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El son zonteño


Serafín Fuentes Marín y

el son zonteño 

Román Güemes Jiménez


 

Zonte (apócope de Zontecomatlán) es uno de los nueve municipios serranos que conforman la Huasteca Meridional, también conocida como Región de Chicontepec o Sierra de Huayacocotla. Por su situación geográfica, constituye uno de los municipios veracruzanos más aislados y marginados. Su presencia ante otros pueblos se explica de la siguiente manera: limita al NO con Ilamatlán, otro municipio apartado; al N con el estado de Hidalgo, es decir; Xochiatipan sería la población principal más próxima; con Benito Juárez al NE, pueblo de fuerte presencia indígena; al SE con Tlachichilco, municipio veracruzano más extremo; con Texcatepec al S y Huayacocotla (Huaya) al SO. Su altitud es de 570 m.s.n.m.; su superficie es de 216.33 km2. El clima es cálido extremoso y, en ocasiones, el invierno es crudo. Según datos del último censo, la población total del municipio suma 10,565 habitantes, de los cuales no más de 1,500 viven en la cabecera municipal. Las vías de comunicación con que se cuenta son muy limitadas y, de hecho, a Zontecomatlán sólo se puede acceder por dos terracerías en muy mal estado, una de las cuales se desprende de Huayacocotla y la segunda viene de Benito Juárez, tomando rumbo en El Paraje. Estos caminos, que se unen en Zonte, están en proceso de mejoramiento y se espera que muy pronto se dignifiquen, ya que además de serle útil a la población serrana, significaría una ruta directa hacia la Ciudad de México. 

Independientemente de la nomenclatura formal que pudiéramos emplear, el municipio en cuestión se localiza en la zona conocida localmente como La Cañada, inmenso, tajo por donde transitan las azulosas aguas del Río Zontecomatlán, cuyo caudal se forma por los nacimientos del Cerro Plumaje y se enriquece con los tributos del río proveniente de Pino Suárez, que se hermanan en el propio poblado. Kilómetros más abajo, este manto diáfano transita junto con el Río Garcés o Xoxocapa; después, se suma el Río Hules para formar, en Acececa, el Río Calabozo, tributario mayor del Pánuco. En toda esta travesía, ya no tan transparente puntos abajo, estas aguas van de-lineando y conformando pueblos y comunidades indígenas o mestizas cine eventualmente viven de la pesca (sobre todo de una variedad de miriápodos llamados ateuitla que, como bien lo señala el paisano Ildefonso Maya Hernández, se pescan a pedradas) y cotidianamente utilizan sus aguas para lavar y para beber. El río es un elemento valiosísimo para la • vida de este pueblo y de las demás comunidades asentadas en sus márgenes, pues además de embellecer el paisaje serrano, brinda muchos beneficios para la sobrevivencia. 

En cuanto a los aspectos económicos se refiere, la población de este municipio se dedica fundamentalmente a la agricultura y, en menor escala, a la ganadería. En cuanto a la primera actividad, es de subrayar la importancia que tiene la producción chilera. En todo el municipio, y comunidades aledañas, la siembra de este producto es sobresaliente. Aquí se cultiva una clase llamada regionalmente xohchili al que, después de madurar, seleccionan y desvenan para someterlo al rucio sacrificio del kopili para quedar transformado en el famoso chilpoctli, delicia de la cocina nacional e internacional. Grandes cantidades de este producto despacha Zonte cada año a distintas partes del mundo. 

EI evidente aislamiento geográfico y la marginación social de este municipio (más lacerante en épocas pasadas) ha posibilitado, prácticamente, la existencia de añejas pautas socio-culturales que han sabido mantenerse a flote y sobrevivir a la pretendida masificación. Una de esas expresiones de la cultura local que ha trascendido hasta estos días, ha sido la música; sobre todo la música de huapango o son huasteco, que en la zona de La Cañada guarda un especial atributo que la distingue del resto de la Región Huasteca; y teniendo a Zonte como importante ámbito natural, hemos llamado a este antiguo estilo huapanguero: Son Zonteño. Una de las peculiaridades de esta variante huapanguera, es la antigua factura acusada en la mayoría de los sones y huapangos (y en algunos de sus pocos músicos) del repertorio tradicional. Encontramos en esta área —que involucra a comunidades de otros municipios— una serie de sones (aunque algunos de ellos ya son cantados) raramente presentes, o definitivamente desconocidos, en el repertorio del resto de la Huasteca. Todo este universo sonoro es, repetimos, prácticamente desconocido e inédito. Su permanencia y desarrollo ha estado en mano de los músicos locales, cuyo número va a la baja. Infinidad de sorprendentes sones siguen alegrando la fiesta zonteña por excelencia: el carnaval, que acá tiene un mágico contenido y un inacabable desarrollo. Actualmente, en términos generales, se puede mencionar a dos personalidades del Son Zonteño: Serafín Fuentes Marín y Élfego Villegas Ibarra; ambos, músicos completos del género huasteco; excepcionales cantores y conocedores de esta tradición. Por lo que respecta al Profesor Serafín Fuentes Marín, nació en Zontecomatlán el 12 de octubre de 1923. Su padre era originario de Yatipán, Hidalgo; y su señora madre era de Zonte. Don Galo y Doña Sofía se conocieron aquí en el pueblo y, tiempo después, se casaron. Nos comenta el profesor Serafín que su infancia estuvo llena de privaciones, debido a la pobreza material de sus padres. Esto lo obligó a que, de niño, anduviera siempre acarreando leña en sus espaldas, puesto que su señora madre hacía pan, chorizo y tamales para vender. Este niño que acarreaba leña de los cerros, en sus ratos libres oía a don Ramón Ortega tocar su viejo violín.. Cuando don Ramón iniciaba su vespertina tarea, Serafín se acercaba sigiloso para aprenderle todas sus vueltecitas al momento de ejecutar un son viejo. Cuando ya tenía suficientes sonidos en la memoria, se devolvía a casa y al otro día, ya pardeando, volvías por más. De este modo aprendió a afinar el oído y a pulir su gusto por el huapango. Después, empezó a escuchar a don Arnulfo Álvarez Fuentes y a sus hermanos Enrique y Jesús, de los mismos  apellidos. Todos ellos muy buenos huapangueros, además de ser sus parientes. Esto último, si lo seguimos señalando resultaría muy reiterativo, puesto que en este pueblo —como en muchos otros del mismo tamaño— todos, de alguna manera, son parientes. De este modo don Serafín se decidió a aprender a tocar el violín y, al paso del tiempo, lograr hacerlo el instrumento de su predilección; pero, en esos días de pobreza, el problema mayor era cómo agenciarse un violín. El asunto se resolvió una tarde que fue a leñar; allá en lo alto del cerro se encontró un buen tronco de jonote con el que empezó a construirse un riístico violín de aprendiz. Con esta madera elementalmente devastada,. se inició en el oficio de violincro. Tiempo mas tarde, el profesor Melquiádes López Pacheco le prestó un violín propiedad de su sobrino Irineo del Valle. Con este nuevo instrumento mejoró un poco más su aprendizaje. Más adelante, unos zonteños que radicaban en la Ciudad de México, O. E, entre ellos su tío Ernesto Fuentes Ortega, regalaron un violín al pueblo, y el general Élfego Chagoya regaló un clarinete de doble cadencia y una batería. Con esos instrumentos se formo una orquestita. Con ese violín; ya hecho en fábrica, se fue enseñando un poco más. Continuó ensayando piezas, valses y huapangos. 

A otros importantes músicos que recuerda son: a don Evodio Pérez, don Daniel Ilernández (del Barrio Zoyotla). Nabor López, Lázaro Hernández (maravilloso vendedor de aguardiente que se valía de su violín para atraer a los clientes a quienes, una vez concluido el son, les despachaba, desde arriba de su mula que cargaba los barriles o castañas, aytí-dándose con una manguera), Pedro Reyes, (campesino del Barrio Tecuapa), Pino Hernández, Nabor López, Mauricio Hernández y Fuentes, Teófano Hernández. Cliserio Hernández (que llegaba al pueblo con sus disfrazados para bailar en el carnaval), estos eran los violinistas de antes, todos fallecidos, menos Teófono que radica en la Cd. De México. Los violinistas de ahora son más escasos, se reducen a Margarito Saavedra y a Roy Jiménez. En cambio, guitarreros siempre ha habido más. Los de antes eran: don Lino Herrera (también tocaba jarana huasteca, aunque no estaba integrada al conjunto), Víctor del Valle Herrera (alegre y pícaro a quien don Serafín le hizo un huapango), don Juaquín López (don Juachi), Aurelio López, Salomón Morales, Genaro Sagahón, Enrique Álvarez Fuentes, Jesús Villareal Cordero, Fernando Moreno, José López, Aurelio López y Timoteo Naranjo. Ahora se pueden nombrar a Fego Villegas Ibarra y a los hermanos Arturo, Eduardo y Víctor Fuentes Castro; a Lino Olivares Fuentes, Margarito Saavedra, Roy Jiménez, José Jerónimo (de La Candelaria),, Benito Tolentino (Barrio de Tetipa) y a Braulio Sandoval (Barrio Zoyotla). 

Para este tiempo, nos cuenta el pro-fesor, ya se oía al Viejo Elpidio Ramírez, cine había salido de Xoxocapa -llamatlán, Veracruz- a probar suerte a México, D. E, y de él tomó algunas cadencias cuando lo oía en la radio, ya que el Viejo tocaba con un estilo muy parecido al son zonteño porque Xoxocapa —tierra natal de Elpidio, hombre que se adjudicó toda la preciosidad de nuestro repertorio huapanguero— queda cerca de Zontecomatlán. Ya para 1949, Fuentes Marín emigró para la Ciudad Capital a buscar acomodo como músico. Apoyado por el torero Rafael Flor, junto con otros músicos de guitarras sextas, llegó a tocar en algunas radiodifusoras. Un día, cuando tenía actuación en la radio, mandó una carta. a Tayde Fuentes Cordero, en la que le decía: “Si gustan oírme tocar huapango por la radio, echen a anclar la planta; yo toco a las 16:45…” En Aquellas épocas había una fuente de luz cine había obsequiado al pueblo el memorable don Estanislao Villegas, mejor recordado como don Tanis. Fue la prime-ra vez que los zonteños escucharon a un coterráneo por la radio. Don Víctor del Valle Herrera (guitarrero de don Serafín aquí en este solar y alma del carnaval zonteño), también escuchó la radio; y una vez que Fuentes Marín vino de paseo al pueblo, le dijo: “Hermano Finso, cuando te oí tocar por radio, hubiera querido estar ahí adentro…” Pero el des-tino de don Serafín definitivamente no estaba en el altiplano… Regresó a su tierra un poco desilusionado por no haber encontrado compañeros que lo hicieran fuerte. A la fecha, aún se lamenta de no haber corrido con tan buena suerte… Así se inicia en lo que ha bautizado como su orfandad. Parecía ser que el infortunio lo perseguía, porque a los pocos días de su retorno, su mejor guitarrero. don Víctor del Valle Herrera, el cacahuate, falleció “envuelto por la selva , por el arrullo del viento al azotar las hojas” como prefiere decirlo don Finso. Este fue el inicio, ya no (ligamos (le la orfandad, sino de una persistente soledad. El tiempo corrió, y un buen día aparece por su casa Fego Villegas y maduran un buen dúo tradicional, que era el modo de hacer huapango, ya que el trío nació después. Fego asimiló y perfeccionó la tradición con don Serafín y fue por un buen rato su buen guitarrero. 

Élfego Villegas Ibarra nació en Zonte el 19 de abril (le 1944, y para ese tiempo era tul joven interesado en cap-tar y entender la cultura de su pueblo. Se desempeñaba allá en varios oficios: la ebanistería, transmitida por su señor padre; la laudería, captada por la profunda capacidad de observación; y, entre otras cosas, la buena voz y el excelente sentido musical. Cuando Fego se va a radicar a Xalapa, Veracruz, en 1974 para integrarse al Grupo Tlen-Huicani de la Universidad Veracruzana, don Finso retorna nuevamente a la soledad, y es cuando aparece Timoteo Naranjo Mérida con quien comparte varios años la tradición huapanguera en bailes, actos cívicos y en parrandas caseras. Desafortunadamente Timoteo, también ebanista, tornó un sendero que, a la postre, lo llevó a la tumba hace un par de meses. También con la muerte de Timo el Son Zonteño pierde a un buen elemento. Actualmente, a don Serafín le da gusto que uno venga de paseo por Zonte, porque así puede ejecutar su música, y sobretodo si vienen los Villegas. Ya estando acá, podemos comprobar también la excelente eficacia de don Serafín como anfitrión, porque los alimentos se deben de tomar a la hora, sin ningún retraso. Ya aquí. en la tranquilidad de su vieja casa tradicional, se le puede apreciar, con sus 76 años a cuestas, sentado ahí en el corredor sosteniendo amena plática con los vecinos y amigos; y ya por la tarde, se van acercando algunos jóvenes deseosos de aprender su arte; entre ellos destacan sus ahijados- a quienes les está enseñando. A estas alturas, ya Margarito Saavedra es uno de sus aventajados alumnos. 

Hoy, además de Villegas Ibarra, acompañan en este fonograma al maestro Serafín el profesor Daniel Jácome Gómez. músico originario de Las Mesillas municipio de lxhuatlán de Madero. Veracruz, que durante 30 años se desempeñó como integrante del Grupo Tlen-Huicani de la U.V., y junto con Villegas también formó el trío Los Cantores de la Huasteca, grabando varios discos. 

El trío huasteco que hoy estamos escuchando, está integrado por don Serafín Fuentes Marín (violín y primera voz), Élfego Villegas Ibarra (guitarra quinta huapanguera y voz) y en la jarana huasteca Daniel Jácome Gómez. 

EL PROGRAMA 

1.- La manta vieja (Son tradicional. Letra de S. E M.). Son muy tradicional, escuchado en las épocas de la infancia de don Serafín a don Pedro Chávez, a Eladio Ramírez; después, a Julián Ramírez y a Federico. Cuando don Serafín tenía 10 años de edad, don Pedro Chávez ya era un hombre de 75 años. Eladio también ya era mayor; ambos eran indios y vestían de manta, a la usanza antigua. Don Julián era mestizo y nativo de Xoxocapa… Cuentan que el viejo Elpidio venia a tocar a Zonte en las épocas del carnaval y que también lo hacía todos los fines de semana para huapanguear Este son no tenía letra y don Serafín se la puso allá por 1950 para alegrar un poco más al carnaval. Este son se baila zapateado y es de los más gustados por los disfrazados que van bailando casa por casa, en comparsas formadas por parejas de varones que se visten de viejos y viejas, es decir, varones y mujeres. Existe otro son de La Manta, pero es distinto, un poco anterior a este.

 

2.– La llorona (Son tradicional. Letra de S. E M.). Son antiguo sin letra fija, ya que se cantaba utilizando versos sueltos o variados, al cual don Serafín le hizo la le-, tra en 1953. Se trata (le un son que pue-de tocarse en cualquier etapa del carnaval, fiesta que se inicia un viernes antes del miércoles de ceniza. Se anuncia golpeando innumerables latas y echando cohetes desde la madrugada del viernes. Se trata de tina variante muy especial de la Llorona. digamos, nacional; pero con otro encanto, mismo que la naturaliza en imite, donde se ha tocado y escuchado desde los tiempos pasados.

 

3.– La chachalaca (Son tradicional de carnaval). Este son se cantaba únicamente con versos sueltos. Don Serafín hizo la letra recientemente. Se habla de que se acostumbra dentro del repertorio zonteño desde hace muchos años, expresión que no arroja mucha luz sobre su antigüedad. pero que al menos libra de la preocupación a nuestros informantes. Tanto en su melodía como en su ritmo es distinto a la otra chachalaca, son o huapango a quien don Nicandro Castillo y don Temo Villeda tratan de emparentar, no sin justa razón, con el ranchero potosino. 

 

4.– El perro (Son tradicional) Este son se baila un poco más zapateado, razón por lo cual los disfrazados lo solicitan a menudo, ya que se presta para realizar múltiples evoluciones. Antiguamente se cantaba con versos sueltos, alguno de los cuales hacía referencia al nombre del son; pero don Serafín, según él para hacerlo más carnavalesco, le com-puso una letra en donde se hablara más del perro, animal que en Zonte, como en muchos otros lugares, está íntimamente ligado con la casa y las actividades de la cacería. 

 

5.– Carnaval zonteño (Son tradicional. Letra de S.E M.) Este son, que ya existía de manera instrumental (como todos los sones), fue elegido por don Serafín para rendirle un merecido tributo a la fiesta zonteña por excelencia: el carnaval. Se pueden apreciar en esta composición todos los pormenores de las carnestolendas huastecas (le esta zona. 

 

6.– Son de carnaval (Son tradicional). Se trata de un son huapangueado sin letra. De este tipo de sones existe una infinidad, situación que ha propiciado desde tiempo atrás que muchas personas se los adjudiquen, una vez habiéndoles puesto letra y colmo! hasta un chocante nombre. Estas antiguas obras musicales huastecas. aunque sean anónimas y carezcan de un nombre específico (porque nunca lo tuvieron, porque no lo necesitaban o porque con el paso de las décadas se olvidó), son de mucha utilidad y en el huapango tienen una función vital, ya que los músicos (que no necesitan de esas referencias al momento de ejecutarlos dado que sólo vienen a la memoria y ya) los emplean para que descansen los cantores y para que los bailadores cobren nuevos bríos. Por algo llegaron a nuestra época de esta manera. Don Serafín pertenece al grupo de esos compositores actuales que no necesitan apropiarse de la obras musicales populares para tener presencia en el medio huapanguero. Él es honesto y las cosas las dice cual son. 

 

7.– La mariposa (Son tradicional. Letra de S. E M.). Se trata de otro de los grandes sones huapangueados muy solicitados en el carnaval. La melodía de este son inspiró en don Serafín la nueva letra que hoy lo acompaña y que en Zonte ya todos se saben. 

 

8.– Azucena bella (Son tradicional. Letra de S. E M.). En 1958 el profesor Serafín compuso la letra de este son del repertorio tradicional, y nos comentó que es muy distinta en muchos aspectos a la azucena bella que grabó el Viejo Elpidio. En el carnaval o en cualquier otra ocasión se toca esta Azucena, hoy ya integrada al huapango en toda la huasteca. 

 

9– La primavera (Letra y música de S. E M.) Huapango cuyo arreglo se inició en 1953 y fue concluido en 1960. Nace cuando don Serafín se extasiaba con la pre-sencia de la “estación más deliciosa” y todo lo que ella significa: canto de aves, vuelo de mariposas, presencia de flora-ción en campos y jardines domésticos. Desde 1953 se introdujo al carnaval. 

 

10.– El pájaro cu (Son tradicional) Nos cuenta el profesor Serafín cine’ conoció este son ya con el estribillo, hoy muy viejo, que aludía al ferrocarril, concretándose él sólo a hacerle unos versos para enriquecer un poco más la temática; pero que el nombre del son es el tradicional y que no se trata de ninguna copia actual. 

 

11.– El volado gavilán (Son tradicional. Letra de S. E M.) Este son pertenece al carnaval zonteño. La letra fue compuesta con los fines ya señalados en otros sones. Actualmente ya se canta para alegrar la fiesta. 

 

12.– Son de carnaval (Son tradicional) Son huapangueado. Se baila muy zapateado. Forma parte fundamental del repertorio usado, sobre todo, para el carnaval. 

 

13.– La chuparrosa (Son tradicional. Letra de S. E M.) Se trata de otro son del carnaval y con letra reciente. Su ritmo es huapangueado. Es considerado un son muy antiguo y muy bailado en el carnaval. 

 

14.– Teresa Dolores (Tradicional. Letra de S. E M.) Son viejo del carnaval. La letra fue hecha hace varias décadas. El baile de este son es muy lento, obedeciendo a la cadencia y ritmo del mismo. 

 

* * *

El trabajo que hoy presentamos constituye, sobre todo, un merecido homenaje y reconocimiento profundo a la persona del profesor Serafín Fuentes Marín por su importante presencia y trabajo a favor de la música tradicional de la Huasteca, a la que ha dedicado toda una vida como músico, compositor, cantor y entusiasta sostenedor del carnaval, ámbito donde el son y el huapango pueden alcanzar su máximo desenvolvimiento y desarrollo. Asimismo, queremos dejar un testimonio musical del maestro, tal y como lo han solicitado muchos músicos de nuestra región. A este reconocimiento se han sumado también el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, y la Dirección General de Culturas Populares a través del Programa de Música Popular que coordina el Antropólogo Fernando Híjar S. Reiteramos nuestra gratitud al Antropólogo Alfredo Delgado Calderón, Subdirector de Arte Popular de la D.G.C.P., por su decidido apoyo, respaldo y comprensión para que este fonograma pudiera realizarse. Asimismo, patentizamos nuestro agradecimiento sincero a la Antropóloga xalapeña Raquel Torres Serdán por su apoyo decidido para la organización de este material; de igual forma, agradecemos ampliamente al maestro Manuel Vazquez Domínguez y a la Empresa SIGMA, por el trabajo de tantas horas en beneficio del formato final de Son Zonteño. Finalmente, y cumpliendo con un deseo especial del maestro Fuentes Marín, dedicamos cumplidamente este trabajo al pueblo de Zontecomatlán de López y Fuentes, Veracruz, por ser una tierra sostenedora del son y del huapango; pero sobretodo del precioso carnaval, fiesta que permite bailar, de la noche a la mañana, durante cinco largos días. También nos recomendó el maestro poner mucho cuidado en lo siguiente: no olvidar hacer mención que, este trabajo que hoy escuchan, salda totalmente la deuda que contrajo con ustedes m 1949, año del corto exilio voluntario. 

Román Güemes Jiménez.

Tecalantla, Veracruz. 

Octubre de 1999.

 

Notas

 (1) Término introducido y empleado por Alfonso Medellín Zenil en Exploraciones en la Región de Chicontepec o Huasteca Meridional, Temporada I, Xalapa-Enriquez, Ver., 1955. Editora del Gobierno de Veracruz, 1982.

 (2) Del náhuatl tzontecomat (jícara en forma de cabeza) y del locativo abundancial —tla(n). Lugar donde hay abundancia de tzontecómatl. Existe la tendencia de traducir el topónimo como “el río de las calaveras, suponiendo que la palabra clave es tzontecomitl, cabeza, alejándose de la búsqueda. Si Cuatecontaco significa “En el lugar del cuatecómitl, huaje cirial o cuatecomate”. ¿Por qué no pensar que Zontecomatlán es el lugar del tzontecómatl, una posible variedad de jícara con la forma ya especificada? 

(3)  Xohchili o xochili, literalmente significa “chile verde”, aunque podría pensarse que, por los dibujos y ralladuras que presenta el producto, la partícula xo– pudiera indicar “florido”. 

 (4) Copili, construcción de varas y lodo, en forma de horno, que se emplea para ahumar el xolichili. Localmente se castellaniza como copil. 

 (5) Chilpoctli, su significado más inmediato es “chile expuesto al humo”. En todo nuestro país se le conoce con el nahuatlismo chipotle o, peor aún, como chile chipocle.

 

Revista núm. 15  en formato PDF (v.15.1.0):

 

Artículo suelto en formato PDF (v.15.1.0):

 

mantarraya 2

 

 

 

 

 

Guinda 1982

Rancho de Guinda        Santiago Tuxtla, 1982


Pedro Gil Tenorio   guitarra de son

Luis Campos   jarana

Francisco Montes *  jarana


Grabaciones de campo:  Francisco García Ranz

Edición audio: Leo Heiblum y F. García Ranz

Textos: Armando Chacha Antele, Francisco García Ranz y  Alvaro Alcántara López.


Las grabaciones que aquí presentamos, dan fe de un trío de músicos extraordinarios del municipio de Santiago Tuxtla, así como de un estilo campesino poco documentado. Esto último es una de las razones que han impulsado el proyecto de publicar estos registros sonoros, pendientes aun de un análisis y estudio más profundo, que resultarán novedosos para aficionados, músicos y estudiosos, y que representan un buen ejemplo, un destello, de la diversidad musical que existía dentro del son jarocho ranchero todavía en la década de 1980.

 

Pedro Gil Tenorio, Luis Campos y Beto Caporal Melchi.

 


I Textos

La puerta de Guinda, Km 19                                   Un poquito más allá empiezan los llanos.

Armando Chacha.                                                                                                       Sonero, compositor, etnólogo. 

Los Hombres siempre hacen su historia, muy personal, familiar, comunitaria o regional. A veces transgreden esas fronteras y su luz ilumina amplios horizontes. Don Pedro Gil hizo la suya y de las suyas. Un hombre de campo que criaba animalitos para ver crecer a su progenie que, grande era. Aún lo recuerdo, como habría de olvidarlo, aunque me refiero a los inicios de los años 70 del siglo XX.

Un hombre de mediana estatura, macizo, color cobrizo oscuro, sombrero bien puesto, como el bigote que recordaba a aquel actor famoso, un tal Shariff. Hablo de un hombre de campo cuyas frases concluían lo que habían sido internos razonamientos. Caminaba sin dudas, a paso firme y montaba caballo de igual manera. Todo lo veía, todo lo oía y lo semblanteaba  para reafirmar su intuición a vuelo de pájaro.

Don Pedro Gil tocaba el requinto y el son en sus dedos, eran como alas de colibrí o el pelícano que desde las alturas, cae en picada y entra al agua para salir con su presa. Tocaba como quien tiene la ciencia clara de Él y su caballo. A que horas camina, cuando debe trotar, cuando acicatear para tomar vuelo y salir veloz e inalcanzable. Así también paraba, con un jalón de rienda que hacía que el caballo se detuviera limpiamente. Lo hacía con sus puntos, con sus tangueos, para definir la voz del son y mantener la tesitura alta y a galope sin que nada lo detuviera ni le obstruyera el paso. Sabía trotar sobre el encordado a medianoche, al amanecer y cuando el sol poco a poco, lentamente, se pierde en la lejanía del llano.

Que requinto, que chulada, con sus matices y embistes, su zigzagueante ir y venir y no transitar sólo por la recta ni andarse por las sombras. Cómo hablaba y era, tocaba. Su requinto siempre fue la voz de su alma en la punta de los dedos y con la firmeza de la mano derecha en cada cuerda. Sin duda alguna caminando con la pluma de cacho de vaca, de esas que conocía bien porque las criaba desde su nacimiento.

El hombre no se inventa, se forma y se construye y cuando hace el son, toda la vida sale entre sus manos, en su voz, en su verso, en su baile y danza, con el golpe a ritmo de monte, de sierra, de mar o de llano. Su requinto, su sonido, era El.

Don Luis Campos era un hombrón. Lo recuerdo, en esos años adolescentes como de 1.85 de estatura, o más, y fácil de unos 120 kg., o más. En esa armadura humana, cabía una voz para hablar con pájaros, a la distancia, muy lejos, o para erguirse sonoramente en medio del titipuchal de pies zapateando y los soneros sonando a todo lo que da, como quien en medio de las olas navega con la cabeza a salvo de las olas y sus golpes de espuma.

En ese hombro dedicado al campo, de manos fuertes y grandes, que al saludarte sentías que apretaba un fierro cálido y hermosamente humano, habitaba un jaranero consagrado, de los rumbos de por Francisco I. Madero, congregación tierra adentro, del borde de carretera. 

Tocaba una jarana segunda y se veía muy pequeña en medio de su humanidad. La tocaba que parecía que se iba a deshacer entre sus manos. Limpia jarana, como agua clara de arroyo para decir el son y marcar el ritmo al requinto o seguirle en un diálogo donde parecía que a veces se abrazaban, a veces se peleaban, pero siempre juntos en un ritmo envolvente y vertiginoso. Su jarana decía, recitaba la melodía del son. Puro alegro con brío. 

Como su voz, agudos y medios eran los ríos y montañas por donde transitaba sin perder el paso. Un verso de esos que en esos tiempos poquito se oían y a veces nada. Un día le descubrí que la sonoridad y lo metálico de su instrumento estaba en parte en el puente, el cabezal. Ahí no había madera. Por donde pasaba la cuerda y agarraba su carril, era un plástico duro color azul que ayudaba a producir esa peculiar sonoridad.

Siempre enfundado en su camisa caqui y su sombrero. Como Don Pedro a veces colgaba el paliacate rojo del cuello para más rápido secar el sudor en medio de la fragua del son en lugar de doblar y guardar en la bolsa trasera. 

Don Francisco Montes era un hombre más bien menudo y chaparrón, de bigotito y sombrero de palma. También de por los rumbos de Francisco I. Madero. Todos dentro del perímetro del municipio de Santiago Tuxtla, estado de Veracruz.

Don Francisco, también se dedicaba al campo. Quizá para no hacer la variación de los soneros de esa región, hombres de campo que criaban animalitos domésticos en sus parcelas o a la ganadería de vacuno en pequeña escala. Hombres de a caballo. Don Paco tocaba una jarana tercera. Lo recuerdo a veces más callado que don Pedro. Pero su arte estaba en sostener los garigoleos y embistes de los otros dos. Les daba tierra, les marcaba el paso para que ellos hicieran de las suyas arañando desde el llano, cerros, montañas y ríos crecidos. Le daba segundas a don Pedro Campos.

En la voz y la jarana, te oía, te veía y así te hablaba, con pocas palabras o nada. Tenía la templanza del hombre que ve crecer el maíz en las horas y sabe que llegará el día en que estará del tamaño apropiado y bien llegado para ser cortada. Son de tierra y de maíz entre sus manos.

Este trío y nadie más, de Guinda, Santiago Tuxtla, los conocí por ahí del 73 y fue un descubrimiento al oír un son campesino y llanero, que tocaban en otra dimensión rítmica, con un virtuosismo como de caña morada llegada y jugosa. Acostumbrado al son que en la cabecera municipal de Santiago o del Cerro del Vigía, son garigoleado y barroco, más cantado, más danzante, más indígena en sus circularidades y ritualidad; el son del trío, era un remolino, vertiginoso, zapateaba.

Habían conformado una cofradía, donde sí don Pedro decía sí , los otros decían, ya lo dijo el hombre. Si don Pedro decía, pues lo que digan ellos, yo me ajusto, era porque los respetaba, les daba su lugar y reconocía la autoridad que tenían para Él.

Por eso cuando Francisco García Ranz iba a Santiago y le hablé de ellos, para poder grabarlos, primero fue invitarlos, convencerlos y al final ellos decir, está bien Armando, los tres estamos de acuerdo y dile al hombre que venga. 

Don Pedro los recibió ahí en su rancho del km 19. Entrábamos el lado izquierda de la carretera rumbo a Villa Isla, Veracruz, zona piñera y abríamos la puerta del rancho y al fondo estaba la casa donde humeaba la cocina, seguramente preparando los papayanes y el caldo de cola de res que tan rico guisaban doña Medarda y Chabelita. Ahí fue el encerrón inolvidable que después de casi 40 años se traduce en esta memoria sonora de tres virtuosos que vivían en la puerta del llano.

Hasta ahí fue también mi maestro Tomás Stanford cuando lo invite a grabar por mi tierra el son “de a de veras”, alejado a pesar de las inclemencias de la hegemonía del son para el espectáculo y los ballets, de restaurantes o cantinas o de los que loaban a los políticos cuando llegaban en campaña o de visita por esos lares y en gran parte del Sotavento.

Abrazo la memoria de estos tres hombres, soneros virtuosos, cuyo talento no quedará sólo en la memoria del tiempo en que les tocó vivir y sonar el son desde el corazón, sino que ahora, cruzarán tiempo y frontera para deleite de quienes los admiramos y abrazamos amorosamente por lo mucho que nos dieron y enseñaron.

Gracias a Francisco García Ranz por invitarme a esta fiesta y devolver a muchos más el arteson jarocho de don Pedro Gil, don Luis Campos y Francisco Montes.

Cd. de México, junio de 2021

 


Al son de don Pedro Gil y don Luis Campos.                            Notas de campo 

Francisco García Ranz

Conducidos por Armando Chacha Antele, bajando por el camino que va a Villa Isla, llegamos aquel 29 de diciembre al Rancho de Guinda, municipio de Santiago Tuxtla, Veracruz. A la cita con el trío de músicos jarochos del que tanto nos había hablado Armando, nos acompañaron Lucas Hernández Bico y don Juan Zapata. El conjunto lo formaban Pedro Gil con guitarra de son y Luis Campos y Francisco Montes con jaranas; todos ellos músicos campesinos de las tierras bajas de Santiago Tuxtla. Don Pedro Gil Tenorio era el dueño del rancho y junto con don Luis y don Francisco formaban un trío jarocho que sería recordado en Santiago Tuxtla en la década de 1970, entre otras cosas porque habían tocado en una ocasión en Siempre en Domingo, y que para finales de 1980, cuando don Pedro se retira de la música, el trío se disuelve. Quedan aquí unas breves notas de las grabaciones realizadas aquel día en el Rancho de Guinda junto con algunos otros comentarios y recuerdos. 

I

Aquel día todo sucedió muy rápido: en un abrir y cerrar de ojos ya estábamos dentro de una habitación amplia de techo alto, con grabadora y micrófonos instalados, músicos afinando y probando sus instrumentos y de pronto… “silencio, cámara, acción”. Se decidió de ultimo momento que don Francisco Montes no tocara su jarana, aunque si cantaría en las grabaciones. Desde luego no hubo muchas pruebas de sonido, todo fue en caliente y los ajustes se hicieron en vivo. En algunos sones se escucha cantar a Francisco Montes y ocasionalmente también a don Pedro responder algunos versos. 

La guitarra de son que don Pedro utilizó en las grabaciones se acercaba más a una “guitarra cuarta”  –aunque más pequeña–, mientras que don Luis grabó con una “jarana segunda” con seis cuerdas; el instrumento sin embargo tenía perforaciones para ocho clavijas. Guitarra y jarana estaban templadas para tocar “por cuatro” y “por dos” respectivamente en tono de Si bemol, como queda registrado en las grabaciones. Lamentablemente no hay registros fotográficos de estos instrumentos ni de la sesión de grabación.

II

Me gustaría escribir más y profundizar sobre el particular estilo musical que escuchamos en estas grabaciones, tan solo diré que se trata de un estilo campesino característico inscrito en una de las canteras musicales más ricas y diversas del Sotavento, la región de los Tuxtlas, la cual seguimos conociendo y reconstruyendo con mayor detalle. 

La forma de tocar de don Pedro y don Luis –la cual me resulta impactante hasta la fecha–, no me tomó por sorpresa aquel día. No totalmente. Un año antes, en la ranchería de El Hato la víspera del 12 de diciembre en pleno fandango, conocí a don Esteban Utrera y sus sobrinos Beto Quinto y Tomás Gamboa en las jaranas, tocando también en un estilo “recio y tupido”. Estos dos grupos y estilos rancheros que tuve la fortuna de conocer in situ, similares en muchos aspectos sin embargo, y a pesar de provenir de localidades muy próximas entre sí, cada uno tenía su propio sonido, su propia voz. 

A su vez estos estilos de las tierras bajas de Santiago Tuxtla contrastaban fuertemente, no solamente por la velocidad de su ejecución, con respecto a los sones jarochos que se interpretaban en las tierras altas de esa región, por ejemplo, en el mismo Santiago Tuxtla (cabecera municipal), los cuales tuve la oportunidad de conocer muy de cerca, junto con músicos entrañables, en esas dos navidades tuxtecas de 1981 y 1982. 

No era extraño comprobar que músicos, por ejemplo, de estos dos universos sonoros (de tierras altas o tierras bajas) no les resultara tan fácil acoplarse entre ellos y tocar juntos. Recuerda Lucas Hernández Bico, compañero del grupo Zacamandú, que don Isaac Quezada, ilustre jaranero de la vieja guardia de Santiago Tuxtla, consideraba que don Pedro y don Luis tocaban muy rápido, y que era imposible tocar con ellos…

III

Como 10 años después de aquella ocasión en el Rancho de Guinda tuve un encuentro muy breve con don Luis Campos en Santiago en el mes de julio durante uno de los Encuentro de Jaraneros; lamentablemente nunca me lo volví a encontrar. A don Pedro Gil, a quien conocí ese día de 1982, tampoco lo volví a ver más. Las grabaciones que aquí presentamos, dan fe de un trío de músicos extraordinarios del municipio de Santiago Tuxtla, así como de un estilo campesino poco documentado. Esto último es una de las razones que han impulsado el proyecto de publicar estos registros sonoros, pendientes aun de un análisis y estudio más profundo, que resultarán novedosos para aficionados, músicos y estudiosos, y que representan un buen ejemplo, un destello, de la diversidad musical que existía dentro del son jarocho ranchero todavía en la década de 1980. 

Otros datos técnicos

Se utilizó una grabadora portátil Sony modelo TC-D5M, magnífica grabadora de campo, dos micrófonos dinámicos Sony (económicos), cintas de casete BASF chromdioxid super II 60  y soportes para micrófonos con base de metal colado (ruidosísimos como se puede apreciar en las grabaciones). Aquel día fue un sábado, 29 de diciembre de 1982.

Tepoztlán, Morelos, enero de 2023.

 


Guinda – o la memoria que pende de un hilo

Alvaro Alcántara López Centro INAH Veracruz

Cuando Francisco me habló de Guinda –en la histórica región de Los Tuxtlas– y de los interesantes testimonios sonoros que allí fueron registrados a inicios de la década de 1980, me puse a buscar entre mis papeles para averiguar qué tan antigua era aquella ranchería. Uno imagina a veces que los lugares siempre han estado allí, que la gente siempre ha estado allí, pero lo cierto es que las personas y los lugares aparecen y desaparecen en veces sin dejar huella. La búsqueda fue infructuosa y por más que escudriñé en mis archivos nada conseguí. En cambio, y sirviéndome de la ubicación actual de este lugar en la aplicación Google Earth, pude saber que Guinda se ubica en las inmediaciones de lo que a fines del siglo XVIII aparece consignado como Mazatán y, para fines del siglo XIX, en lo que hasta la fecha se conoce como Tibernal. Mejor aún, en un mapa de inicios del siglo XX, queda claro que Guinda y los asentamientos aledaños de por aquel rumbo se ubican en una histórica zona de cruce de caminos, en los que vaya usted a saber cuánta gente no los habrá caminado y cuántas historias no se habrán escuchado mentar al galope de animales y al tañido de las cuerdas. De Bodegas de Otapan a San Juan Sugar, de Tilapan a Nopalapan, de Isletilla a Calería, de Alonso Lázaro a Catemaco, de Santiago a Chacalapan, sin olvidar aquel barullo de gente que transitaba a diario la zona, en los tiempos de El Ramalito, aquel tren que alguna vez unió a San Andrés con El Burro (hoy Rodríguez Clara).

Pasa que a ratos resulta preciso parar la oreja para que la vista se le aclare a uno. Y es que la vida tiene esas cosas y nos empuja por veredas que llevan a percibir como final lo que sólo es un nuevo principio. Se me figura que con las grabaciones y registros debe ocurrir algo semejante. Cuanti más si las cintas luego se desperdigan y quedan en retazos, en manos de unos y otros a distancias luego inalcanzables. Por eso, aunque muchos prefieran presentar el relato de la vida como el resultado de un plan pre-establecido, planeado con toda antelación y cálculo, entre más lo pienso más inverosímil se me hace explicar cómo un par de músicos ya sazones terminaron tocando un vigoroso repertorio de sones jarochos para unos jóvenes practicantes apasionados de la música mexicana, una mañana de diciembre de 1982. Y si algo más fuese preciso atribuirle al azar, eso parece ser la coincidencia venturosa que Francisco conserve intactas esas cintas cuarenta años después, en el año dos de esta pandemia.

Una noche de pronto, me percato que en la bandeja de entrada de mi correo electrónico se encuentra ya todo ese raudal de sonoridades jarochas previamente anunciado. Que tras varias conversaciones preparatorias con F. García Ranz sobre los músicos de Guinda –a quienes él conoció cuando el movimiento jaranero no soñaba siquiera con serlo–, se ha llegado el momento de empezar a escuchar los sones con los que aquellos hombres alegraron tantos huapangos y parrandas de su terruño.

Por esas maravillas que hoy prodiga la tecnología tengo la posibilidad de escabullirme en una esquinita de aquel cuarto, apenas sin ser visto, y escuchar con toda nitidez la fuerza de aquellas voces, de percibir la brillante luz de sus instrumentos. Reconozco a Lucas (Hernández Bico), a Francisco (García Ranz) y a Armando (Chacha Antele) dispersos en aquel cuarto, emocionados y expectantes en aquella habitación amplia y de techos altos, escuchando con convicción plena lo que aquellos señores relatan. Hay más concurrencia, la puedo sentir, pero vagamente percibo sus figuras… no así sus rostros. Huelo la comida que fue ofrecida aquella mañana y reconozco las miradas atónitas de vecinos y familiares, que no alcanzan a saber por qué tanto interés de esos jóvenes fuereños por lo que tocan aquellos dos señores –al cabo suena a lo mismo que ellos han escuchado allí siempre. 

El temple de las cuerdas justamente amarradas al fraseo cadencioso del cantador, me permite observar con absoluta nitidez aquel VW sedán café estacionado afuera de la casa, con el polvo y barro del camino untado a la pintura y al que, con toda seguridad, más de un niño se habrá acercado a contemplar extasiado, preguntándose cómo se sentiría viajar en él –tal y como lo hacía yo cuando niño, al ver un auto extraño estacionado cerca de mi casa en aquellos precisos años, no muy lejos de allí.

Cuando el son de “La Guacamaya” se adentra por mis oídos, las figuras de Pedro Gil y Luis Campos reciben un soplo de vida desde los audífonos por donde ahora me sumerjo en su arte. Sus rostros y manos se me aclaran en la memoria, ganando color y densidad. Puedo recordarlos idénticos a aquella misma versión que fueron esa jornada en que su música fue registrada en una grabadora portátil marca Sony. En sus florituras musicales se condensan –durante instantes que asemejan sueños– los nombres, rostros, timbre y rasgueos de tantos soneros que conocí de chamaco y a los que 

escuché extasiado, como sólo se puede escuchar en la vida al canto del primer amor. 

Vengo del camino real

donde tu amor se apodera

¡ay! yo no te puedo hablar

porque también soy de juera (sic)

ahora acabo de llegar

Y como por un milagro, sin que nadie pudiese imaginarlo ni entonces ni ahora, sus vidas y la mía quedan conectadas irremediablemente. Percibo entonces que idéntico a aquel que me cobijó de niño en el patio de mi casa, un majestuoso árbol de hule sombrea ahora sobre unos jóvenes citadinos recién llegados al rancho de Guinda. Perfectamente pudieron haberse quedado en Santiago Tuxtla o en el vecino San Andrés –al cabo allí sobran buenos y afamados jaraneros– pero no lo hicieron así. Tal vez un día se animen y nos cuenten por qué. De lo que sí estoy seguro es que estos jóvenes curiosos y con ganas de aprender están lejos de imaginar que su presencia aquí, en esta fecha precisa, alterará de manera definitiva el curso de los acontecimientos; la manera en que, transcurridos cientos y cientos de amaneceres, se recordará esta mañana de diciembre, una mañana como tantas otras se le desgranan al calendario. 

La existencia de unas cintas magnéticas, el despliegue vital de una máquina grabadora de sonidos, la contingente presencia de un novedoso soporte de la memoria, están a punto de alterar la historia. Francisco ha oprimido el botón y la rueda empieza a girar: la suerte ha sido echada.

  &&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&

No puedo dejar de reparar en la morfología de la mayoría de los sones jarochos recogidos en esta grabación y en los efectos visibles de los medios de comunicación masiva y el discurso identitario nacional, en la manera en que este repertorio fue recreado. La duración de los sones o la velocidad a raja tabla auto impuesta, incluso a riego de un traspiés, expresan el momento que les tocó vivir. Incluso el repertorio que recuerdan, pero ya no tocan, al menos no en esos rumbos de Guinda, sí en otros lugares –dicen– no muy distantes de allí.

Animado con el café que Francisco ha preparado en la cafetera italiana de siempre comento con Aneleé cuan fácil puede resultar confundirse y creer que, por el simple hecho de que fueron grabados “en campo”, “en comunidad” –como gustan ahora de decir instintivamente académicos, promotores, funcionarios y vendedores de ilusiones–, sólo por eso, dan cuenta de un pasado mítico, ancestral, de un saber-hacer que se hunde sin más en las figuraciones de antaño, como si fuese posible a ciertas personas abstraerse del presente que nos constituye. 

No es mi sentir. Pienso, por el contrario que cada una de estas piezas musicales constituye un documento histórico también del momento en que fueron interpretadas y registradas. De lo que era Guinda en aquel entonces, de las regiones tan diversas que podían reconocerse en Los Tuxtlas, del agua de coco que se ofrecía en los camiones de pasaje colorados que recorrían el Sotavento por ese tiempo; y del mundo todo, con sus guerras frías y crisis petroleras, en aquellos increíbles años cuando la industria petroquímica establecida en Coatza, Mina y Cosoleacaque atraían a miles de trabajadores de la región y el país.

A la distancia no resulta tan extraño que perdamos conciencia de cuánto hemos cambiado, cuánto el mundo con sus transformaciones incesantes nos ha cambiado. Cuando las casetas telefónicas, el perifoneo en los pueblos y los tocadiscos llegaron a las rancherías, ejidos y pueblos parecía que después de eso, ya nada podría sorprendernos. De esa época precisamente nos hablan estas cintas, de la condensación de varias generaciones de soneros jarochos que nacieron poco después del fin de la revolución mexicana (1924 o así), pero justo antes que se comunicara la costa veracruzana, del Puerto a Coatza, por carretera –antes de eso los grandes ríos de la región se cruzaban en pangas. La otra alternativa para realizar este recorrido lo ofrecía, por supuesto, el tren.

Estos registros sonoros remiten entonces a un periodo de la historia de nuestro país en que mujeres y hombres debieron arreglárselas con la falta de acceso a servicios educativos, de salud, de bienestar social, pero que al mismo tiempo eran discriminados, ninguneados y sobajados por no saber leer y escribir, por atender sus enfermedades con curanderas y culebreros o por no apegarse a las ideas y pautas de comportamiento modernizadoras que en aquel momento preconizaban funcionarios y autoridades políticas, profesionistas estudiados y una emergente clase media citadina, ilusionada en habitar un país “moderno” y “progresista”, a imagen y semejanza de lo que se veía entonces en las telenovelas de televisa. En aquella versión de la realidad, la vida de ranchos como Guinda estaba lejos de ser representada y era escasamente conocida por un país que apenas una década antes se había convertido en mayoritariamente urbano.

Las memorias que aquí se asoman capturan una época, no todas, pero sí una en particular, aquella del son jarocho y los huapangos antes del PACMYC y los apoyos institucionales; previa a los festivales y Encuentros de jaraneros, un momento anterior a los programas de desarrollo cultural que florecerían sólo veinte años después, ya entrados los dos miles. En sustancia, capturan un instante preciso en la vida de dos jaraneros jarochos y quienes registraron su música en una región que ya no existe más, como tampoco la estirpe a la que ellos pertenecieron. Quizá nada extraordinario exista en estas grabaciones. Tal vez nada pasado de catorce  pueda admitirse en el arte de estos personajes. Y precisamente por eso –sin paradoja alguna– se condensa en este muestrario de sones jarochos, la vitalidad del tiempo de aquellos atardeceres. 

No descarto la posibilidad que estas grabaciones expresen a su vez otras muchas experiencias organológicas, poéticas o musicográficas, pero eso resulta menester dejarlo a quienes saben y precisan decir. Por mi parte me conformo con especular, por qué no, que las grabaciones de Guinda de Luis Campos y Pedro Gil constituyen un testimonio a pesar de sí, los primeros trazos de un relato polifónico (hasta ahora íntimo o excesivamente cifrado), que animará a reconstruir la historia de un notable grupo de música tradicional mexicana, en el que coincidirían años más tarde algunos de los personajes que arribaron a la ranchería de Guinda, una húmeda mañana de diciembre de 1982. 

La memoria pende de un hilo, hay veces que de muchos. Las grabaciones de Guinda que ahora escucho en El Playón de Los Reyes, me lo vuelven a recordar. Y así, como por un azaroso capricho de la vida, uno se descubre mirándose a los ojos de aquellas otras versiones que también ha sido. Todo esto por obra y gracia de una máquina, de un botón y de una cinta magnética, es decir, de una memoria alterna que ayuda a no olvidar. O, por lo menos, a quedarse guindado del recuerdo de otras y otros. 

(…) a la distancia se escucha clarita la música de don Pedro Gil y don Luis Campos.

Veracruz Puerto, julio 2021.

 

II  Las grabaciones 

* * *

01  La Guacamaya     02  La Bruja     03  El Siquisirí 

04  La Morena   05  El Pájaro Carpintero  06  El Buscapiés 

07  El Colás    08  El Fandanguito con Desenojadas 

09  El Palomo    10  El Cascabel     11  Plática 

12  El Toro    13  El Pájaro Cú     14  Pascuas 

 

01  La Guacamaya

 

02  La Bruja

 

03  El Siquisirí

 

04  La Morena

 

05  El Pájaro Carpintero

 

06  El Buscapiés

 

07  El Colás

 

08  El Fandanguito con Desenojadas

 

09  El Palomo

 

10  El Cascabel

 

11  Plática

 

12  El Toro

 

13  El Pájaro Cú

 

14  Pascuas

 

BONUS TRACKS:

15  El Balajú

 

 

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Cantos de Pascuas

Cantos de pascuas

>>> en construcción

Una selección de 9 ejemplos caracterìsticos …

Nicolás Sosa y sus Tiburones del Golfo                                                                      (Gabriel Hernández, Valerio Marcial y Julián Cruz)

Hellmer c. 1960

“Las Pascuas de Alvarado”

Conjunto Tlacotalpan
1980

“Las Pascuas de Tlacotalpan”

Arcadio Hidalgo, Noé y Benito González y Antonio García de León

Warman 1969.  San Juan Evangelista, Ver.

Pascuas con justicias y fuga de Bamba

Los Campechano / Santiago Tuxtla   2002

“Las Pascuas De Santiago Tuxtla”

Fidel Domínguez / Cerro del Vigía   2006   (instrumental)
Polo Azamar  / Villa Azueta   2005
Guillermo Cruz,…  / Pajapan   2002
Tío Yono y … / Hueyapan de Ocampo  (instrumental)  2004
Grupo Comején  2002

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Acervos en movimiento. Sotavento.

Acervos en movimiento: 

El Sotavento

La selección de sones jarochos de tarima que integra la colección SotaventoAcervos en movimiento, está ordenada en siete grupos, de acuerdo con la instrumentación utilizada para su interpretación.

1)  Jarana jarocha                                                                   2) Guitarra de son                                                                 3) Arpa                                                                                         4)  Jarana(s) y guitarra(s) de son                                     5) Jarana(s) y arpa                                                                 6)  Jarana(s), guitarra de son, arpa y (pandero)       7)  Jarana(s) y violín  u otros instrumentos

 

I.1  JARANA

…….

Foto: Enrique Ramírez de Arellano

 

Daniel Cabrera, jarana y canto

ACERVO:                                                                                                                    Lieberman, Ramírez de Arellano y Llerenas                     .                1983, Mandinga, Veracruz.

 

La María Justa

 

La Culebra

 

La Candela

 

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I.2  GUITARRA DE SON

…….

 

 

Fonoteca: Arpas de la Huasteca

Música de arpa                                                                                 en los rituales del Costumbre:                                                                                            teenek, nahuas y totonacos

 

Producción                                                                                     María Eugenia Jurado Barranco y                   Camilo Raxá Camacho Jurado

Grabaciones de Campo                                                               Julio Delgado Revueltas

 

Tsacam Soon. Danza Teenek

Músicos y danzantes de Tsacam Soon.  Aquismón, San Luis Potosí, 2001. foto: Camilo Raxá Camacho Jurado.

 

Domingo Santiago, arpista de la danza de Tsacam Soon. Tiutzen, Tampamolón, San Luis Potosí, 2004. foto: María Eugenia Jurado Barranco.

Ya va amaneciendo (son de la danza de Tsacam Soon)   (D2.2)          Domingo Santiago Martínez  arpa                                                                Gregorio Santos de la Cruz  rabel

 

Pulik Soon. Danza teenek

Danzantes de Pulik Soon. Lanim, Tampamolón, San Luis Potosí, 2003. foto: María Eugenia Jurado Barranco.

Mujeres danzantes de Pulik Soon. Lanim, Tampamolón, San Luis Potosí, 2003. foto: María Eugenia Jurado Barranco.

 

Músicos de Pulik Soon: Esteban Zaragoza arpa, Lorenzo Reyes Guadalupe cartonal, Pedro González Rosas cartonal, Francisco Santiago Guadalupe violín. Pukte, Tampamolón, San Luis Potosí, 2004. foto: María Eugenia Jurado Barranco. >>

5. Dos hileras (son de la danza de Pulik Soon Malinche) 

 



Ayacaxtinij. Danza nahua

 

Músicos de la danza de Ayacaxtinij: Nicolás Ortiz Márquez  arpa, Domingo Hernández Azuara rabel, Irene Martínez Hernández cartonal.  El Jobo, Xilitla, San Luis Potosí, 2003. foto: Guillermo Gutiérrez Mendoza.

Ayacaxtinij, brindis del elote frente al altar. José Hernández Benigna  arpa, Gregorio García Rosa rabel, Pablo Reyes Catarina rabel, Isidro Antonio Mnuel Angelina rabel. Chalco, San Luis Potosí, 2004. foto: María Eugenia Jurado Barranco. >>

8. Son de la danza de Ayacaxtinij

 


Rebozo de Moctezuma. Danza nahua

Danza El Rebozo de Moctezuma.  El Cedral, Tampacán, San Luis Potosí, 2003. foto: María Eugenia Jurado Barranco.

Dotación instrumental de la danza El Rebozo de Moctezuma: Juan Miguel Nolasco  arpa, Lino Hernández Lucas violín.  El Cedral, Tampacán, San Luis Potosí, 2003. foto: María Eugenia Jurado Barranco. >>

10. Calandria (son de la danza Rebozo de Moctezuma)

 


Danza de Moctezuma. Nahuas

Músicos de la danza de Moctezuma: Ricardo Noriega  arpa, Féliz Noriega jarana huasteca. Taxtitla, Chalma, Veracruz, 2005. foto: María Eugenia Jurado Barranco. >>

16. Seis Pasos (son de la danza de Moctezuma)

 



Sones del Costumbre y otros sones. Totonacos

Músicos totonacos de sones del Costumbre y danza de Tambulán: Miguel Eduardo Cruz  arpa, Diego Francisco violín. Pantepec, Puebla, 2003. foto: Camilo Raxá Camacho Jurado. >>

18. Son del Costumbre 

 

 

 

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Fonoteca: Jaraneros de Guichicovi, 2007

CD  Jaraneros de Guichicovi

grabaciones de campo
Producciones  Cimarrón
texto y producción
Tomás García Hernández

CONACULTA / Programa de
Des. Cultural del Sotavento,
Sec. Cult. Oaxaca, IVEC, IEC.          2007

 Jaraneros de Pachiñé

Cándido Santiago Concepción  jarana primera o requinto         Leonardo Santiago María  jarana tercera,                                             Cástulo Francisco Cruz  marimbola

Plática

 

Cielito Lindo

 


Jaraneros de San Juan

Salvador Álvarez Liebano jarana primera o requinto            Artemio Delgado Marcelino  jarana segunda                          Raúl Calzadas Hernández  marimbola

Son Martinilla

 


Jaraneros de El Ocotal

Gerardo Hernández Vicente  bandolín                                Rafael Hernández Vicente  jarana segunda                      Rafael Hernández Guzmán  jarana tercera

Son Fandango


 

Una reseña de este disco CD está publicada en La Manta y La Raya #4  marzo 2017.  Nosotros sí cumplimos (Bonus Track)

 

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Fonoteca: Músicos y versadores

Músicos y versadores

Una nueva colección de grabaciones

Músicos jaraneros de Santiago

En esta grabación realizada por Alec Dempster destaca la versada y el canto de Salvador Tome Chacha (cantador) y la de Dionisio Vichi con guitarra de son y cantando.

     

Salvador Tome Chacha   voz                                           Dionisio Vichi Mozo   guitarra de son y voz           lldefonso Medel Mendoza    jarana

El Zapateado   (Del cerro vienen bajando…, Dempster)   

 

Del cerro vienen bajando                                   Son jarocho de Los Tuxtlas, volumen II. Grabaciones de campo realizadas por Alec Dempster  entre 2001 y 2003, en los municipios de Santiago y San Andrés Tuxtla.

Anona Music

NOTA. En la revista La Manta y la Raya # 4, en la sección Asegunes y pareceres,  aparece un texto de Alvaro Alcántara López  titulado Un huapango que se hizo domingo, en donde el autor escribe sobre estos tres músicos y sobre la versada que cantan Dionisio Vichi y Salvador Tome en esta interpretación del son del  Zapateado.

Con los mismos músicos, Salvador Tome, Dionisio Vichi e lldefonso Medel, esta interpretación de :

El Ahualulco   (Del cerro vienen bajando…, Dempster)   

 

 

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Maestros de la guitarra de son

Maestros de la guitarra de son

Una nueva colección de grabaciones
Dueto Juan Zapata – Ildefonso Medel

Les presentamos una brillante interpretación de El Toro Zacamandú por el dueto Zapata-Medel grabado por Alec Dempster.

Ildefonso Medel   guitarra de son             Juan Zapata   requinto

MEDEL-1b rec2    Juan Zapata rec3

El Toro Zacamandú

 

A Puro OíA Puro Oido 2005 chdo.                                                              Sones y canciones interpretados por músicos de Los Tuxtlas, VeracruzGrabaciones de campo realizadas por Alec Dempster  entre 1999 y 2004.

Anona Music


 

… continuará

 

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Violinistas de la gran región de los Tuxtlas

Una serie de grabaciones de campo de                            violinistas de la gran región de Los Tuxtlas.

Los enanos /  Ignacio Bustamante                                                  Buenos Aires Texalpan, San Andrés Tuxtla                                                      Grab. campo:  Alec Dempster 2006.

Ignacio Bustamante Chigo - Aldo Flores DB2
Ignacio Bustamante

Aquí estamos todavía frente - rec ch ch(Del CD Aquí estamos todavía. La supervivencia del violín en el Son Jarocho. Anona Music 2007)

 

 


El Zapateado Huasteco /  Los Ramírez                                                  San Pedro Soteapan, Veracruz                                                                            Grab. campo:  Marco Amador 2006

Los Ramírez ch A chLos Ramírez ch B ch

Manuel Ramírez García, guitarra vozarrona; Alejandro Ramírez García, jarana segunda; Alfredo Ramírez Márquez, requinto, Francisco Ramírez Márquez, jarana primera; Florencio Ramírez Albino, jarana tercera; José Marquez García, violín.

Los Ramirez ch(Del CD Los Ramírez. Son de Soteapan. Ediciones del Prog. de Desarrollo Cultural del Sotavento,  CONACULTA,  2007)

 

 


El Sapo /  Cultivadores del Son                                                                     San Andrés Tuxtla, Veracruz                                                                            Grab. campo:  Norberto Rodríguez Carrasco 1998

Cutivadores del son ch

Juan Pólito Baxin media guitarra de son; Juan Mixtega Baxin jarana segunda; Andrés Moreno Najera  jarana tercerola o cuarta y voz; Ignacio Hernández Vázquez  punteador, guitarra leona, tres cuartos de guitarra de son, jarana tercera, violín y voz; José Luis Constantino Villegas jaranas tercerola o cuarta, tercera y primera, guitarra leona y voz; Luis Lavalle Guillén guitarra leona, tres cuartos de guitarra de son, jaranas tercera y primera.

Homenaje a los Juanitos ch(Del casete  Homenaje a los Juanitos. Ediciones Pentagrama, CP 1190, 1998)

 

 

 

 


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1969. Arcadio Hidalgo y su conjunto Tacoteno.


Una serie de grabaciones de campo poco conocidas de don Arcadio Hidalgo y su conjunto Tacoteno realizadas por Arturo Warman (INAH) en 1969 en San Juan Evangelista, Veracruz .

TACOTENO original
Centro de Documentación del son jarocho.

En ese entonces el conjunto Tacoteno estaba integrado por Noé González García en la guitarra de son y en las jaranas: Benito González García y  Antonio García de León.

 

La Guacamaya / Arcadio Hidalgo y su conjunto Tacoteno, 1969.

 

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Noé González García

 

 

 

 

 

 

 

 

El Palomo / Arcadio Hidalgo y su conjunto Tacoteno, 1969.

 

El Siquisirí / Arcadio Hidalgo y su conjunto Tacoteno, 1969.

 

El Butaquito / Arcadio Hidalgo y su conjunto Tacoteno, 1969.

 

 

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