contra todo pronóstico, el amor, en efecto, habita en todas partes. Aunque sólo en una mañana de dos de febrero, día de la Virgen de La Candelaria, se muestre ante nuestros ojos en la isla de los milagros y las apariciones. (1)

 

 (1) Circulan algunos rumores y versiones de cómo fue que se enteraron aquellos músicos y bailadores jarochos de que el fandango ya matutino de Luz de Noche seguía; o quién fue la persona que los animó o invitó a llegar allí. Fue precisamente ese, mi mayor interés apenas concluyó aquel encuentro memorable: quise conocer las circunstancias que llevaron a aquellos artistas a visitar el fandango en el que estábamos. Tras algunas pesquisas he llegado a la conclusión que, por el momento, lo mejor es mantener en el anonimato la identidad de él o la promotora de este episodio fantástico e inverosímil.

 

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Los Fandangos de Caballo Viejo en Tlacotalpan

La Manta y La Raya # 14                                                              marzo  2023 ________________________________________________________________________

Los Fandangos de Caballo Viejo en Tlacotalpan

 

Cristobal Cuitláhuac Torres Herrera

 

 

Una noche tomé la decisión de visitar a un famoso barbero y amigo tlacotalpeño de nombre Juan Antonio López Silva mejor conocido como “Toño Palma”, quien trabajó para Miguel Ramírez conocido como Caballo Viejo. Toño fue peluquero y barbero durante 64 años, y realicé esta indagación a partir de una de mis tantas visitas a su peluquería. Llegué junto con mi familia hasta la puerta de su casa sin avisar, preguntó quién llamaba y me identifiqué por mi nombre y apellido, inmediatamente abrió y nos invitó a pasar. Le dije que deseaba hacerle una entrevista ya que la última vez que fui a cortarme el cabello con él me había contado un poco de los famosos fandangos de Caballo Viejo. 

Conocí a don Toño desde pequeño, tenía seis años cuando mi padre me llevó por primera vez a su barbería. Durante el espacio de tiempo que abarcan ms primeros 35 años de vida, don Palma mantuvo su negocio a la vuelta de la casa de mi madre. Fue gracias a esa cercanía que nos hicimos buenos amigos. La calle donde don Toño prestaba sus servicios era paso obligado para ir de compras al mercado, así que conocía perfectamente que mis hermanas y yo éramos “fandangueros” y también sabía que Julio Corro y Juan Varela (Estanzuela) eran compañeros nuestros. A veces, pasaba por nuestro domicilio cuando iba rumbo a su negocio y nos veía tocando en el corredor de la casa o tomándonos un refresco con las jaranas en descanso.

Don Toño sabía que habíamos aprendido en la Casa de la Cultura con don Cirilo Promotor y Evaristo Silva Reyes. Siempre que yo llegaba solicitando sus servicios a la peluquería, él me preguntaba por cuestiones musicales. Unas veces se disculpaba por no haberse quedado a escucharnos el resto de la noche en el fandango; otras tantas, me preguntaba por Juan Varela y Julio Corro, además, “Juanito” -como le decía a mi ahora compadre- también era su cliente.

Toño Palma nació en el 34 del siglo pasado, fue huérfano desde pequeño, criado por sus tíos y de quienes recibió el apellido “Palma”, apellido por el cual la gente lo identificaría de por vida en el pueblo. Desde muy joven, aprendió el oficio de peluquero y una vez que aprendió lo suficiente con su mentor Ricardo López, se fue a probar suerte por su cuenta. Así es como el destino lo llevó a trabajar para Caballo Viejo, quien era dueño de una barbería y una cantina. Don Toño se encargaba de “trasquilar” a la clientela, la cual contaba con tres sillones “Koken” americanos, según su descripción. Al parecer, Caballo Viejo gustaba de atender la cantina y confiaba en su entonces joven peluquero, quien había llegado a hacer sus pininos con la tijera y la navaja. Ahí, don Toño sería testigo de los que hasta ahora han sido los fandangos más memorables de Tlacotalpan.

Miguel Ramírez tenía ubicado su local en lo que actualmente son Los portales de la ciudad, específicamente en el negocio contiguo al del “Compadrito” y el famoso “Tobías”. Eran los años cincuenta y nuestro informante recuerda que Caballo Viejo tenía sus tarimas y que cada fin de semana se realizaban grandes fandangos, gustaba de pagar bebidas a los músicos y a las mujeres bailadoras (a quienes recuerda muy bien ataviadas portando una flor en el cabello) les apartaba sus copitas de anís.

Los músicos que daban vida al fandango venían de distintas rancherías y comunidades bañadas por los ríos San Juan y Papaloapan, ya que el acceso a la ciudad era principalmente fluvial. Don Toño recuerda que había músicos que viajaban “a remo” para llegar al fandango. Es el caso de don Cirilo Promotor Decena, procedente de Mata de Caña, que cada semana remaba hasta Tlacotalpan para llegar a los fandangos de don Miguel. Fue en uno de esos encuentros que don Cirilo conoció a Andrés Aguirre Vera “Viscola” y así se convertiría en un integrante más del famoso “Conjunto Tlacotalpan”, agrupación que después viajaría por muchas partes del mundo exponiendo la música veracruzana.

Don Toño recuerda que los fandangos duraban hasta las dos o tres de la mañana y que había muchas bailadoras experimentadas que venían de comunidades aledañas, otras tantas eran locales. Entre los nombres de bailadoras destacadas que llegaron a la memoria en nuestra plática fueron doña María Tenejapa, Chefina Candal, Inés Gamboa, Chalía Fonseca y aparecen en su recuerdo algunos músicos que asistían de manera regular como “Viscola”, “El Mapache”, “El Cocuyo”, Andrés Alfonso Vergara, Cirilo Promotor y “Chico” Vázquez.

A pesar del auge que tenían los fandangos de Caballo Viejo, nuestro informante externó que durante las fiestas de la Candelaria el fandango no era una actividad que se realizara como parte de los festejos, ni como motivo de reunión durante la adoración a la Virgen de la Candelaria. Posiblemente el fandango, al ser una actividad bastante cotidiana los músicos y bailadores preferían darle cierto descanso. Aunque también aseguró que en algunas ocasiones se llevaron a cabo fandangos “espontáneos” o “improvisados” durante las fiestas. Al respecto, don Toño comentó que los jaraneros siempre cargaban con sus jaranas y por tal motivo era fácil improvisar la fiesta sobre el tablado. Agregó que la calle donde se realizaba el fandango se llenaba de puestos de colación, ya que la fiesta se concentraba exclusivamente alrededor del parque Zaragoza y se extendía a lo largo de una sola avenida, hasta el corral de toros, ubicado en un amplio terreno frente al hotel “Los Jarochos”. 

Al término de nuestra plática me comentó que antes de que existieran los fandangos de Miguel Ramírez, se llevaban a cabo en distintos puntos del pueblo. Recordó con exactitud la esquina de la cinco de mayo y Eduardo Lara, el barrio de San Miguel y la Alameda Juárez. Explicó que había construcciones con techo de palma (algunas con techo de lona) llamadas “palapas”, iluminadas con lámparas de petróleo donde se daban cita los músicos, bailadoras y bailadores.

 

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Aquellos tríos rancheros de los años 1980

La Manta y La Raya # 14                                                              marzo  2023 ________________________________________________________________________

Aquellos tríos rancheros de los años 1980

 

Francisco García Ranz

 

 

Introducción

Ahora con la publicación de Guinda 1982, grabaciones de campo y textos disponibles a través de la Fonoteca de La Manta y La Raya, me resulta más fácil escribir sobre los tríos rancheros que conocí en Tlacotalpan y Santiago Tuxtla entre 1981 y 1983. Estos conjuntos jarochos de músicos campesinos con guitarra de son y dos o tres jaranas, ya en vías de extinción para ese entonces (aunque yo no lo sospechaba), se convierten para finales de esa misma década en vestigios y recuerdos inclusive de un pasado remoto. De los cuatro trios a los que me voy a referir solamente uno, el trío de don Guadalupe Casarín del rancho El Marqués (muy cerca del 6 de Enero), municipio de Tlacotalpan, continuó activo, participando todavía en las parrandas y fandangos de fin de año de su comunidad hasta los inicios de los años 2000. Considero que con ellos terminó una época importante de música jarocha campesina de gran riqueza, asociada geográficamente con músicos campesinos de las “tierras bajas” de las faldas de Los Tuxtlas, una región intermedia entre las “tierras altas” tuxtecas y los grandes llanos, “un cruce de caminos histórico” parafraseando al maestro Alvaro Alcántara, conformada por una población mestiza, menos indígena y tal vez más afromestiza con respecto a la población de las “tierras altas”. 

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Una aproximación al violín Tuxteco

La Manta y La Raya # 14                                                              marzo  2023 ________________________________________________________________________

Una aproximación al       violín tuxteco

 

Joel Cruz Castellanos

 

 

 

Volver a mirar… 

En el 2012 conocí a don Sabino Toto, violinero de la comunidad de Xoteapan municipio de San Andrés Tuxtla. Fuimos a un acarreo de la Virgen de Los Remedios que salió de San Andrés Tuxtla a Buenos Aires Texalpan. Era un diez de mayo y, después de una estancia en la Ciudad de México, recién regresaba a vivir a Los Tuxtlas. Salí de Santiago con destino a San Andrés, donde había quedado de verme con otros amigos. Se nos había hecho un poco tarde por lo que íbamos con prisa y ya en el camino encontramos la procesión cruzando la carretera, por lo que nos bajamos rápidamente del taxi para darle alcance. El sol estaba en el cenit y todo lo llenaba, mis ojos quedaron deslumbrados por la brillantez que mojaba mi cuerpo, en medio la orfandad de árboles y el olor del asfalto hirviente. 

La Virgen encabezaba el grupo y después de ella iban los cantadores en medio de decenas de sombrillas coloridas que danzaban al sonido de los rezos y el son, entrelazándose con una sincronía casi mágica. Los músicos no se veían pero su música se escuchaba muy fuerte y de entre las sombrillas aparecieron, primero los sombreros y luego los rostros colorados por el calor. El sonido de las jaranas era muy especial, muy diverso, esa es una música que no se escucha comúnmente en los huapangos, encantaba… ¡y sobre todo el sonido de los violines! Eran dos, uno muy pequeño que venía tocando don Ignacio Bustamante y el otro, que no encontré a primera vista, lo venía tocando don Sabino Toto. En algún punto del camino entramos en un arbolada que generó una sensación de frescor en medio de aquel calor incesante de mayo, seguimos caminando y cada que remudaban a la persona que cargaba el nicho de la Virgen se hacía una pequeña pausa en el tránsito. De pronto, cuando comenzamos a caminar de nuevo uno de los violines ya no estaba, solo quedaba don Sabino tocando; él era un hombre mayor, de estatura baja y tocaba un violín grande 4/4 (de 60 cm aproximadamente), su sonido era fuerte y su forma de tocar parecía una hoja que volaba en medio del viento, de tantas vueltas que daba; caminamos con él muy cerca, escuchando, sólo escuchando. De repente se hizo un descanso en el trayecto y nos ofrecieron de tomar pinole. Don Sabino ya se había percatado de mi fija atención y de la nada se me acercó y me dijo: “¿Te gusta la música de violín verdad? ¿Tocas un poco o quieres aprender?  yo aprendí a tocar en un sueño. Un día estaba soñando que estaba en una diversión y de repente mi padrino me decía: ¿Qué estás tocando ahijado? ¿Guitarra? No, lo que tú deberías tocar es el violín, entonces me daba uno y comenzaba a tocarlo, en el sueño él me daba el sonido y el instrumento, al otro día me desperté y fui a Los Pinos y compré este violín que estás escuchando.”

Los Tuxtlas (Veracruz) es una región que se ha distinguido desde la antigüedad, por el uso del violín en sus ensambles instrumentales de música de huapango. Los testimonios de la mayoría de los músicos y bailadores mayores de 50 años de los pueblos tuxtecos coinciden en que el violín era “el rey de los instrumentos”. Su valor residía en las creencias religiosas de las comunidades, al grado de que muchos músicos se rehusaban a tocar si no había por lo menos un violinero en el huapango. Esto sucedía porque existía la creencia de que el violín brindaba protección de la presencia del diablo en el huapango, ya que al tocar el instrumento con el arco, se hace la señal de la cruz. La gente de antes  creía que el diablo se acercaba a los huapangos porque, aunque estos sean de carácter religioso, se encuentra presente la energía negativa representada por los vicios, el alcohol y juegos de azar, entre otros.

Si bien en los últimos cuarenta años el son jarocho ha logrado evadir el riesgo de desaparecer en el que se encontraba hace unos cuantos lustros (gracias a los programas de promoción y reforzamiento de nuestra música, como los Encuentros de jaraneros, talleres y festivales, que han logrado que niños y jóvenes del sur de Veracruz se interesen en la música de jaranas y los huapangos), aún existen algunas expresiones culturales como los estilos regionales, las afinaciones antiguas o los rituales en torno a la tarima, así como la práctica y ejecución de algunos instrumentos como el violín, en los que estos intentos no han sido suficientes, volviendo así forzoso diseñar un proyecto integral que sea impulso para que estos aspectos de la herencia musical de nuestros pueblos se reintegre y perdure.

Durante las últimas décadas del siglo pasado, algunas agrupaciones que tenían como propuesta el rescate de los aspectos tradicionales básicos de la región, intentaron integrar el violín en su música. Sin embargo, el resultado fue la fusión del violín de música de cámara con el de la nueva interpretación de la música regional, generando un violín sonero con un nuevo sonido. La escasez de maestros y de investigación profunda en este instrumento devino en el sencillo desplazamiento del violín tuxteco, por el violín de la música llamada clásica.

Asimismo, en décadas recientes, el violín tuxteco tampoco tuvo gran cabida durante el rescate de esta música ahora en auge, tal vez debido a la escasez de maestros y a que el estilo en que es ejecutado dentro de la música tradicional es “poco virtuoso” y está más emparentado con las músicas indígenas, siendo uno de los instrumentos que más han conservado esta herencia. Otra de las posibles razones para el decrecimiento del interés hacia este instrumento, es su difícil adaptación en la laudería moderna. El violín de la música tuxteca difiere en gran medida de las plantillas estándar de los violines de concierto, los constructores cuentan con un universo de plantillas que son muy particulares en su mayoría han sido heredadas o inventadas por ellos mismos. La ejecución se detuvo en el tiempo y el instrumento  se sigue recargado sobre el pecho.

De esta manera, el sonido del violín en la música de huapango no es tan “mejorable” (con “mejorable” me refiero a que es un instrumento que desde su construcción hasta su ejecución se ha quedado suspendido en el tiempo, es un instrumento rústico, de poco volumen, que cuesta trabajo de aprender a construir y a tocar), como aquél de los instrumentos de cuerda percutida (por ejemplo, las distintas jaranas), los cuales pudieron fácilmente insertarse en el mercado a través de los talleres de son actual, que fueron la plataforma a través de la cual la mayoría de las personas que tocan son aprenden en los tiempos actuales. Por otro lado, el cambio en la creencias religiosas en las comunidades fueron transformando las prácticas rituales y las formas de celebración de las personas, habiendo un cambio de la religión católica (que está relacionada profundamente con el calendario agrícola), por las nuevas religiones protestantes:testigos de Jehová, séptimo día,  etc.

 Uno de los referentes más importantes en mi cercanía al violín tuxteco ha sido el trabajo de Héctor Luis Campos Ortiz, un gran amigo de Santiago Tuxtla y quien fue al primero al que escuche tocar el violín y quién también, desarrollando instrumentos, ha sabido encontrar un equilibrio entre las prácticas de laudería tradicional y las técnicas de laudería clásica, pero que sobre todo se ha encargado de mantener la presencia de este instrumento en muchos de los espacios musicales de mi comunidad. 

Los violines tuxtecos

Los violines tuxtecos son generalmente pequeños, más parecidos al rabel que al violín sinfónico, aunque en nuestra región no se le conoce con este nombre, aquí se le llama violín o yigui yigui. El violín tuxteco se construye por medio de la técnica de vaciado, generalmente se hacen de cedro, aunque en la actualidad la crisis que sufre la madera de este árbol ha hecho que los constructores exploren la sonoridad de otras maderas, como el nacaxtle o palo cuchara. Algunos fabricantes prefieren hacerlos de raíz de cedro, particularmente de los árboles de laderas. Los violines también se fabrican de las costaneras, que son las partes externas de árbol, éstas son consideradas basura puesto que los aserradores utilizan el tronco. Las costaneras facilitan mucho el trabajo de construcción del violín pues tienen una curvatura natural que les simplifica el tallado del fondo exterior del instrumento. Los violines se confeccionan de una sola pieza, es decir, que la caja de resonancia y mástil se construyen del mismo bloque de madera; la tapa, el diapasón y las clavijas se hacen de bloques independientes. Los carpinteros están acostumbrados a trabajar con herramientas de mano, como el machete, el birbiquín (berbiquí), la gurbia, escofina y el formón.

Aunque existe más o menos un concepto regional en las plantillas de los violines tuxtecos, cada constructor cuenta con sus formas particulares. Incluso, podemos decir que estos patrones se asocian según sus especificaciones con una u otra comunidad. En este sentido es frecuente que los tocadores reconozcan la procedencia del violín por su plantilla. El puente generalmente se fabrica de cedro porque se dice que éste conduce mejor el sonido, aunque también algunos constructores, como don Ignacio Bustamente, utilizaban el cuerno del toro. En la actualidad también se hacen de chagani o de maderas más duras como el cocuite, sin embargo, suele suceder que los violineros después de un tiempo de experimentar regresen a los puentes de cedro, ya que se piensa que es el que mejor suena.

El cordal se construye de cuerno de vaca y se amarra al botón con alambre de cobre o de lo que tengan a la mano. El diapasón también se hace de cedro. En los tiempos de antes se utilizaban pegamentos orgánicos como el sacte o algunos realizados a base de harina y plantas, pero actualmente se utiliza el resistol comercial para pegar las partes. El clavijero y la voluta son elementos ornamentales que distinguen al constructor, cada uno tiene su estilo particular para tallar la madera, hay quienes los realizan muy detallados, también quienes lo hacen un poco más sencillos.

Existen tres tamaños de violines: el requinto que mide entre 47 y 48 cm de longitud, con una caja  que mide 25 cm de largo; el violín segundo mide 56 cm de largo y su caja mide cerca de 32 cm; y el violín tercero que tiene las medidas de un violín 4/4 occidental.

Los arcos se construyen con madera de guásimo, aunque también los hay de cedro. El material que se usa para las cerdas es crin de caballo, los constructores se inclinan por las de color negro, aunque es difícil conseguirlas, por lo que  también se usa la crin blanca. La brea que se usaba tradicionalmente se hacía de sangre de palo mulato, se cosechaba la sangre y se hacía una bolita que se aplicaba en el pelo del arco.

En la actualidad quedan muy pocos constructores de violines, éstos se han ido acabando, por causas naturales y también porque no ha existido un relevo generacional con los jóvenes de sus comunidades. La mayoría de estos saberes se han quedado resguardados al interior de las comunidades rurales de Texcaltitan, Xoteapan, Buenos Aires Texalpan, Ohuilapan y Santiago Tuxtla. Los constructores que aún hacen violines son don Rodolfo Cobix y Eulogio Temich en la comunidad de Texcaltitan, Gaudencio y Santiago Escribano de Ohuilapan, ambas comunidades del Mpio de San Andrés Tuxtla; Héctor Luis Campos Ortíz de Santiago Tuxtla es quien a logrado encontrar un equilibrio entre la técnica tradicional de construcción y la técnica de laudería clásica, en épocas recientes también el constructor Julio Blas del mismo municipio ha comenzado a hacer violines. Sin embargo existen numerosas referencias de constructores entre los que podemos destacar a Carlos Escribano, Benito Juarez, Mpio. de San Andrés Tuxtla, Chemali Perea, Francisco Cadena, Feliciano Sinaca de Santiago Tuxtla, Nacho Bustamante, Felipe Bazán en Cerro Amarillo, Pablo Gómez de El coco y  Artemio Morales en Tescochapan.

La afinación y el encordado

Los violines tuxtecos tienen una afinación muy similar a la que se utilizan en los violines de cámara, la tonalidad depende de la altura a la que esté templada la música. En las comunidades de Buenos Aires Texalpan y Texcaltitan ubicamos una región sonora con una afinación en particular. De hecho, esta templanza corresponde a varias comunidades de San Andrés y me parece que tiene que ver con el uso del violín y la llamada media guitarra. La afinación es: Mi5–La4 –Re4–Sol3; mientras que en otros lugares como Santiago Tuxtla se afina más grave, una nota menos en relación a San Andrés, queda  Re5–Sol3–Do4–Fa3. Sin embargo, el hecho de que esta afinación coincida con la del violín clásico tiene implicaciones distintas en su ejecución, pues se utilizan solamente ciertas “posturas” «por mayor» o «por menor». Cuando el violín está afinado en Mi–La–Re–Sol (afinación del violín clásico) la postura «por mayor» equivale a la digitación de Re y cuando está siendo tocado por tono «menor» resulta equivalente a la digitación de Sol. 

Existe en el imaginario la idea de que el violín se afina como si fuera una guitarra de son y de hecho la idea no está tan errada. En realidad, se afina como una guitarra de son pero invertida, es decir, de abajo hacia arriba. Está es una especie de técnica pedagógica que los tocadores han desarrollado para poder enseñarle a los jóvenes los primeros pasos del instrumento y, es que las posturas del violín coinciden con las posturas de la guitarra de son.

En tiempos pasados o al menos en los primeros contactos que tuve con violines a principios de los 90 del siglo pasado, la mayoría utilizaban cuerdas nylon, de ese monofilamento azul que generalmente se usa para la albañilería o la pesca, la única cuerda que se utilizaba de metal era las mas aguda a la que comúnmente le llamaban “acero” y esa se la ponen (porque a la fecha sigue usándose) de una cuerda primera para del set de acero para guitarra sexta. Conforme fue pasando el tiempo se comenzaron a utilizar cuerdas de violín de las que se encontraban en las tiendas comerciales de San Andrés Tuxtla.

No se ha ido del todo

Aquel día de mayo que conocí a Sabino Toto marcó un antes y un después en mi vida, me llevó por un lado a establecer una relación muy cercana con él y, al mismo tiempo, con don Ignacio Bustamante y su familia, abriendo una ventana a un mundo que estando tan cerca, me era desconocido. En mi afán por aprender a tocar el violín comencé a asistir a muchos velorios de la Virgen de Los Remedios y a distintas celebraciones en sus comunidades. De manera constante y mediante la convivencia en la tarima y otros espacios logramos construir lazos muy fuertes de amistad y en mí nació un amor profundo por el violín y tuve la capacidad de notar su papel como agente integrador en la región. Desde entonces he decidido contribuir en lo que mis posibilidades me dan a que este instrumento se mantenga vivo en nuestros pueblos y también la memoria de mis amigos y maestros. Si bien el sonido del violín tuxteco se ha ido con cada uno de los músicos que se nos han adelantado, no se ha ido del todo y confío en que poco a poco se le escuchará de nuevo en el espacio sonoro de las montañas tuxtecas. 

 

Revista núm. 14  en formato PDF (v.14.1.1):

 

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